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ME-O, sicoanálisis de su edad del pavo y otras des-concertaciones

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 22/07/2009

Publicado también en, Primera Línea
(La Nación)

 

Historia pública del paciente. Se da aquí cuenta  que viene del mundo del espectáculo farandulero criollo por su trabajo como director de cine, su oficio profesional, antes de iniciarse en otro ruedo escénico, por cierto, igual de complejo que su oficio, la política. En rigor, de su cine hay consenso entre los especialistas en que es irremediablemente irrelevante. De la mano de su padre adoptivo, un destacadísimo ex ministro, diputado y actualmente senador, Carlos Ominami; o sea, por derecho adquirido per sé de filiación familiar oligárquica de izquierda (sí, también las hay), pasa olímpicamente desde los set de la farándula repleto debeautiful people made in Chile, al olimpo del Congreso de la República, nada menos que como diputado del Partido Socialista de Chile, en el cual su padre adoptivo es vicepresidente. De esto hace sólo tres años. El paciente, en esencia y por lo tanto, no es un novato en política de alto o/y bajo vuelo, sino más bien es un nonato.

Historia privada del paciente. Hijo del que para algunos es un mito en la izquierda de la izquierda (al que le guste, de extrema izquierda), opositor acérrimo de lo que se denominó “La vía pacífica al socialismo” (traducido al chilensis, por elecciones) de Salvador Allende,  y que propuso apasionadamente la “vía armada al socialismo”, su nombre, Miguel Enríquez. Su muerte se produjo en un enfrentamiento armado con los agentes represivos de la dictadura pinochetista en 1975, cuando el paciente tenía sólo dos años de edad y vivía exiliado con su madre en Paris. Allí, ésta conoció a Carlos Ominami  (compañero de partido con el padre biológico del paciente), y éste lo adoptó años después.  El paciente vivió su niñez, adolescencia  y su primera joven madurez en Paris, rodeado de dirigentes de la izquierda ilustrada de Chile y cuidado y mimado por todos. Esto último es literal, como es el caso del actual presidente del Partido Por la Democracia (PPD),  Pepe Auth, que hizo de su nurseprivado cuando el paciente era un criatura.

Diagnóstico. Es fácil imaginarse la vida del paciente desde que abrió su conciencia (normal y humanamente a los 3-5 años): rodeado y consentido (en lenguaje rudo,malcriado) por la élite ilustrada de la izquierda chilena en el exilio en el sofisticado y exquisito Paris. Hijo biológico de un mítico revolucionario e hijo adoptivo de unanimal político como es Carlos Ominami; rodeado de casi todas las vacas sagradasde la izquierda chilena en el exilio (todos los caminos llevaban a Paris), el cuadro psicológico para el diagnóstico es clarísimo. En efecto, con este background el paciente está llevando a cabo un dolorosísimo proceso, a destiempo (tiene 36 años), de lo que la psicología infantil-juvenil denomina coloquialmente como la edad del pavo. En este proceso el adolescente debe, muy simbólicamente, matar al padre para alcanzar su identidad propia y con ello su autonomía emocional y converger así a su madurez definitiva. Esta etapa, tan compleja como necesaria, la hemos padecido todos. Es un rito de pasaje -si se permite el concepto antropológico- que cuesta  sangre, sudor y lágrimas; sin embargo y a pesar de su conflictividad, la mayoría lo hemos tenido fácil ya que en gran medida nuestros padres son o fueronordinarios (en el sentido prístino de esta palabra, of course), y la generalidad, siendo un proceso traumático y una empresa casi extenuante, ha podido matardeliciosa y felizmente a su padre.

Pero ¡AY! el paciente ha tenido primero que cruzar, sin grandes penas ni menos glorias, por la dirección cinematográfica para llegar nada más ni nada menos que a presentarse a la mismísima Presidencia de la República para matar, no a uno sino a dos colosales padres: el biológico ya para muchos un mito en las páginas de la historia de la República; y el adoptivo, una de las vacas sagradas más relevantes de la izquierda ilustrada chilena de las últimas dos décadas del siglo XX .

Su candidatura a la Presidencia de la República se desarrolla en medio de violentas y mediáticas tormentas partidistas; entre acuerdos enterrados arbitrariamente; haciendo una oposición férrea e implacable contra su propio partido y coalición; sin considerar los tiempos en política, ni menos estrategias, tácticas, lealtades y disciplinas partidistas que, según el paciente, embrutecen y deben borrarse del genoma humano; mostrándose con un ADN mesiánico de pureza ideológica como el más puro representante de la “verdadera izquierda progresista” y, además, transversal. Halagado y mimado por los medios de comunicación  monolíticos y monopólicos de la derecha en todo el país, en una operación mediática sin precedentes (por razones que un querubín explicaría sin dificultad), el paciente está llevando a cabo, con todo el país como espectador, su crucial travesía por la pista llena de espinas de la edad del pavo, a destiempo, para alcanzar ¡por fin! la mayoría de edad, su verdadera autonomía y, al final del viaje, su madurez definitiva: ya se habrá desprendido de la titánica sombra de ser hijo de dosmonstruos gigantes de la política chilena, superándolos, ya que ninguno de sus dos padres llegaron a tanto como él: autoproclamarse candidato a la Presidencia de la República con sólo tres años de prácticas políticas.

