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Critica de la teología laica

por Carlos Eduardo Maldonado
Artículo publicado el 19/01/2023

Carlos Eduardo Maldonado
Profesor titular, Facultad de medicina, Universidad El Bosque, Colombia
maldonadocarlos@unbosque.edu.co
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9262-8879

 

Resumen: Este artículo sostiene que vivimos en un período dominado por una teología laica; se trata de la proliferación de textos, documentos, declaraciones y demás de los distintos organismos multilateral, alrededor del mundo. Organismos de diverso calibre y de distinta extensión. El artículo hace una crítica de esta teología y de sus alcances y consecuencias. La vida de la sociedad no puede ser dominada por criterios de autoridad.

Palabras clave: Organismos multilaterales, ciencia, vida, crítica

 

Los organismos multilaterales son cada vez más tomados como criterios de autoridad, como referencias válidas, en fin, como fuentes de hechos y datos. Esto es, pura teología. Sólo que laica. Los distintos organismos multilaterales ―por ejemplo, la FAO en materia de alimentación; la UNESCO, en materia cultural; Naciones Unidas, para temas de seguridad o de derechos humanos; la OTAN, en materia de guerra, paz, armamentos y estrategia; el FMI o el Banco Mundial, para temas de economía, finanzas, gastos o inflación; la OMS, para asuntos de salud y enfermedad, o también, en otro plano, el Foro Mundial de Davos y su presidente K. Schwab, para temas de inteligencia artificial o de revoluciones técnico-científicas, por ejemplo―, son adoptados por numerosos académicos y por los grandes medios de comunicación como fuentes indudables de credibilidad.
Cuando la verdad es que en ciencia no existe autoridad alguna. Y ciertamente, un organismo multilateral, aun menos puede serlo.

Los organismos multilaterales fueron invenciones de un tiempo de crisis bien determinado: el final de la segunda guerra mundial, y el establecimiento de la guerra fría. Y hoy son asumidos, incluso como si la guerra fría no hubiera terminado.

Los médicos acuden, específicamente a partir de la pandemia del Covid-19 a la OMS como fuente de credibilidad y confianza. Los gobernantes y académicos, a las mediciones del Banco Mundial, y los militares, por ejemplo, a las determinaciones de la Otan.

De manera acrítica, se leen los informes, declaraciones y demás documentos elaborados por los diferentes organismos multilaterales y se los asume como verdaderos sin más, como “cosas que hay que conocer” y “así se dicen”, y demás. El colmo de este estado de cosas es el tema de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), elaborado por Naciones Unidas que son asumidos como si tal, como si nada; a propósito de la crisis ambiental.
Los ejemplos se pueden multiplicar a voluntad, dependiendo del campo, problema o interés.

I
Dicho de manera rápida, la teología consiste en el conocimiento de la divinidad, y se da a la tarea de establecer cuáles son los fundamentos incuestionables–dogmas-, las verdades, los caminos, pero también los desatinos y errores que conducen a la divinidad o que alejan a los seres humanos de ella. Significativamente, mientras que existe espiritualidad en la naturaleza, la teología es un asunto eminentemente humano. No en última instancia, se trata de un asunto de poder, en cualquier acepción de la palabra.

Sorpresivamente, ni Siddartha Gautama, ni Jesús de Nazareth, Lao Tzé o el propio Mahoma, por ejemplo, tuvieron, afirmaron ni se pronunciaron jamás en la dirección de una teología. Las teologías surgen como institucionalización de ritos, poderes, normas e instituciones, en sentido amplio.

Dicho de manera puntual, las teologías operan como negación y en oposición, y su atmósfera y espíritu final es distintivamente normativo; esto es, dicho en el lenguaje contemporáneo, conductista. Y son siempre, finalmente, verticales. Todo lo contrario a la vida.

Existen teologías religiosas –he aquí un pleonasmo o un truismo-, pero existen también, y muy recientemente, teologías laicas. Las primeras se configuran expresamente como iglesias, en cualquier acepción de la palabra. Las segundas en torno a instituciones. Pero la verdad es que “institución” es el nombre secular, hoy por hoy, equivalente a “iglesias”. Todo el institucionalismo y el neoinstitucionalismo, surgidos en las últimas décadas del siglo XX –institucionalismo y neoinstitucionalismo económico, político, sociológico, notablemente- no son otra que la expresión laica y secular de una iglesia. No hay, dicho de manera puntual, salvación por fuera de la iglesia (en cada caso). Pues bien, la vida social, lato sensu, es imposible por fuera de las instituciones. Independientemente del énfasis local, o en ambientes no locales.

