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La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 20/12/2020

Artículo publicado también en
Le monde diplomatique.cl, cooperativa.cl
y elquintopoder.cl

Resumen
Este performance verbalizado no se entendió en su momento y, aún, no se entiende. En realidad, realizado en el momento de aguda crisis política, como la que ahora vive Chile, era un llamado de alerta para racionalizar la crisis y darle una oportunidad a la inteligencia, tan alejada de los dogmas.

Palabras clave
Unidad, Crisis política, Derecha, Izquierda, Solución, “Capitalismo salvaje”, “Capitalismo con rostro humano”.

 

Esta paráfrasis de Nicanor Parra de “El pueblo unido jamás será vencido”, fue presentada en un momento de máxima polarización política durante el gobierno de Salvador Allende, levantando ampollas a diestra y siniestra. No era, sin duda, el momento de decirla. Pero los tiempos ―que en política lo son todo―, en un buen escritor se invierten para contar a destiempo lo que no se debe contar; ese es su buen oficio.

Sin embargo, ahora podemos afirmar que es quizás la frase más política de Parra. Es más, ahora es el momento político en que esa frase adquiere plena vigencia. En efecto, Chile está instalado en definiciones históricas que pueden cambiarlo en un país próspero, justo y en paz o en uno arruinado, injusto y con agitaciones sociales permanentes. Los momentos cruciales de un país son la gran oportunidad para que la mayoría del arco político se una para posibilitar una base sólida de entendimiento democrático. Europa es el mejor ejemplo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en la mayoría de los países europeos hubo un acuerdo político transversal para crear un estado social que garantizara a las grandes mayorías los derechos universales y de calidad en salud, educación, pensión y vivienda, como la mejor forma de consolidar la cohesión y la paz sociales, consagrándose en la Sociedad del bienestar. Nadie puede negar que esa unión política fundacional transversal ha producido el mejor nivel de justicia social de la historia y una riqueza sin precedentes, transformándose en un referente global de “capitalismo con rostro humano”, que es el que propone la centroizquierda chilena.

En el otro polo, está EE.UU. que, siendo el país más rico del mundo, no tiene cobertura universal ni en salud ni en educación; posee más de 40 millones de pobres; el ascensor social es selectivo, y las injusticias sociales se perpetúan reproduciéndose. El Obamacare ―una tímida protección sanitaria para 20 millones de pobres― el presidente ultraderechista, Donald Trump, lo dinamita acusándolo poco menos de ser una amenaza comunista. En EE.UU. “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”, nunca ha existido. Este país representa el “capitalismo salvaje”, que es la basa de la propuesta de la centroderecha chilena.

Chile, con una cultura política más europea que norteamericana, por primera vez en su historia tiene la posibilidad de repartir una riqueza producida ―reconozcámoslo― bajo un neoliberalismo administrado desde la caída de la dictadura (1990) por la centroizquierda (24 de 30 años) con el lema “crecimiento con equidad”, arraigando el discurso de la igualdad ―reconozcámoslo también― en las nuevas generaciones.

No obstante, la derecha ha obstruido sistemáticamente durante veinticuatro años en el Parlamento toda tentativa de una mejor distribución de la riqueza y del ingreso, el mayor Los datos son claros: el 1,01% se lleva más del 56% de la riqueza total del país a costa de que las grandes mayorías vivan en la pobreza relativa (teniendo trabajo, viven en la frontera de la pobreza por sueldos basura). La derecha, empantanada y fortificada en la institucionalidad pinochetista; apologista de un neoliberalismo ortodoxo, y aliada con los dueños del poder económico-financiero y con un duopolio comunicacional, ―configurando un auténtico poder de facto que cogobierna en las sombras―, impidió el cambio estructural tranquilo que propuso la segunda Administración de Michelle Bachelet que, a pesar de tener mayoría parlamentaria, la derecha y los poderes de facto articularon una campaña del terror y un lockout empresarial, apoyados por el Tribunal Constitucional, transformado en una tercera cámara legislativa por obra de la derecha que, como no tenía los votos en el Parlamento, presentó recursos de inconstitucionalidad contra las reformas bacheletistas. Con la obstrucción del cambio tranquilo ―cercano a la sedición― sólo quedó la estampida popular.

El gran acuerdo histórico del 15/11/2019 ―en medio del mayor incendio social de la era posdictadura, que comienza el 14/10/2019 y se radicaliza a partir del 18/10/2019― establece que en un plebiscito se aprobará o rechazará una nueva Constitución. Según las encuestas, el Apruebo con Convención Constituyente ganará; es decir, en una elección en Abril-2021, en rigor una de las más importantes en la historia de Chile porque en ella se elegirán las 155 personas que redactarán la nueva Constitución, decidiendo el desenlace de la encrucijada histórica que vive Chile.

La unión política de derechas, centros e izquierdas, que provoca un optimismo razonable, ya está aquí: el histórico acuerdo para plebiscitar el rechazo o no de una nueva Constitución lo firmó la gran mayoría del arco político; y el Apruebo con Convención Constitucional lo apoyan izquierdas y derechas. ¿Esta unión política de todos los colores augura un acuerdo transversal para crear las condiciones institucionales de una repartición de la riqueza, del ingreso y del poder?

No, porque para alcanzar un acuerdo histórico de ese calibre, es imperativo un Contrato Social transversal para que en la Convención Constituyente una mayoría pueda institucionalizar un Estado social; vale decir, con capacidad financiera para garantizar la protección social. Esta es la solución a las múltiples crisis que están diezmando a Chile y la forma más justa de repartición de la riqueza; de hecho, es la única forma de asegurar y garantizar un Chile prospero, cohesionado y con paz social. El mantenimiento de la desigualdad es por voluntad política de quienes ostentan el poder, formal y de facto. Mantener la desigualdad sólo garantiza estallidos sociales permanentes y, con ello, la inestabilidad política que arruina la economía.

Lo que nos quiso comunicar el antipoeta con su inquietante “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”, es que en medio del dogmatismo político de los axiomas tan inamovibles como destructores ―la historia reciente de Chile es la mejor ilustración― la única forma de solución a las crisis chilenas, es un alto al fuego político y la apertura de las trincheras partidista e ideológicas para, unidos todo el arco político, se priorice la construcción sólida del bien común. Así, en el futuro y bajo estas nuevas premisas, todo el abanico político podrá lucir la medalla de haber lograda una nueva era de bienestar y justicia social en un nuevo Chile, próspero y en paz.

Qué no se pierda esta oportunidad histórica.

Jaime Vieyra-Poseck
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