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Ni dictadura gay ni dictadura cristiana: ¿qué hacer con los fundamentalistas evangélicos en democracia?

por Luis Aranguiz-Kahn
Artículo publicado el 31/05/2015

Recientemente, un grupo de jóvenes evangélicos fundamentalistas chilenos llamó la atención de los medios al pararse afuera del Instituto Nacional de la Juventud con carteles de protesta contra políticas de la institución que buscan generar conciencia sobre la homosexualidad -y especialmente porque se izó una bandera de la diversidad-. Dos consignas son particularmente interesantes: “dictadura gay” y “bandera de la intolerancia”[1]. ¿Qué presuposiciones hay detrás de estas palabras? ¿Qué significa “dictadura gay” en los labios de un evangélico chileno? Y por último, ¿qué nos dice sobre el fin de los evangélicos chilenos -tanto en sentido de meta como en sentido de término-? Con este breve ensayo intentaré esbozar una ruta para comprender este fenómeno.

La historia de los evangélicos en Chile es diversa, y en ocasiones caótica. En general, quienes han ido a la vanguardia en la lucha contra el lobby LGTB han sido ciertos grupos de pentecostales fundamentalistas. No me parece que esta lucha por sí misma sea mala, pues dentro de los márgenes de una democracia es provechoso que haya conservadores respetuosos. Lo que me preocupa es el discurso que adoptan. En ocasiones, hay quienes han tomado sus actos y palabras como argumento para emprender una batalla ofensiva contra el cristianismo. Sin embargo, olvidan considerar que en realidad se trata de ciertos sectores que opinan de ese modo, y de los cuales además se desconocen los factores que condicionan sus posicionamientos. Como todo grupo humano, los evangélicos fundamentalistas requieren de un trasfondo que los oriente, y es éste el que quisiera recorrer.

Lo más preocupante, sin embargo, es que los propios evangélicos fundamentalistas no conocen las circunstancias históricas y teológicas que los llevan a hacer lo que hacen y pensar lo que piensan. La propuesta de este texto es afirmar que no conocen su propia procedencia y tradición, como tampoco el contexto del mundo extra eclesial, y que es producto de esta doble ignorancia, interna y externa, que toman las posiciones que toman. La pregunta, en términos de Jesús sería: ¿debemos perdonarlos porque no saben lo que hacen?

 

La novedosa, vieja pretensión

El tipo de pentecostalismo[2] que ha adoptado las posturas más fundamentalistas[3] con respecto a las legislaciones favorables al mundo LGTB se ha hecho famoso a través de personajes icónicos como el pastor independiente Javier Soto. Pese a que él es una versión extrema y que ha actuado de maneras que muchos evangélicos reprochan, su mensaje representa el sentir de una vasta población de evangélicos y pentecostales. Su principal característica, como se ha visto, es la fe en una interpretación literal del texto bíblico. Para él, las afirmaciones de un libro del Primer Testamento son tan válidas para hoy como lo fueron hace dos mil y algo años atrás. El problema es que no solo le parecen válidas para su comunidad, sino que él quisiera verlas aplicadas a toda la sociedad, sin importar si los ciudadanos creen en esas afirmaciones o no.

La pretensión de Javier Soto -en adelante, personificamos a los evangélicos fundamentalistas con él- es sencilla: quiere que el mundo obedezca la Biblia. No hay Constitución de la República que valga contra eso. No hay opinión filosófica, psicológica ni sociológica que pueda sobreponérsele. ¿De dónde sale esta pretensión? Esta es una pregunta fundamental. La pretensión de Soto es que “Chile será para cristo”. Esta frase, que para algunos tiene el status de profecía, es el núcleo del proyecto ideológico pentecostal chileno: que el país algún día, nadie sabe cómo, devenga cristiano evangélico en su totalidad. Por ello, todo lo que desvíe el país de esa ruta es pecaminoso, y en consecuencia, conducente a condenación. De ahí la desesperación por intentar frenar los proyectos de ley que son considerados contrarios a la Biblia[4]. No obstante, esta profecía solo es un síntoma de una enfermedad. La pretensión evangélica es parte de una más antigua y persistente: la católica romana. Desde que el cristianismo se transformó en religión oficial del imperio romano, ha habido un intenso deseo de los cristianos por influir en materia política. Incluso la Reforma Protestante, aunque rompió con conceptos y prácticas importantes de la Iglesia Romana, no deslindó del todo la pretensión de influencia política de los cristianos y las Iglesias. De ahí, por ejemplo, la existencia de estados confesionales protestantes. Los movimientos que se desprendieron de las iglesias protestantes, por lo tanto, con o sin intención, conservaron algo de esa pretensión. Es lo que el teólogo Pablo Richard ha llamado “mentalidad constantiniana”. Es esto, entre otras cosas, lo que ha llevado a los diversos cristianismos en la historia a convertirse de perseguidos en perseguidores. ¿Va Soto por la misma ruta?