El institucionalismo y el neoinstitucionalismo emergen exactamente en lo que Ch. Taylor ha denominado correctamente como la era secular (Taylor, 2014). Frente a la crisis o caída o desplazamiento –según se prefiera de las religiones, las instituciones emergen con la misma función y con la misma finalidad. Semiótica o semiológicamente, las iglesias y las religiones de un lado y las instituciones en sentido amplio e incluyente, son una sola y misma cosa.

Frente a la idea de una religión única y una iglesia por encima de todas las demás, la secularización consiste en el reconocimiento de la multiplicidad y acaso convivencia –obligada- de muchas y distintas formas de ritualización. Algo perfectamente sorpresivo e indeseable para los círculos más conservadores, fundamentalistas y ultramontanos.

Pues bien, en este contexto, emerge, quiero decirlo, un abanico amplio de una teología laica. Se trata justamente de los organismos multilaterales: de corte mundial, continental o regional.

II
Nadie inteligente cree en los organismos multilaterales. Estos no están para pensar, sino para determinar acciones y proceso de toma de decisión. Mucho mejor, su función, presuntamente tan sólo reguladora, es eminentemente normativa. Principio de poder. Los casos más conspicuos son, sin lugar a duda, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), y la Organización Mundial del Comercio (OMC) (Peet, 2003). Pero, más recientemente, en el marco de la pandemia de covid-19, también la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un mundo, análogamente a las grandes corporaciones, de siglas. Claves de poder, artilugios del lenguaje, juegos de lenguaje como juegos de poder.

Los creyentes educados estudian teología y la conocen. Los no educados la acatan irreflexivamente o la siguen de manera no cognitiva. Como lo que es, justamente: preceptos, ideas, comportamientos no cuestionados y de obligatorio cumplimiento. Pues bien, algo análogo sucede en el caso de la teología laica. En los centros académicos se asumen, por ejemplo, los ODS como cosas que “la gente tiene que conocer”, por usar una expresión cualquiera. Y como cosas que se deben hacer porque es lo que corresponde, punto. Por ejemplo.

Los organismos multilaterales no son nadie, particularmente. Se trata justamente de eso: instituciones. Como si, a pesar de M. Douglas, las instituciones pensaran (Douglas, 1996), una idea que merece una segunda y una tercera consideración. Pues asumir que las instituciones piensan –y entonces elaboran documentos, declaraciones y demás-, es exactamente todo el punto alrededor de la teología. “Roma dice que…”, un argumento frente al cual, en su momento, Calvino y Lutero, Erasmo y tantos más se levantaron con indignación. Contra Roma, y sus representantes. Precisamente, un argumento que levantó terribles guerras (Pérez de Antón, 2018).

De un lado, se evidencia una total ignorancia y una muy acendrada ausencia de crítica y reflexión por parte de quienes citan y siguen a los organismos multilaterales como si tal. En el mejor de los casos, se trata de referencias, pero jamás de una fuente rigurosa. Fuentes primarias, se dice en la academia y en la ciencia. Y de otra parte, al mismo tiempo, in ovo, se sientan las condiciones para guerras y sistemas de violencia perfectamente injustificados.

El sentido de la sana reflexión estriba en hurgar si lo dicho, por ejemplo, por el Foro de Davos, por el Fondo Monetario Internacional o por Naciones Unidas, por ejemplo, es razonable, tiene evidencias, construye acomodaticiamente evidencias, cuáles los supuestos, cuáles son las consecuencias a largo plazo, en fin, cuál es el soporte de verificación, validación y falseación que aguantan. Algo sobre lo cual, en general, el sistema educativo no lleva a cabo para nada, no lo tematiza, no lo sabe. Pues se pliega sumisamente y acata con obediencia y miedo.

III
Desde luego que cabe asumir que las instituciones piensan. Y que entonces elaboran documentos, declaraciones, y demás que pueden ser, para quienes creen y confían en ellas, de obligado cumplimiento; o por lo menos de suficiente razonabilidad, por decir lo menos.

