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Contra las emociones, por la pasión.

por Carlos Eduardo Maldonado
Artículo publicado el 04/01/2019

Resumen
Este artículo argumenta que existe toda una ingeniería social interesada en desplazar las pasiones en nombre de las emociones. Una actitud semejante consiste en al negación tanto del cuerpo como de la naturaleza, y ulteriormente de la vida. El énfasis en las emociones corresponde a una concepción encefalocéntrica del mundo y de la vida. Mientras que el cerebro y la mente miente y nos engañan en ocasiones, el cuerpo jamás nos miente. Escuchar al cuerpo es una sola y misma cosa con saber de las pasiones.

Palabras clave
Pasiones, cuerpo, vida, naturaleza, libertad

 

Es sospechoso el aluvión de estudios, referencias, conferencias y trabajos en torno a las emociones. “Inteligencia emocional” lo ha llamado un autor, y la mirada se ha volcado en torno al manejo, control y expresión de las emociones.

Pues bien, el desplazamiento de la mirada hacia las emociones ha sido exactamente la misma dinámica mediante la cual se he echado un velo de silencio y de proscripción sobre las pasiones. Al fin y al cabo la lectura sobre las emociones es un reduccionismo a favor del cerebro y un rechazo del cuerpo. Las emociones brotan del cerebro, y concomitantemente del sistema endocrino, en tanto que las pasiones remiten a los humores del cuerpo, a la importancia de una cierta dimensión ctónica del mundo y la existencia.

El ser humano de las emociones es, en efecto, un ser neurólogico, neuronal, y numerosos neurólogos se han volcado consiguientemente sobre el manejo de la inteligencia (emocional) y la búsqueda y afirmación de la felicidad, convirtiéndose así en lacayos de los poderes de facto, negadores de las pasiones y disciplinantes de la vida humana.

Digámoslo de manera franca y directa: el acento sobre las emociones consiste en la proscripción de las pasiones, lo cual, políticamente, se traduce en domesticación, control y sujeción. Las pasiones han sido siempre indomables, y lo indomable ha sido siempre recusado por las iglesias, los poderes, los estados, las corporaciones.

Biológicamente, la biología de las pasiones encuentra en los estados humorales –sí: humores-, un capítulo determinante en la historia de la medicina, desde la Grecia antigua hasta el siglo XX. Cuando comienza a producirse el giro hacia las emociones. La salud humana era comprendida en función de los equilibrios entre los humores, que eran cuatro: la bilis negra, la bilis, la flema y la sangre – todos líquidos (paradójicamente, en esta época de la modernidad líquida, al decir de la sociología conservadora de Z. Bauman). En pocas palabras, el exceso o deficiencia de líquidos alteraba, según el caso, la salud y la personalidad de las personas. Al cabo, los humores tanto se encarnaban como se expresaban en órganos bien determinados: el corazón, el hígado y en especial la vesícula biliar, el bazo, y la díada corazón-pulmones.

Los humores fueron durante siglos los medios de circulación de las pasiones. Social o culturalmente, sin exageraciones, la vida social consistía en compartir humores. Lo cual conduce a una visión pagana, secular o laica de la existencia, y que se expresa exactamente en los carnavales las fiestas, los ditirambos, los bufones, los poetas y los narradores de historias, notablemente.

El savoir vivre, al cabo, no es otra cosa, que una buena disposición de buenos humores. Contra esta sabiduría de vida se impone, de un lado, la inteligencia –y todos los mitos sobre coeficientes intelectuales, CI-, y de otra parte, el espíritu de seriedad, de compostura, de control de la risa y del cuerpo, en fin, la disciplina, los llamados “hábitos saludables”, la vida políticamente correcta. Con acierto, F. Pessoa ha llamado a esta forma de vida como el “desasosiego”. Asistimos, a la postre a la conquista de la realidad a costa de la pérdida de los sueños, y un grano de locura: la hybris.

En efecto, en la Grecia antigua la hybris era un componente –sí: dionisíaco- de la existencia, y el mundo estaba lleno de pasiones (pathos). Nietzsche tiene toda la razón cuando acusa la decadencia de la civilización occidental con el triunfo de la razón (logos), que sucede antes de Platón, con Sócrates mismo – esa historia mediante la cual asistimos al hundimiento del cuerpo en nombre de la razón y la palabra convertida en estrategia y método.