Hay dos rasgos que delinear sobre el origen del pentecostalismo chileno. En primer lugar, pese a ser un movimiento históricamente descendiente de las iglesias protestantes y evangélicas, se forjó en las capas bajas de la sociedad de principios del siglo XX. Muchos de sus líderes tuvieron escasa, y a veces nula, formación académica. Junto con ello, hasta hace algunos años -y en algunas denominaciones pentecostales, aun hasta hoy- los pastores no tenían formación teológica mínima. Su única fuente de normatividad era la Biblia, leída de manera literalista. Por lo tanto, si la reflexión intelectual pentecostal en materias teológicas era escasa, lo era tanto más en materias de Estado y sociedad en general. El segundo rasgo es su énfasis místico. El pentecostalismo estableció una separación fundamental entre la Iglesia y el Mundo. Por lo tanto, todo lo relacionado con el mundo carecía de interés[5]. La búsqueda espiritual de experiencias sobrenaturales era una de las razones fundantes del primer pentecostalismo; cabe notar que esto incluía experiencias colectivas para la congregación, y también para el país. De ahí proviene la creencia de que debido a los pecados cometidos como país, Dios podría juzgar a Chile en conjunto mediante actos naturales confirmados sobrenaturalmente mediante profecías. La conjunción de una fe literalista en la Biblia, más el fervor de la experiencia sobrenatural, son dos elementos fundamentales que permiten la mentalidad catastrofista, cien años después, de un Javier Soto.

 

Chile no será

Ahora bien, Soto se diferencia radicalmente del primer pentecostalismo. Para éste último, la influencia en el “Mundo” radicaba en el mensaje de la Iglesia y la práctica de vida de sus miembros. Este primer “Chile será para Cristo” podía seguirse de un corolario: “por el testimonio de la Iglesia”. Con Soto, hemos entrado a una nueva fase: “Chile será para Cristo, o no será”. Será para Cristo nadie sabe cómo: quizá mediante una conversión masiva, quizá mediante la imposición leyes que orienten conductas “cristianas”. “No será”, Soto nos ha dicho como: en tanto que no haya condiciones mínimas que le agraden a Dios, Él atacará al país con catástrofes y/o crisis de todo tipo. Este carácter profético, probablemente tomado del modelo del profetismo bíblico veterotestamentario, imprime una tonalidad tanto más oscura. La única forma de que Chile siga existiendo, es que sea cristiano -y ojalá evangélico-. Lo que extraño de esta lógica es que Europa debería ser ya un cementerio, ¿cómo explicaría esto Soto?

La pretensión de la mentalidad constantiniana no tiene que ver con el evangelio de Jesús. Por lo tanto, la pretensión de la mentalidad constantiniana evangélica, como hija suya, tampoco. El cristianismo no influenció en el Imperio debido a su influencia sobre los poderes, su protesta contra la inmoralidad, ni siquiera su argumentación despampanante. Lo hizo gracias a que fue capaz de penetrar en la sociedad de su tiempo como una alternativa de vida distinta a otras y viable[6]. Soto ignora no solo su historia y desarrollo teológico eclesial contextual, sino también algunos datos fundamentales del cristianismo en general.

Por otra parte, Soto también ignora nociones relacionadas con la secularización de la sociedad como la separación radical entre Iglesia y Estado, el rol de los poderes en la república, y otros. E “ignora” puede ser entendida como desconocimiento, pero también como pasar por alto a algo intencionadamente. En cualquier caso, la actitud de pensar que la Biblia está sobre la Constitución puede ser válida para él, pero no para asuntos de Estado. Soto no solo no sabe que opera bajo el influjo heredado de una mentalidad constantiniana, ni asume que la Biblia es texto y por lo tanto interpretable; ignora completamente la noción de una sociedad secular.

 

La dictadura gay

¿Por qué usar la palabra “dictadura”? ¿Por qué decir que la bandera gay es la bandera de la “intolerancia”? Hace dos años se conmemoraron los 40 años de la dictadura militar en Chile. Fue una instancia nacional de recogimiento y reflexión en que se retomó un énfasis público acerca de las implicaciones del golpe de Estado. Por lo tanto, el uso de la palabra “dictadura” no es inintencionado. Su carga semántica es clara. Lo que se pretende con su uso es equiparar la dictadura pinochetista, con la posibilidad de que se apliquen leyes beneficiosas para personas homosexuales.