El gran supuesto entonces estriba entonces en el supuesto eminentemente teológico de que hay instancias –no personas- que piensan, actúan, quieren, odian y deciden, notablemente. Los ejemplos saltan inmediatamente a la vista: la Iglesia, el Ejército, la Policía, las Fuerzas Armadas, el Estado, la Facultad, la Universidad, la Empresa, notablemente. Es, efectivamente, la forma como hoy por hoy se maneja a los individuos y a la sociedad. Todo, rezago, en lenguaje laico y vernacular, de la teología medieval (Dawson, 2010). Cuando se juzgaba almas y vidas en nombre de La Iglesia –siempre con mayúsculas-. Como es, por lo demás, el caso, con respecto a las instituciones mencionadas (instituciones; horribile dictum; instituciones, una voz de origen medieval, de hecho: institution). Las instituciones eran y son la forma como se ocultan pasiones, voluntades, delirios, ansias y podres de corte eminentemente individual y grupal, con un ropaje impersonal. Nadie exactamente es el responsable; es una decisión institucional, cualquier que sea.

En marcado contraste, el derecho positivo, continúa, son sin razón, hasta la fecha, reconociendo expresamente responsabilidades personales, siempre.

Las instituciones son voraces (Coser, 1978). Es decir, sólo se saben a sí mismas y sólo se quieren a sí mismas. Sin exactamente autorreferenciales; dicho en el lenguaje de la lógica: tautológicas. Las instituciones se caracterizan porque convierten a todo lo demás en medios o herramientas para su propia subsistencia, en sentido amplio pero fuerte. Los individuos que las componen o integran sólo son medios para su propia finalidad. Exactamente como los organismos multilaterales, característicamente burocráticos, como el Estado y demás. Las instituciones terminan siendo causa sui, finalidades en sí mismas. Su racionalidad es, al cabo, tautológica. (“El derecho no se puede modificar si el derecho mismo no lo permite”). Las instituciones y organismos multilaterales terminan convirtiéndose en la gramática del mundo actual, en toda la extensión de la palabra.

IV
La teología laica imperante no tiene ninguna finalidad, digamos, de salvación. Así, por ejemplo, las medidas, recomendaciones y estudios de la OMS a propósito de la pandemia no modifican absolutamente para nada la estructura misma de la seguridad social; sólo se va en cosas como: máscaras, lavado de manos, vacunas y demás; los textos sobre los ODS de Naciones Unidas dejan absolutamente intacta la función de producción y no tocan para nada el sistema de vida, de consumo, de producción y de crecimiento en curso. Así, todo queda impune e inane. Los ejemplos podrían multiplicarse a voluntad.

Dicho de manera fuerte y puntual: la teología en general nada sabe de espiritualidad, y sí mucho de autoridad, castigo y condena. Nada sabe de vivir esto es, de vivir bien y de saber vivir y sí de muerte, de paliativos, en fin, de destino y escatología.

Es absolutamente sospechoso, por decir lo menos, esa tendencia en la educación en general, desde los colegios hasta las universidades; en las empresas y en muchos círculos sociales- a fundar las acciones y los sistemas de pensamiento en textos de cualquier índole de organismos multilaterales. De la escala, el rango, la dimensión o la profundidad que se quiera. Da igual. Todo es finalmente norma, conductismo con rostro amable, ausencia de reflexión y de crítica.

Sostenían Prigogine y Stengers (2002), que la modernidad es la continuidad de la Edad Media por otros medios, con otro lenguaje. Pero que las estructuras mentales permanecen perfectamente inalteradas. Un diagnóstico semejante se encuentra en otros lugares (LeShan, Margenau, 2009). La teología laica en curso no es diferente a aquella del medioevo que impuso adicionalmente a la Gran Inquisición: determinar lo que es real y lo que no lo es, lo que es justo y lo que sólo lo parece, o que es correcto y lo incorrecto y así sucesivamente. La teología laica es teología como la que más en lenguaje vernacular y secular, punto. Pero la estructura mental es exactamente la misma de ésta o aquella religión. Hoy, se trata de la religión del Estado, del foro de Davos, de las Corporaciones, de la Institución. Nombres genéricos y vacíos para designar, con nombre propio, esta política, aquel gobierno, esa otra universidad, aquella comunidad, según el caso.