Medicina. Su padre adoptivo, y por extensión el biológico, debe apoyarlo –como efectivamente lo está haciendo- y, se recomienda muy discretamente poner su cuello para que simbólicamente el paciente lo mate, aunque arrastre con ello a toda la Concertación que tendrá que poner también el suyo, convirtiendo así la edad del pavo del paciente en la guillotina que caerá sobre el cuello de su ex –coalición. Quizás esta forma de hacer política-guillotina sea una herencia cultural, nunca mejor ilustrada, de su socialización en el sublime y civilizado Paris, cultura creadora de este delicado artefacto dotado de una hermosura inquietante. Fin de la sátira.

De la candidatura a la Presidencia de la República, a contracorriente, del diputado Marco Enríquez-Ominami, legítima pero no operativa estratégicamente ya que hasta ahora su figura no hace viable la puesta en marcha de las reformas radicales impostergables que precisa  Chile, se desprenden varios aspectos notables. El primero, es que él es la respuesta contra un profundo inmobilismo sistémico, más que concertacionista que por cierto también lo sufre; que su candidatura más que un fenómeno político, es mediático, orquestado por los medios de comunicación de la derecha para erosionar al candidato de la Concertación, Eduardo Frei (aquí se está produciendo, según las últimas encuestas, un verdadero boomerang contra la derecha porque el mimado parlamentario le está quitando votos no a Eduardo Frei, sino más que todo a su propio candidato, Sebastián Piñera), y tercero, confirma una vez más que la política es también, y quizás más que nada, ceremonia y espectáculo con dosis desbordantes de megalomanía.

La enorme masa silenciosa de desencantados no sólo con la Concertación sino con el sistema  que claman por un cambio, ya tiene un rostro, la de Marco Enríquez-Ominami, que se rebela contra la asfixiante atmósfera inmóvilista sistémica que impregna (casi) toda  la vida política chilena actual (con el “casi” sustraigo a la Administración Bachelet que cuenta con una aprobación histórica del 70%, y, ojo, también es la Concertación).

A pesar del  histrionismo desmesurado que la figura política de Marco Enríquez-Ominami proyecta, hay que reconocer que ha removido con su carisma lleno de juveniles chispas y con su ligereza fogosa y casi lasciva, la aburrida vida política chilena. Y eso se agradece. Enhorabuena.

Pero esta inercia en el escenario político chileno que Marco Henríquez-Ominami  propone desactivar,  se ha producido, a mi entender, más que nada por la incapacidad del sistema de alcanzar reformas de calado más profundas, debido principalmente al sistema electoral binominal que ha clausura durante ya casi 20 años la participación de las verdaderas mayorías en el Parlamento, mayorías que en el momento político actual proponen reformas estructurales al sistema, incluyendo, nada menos, que una nueva Carta Magna para acabar desde la base con los residuos totalitarios y antidemocráticos de la triste era pinochetista,  modelados magistralmente en su Constitución de 1980.

La llave que puede abrir el candado para la democratización plena de Chile y que lo puede llevar a ser un país desarrollado a mediano plazo, es que las fuerzas progresistas alcancen el quórum necesario en el Parlamento para hacer esas reformas estructurales ya inaplazables. Ese es el punto de inflexión en la coyuntura política del Chile actual y lo que debe definir la elección presidencial. Y es el prisma político que deberían usar todas las fuerzas progresistas de Chile, incluyendo a los desmontados y desencantados de la Concertación.

La imposibilidad de alcanzar con la derecha un consenso en los últimos 20 años de la era concertacionista para hacer esas reformas de profundo calado, ha terminado clausurando el desarrollo democrático, secuestrado por esta derecha intransigente que sólo propone mantener el status quo pinochetista. En este momento coyuntural e histórico para Chile, ya no se puede contar con esta derecha genuinamente pinochetista, y la hace ya definitivamente inoperante para llevar a cabo -después de alcanzar los consensos necesarios en la transición a la democracia y afianzarla- el Segundo Gran Cambio que se debe gestionar por la única fuerza política hasta ahora capaz de otorgar gobernabilidad y viabilidad para llevar a cabo esos nuevos cambios estructurales y radicales ya inaplazables, la Concertación.

