EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVI
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTORES | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE
— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —
Artículo Destacado

Crítica de la razón periodística. Brevísimas notas desde otra racionalidad.

por Fernando Franulic
Artículo publicado el 25/06/2021

Resumen
El texto establece una interpretación sociológica sobre el papel sociocultural del periodista en la sociedad de consumo. Primero, realiza una comparación con el desempeño de una tarea de ingeniería social. Segundo, efectúa un símil con la etnografía de la ciencia antropológica clásica. Y tercero, surge el cuestionamiento sobre su relación con la historia contemporánea.

Palabras clave
Periodismo, Racionalidad, Historia, Investigación Social, Razón Poética

 

I
La profesión de periodista –y específicamente el periodismo televisivo– en la actualidad se asemeja a otros oficios: al oficio del ingeniero social; al oficio del etnógrafo; y al oficio del historiador. Desde los lugares privilegiados de los medios de comunicación, el periodista extiende su mirada –ingenieril, etnográfica, histórica– hacia una sociedad escindida, dividida, separada.

La sociedad ha sufrido una primera partición: entre quienes pueden manipular las imágenes y los otros. Lo fundamental es el nexo entre las imágenes audiovisuales –televisivas, en cualquier caso– y los sujetos con sus individualidades. En dicho vínculo se juega gran parte de la posibilidad del modelo societal. Así, la presencia o la ausencia de informaciones, sin dejar de ser relevante, pasa a un segundo plano, puesto que las imágenes espectaculares son las que triunfan en la fundación de una sociedad paralela, una tele-sociedad, la cual es, muchas veces, idealizada por la población de la clase acomodada –la ideología es implacable e impecable–; es el espacio de las fantasías y los fantasmas, el de las proyecciones más íntimas y personales.

La sociedad legitima y valora el mundo espléndido que producen las estrategias televisivas: la telerrealidad, los estelares, las teleseries, la opinología, la publicidad, etcétera. Y dentro de esta producción de realidad, el periodista tiene el rol de la profesionalización ingenieril, en el contexto frívolo de la llamada farándula y de los múltiples espacios hechos de oropeles y de bisutería.

En suma, este mundo del espectáculo es una creación que se dirige al control de la subjetividad: allí radican la moda y el consumo, es decir, la individualidad prisionera de las significaciones sociales de los valores de uso[1].

En este sentido, el capital ha arribado a un nivel tan elevado de acumulación que se ha transformado en imagen: es él mismo y su doble sensible, su reproducción imaginaria, su simulacro como significante. Por esta causa, el trabajo con las imágenes del mundo espléndido es un acrecentamiento del consumo, por tanto, del capital[2].

Aquí el periodista toma el papel social de un ingeniero social que ayuda a diseñar el circo fantasioso del capitalismo tardío.

II
La segunda partición de la sociedad está relacionada con la exclusión social, la cual se expresa en una marcada segregación urbana y en una totalidad humana que no participa plenamente de los derechos del resto de la llamada ciudadanía. El capitalismo tardío produce –como lo ha hecho en cada época de su desarrollo– una marginalidad y una población flotante que se debe controlar.

En una era post-disciplinaria, los dispositivos de control se multiplican y presentan una importante adaptabilidad: a veces son tomados del pasado, como es el caso de los regímenes penitenciarios; otras veces son nuevos, como las cámaras de televigilancia y las bases de datos. Y, por cierto, la televisión se constituye en otro mecanismo de control[3].

Entonces, la sociedad del control y del espectáculo utiliza dos figuras contrapuestas, aunque dialógicas: el “mundo espléndido” –al que ya hicimos referencia– y el mundo miserable. En este último, los formatos de reportajes, de “especiales”, de crónicas, nos muestran a los pobres y a la sociedad incivil, es decir, la miseria que genera el capitalismo, sin –por supuesto– nombrar la causa de esta situación estructural de la sociedad. En los noticieros y en los reportajes, el “mundo miserable” toma, básicamente, dos formas: la aflicción por la pobreza, encauzando de este modo la caridad privada y la responsabilidad social empresarial; y la denuncia de los antisociales, permitiendo así la visualización de estos comportamientos desviados y su peligrosidad –bajo una categoría bastante cuestionable y dudosa (antisocial).

En este sentido, los periodistas al investigar estos mundos mutan a una etnografía del tiempo presente: son testigos y documentadores de la otredad que existe en la propia sociedad actual. Podemos decir que el símil es con la etnografía clásica. Cuando el etnógrafo viajaba, en los tiempos iniciales de la antropología, a zonas apartadas para indagar sobre las propiedades y las mentalidades de las sociedades primitivas, la observación que desenvolvía alteraba el devenir de dichas sociedades. Luego, el etnógrafo volvía a su país, con sus notas y sus percepciones, pero la sociedad que dejaba atrás ya no era la misma: había sido transformada y trastocada por una situación exógena.

El oficio etnográfico del periodista también consiste en enfrentarse con la otredad. Sin embargo, este ejercicio lo desarrolla sin variaciones espaciotemporales y sin preguntas epistemológicas. Se trata de mostrar, de visualizar, de televisar, una relación posible con lo Otro. Pero a un nivel ético es complejo: el método del periodismo implica exhibir y denunciar, aunque no existe ningún tipo de compromiso con el devenir de aquellos sujetos observados. Los individuos o grupos reporteados quedan filmados, expuestos, revelados, pero nadie se hace cargo de las dificultades que pueden manifestar ellos, luego de la experiencia periodística.