Caracterizaré una dictadura por dos implicancias básicas: imposición y restricción arbitrarias de un grupo particular sobre el resto de la sociedad. Para Soto, el hecho de que se legisle a favor de un Acuerdo de Vida en Común (AUC) y posteriormente a favor de un matrimonio homosexual, supone una imposición arbitraria. En ese sentido, quizá podríamos conceder el uso de la palabra -tomando en cuenta la mentalidad sotiana-. Sin embargo, ¿qué restricción supone el matrimonio homosexual, por ejemplo? Ninguna. No anula al matrimonio heterosexual. No hay restricción, solamente se abre una permisión. El bloqueo guarda relación, más bien, con la suposición de que luego se impondrá a las iglesias cierta obligación de casar homosexuales en caso que ellos lo deseen. Aquí está, claramente representada, su ignorancia sobre la separación de Iglesia y Estado (la cual las propias iglesias tienen derecho a defender). Es cierto que el lobby de organizaciones que luchan por los derechos LGTB en Chile es fuerte. Es cierto que hay probabilidad de que, con el paso del tiempo, logren que se legisle en su favor. ¿Pero hay (o habrá) realmente una dictadura gay? Me parece que no. No hasta que se restrinjan las libertades de otros.

Una de las cosas que Soto probablemente ignora -en cualquiera de los dos sentidos dados anteriormente- es que, si bien no todas las iglesias pentecostales apoyaron la dictadura militar de Pinochet, un número importante de ellas si lo hizo. Cualquiera sea la razón que motivó a uno u otro líder a hacerlo, no es asunto de este texto. El hecho es que sucedió a fines de 1974, y en nombre de la fe evangélica se dijo que Pinochet era la respuesta de Dios ante la amenaza del marxismo y su ateísmo[7], junto con la negación de la violación a los DDHH perpetrada por la dictadura[8]. ¿Era esta una dictadura cristiana? Y si lo fue de algún modo -muy restringido, claramente- ¿era eso condición para que fuera apoyada por los cristianos, y especialmente por los evangélicos? Si no hay una reflexión sobre esto, ¿hay entonces validez para protestar por una supuesta dictadura gay? ¿Se niega a la dictadura gay por el hecho de ser dictadura, o solamente se la niega porque presuntamente se piensa que es “gay”? Esta pregunta es crucial para los evangélicos.

Finalmente, cabe notar que la palabra “intolerancia” de la segunda afirmación citada también es relevante. ¿Es realmente intolerante la minoría gay? No se puede negar de los gays, como de ningún grupo humano, que haya personalidades o actitudes intolerantes. El propio Javier Soto es un intolerante dentro del conglomerado evangélico. ¿Convierte eso a la causa LGTB en una causa intolerante? Desde esta mirada, no. Con todo, para Soto si es una causa intolerante, porque va contra su propia causa que es, se supone, la de Dios y por lo tanto la mejor. Soto no ha entendido que esto se trata de permisiones, no de restricciones, que mientras no se le restrinja a él, no hay intolerancia ni dictadura.

 

El fin de los evangélicos

¿Qué significa “evangélico”? El uso de esta palabra en la historia lo aplicó Lutero para referirse al retorno de los cristianos a la enseñanza de Jesús. En este primer sentido el fin, en tanto meta, de lo evangélico es buscar que los humanos y las sociedades, al acercarse a la fe en Jesús, adquieran interiormente una ética de principios como la del sermón del monte, que sostiene la humildad, el servicio, la hermandad. Y el fin, en tanto término, vendrá en el momento en que se olvide que lo relevante de la religión cristiana es precisamente esa meta.

Los “evangélicos” por su parte, son los que adhieren a lo “evangélico”. Pero también, en otro sentido, es un grupo humano con costumbres y formas determinadas de entender la realidad que adoptan ese nombre como propio. Estos evangélicos, en el segundo sentido, no se han entendido a sí mismos y tampoco han entendido el mundo en el que están. Podría decirse que el fin, en tanto meta, de ellos, es el retorno a una especie de cristiandad bajo el paradigma de una mentalidad constantiniana. El fin, en tanto término, está contenido precisamente en esta meta. Dado que un proyecto constantiniano es irrealizable en estas circunstancias históricas, si los evangélicos continúan con esta forma de entender su fe, nada impide pensar que experimenten un decrecimiento progresivo como el que ya experimenta la Iglesia Romana. Sin embargo, este no es el mayor problema que enfrentan. Quizá el mayor y más profundo desafío que tienen es descubrir por sí mismos que ese modelo de cristiandad al que aspiran no es en absoluto lo evangélico. No sea que por enfocarse en luchar contra las legislaciones, olviden que su principal tarea está con las personas (En puntos como este, no obstante, hay que reconocer su valor en poblaciones y cárceles, por ejemplo). En este sentido, si los evangélicos quieren seguir siendo relevantes, tienen el trabajo de redefinir su fin en tanto meta, para no experimentar un fin en tanto término.