La historia del judeo-cristianismo puede ser condensada en una sola fórmula: la supresión del cuerpo en nombre de la razón o el alma, lo mismo da. Precisamente por ello, se impone el monoteísmo sobre el paganismo (= pluralidad de dioses), y dios aparece como el Gran Conocedor, jamás el Espíritu Alegre y Retozón. Basta recordar que el dios occidental, ya sea en su faceta cristiana, judía o musulmán, ama, perdona, olvida, pero nunca ríe. En contraste con los dioses anteriores y exteriores al monoteísmo, desde Mesoamérica hasta la India, y desde los países escandinavos hasta la deidades africanas. El dios occidental es siempre adusto, severo incluso, muchas veces implacable, pero jamás entiende las risas y bromas del espíritu humano, y de la naturaleza.

En correspondencia, los poderes verticales jamás han aceptado la risa, y la han proscrito de sus salones. La risa: la expresión más inmediata y directa del (buen) humor, el desparpajo, la ironía y el sarcasmo. Buenas señales, todas, de una vida apasionada, no de aquella de la “inteligencia emocional” (horribile dictum). (Digamos entre paréntesis, que, en rigor, la inteligencia emocional es un pleonasmo, o una cacofonía: pues es el control racional sobre el sistema neuronal – pura tautología. Y así manejan hoy a las masas. Desde la educación y la política hasta la administración y el derecho).

En los seres humanos, pero en general en los seres vivos, existen dos formas de comunicación principales: la comunicación nerviosa, y la comunicación hormonal. La primera pivota en torno a la importancia del sistema nervioso central. La vida es entendida entonces como el manejo del temperamento nervioso, para lo cual la cultura resulta invaluable. La comunicación hormonal, sin duda la más importante, terminará al cabo siendo controlada por la industria farmacéutica. La cultura actúa, consecuentemente, como sucedáneo del sistema hormonal, con lo cual el cuerpo termina siendo controlado por todo el sistema de la cultura (signos, símbolos, procesos de racionalización, mecanismos de supresión y desplazamiento, etc.).

Hoy por hoy, la inmensa mayoría de personas parece estar insatisfecha con su cuerpo. Lo cual es un problema de inteligencia emocional (sic). El cuerpo es la gran víctima del desplazamiento de las pasiones por culpa de las emociones. Incluso la filosofía de la medicina observa en los estados límites –estados cercanos a la muerte-, la separación del alma del cuerpo. ¿Cuánto pesa el alma? Los estudios empíricos aportan una respuesta precisa: veintiún gramos, que es lo que resulta de pesar una persona convaleciente de un cadáver.

La biología y la medicina políticamente correctas han llegado para aportar traducciones a las pasiones. Así, en lugar del desenfrenado y desenfadado: “¡Te amo!”, aparecen diversas respuestas, tales como las siguientes: “Mi cerebro produce una cantidad enorme de proteína de configuración 9”. O al revés: “¿Sabes qué? Lo que sucede es que he dejado de producir proteínas de configuración 9”. O igualmente: “Mi hipotálamo se baña en lulebirina”, a lo que le corresponde en caso contrario: “Mi hipotálamo está secándose en lulebirina”. Y así, todos los avatares entre Dafne y Cloé, o entre Abelardo y Eloísa, o entre Romeo y Julieta, o entre Ana Karerina y el príncipe Vrodsky, o acaso también entre Tristán e Isolda, por ejemplo, se reducen a componentes neurológicos y de neurotransmisores, o a simple cuestión de “inteligencia emocional”.

O bien, igualmente, para designar que se tiene hambre o no: “Mi colecistoquinina está aumentando dramáticamente”; o en caso contrario: “Mi colecistoquinina ha disminuido”. La pobreza y el hambre, problemas endémicos de un sistema económico esencialmente injusto y violento pueden ser ocultados en jerga y emociones que ocultan drama y tragedia – componentes esenciales de una vida abocada a pasiones.
Los ejemplos pueden multiplicarse a voluntad.

Existe toda una estrategia, de tiempo atrás muy bien orquestada de ingeniería social en toda la extensión de la palabra, para eliminar las pasiones, para lo cual el “descubrimiento” de las emociones resulta determinante. Y las neurociencias desempeñan un papel cardinal al respecto. Es toda la historia del encefalocentrismo y la creencia de que el cerebro es el órgano más complejo en el universo. Al fin y al cabo, se dice, el origen de las emociones y los sentimientos se encuentran en el cerebro. Así, como si el cerebro estuviera separado del cuerpo. Esa instancia en donde Descartes situaba al alma (en algún lugar próximo a la glándula pituitaria).

De esta suerte, las neurociencias vienen a desempeñar hoy en día el papel que ayer llevaba acabo la religión y la teología: anatematizar al cuerpo, y salvar el alma a costa del cuerpo.

