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Disección del liderazgo piñerista

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 04/09/2010

Publicado también en elquintopoder.cl

 

El camino recorrido hasta ahora por el liderazgo piñerista ha estado lleno de baches; puntapiés abajo de la mesa; pellízcones furiosos; permanente fuego amigo; colisiones frontales de conflicto de intereses brutales, principalmente del propio Presidente pero también de sus ministros que, literalmente, son los dueños de Chile, lo que ha determinado que la ciudadanía los vea como el gobierno de los empresarios macro millonarios con una lejanía insalvable e irreversible con el ciudadano de a pie; la certeza abrumadora y terrible de que su liderazgo lidera un gobierno compuesto por los que estuvieron, sin fisura alguna y orgullosos de ello hasta ahora, gobernando los 17 años de la terrorífica dictadura de Augusto Pinochet; pero más que nada, la certidumbre definitiva de que contra su liderazgo el peor enemigo es él mismo.

Ya antes de instalarse en La Moneda era de dominio público la egomanía (casi) patológica del Presidente. Su macro ego —muy superior al normal de la media de los políticos, egocéntricos por naturaleza—  no soporta sino sólo la primera persona del singular. Su megalomanía está compuesta no sólo de un yo, como el común de los mortales, sino de varios yoes, y cada uno con su propio eco.

Muchos pensaron, y me incluyo, que estos desmesurados yoes podían quizás gestionar un buen gobierno. Este grave error de cálculo se ha revelado nefasto: su liderazgo ha presentado innumerables signos de debilidad extremos.

En la primera etapa de su liderazgo se hizo rodear de ministros de “excelencias”, pero de inmediato se vio que no les dejaba margen de maniobra alguna: él tsunamisó todos los ministerios, opinando de todo y operando en todo, un día sí y el otro también, dejando a sus excelencias ministeriales sumidos en un claustrofóbico limbo piñerista. Así, el episodio de un staff de ministros de excelencia tecnócrata, y no política, terminó en un excelente fracaso.

Sus asesores presionados por las encuestas con bajas históricas de apoyo a su liderazgo —el caso mineros-rescatados fue puntual y el Presidente lo, literalmente, reventó con una utilización abusiva de propaganda política burda, majadera, torpe y agotadora— llegaron a la conclusión de que el problema de la baja aprobación era nada menos que la sobre exhibición del Presidente. Él, era el problema.

En efecto, en sus rotativas performances (vulgarmente, marketing)  políticas  apareció sobreexcitado, como un frenético electrificado, espasmódico en su esfuerzo megalómano, lleno de insufribles tics que parece escondieran oscuros pliegues psicológicos que revelaran un cortocircuito neuronal. Y para poner un pie en el delirio político esperpéntico, el Presidente rellena sus performances políticas con un discurso —y ya soy benévolo en calificarlos así— rabiosamente ruborizantes: se ve y se nota desde un helicóptero (su máquina preferida; posee uno que conduce él mismo) que son aprendidos de memoria porque los repite como papagayo,  un discurso de verborrea nerviosa plagado de lugares comunes y de una retórica zafia y odiosa por lo vacua. El Presidente como (mal) actor en el centro de este (mal) teatro político nos revela un Presidente-muñeco ventrílocuo, sin alma, una caricatura de Presidente. En esta teatralidad  excéntrica de este divo criollo de la política, la marca de la casa resulta ser un espectáculo político a medio camino de la parodia y la gamberrada.

Si su liderazgo sufría antes de alcanzar la Presidencia de una falta endémica y estrepitosa de empatía con el ciudadano, con esta masiva sobreexposición durante el primer año de su liderazgo, hizo que su figura política chirriara tan constante como insoportablemente, dejando tanto la dentadura del espectador hecha polvo como la paciencia en un estado entre la irritación y el cansancio total. El liderazgo piñerista ha terminado viéndose como una robotización del Presidente que produce una  ruborización colectiva.

Así pues, la comunicación del Presidente con el ciudadano terminó destilando lo que muchos temíamos: la rotativa función de pirotecnia repleta de verborrea nimia y una expresión corporal invalidada y sonrojante, ha producido un efecto desbastador en el ciudadano, que siente que no se merece tan agresiva subestimación. Porque este liderazgo percibe al ciudadano como parte de una masa torpe y manipulable a su entero antojo. Esa es la percepción en la calle del liderazgo piñerista.

En su segundo año y ya dentro del ojo del remolino del huracán del Poder, el Presidente parece paralogizado, hundido (¿o escapado?) en una (casi) inanición perturbadora y preocupante; es la sombra fantasmagórica del ausente; un Rey Lear perdido en los laberintos del Poder. Sus asesores lo mantienen casi en un estado de verdadero autismo político y dentro prácticamente de un burka de seguridad, con el solo afán de que no se salga del rígido libreto para que no continúe disparándose a sus propios pies.

