La Concertación se ha inclinado por lo que el economista, investigador y funcionario de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), Javier Santiso, ha planteado. Su tesis central apunta al desarrollo evolutivo pragmático que se ha impuesto en las principales economías de América Latina, las cuales han ido desechando las soluciones económicas maximalistas para solucionar los eternos problemas del continente, y se ha pasado del “mundo ideal al mundo posible”, implementando lo que Santiso denomina como “la economía del posibilismo”; vale decir una desideologización de la política económica, poniendo el caso chileno y brasileño como paradigmas de este fenómeno (Javier Santiso, La economía de lo posible. BID Banco Interamericano de Desarrollo, Argentina, 2006).
Si exploramos desde esta óptica el caso chileno, vemos que se han aplicado todas las teorías económicas maximalistas desde el siglo pasado. En efecto, después de pasar por la economía del “socialismo con empanada y vino tinto” a principio de la década del 70 en el gobierno de Salvador Allende (1970-1973), con una política de matriz marxista que, en rigor produce el golpe de Estado de 1973 alimentado y financiado por EE UU en plena Guerra Fría, en un mundo polarizado y enfrentado entre comunismo y capitalismo, se mudó al otro extremo, a una economía de capitalismo neoliberal salvaje durante la dictadura (1973-1990).
A partir de la recuperación de la democracia, cristaliza la economía del posibilismo que ha gestionado la coalición centroizquierdista ya durante más de diez años ininterrumpidos en el poder. Esta política económica pragmática y desideologizada, está llena de enormes retos al agregarle el concepto “social”; es decir, una economía social de mercado. La estrategia de esta implementación económica pragmática del posibilismo conjuga una economía de mercado con un programa social poderoso, con el objetivo de neutralizar los resultados perversos de injusticia social intrínsecos al mercado privado a su libre albedrío del salvajismo neoliberal. La tesis es: sin regulación alguna por parte del Estado y sin un programa social de envergadura, en una economía de mercado las desigualdades socioeconómicas se reproducen ad infinitum, perpetuándose. El proyecto político -con una enorme dosis de experimentación- que se inició con la centroizquierda en toda esta etapa posdictadura, es histórico y requiere en su análisis, también de pragmatismo para no adelantarse a juicios deterministas.
Los hechos y datos son estos. Chile, por primera vez en su historia, logra una creación de riqueza que ofrece la enorme oportunidad de repartirla. Su poder económico hasta ahora y en solo una década se ha duplicado, lo que ha permitido -por voluntad política de la centroizquierda- disminuir la pobreza y la extrema pobreza en forma sostenida reduciéndola a menos de la mitad de la que recibió en 1990 cuando la dictadura abandona una parte del poder, en este caso el Ejecutivo, pero mantiene todo el poder institucional y económico-financiero creado en dictadura.
En efecto, la Constitución de la dictadura es la ruta institucional de Chile, y por ello, la plena democratización está capturada por la herencia dictatorial. Con estos elementos, los demócratas han tenido que gestionar el poder, paradojalmente, con instrumentos antidemocráticos dentro de un Estado democrático. En Chile, se puede afirmar que se ha logrado la cuadratura del círculo. Y se ha logrado por un pragmatismo a prueba de Constitución pinochetista y otras instancias preñadas por la dictadura como el rocambolesco sistema de elección binominal, que arroja un 50% al que recibe un 30%.
Un periodista norteamericano que cubría la ceremonia histórica de entrega del poder por el ex dictador, Augusto Pinochet, al flamante primer Presidente de la recobrada democracia, Patricio Aylwin, comprueba atónito que en la misma sala de los invitados, que conversaban con un vaso de refresco en las manos, estaban el ex dictador y Hortensia “Tencha” Bussi, viuda de Salvador Allende. Un pragmatismo político como solo Chile, país por naturaleza experimental, puede gestionar.
Con la política económica, es casi lo mismo: están todos los actores, con todos sus dogmas en silencio, controlados y contenidos, en el mismo salón, conversando sobre el tiempo. Sólo para hacer posible la gobernabilidad y evitar un nuevo trauma social que, pareciera, ningún actor político quiere para Chile.
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