El pacto instrumental  entre la Concertación y la izquierda extraparlamentaria, es la propuesta de más realismo político de las dos últimas décadas que podría desbloquear el secuestro por parte de la derecha de la democratización plena del país (por negarse a terminar con el binominal) y lograr el quórum necesario para plasmar las reformas de arriba a abajo que se deben implementar ya. De estas reformas, las más importantes son la consumación de la justicia social; el afianzamiento y progreso de la protección social que la Administración Bachelet muy bien ha gestionado sentando sus bases, y la más importante: una nueva Constitución.

Lamentablemente el desgaste de la Concertación después de casi 20 años ininterrumpidos en el poder -que la han convertido en la práctica en una Coalición-Estado- ha terminado atomizándola, y pone en peligro una propuesta real para desbloquear la asfixia que ha producido por tantos años el sistema binominal de elecciones. El bochornoso espectáculo de los “descolgados” del establishment de la Concertación, todos con aspiraciones presidencialistas irreales y sólo entendibles por su invalidado sentido de las proporciones, sonroja al más sin vergüenza. Sin desconocer el legítimo derecho a cambiar de tienda política, lo que une a todos estos ex concertacionistas es una monstruosa egolatría capaz de cualquier cosa por satisfacer sus ambiciones personales, a todas luces desproporcionadas. Casi todos están en la carrera por la presidencia de la República después de no haber trepidado en agraviar lo que hiciere falta como, primero y ante todo, la lealtad a sus propios electores, o violar deshonestamente los acuerdos básicos y elementales partidistas por los que fueron elegidos. Ruboriza presenciar un espectáculo político que ya tiene ribetes obscenos por un discurso miseánico que se enmarca peligrosamente dentro de un populismo trasnochado que en algunos países del entorno latinoamericano está siendo devastador. Otros dos ilustres ex concertacionistas se han pasado, muy deportivamente, a la vereda del frente en una voltereta rocambolesca visualizada en una operación mediática de proporciones criollas hollywoodiense de gran impacto, nauseabundo para unos, encantador para otros; dejando constancia de que los mueve sólo una egolatría y un oportunismo patológicos.

A este enrarecido ambiente concertacionista se agrega su candidato presidencial que es la representación misma del inmovilismo que padece el sistema político chileno y la propia Concertación: un ex presidente de hace 15 años. (No me refiero aquí al bloque derechista por ser, duele decirlo y lo señalo sin acritud, genuina e intrínsicamente cavernaria.) Una figura, además, sin carisma alguno en un mundo mediático antropófago con el que no lo es, y con un perfil más técnico que político, cuando es esto último lo cardinal en este momento dentro de la Concertación para superar su atomización.

Y no sólo esto juega en contra de Eduardo Frei. Efectivamente, fuera de tener que apagar múltiples fuegos dentro de su propia coalición (el más inextinguible hasta ahora es Marquito), también hay poderosos incendios fuera de su coalición  que lo afectan no sólo a él, sino a todo el sistema político actual, como es la minada credibilidad de los partidos políticos y los políticos, sumidos en un  20% de aprobación, producto, a mí entender, del inmovilismo sistémico que ha engendrado el perverso sistema binominal de elecciones.

Este territorio repleto de incendios hace que la capacidad de Eduardo Frei se ponga a prueba en un 180 por ciento, porque requiere de un tan enorme como casi imposible talento político, y unas habilidades de bombero difíciles de superar para apagar tamaños incendios. Más que su figura política, de gran valentía y honestidad por atreverse a recorrer un camino lleno de socavones casi insalvables y múltiples incendios, lo único que lo puede llevar a La Moneda nuevamente es un programa electoral con reformas estructurales que interpreten las necesidades de las grandes mayorías; atractivo en más y mejor protección social, y que ofrezca cambios radicales que sean realmente viables.

Su candidatura, sin embargo, y todo hay que decirlo, no es un proyecto personal sino colectivo, como debe ser toda propuesta presidencial seria, responsable y viable; levantado más que todo por los demás y no sólo por voluntarismo y personalismo propios; dos flagelos estos últimos que están produciendo el incendio que abrasa (casi) irreversiblemente a la coalición oficialista, y donde pareciera se enmarcan las figuras de Marco Enríquez-Ominami, Andrés Zaldívar, Alejandro Navarro y en gran medida, Jorge Arrate. Sólo cabe esperar que la sensatez y la visión de país vuelva, a la hora de la verdad, a cohesionar las fuerzas políticas que Chile necesita para hacer viable el  Segundo Gran Cambio: Una nueva Constitución que plasme un país solidario y plenamente democrático.

Jaime Vieyra-Poseck

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