En cuanto a la praxis política de su liderazgo, la gestión de la mayor crisis que ha enfrentado, las demandas estudiantiles, ha sido errática, torpe, y ha sublimado el ADN de la derecha chilena: un autoritarismo represivo incapaz de gestionar los conflictos sociales con la conciliación del único método en una democracia: el dialogo social.

En medio de este panorama desolador y en plena crisis de la protesta estudiantil (que resultó ser social con un 80% de apoyo ciudadano), han resucitado  discursos y actos de absoluta purezapinochetista, que han nublado la vista y el clima político con la atmósfera contaminada de la época dictatorial, a saber, alcaldes del partido hegemónico del gobierno, la ultraderechista Unión Demócrata Independiente (UDI) (todo hay que decirlo, ya basta de eufemismos como llamar a la UDI de centro derecha) pidiendo la implantación del Estado de Sitio o/y de Emergencia como ¡solución a las protestas ciudadanas! ; declaraciones tan poco afortunadas del Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, “aclarando” que la muerte de un policía era más trascendental que la de un ciudadano “común y corriente”, poco después de que un adolescente estudiante muriera asesinado por una ¿bala perdida? de un carabinero en una manifestación –el susodicho ministro después de este bochornoso e incivil episodio todavía está en el cargo. Por cierto, la defensa a ultranza del liderazgo piñerista a la policía militarizada versus movimiento social, ha resucitado esta dualidad que era el modus operandi de la dictadura, y echa abajo 20 años de intensa ingeniería política para reconciliar y conciliar a las FF.AA. y a la policía militarizada, los carabineros, con la ciudadanía, hecha añicos durante la represiva dictadura pinochetista.

Como colorario a este panorama político demoledor bajo el liderazgo piñerista y como la guinda en la tarta envenenada de su Administración, un acto de homenaje de los militantes de la UDI a un ex militar de la dictadura preso y condenado a 150 años de prisión  por crímenes de lesa humanidad: asesinatos y torturas a opositores durante la dictadura de A. Pinochet, con participación directa en estos delitos. Este  homenaje abyecto y execrable es la culminación de una involución  política en todas sus reglas, y es además una cuchillada a la yugular  de los familiares de los asesinados y torturados y a su recuerdo, a los derechos humanos y a la (incompleta) democracia chilena. En rigor es, también, una provocación  y un exabrupto político mayúsculo contra la decencia y la dignidad humanas.

El liderazgo piñerista ha sido incapaz de solucionar los conflictos sociales en forma democrática, y ha apostado por el autoritarismo y la pura represión, como también al montaje de linchamiento y desprestigio mediático —monopolizado enteramente por la derecha— del movimiento ciudadano, volviendo con estos métodos a la praxis política que desarrolló la dictadura. Tampoco ha sido capaz de poner control a las tendencias siempre latentes del pinochetismo  en los dos partidos  de gobierno que fueron la base política de la dictadura, y, con ello, ha perdido toda credibilidad y legitimidad y, lamentablemente, más que nada la gran oportunidad de crear una nueva derecha descontaminada totalmente de la herencia pinochetista y de su forma nefasta de gobernar.

Me temo que lo que quedará para la historia del liderazgo piñerista no será su ineficiencia ni su incapacidad para resolver los conflictos sociales democráticamente con el dialogo social, ni poner orden en el pinochetismo en sus partidos de apoyo, siempre agazapados listos para saltar a la yugular de la democracia, ni tampoco sus artimañas políticas impregnadas de una visión y de una acción autoritarias como única  forma de solución de conflictos, sino que serán lo que popularmente se ha denominado los piñerismos, una suerte de gamberradas políticas, ya sea en sus discursos o actos, donde él se ha revelado como un maestro. Mencionaré solo tres de estas perlas de una larga y productiva cadena:

1) (…) son muy pocos los países del mundo (…) los que han tenido el privilegio de celebrar 500 años de vida independiente como lo hicimos los chilenos. (Discurso principal en la celebración del Bicentenario de la Independencia de Chile).
2) (…) no subamos, como decía Einstein, sobre los hombros de gigantes. (Parafraseando a Newton –que no ha Einstein- en su discurso de visita oficial a China).
3) En su viaje oficial a Alemania escribe en el Libro de Huéspedes Ilustres la estrofa del himno nacional alemán que usaba la dictadura nazi, la cual está excluida desde 1946.

Una de las curiosidades del Presidente, es que usa dos tallas superiores a la que tiene en su vestimenta porque, ha declarado, se siente “más cómodo”. Después de dos años en el poder, se puede asegurar sin ninguna fisura, y lo digo sin acritud alguna, que lo que le ha quedado varias tallas más grande es la Presidencia. Este Presidente no da la talla, a pesar de sus macro yoes, o quizás por culpa de ellos, y de ser un magnate que lo puede comprar (casi) todo, menos, hasta ahora, el cariño del ciudadano. Al final de su mandato y si no cambia radicalmente su liderazgo, el espejo de Narciso que va con él como su sombra, estará hecho añicos.

Jaime Vieyra-Poseck

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