Los archivos del periodismo se han colmado de notas, crónicas, reportajes, programas de prensa y especiales de noticias, sin embargo, el periodismo no ha planteado ninguna hipótesis sobre el “mundo miserable”. Eso nos habla de la falta de sustento teórico de sus ejercicios: nunca se pasa de la etnografía a la etnología.

III
En el cruce del mundo espléndido y del mundo miserable, el periodismo sitúa toda la carga de actualidad, de contemporaneidad: podríamos decir que allí se encuentra la Historia. Es común la opinión de que el periodismo es la historia contemporánea en su proceso de construcción, de constitución. Si el periodismo fuese una etnología del tiempo presente, de la misma sociedad mirada en sus circunstancias actuales, aquello podría ser posible. Pero no es así.

La prensa y las prácticas periodísticas conforman, en el marco de ciertas metodologías, las fuentes impresas para la escritura de la historia. Estas fuentes deben ser despolvadas, despojadas, desgarradas, de las ideologías y de los discursos que contienen. El oficio de periodista y de cronista siempre ha presentado un poder simbólico, por tanto, es importante filtrar aquellas fuentes de su manejo por parte del dominio político y social.

Por otro lado, el periodismo no puede constituir nada más que una fuente, puesto que todas las informaciones de la realidad contemporánea son entregadas y analizadas casi desnudas de un contenido más profundo. En este sentido, la coyuntura actual, del tiempo presente, carece de trama, de sentido[4]; se trata de la ausencia de una estructura diacrónica. Esta puede lograrse cuando la historia –en su versión post-positivista– establece tres contratos[5]. La noción de contrato aquí es metafórica.

En primer lugar, un contrato político. La disciplina de la historia fundamenta con sus investigaciones el paso de una sociedad tradicional a una sociedad moderna; a la modernidad. Y esta modernidad incluye un compromiso con la democracia y los derechos humanos.

En segundo lugar, un contrato científico. La historia como disciplina sigue un método empírico y se guía por reflexiones epistemológicas. Las investigaciones históricas, además, presentan diferentes escuelas y tendencias teórico-metodológicas, lo que enriquece el debate de la comunidad científica.

Y en tercer lugar, un contrato literario. La ciencia histórica, pese a su rigor metodológico, no debe dejar de ser un relato. Al historiador se le exige, como lo hizo desde el surgimiento de la disciplina, que cuente la historia. En este sentido, la historia es la más literaria de las ciencias sociales, la más cercana al tropo y a la narrativa.

Posterior a la hegemonía del positivismo, la disciplina histórica –como es el caso de la historia francesa de los Annales y la historia marxista británica– entra en una fase donde lo fundamental era estudiar las estructuras colectivas y hacer un relato de ello. Esto quiere decir, hacer la historia de los individuos y los grupos anónimos de la sociedad, los que están a la base de la estructura social: los pobres, los campesinos, los rebeldes, las mujeres; con sus respectivas formas de vida socioeconómica y sus representaciones sociales.

El periodismo, al contrario, no se interesa por la historia de las bases estructurales de la sociedad, sino que, únicamente, quiere presentar un extracto de esa historia, de manera descontextualizada y sin el peso de los conceptos.

IV
Como el periodismo no puede pasar de la etnografía a la etnología, tampoco puede pasar de la crónica a la historia. Me parece que el problema no se resuelve en un plano técnico, sino que lo hace –en parte– en la racionalidad de estos campos disciplinarios.

En la clásica distinción de Max Weber, entre razón sustantiva y razón formal, el periodismo realiza sus proyectos de ingeniería social, de observación etnográfica y de crónica del tiempo presente, siguiendo una racionalidad instrumental.

El periodismo es un instrumento al servicio de la dominación social. El peligro de no basarse en una racionalidad con arreglo a valores o en una racionalidad comunicativa, está conformado por una máscara que pueden recubrir a los grupos humanos: es la infra-historia. Es decir, la infra-historia es el surgimiento de períodos históricos donde lo humano queda desgarrado, desmembrado, fraccionado, entre lo que es y lo que no es, triunfando el segundo término. Por dicha causa, se habla de la “máscara”: son momentos de la historia donde se pierde lo genuino y lo original[6].

La infra-historia de nuestro tiempo presente, solo podría ser superada si la racionalidad es metafórica, es decir, poética[7]: relevando toda la sensiblería, el sensacionalismo, la instrumentalidad y la banalidad, daría paso a lo Sublime.

Fernando Franulic

NOTAS
[1] Baudrillard, Jean, Crítica a la economía política del signo, 1974.
[2] Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, 2008.
[3] Hardt, Michael, La sociedad mundial del control, 2005.
[4] Veyne, Paul, Cómo se escribe la historia: ensayo de epistemología, 1972.
[5] Rancière, Jacques, Les noms de l’histoire. Essai sur la poétique du savoir, 1992.
[6] Zambrano, María, Persona y democracia, 1993.
[7] Zambrano, María, Claros del bosque, 2006.
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