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Los nuevos-viejos políticos apolíticos

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 21/11/2001

Publicado también en Primera Línea
(La Nación)

 

Está de moda que cierta clase política se declaré apolítico. Más que una contradicción, a todas luces, es maquiavélico por lo cínico del planteamiento.

Ahora bien, si examinamos el discurso político de los políticos que afirman ser apolíticos, descubrimos que todo el material es extremadamente homogéneo. Una y otra vez se desmarcan de la política y de los políticos y, paradojalmente, de ser políticos. Esta trivialización de la política ha terminado imponiéndose; tanto que ahora para ser moderno, estar “in”, o ser “políticamente correcto”, se debe rechazar la política y los políticos, haciendo política y siendo político.

En cualquier caso, esto último no es un fenómeno privativo de Chile: esta estrategia política ―de hacer política argumentando que no lo hace y que no es político― ha estado germinando en el espacio europeo desde hace bastante tiempo. Todos los partidos de ultraderecha (que también se hacen llamar de centroderecha) han trabajado activamente con esta concepto.

Por parecerse demasiado a la máxima tristemente célebre en Chile del dictador que, haciendo la peor política, clasifica a “los señores políticos” como todo lo peor, indica claramente una prolongación de ese discurso: se hace política y se es político argumentando contra la política y los políticos. La picaresca política perfecta. La supuesta pureza diamantina y angelical de ubicarse sobre la política y los políticos, fuera de ser en Chile un vicio mimético del dictador, es altamente demagógico y oportunista y, más bien, instala esas personas políticas por debajo de la buena política por incapacidad de serlo.

Este modo de ejercer el poder exhibe, a menudo, un agrio desprecio por los políticos visionarios que proponen cambios estructurales en beneficio de las grandes mayorías, que es en definitiva lo que uno espera de un/a verdadero/a líder(era) político/a. Por desgracia, no se propone nada relevante y nuevo; este discurso supuestamente apolítico sólo persigue un efecto inmediatista para perpetuar un statu quo. Esta permanente escenificación de lo “no político”, esconde en realidad la incapacidad política e intelectual para proponer algo nuevo que solucione los problemas de la gente en forma estructural, y no sólo del y para el instante. Esta cínica posición política sólo favorece a los poderosos: mientras no se haga política y se aleje a la gente de ejercerla, más poder político y económico para los que ya lo tienen a manos llenas.

La verdad, se hace difícil tener admiración por este tipo de “liderazgo” porque, mientras nos proponen la no política como la solución de los problemas políticos, venden, por ejemplo, el agua a privados, un bien público de los más esenciales, ¿podrán llegar a vender el aire?, porque en Chile son pocas el áreas que no se han privatizado. Esta abyecta venta a privados del alcalde de Santiago, Joaquín Lavín, representante privilegiado de las derechas pinochetistas, ha vendido, como apolítico, un bien público tan esencial como es el agua. Pero como lo hace como apolítico, ¿tiene que ser aceptada esta venta?

El escritor austriaco Robert Musil escribió “El hombre sin atributos” entre 1930 y 1942. Reeditada el año pasado ya se considera como la gran novela del siglo XXI. “El hombre sin atributos” es un ser que vive un quiebre social equivalente al que vivimos actualmente por la revolución tecnológico-científica, las privatizaciones y la globalización del neoliberalismo. Después del (supuesto) fin de todas las utopías e ideologías, surge el ser sin atributos, un individuo posmoderno que a su espalda tiene la destrucción de todos los sueños y delante el vacío más completo. Un ser carente de ideas e incapaz de proponer algo realmente nuevo. Ciertos líderes político en Chile sólo nos están invitando a convertirnos en cliente y no en ciudadano en una sociedad que mercantiliza los derechos esenciales del ser humano, como el agua, glorificando un individualismo mercantilizado tan excesivo como inadmisible. El individualismo, como sabemos, es sólo una ilusión. Millones de Robinson Crusoe aglomerados en las orbes es un espejismo porque nada funcionaría sin la participación de los/las otros/as. Me temo que la impotencia de los líderes actuales los convierte en personas posmodernas sin atributos.

Y para ser una persona que hace política argumentando que es “apolítica”, dicho sin acritud, no se requiere de un talento especialmente prodigioso. Aunque este “in” serlo, es difícil que se convierta en una apología de una nueva utopía, de esas invenciones que mueven el mundo.

El problema central, y que los discursos políticos coyunturales pueden soslayar es que, hacerse con más dinero está muy bien, pero no puede convertirse en el único afán y el más vital de toda la existencia humana; no puede ser el único sentido de la vida, como nos propone la realidad posmoderna neoliberal que lo abarca todo.

Si así fuese, sería una buena ilustración del mundo sin atributos, apolítico, en el que vivimos.

Jaime Vieyra-Poseck

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