Ellos no se conocen a sí mismos, ni conocen a los otros. Pero hay que mencionar, también, que el mundo en el que están tampoco los ha entendido a ellos. El propósito de este texto, pese a que por su extensión deja distintas áreas sin tocar, ha sido ofrecer algunas nociones básicas para proponer ese diálogo. En polémicas tan reñidas como esta, en que pareciera no haber espacio a la discusión consciente del otro, es que se hacen vitales las palabras de Vattimo: “nosotros seremos condenados, o más precisamente nos condenamos a nosotros mismos en la Tierra, cuando chocamos unos contra otros, cada cual convencido de que posee al dios verdadero”[9]. El dios de Soto es un dios del terror, un cristo muy lejos de Jesús. No obstante, no ocuparse en saber sobre él es, de algún modo, la misma ignorancia (en sus dos sentidos) que él tiene sobre los otros. Por ello, no basta con saber de la existencia de Soto. Hay que conocerlo, saber de dónde viene, pues sólo así sabremos cómo afrontarlo. Quizá descubramos que es fruto de la negligencia de nuestra propia sociedad, de la educación en los colegios, etc., y no solo de él mismo y el conglomerado al que pertenece. Y quizá, incluso, nuestra renovada visión sobre él lo descoloque, y si tenemos suerte, hasta lo podría llevar a ampliar sus horizontes de pensamiento. No obstante, si no nos detenemos a analizarlo, ¿qué diferenciaría nuestro desinterés sobre él, del desinterés suyo sobre los otros?

¿Debemos perdonarlos porque no saben lo que hacen? si quienes estamos en desacuerdo con fundamentalistas de todo tipo pensáramos así, aun si fuéramos ateos estaríamos actuando de la forma más cristiana posible: con caridad. No obstante, quizá la pregunta apropiada para este texto sea otra: nosotros como sociedad, sin importar lo que se cree o no se cree, ¿Nos perdonaremos por no saber lo que hemos hecho los unos con los otros?


[1] Aquí las imágenes: http://www.cooperativa.cl/noticias/sociedad/homosexualidad/jovenes-cristianos-protestaron-frente-al-injuv-contra-la-dictadura-g/2015-05-15/102727.html
[2] Desde ya, es preciso distinguir entre protestantes, evangélicos y pentecostales. Para introducirse a la variedad evangélica actual en términos generales, recomiendo la siguiente columna: http://www.elmostrador.cl/opinion/2015/02/26/a-quien-representa-javier-soto-evangelicos-identidad-y-representatividad/
[3] Por “fundamentalismo, apelo principalmente a su carácter literalista, reactivo a nociones modernas. Para seguir, propongo el texto El fundamentalismo religioso, de Klaus Kienzler.
[4] En tiempos de campaña presidencial, Evelyn Matthei se tomó precisamente de esta creencia para señalar que si llegaba a la presidencia, no haría nada “contra la Biblia”. Con ello se refería claramente a las legislaciones favorables al mundo LGTB y al aborto.  http://www.cooperativa.cl/noticias/pais/politica/presidenciales/evelyn-matthei-no-hara-nada-en-contra-de-lo-que-la-biblia-senala/2013-11-25/072701.html
[5] Para seguir en este tema, sugiero El Refugio de las Masas, de Christian Lalive D’pinay.
[6] Para ver más, sugiero Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana. Rafael Aguirre.
[7] Una visión breve y general de los evangélicos y la dictadura pinochetista puede encontrarse en el siguiente texto de Matías Maldonado: http://estudiosevangelicos.org/evangelicos-en-la-dictadura-militar-chilena-documento-de-sintesis/
[8] Fueron pocos los evangélicos que se opusieron claramente desde un principio a la dictadura; a su vez, fueron discriminados por sus propios hermanos por tomar esa posición. Un caso emblemático es el del pastor luterano Helmut Frenz. Sobre él, aquí un texto introductorio: http://estudiosevangelicos.org/helmut-frenz-entre-el-mito-y-el-hombre/
[9] En “Hacia un cristianismo no religioso”, del libro en conjunto con John Caputo, Después de la muerte de Dios.
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