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Tolerancia y democracia versus intolerancia y autoritarismo: MOP-GATE

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 28/12/2002

Publicado también en Primera Línea (La Nación)

 

La mayoría de las catástrofes humanas se han producido por la sinrazón de la intolerancia, que siempre ha culminado en la locura de la violencia y la corrupción. Desde los romanos cuando saquearon Cartago dejándolo convertido en escombros; cuando los conquistadores (invasores para muchos) españoles destruyeron por completo las civilizaciones precolombinas azteca e inca después de haber ejecutado a sus hospitalarios anfitriones como  Atahualpa; cuando el absolutismo confesional de la Iglesia católica creó el sistema pervertido y criminal de la Inquisición; cuando millones de inocentes murieron en la I Guerra Mundial, que fue cuando se usaron las primeras armas químicas para el exterminio masivo; cuando los nazis y fascistas decomisaron los libros para ser quemados y después Europa entera ardía convirtiendo las ciudades y los seres humanos en un montón de ruinas y cenizas; cuando el totalitarismo stalinista del “comunismo real” asoló los sueños de un mundo mejor dejando una hojarasca de cuerpos asesinados; cuando el terrorismo religioso derrumbó las Torres Gemelas;  y en Chile, cuando la barbarie pinochetista desalojó (concepto, ¡ay! de plena actualidad en la derecha chilena) a sangre y fuego la democracia e instauró el terrorismo de Estado, en fin, en todos estos hechos, y la lista es interminable, siempre hubo, en medio del desastre, los que continuaron luchando contra la intolerancia y la corrupción, construyendo la tolerancia como promesa de cordura.

Todos los estudios de la antropología social sobre las sociedades llamadas primitivas hasta ahora realizados (“primitivas” no en el sentido peyorativo del término, sino porque carecen de tecnología elaborada y de dinero), han descubierto que estas sociedades tienden a reunirse en grupos con identidad cultural propia, como es una lengua, creencias religiosas, costumbres, etc.; y que a partir de esa identidad cultural se auto valoran positivamente, tendiendo a catalogar como a un extraño al que entra en su categoría cultural. Este descubrimiento de la antropología social nos enseña que el reconocimiento del derecho del otro es la condición indispensable para que la tolerancia sea recíproca y, lo más importante, que la tolerancia es una construcción cultural y social. La tolerancia, por lo tanto, no es otra cosa que poner por encima de nosotros mismos al otro, dotado éste de un origen cultural y social, religión, idea política, status social, género y orientación sexual, como un igual a nosotros en su condición humana, y aceptarlo y abordarlo en su total especificidad. En este sentido, el aprendizaje de la tolerancia debe ser una disciplina de la vida, pues más que ser una actitud innata en el ser humano, es un saber. La intolerancia puede definirse, entonces, como una atrofia en el aprendizaje, y, por tanto, se fundamentaría en la ignorancia.

Ahora bien, para que el comportamiento de construcción cultural y social de la tolerancia sea realidad se requiere, como condición esencial, la libertad política de un Estado democrático de derecho que garantice la pluralidad y la transparencia en la conformación de una sociedad multicultural y anti corrupta. Esto implica, que la construcción de la tolerancia y la anti corrupción en el sistema democrático está en permanente evolución y es, prácticamente, una revolución a nivel mental  y social aún por hacer o, mejor dicho: siempre haciéndose. Este dinamismo intrínseco en la construcción de una sociedad tolerante y anti corrupta, implica un esfuerzo permanente de todas las instancias del poder y de los grupos sociales para defender, en forma transparente, la circulación libre de la ideas políticas, creencias religiosas, comportamientos, formas de comunicación, condición y orientación sexual y de género, actividad económica, etc., capaz de neutralizar cualquier situación extrema de abuso de poder que pueda desencadenar la intolerancia y la corrupción.

Es, entonces, bajo el sistema autoritario donde la intolerancia  y la corrupción tienen su campo de cultivo más fértil. En un Estado totalitario no hay instituciones públicas ni sociales capaces de garantizar la fiscalización de las personas, de las organizaciones, de los  partidos políticos (que siempre es uno solo en este sistema), y al mismo Estado, ya que todo el poder estatal está supeditado a los estamentos autoritarios estatales que reprimen cualquier indicio de crítica, incluyendo, en primerísimo instancia, a los medios de comunicación. Es en  el sistema totalitario donde puede florecer la intolerancia y la corrupción a su antojo.

Ya sabemos, pues,  que la intolerancia desciende por línea directa del autoritarismo, el cual se muestra siempre como verdad absoluta. Pero hay también que tener cuidado cómo se practica la tolerancia en el sistema democrático, porque ya sabemos de la tendencia incontenible de la voluntad del poder hacia el abuso y la corrupción. También, como casi todo, la tolerancia tiene sus trampas. El poder se muestra indulgente y hace concesiones para que se pueda decir lo que se quiere, siempre y cuando no se le cuestione en forma estructural o no se denuncie la corrupción. La verdadera tolerancia democrática es otra cosa: es aceptar como principio que las ideas de los demás puedan estar en lo cierto, tanto como las nuestras, y que el ejercicio del poder también en democracia tiende a la corrupción. Por este motivo, deben existir siempre los mecanismos y las instituciones imparciales que estén siempre alertas para encender la luz roja para denunciar la intolerancia y/o la corrupción allí donde se presente. Por otra parte, existen manifestaciones culturales, como el asesinato por razones de honor o la oblación del clítoris, que son imposibles de respetar dentro de arco pluricultural. Estas categorías culturales son más bien una deformación cultural que sublima la intolerancia en favor de un, casi siempre, dogma religioso o por una ancestral y supuestamente  inmutable costumbre.  En este sentido, las religiones, demasiadas veces,  son verdaderos modelos de intolerancia;  aquí cabe destacar, actualmente, la musulmana, que simboliza la opresión más acabada y perversa contra las mujeres con sus leyes que, comparadas con la religión católica en el mundo occidental, las retrotrae y reinstala en pleno medioevo.

Para  que la tolerancia sea efectiva, se debe ejercer una pluralidad crítica,  real e indisoluble como el mejor antídoto contra la intolerancia y la corrupción. El movimiento y las organizaciones ONG:s, y todos los medios de comunicación alternativos, son los  verdaderos parámetros del pulso democrático, como también, qué duda cabe, los mismos estamentos controladores y fiscalizadores del Estado democrático. Los primeros y los últimos, deben ser adictos a un tipo de tolerancia: la que está siempre al acecho del beneficio de la duda, esto la salva de la intransigente intolerancia y de caer en la corrupción.  O sea, la tolerancia de calidad es aceptar la tolerancia crítica  permanente de sus propios postulados.

Jaime Vieyra-Poseck

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