Las pasiones remiten a lo ctónico del mundo y la existencia; al backstage, si se quiere, para usar el lenguaje de moda en la administración y en las ingenierías. La dimensión telúrica del mundo y de la existencia debe ser transcrita en caracteres de control, o en su defecto, debe ser eliminada. Es lo que acontece, notablemente, con la aleatoriedad. El azar debe ser domado –para lo cual la teoría clásica de probabilidades, o en su defecto, más recientemente, los estudios de riesgo- deben ser inaplazables.

No en última instancia, la supresión de lo telúrico se tradujo en la negación de la naturaleza, o en su asunción como “recurso natural”, frente a la cual, los seres humanos llegaron a ser objeto de “recursos humanos”, como se afirma en numerosas empresas e instituciones. De esta suerte, la eliminación de las pasiones consistió exactamente en la instrumentalización de la naturaleza, y toda la tragedia de los bienes comunes, como lo ha dicho una economista destacada (E. Olstrom).

Las divinidades ctónicas y sus misterios fueron los primeros que desaparecieron, cuando el cristianismo se hizo religión oficial del Imperio Romano. En el imaginario cultural y académico resuena lo políticamente correcto: pero existe un supino olvido sobre Samocracia: la Gran Madre, Hécate y Afrodita, Cadmilo mismo, en fin, los misterios eleusinos, de los cuales hasta los esclavos eran participantes. La hybris, el pathos, y la madre tierra. Un entendimiento sensible capta a lo que apuntan estas reflexiones. Cuando el mundo era pagano; ¡y ahora que está volviendo a serlo!

* * *

Pues bien, el encefalocentismo ha llegado a jugar un papel nefasto. No en vano, el proyecto BRAIN o también, la iniciativa BRAIN (según si se mira a Estados Unidos o a Europa) son asuntos estratégicos en toda la línea de la palabra. De allí nacen y allí se nutren las neurociencias, la neuroeconomia y el neuromarketing, la neuroeducación y el neuroderecho, la neuroética y otros campos próximos. Todo apunta a la descalificación del cuerpo como descalificación de las pasiones mismas.

Es correcto decir emociones; no lo es (tanto) hablar de pasiones. Toda una cosmovisión pivota en un caso o en el otro. Y concomitantemente, se desprenden en un caso o en otro formas de vida, estilos de vida, estándares de vida.

Las emociones son orquestadas y socialmente construidas. Por su parte, las pasiones conducen a lo espontáneo, a la ausencia de control, a la libertad misma, en fin, al azar y la aleatoriedad.Una risa orquestada es fea o ridícula; y es bien sabido que lo contrario a la belleza no es la fealdad, sino lo vulgar. Vivimos en un mundo feo por vulgar, banal y malo (H. Arendt) por superficial. La profundidad del espíritu siempre atraviesa por una sonrisa libre y espontánea, sincera y cálida.

Los niños no saben de emociones; como tampoco los amantes, las familias alegres, o los amigos sinceros. Todos están imbuidos de pasiones, las cuales desbordan las clasificaciones de la axiología y la ética, de la religión y la educación.

Hoy por hoy se quiere formar a seres libres, a seres felices, seres equilibrados, se quiere formar y trabajar en términos de inteligencia emocional, pero jamás se habla de la importancia de las pasiones, esa expresión sin la cual la vida deja de ser vida.

La expresión más directa a inmediata de la naturaleza, para cada quien, es su propio cuerpo. Mientras que la mente nos engaña o nos puede engañar –en eso consiste en pintura el trompe-l´oeuil-; o juegos de percepción, que se aprecian en Escher, entre otros-, el cuerpo jamás nos miente. La tragedia estriba en que no sabemos escuchar al cuerpo, que siempre nos habla, y en más de un lenguaje. Llegamos a escuchar al cuerpo, al cabo, cuando puede ser incluso muy tarde. Una vida de pasiones es una vida que sabe del cuerpo, como de la naturaleza misma, la cual es siempre buena, por definición. De la misma manera como el cuerpo jamás nos miente, la naturaleza no sabe de acciones malas o perversas. Uno de los lenguajes comunes a la naturaleza y al cuerpo es el lenguaje de las pasiones. Plurales siempre, complejas, impredecibles, emergentes. Pero saben siempre autoorganizarse, mucho más allá y mucho mejor de lo que la mente y el cerebro creen.

¿La mente? Sí, esa que desborda con mucho al cerebro y que remite y ancla, siempre, en el cuerpo.

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