Cuando no hay alguien en particular que tenga la razón, nadie la tiene. De otra parte, por lo demás, que todos tengan la razón es igualmente equivalente: nadie la tiene en particular. Encontramos aquí el tema de los cuantificadores universales en lógica, un tema ya suficientemente trabajo en la bibliografía especializada (y no tan especializada). Como se aprecia sin dificultad, la teología laica es exactamente la afirmación de las cosas desde ningún lugar (a view from nowhere) (Cfr. Nagel, 1989 para una crítica sólida al respecto), la asunción de cosas en nombre de todos (y excepcionalmente de la mayoría). Occidente fue la civilización de las generalizaciones y más exactamente de las universalizaciones. Algo que ya ha sido el objeto de rigurosas críticas desde varios puntos de vista.

V
Es deseable y necesario que los textos y demás de los organismos multilaterales se adopten cum grano salis. Simple y llanamente, como referencias de, siendo generosos, una buena voluntad. Pero su contenido científico, epistemológico, crítico, reflexivo debe ser el objeto de ponderaciones serias, sin asumir, en absoluto, ningún criterio de autoridad. No huelga subrayarlo: en ciencia no existe autoridad alguna.

Por derivación, gracias a la ciencia, dicho en general, debe ser claro que en la academia y por lo demás en la cultura, no existe autoridad alguna; y ciertamente no a priori. Los argumentos se debaten, las tesis se demuestran, los ejemplos se cuestionan, los experimentos se reproducen, las fuentes se evalúan una y otra vez, en fin, se sitúa el tema en distintos contextos, se miran siempre alternativas, se exploran contrafácticos, y así sucesivamente. El conocimiento es un sistema abierto y esencialmente inacabado, y nada puede darse por dado, como evidente (taken for granted). Al fin y al cabo, lo que está en juego, a propósito de la información, a propósito, también del conocimiento, es la vida misma.

Vivimos una teología laica; que, en ocasiones, abierta o subrepticiamente está alimentada por figuras y personajes religiosos. De un color o de otro. El cuidado de la vida pasa, medularmente, por una crítica de cualquier autoridad que subsuma la existencia a criterios normativos, de poder o de fuerza, cualesquiera que ellos sean. La OMS, Naciones Unidas, el FMI, el BM, y muchos otros dicen que así son las cosas y que toca hacer esto y aquello. La verdad, invirtiendo la tesis kantiana, en la vida: tocar no toca nada (müssen muss man nichts). Mientras no se critiquen los supuestos y las consecuencias, a mediano ya largo alcance de esta teología laica, la sociedad puede y debe, por lo menos, abstener el juicio. Y claro, abstenerse de seguir los “lineamientos” (una expresión horrorosa).

Contra toda la tradición, hoy, por primera vez, hacemos el reconocimiento expreso de que no existen ni son posibles jerarquías de conocimientos; sin importar las fuentes y los argumentos que se esgriman. Podemos liberarnos de las normativas que quieren imponer, como siempre, desde arriba. Para ello, es efectivamente posible hacer una crítica desde abajo. Desde abajo significa desde las raíces mismas de la vida, en esa dimensión rizomática, ctónica incluso que es la existencia desde su dimensión cotidiana. Y que se conoce exactamente como el mundo de la vida (Lebenswelt).

Carlos Eduardo Maldonado

Referencias bibliográficas
Coser, L., (1978). Las instituciones voraces. México, D. F.: F. C. E.
Dawson, C., (2010). La religión y el origen de la cultura occidental. Madrid: Encuentro
Douglas, M., (1996). Cómo piensan las instituciones. Madrid. Alianza
LeShan, L., Margenau, H., (2009). El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh. Un paso más allá de la realidad física. Barcelona: Gedisa
Nagel, T., (1989). The View from Nowhere. Oxford: Oxford University Press
Peet, R., (2003). La maldita trinidad. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, y la Organización Mundial del Comercio. Pamplona: Laetoli
Pérez de Antón, F., (2018). Cisma sangriento. El brutal parto del protestantismo: un alegato humanista y secular. Ciudad de México: Taurus
Prigogine, I, Stengers, I., (2002). La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia. Madrid: Alianza
Taylor, Ch., (2014). La era secular. Tomo I y II. Barcelona: Gedisa

 

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