EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El sueño de la razón: Argentina 2002.

por Iván De la Torre
Artículo publicado el 30/03/2002

Informe sobre la ceguera
1.
Me siento sólo y confundido a la vez
los analistas no podrán entender
no se muy bien que decir
no se muy bien que hacer
todo el mundo loco…
Charly Garcia.

La ruptura entre políticos y gente normal, el «corralito», el quebrantamiento de la paridad peso-dólar, la violencia, ese sentimiento absoluto de estar sentado en el huevo de la serpiente, esperando a ver que sale, que alumbra ese movimiento popular encabezado por el cacelorazo.

Ante las circunstancias, todo parece indicar que el pueblo, la gente, tiene razón. Razón a quejarse, a encabezar manifestaciones y escraches, a pedir por sus derechos. Pero todo eso, -razonable muestra de cansancio ante el abuso-, me suena deformado por la demagogia del apoyo sin crítica.

La ceguera: en recitales, entrevistas y magazines hay un continuo mensaje a favor de la lucha. Nada mejor que la libertad de expresión, nada peor que el oportunismo.

El huevo de la serpiente. Y uno sentado ahí arriba, tan incómodo, esperando.

Como siempre, todo empieza con la furia, sigue con la violencia y termina con alguien carismático, escuchando el discurso, armándolo y usándolo para sus fines. La cacería del senador Joseph McCarthyen los 50 sirvió para canalizar el odio contra los comunistas, no importaba que nadie tuviera mucha idea del comunismo, de que apoyaban, ni de como eran: el comunismo era el enemigo, había que acabarlo. Era lo correcto.

Se arruinaron carreras, se persiguió gente, McCarthy estuvo en la punta de la ola, su palabra podía terminar con cualquiera, su nombre era sinónimo de lucha contra «la amenaza roja». ¿Que sabemos hoy de él? Un hombre destruido por su afán de fama, un pueblo que apoyo lo que creía correcto y se despertó una mañana diciendo ¿que hicimos? ¿Porque lo hicimos? Porque creían tener la verdad; en «ese» momento, creían tener la verdad, y hablar en contra era «antiamericano» y «antiliberal». La verdad, ese don supremo, ese problema: «la» verdad.

En Argentina, en esta Argentina, es correcto apoyar a los que protestan, nadie dice lo contrario, pero cuando la protesta excede los límites, cuando la furia termina con saqueo y robo, cuando las marchas acaban en pobres contra pobres, cuando se persigue y golpea a cualquier político por serlo, cuando alzar la voz contra el abuso se torna sacrílego, hay problemas, porque sin posibilidad de crítica, y, -mejor aún-, de autocrítica, no hay libertad ni verdad posible, solo la razón de los mas fuertes, imponiendose.

Vamos a quejarnos, a gritar, que nos oigan, perfecto, pero ¿cuál es el fin? ¿No tener políticos o crear una nueva raza de políticos sanos y mas limpios que Adán? El después, como siempre, es el problema. Ese eterno después que no parece importar en el ahora de gritos, marchas y ebullición…

2.
En Argentina todos opinamos. Somos opinólogos profesionales. Y tenemos la verdad. Oh, si, la verdad es una especialidad argentina. No dudamos, no podemos estar equivocados. La verdad es una… y lo mejor: es nuestra.

Pero la verdad no es una, cada uno tiene su verdad, lo que no sirve es imponer la verdad propia como la verdad total. Que el enojo y la ira desemboquen en protesta, perfecto, pero que la mínima crítica sea callada es trágico.

Recuerdo una película española donde -no se si es cierto-, se mostraba que cuando aparecía Franco en la pantalla, había que aplaudir o pararse. Algo similar sucedía con Fidel Castro en los 60: bastaba que un burócrata cubano quisiera entusiasmar a su público para que invocara el nombre mágico: Fidel. Aplausos, gritos, alegría. Aquí, ahora, hoy, basta hablar mal de los políticos, apoyar el cacelorazo, para que el rating suba, para que el peor de los conductores sepa que tiene audiencia.

Eso nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Quien cree y quien finge creer?

3.
Dices que quieres una revolución
Bueno, ya sabes
Que todos queremos cambiar el mundo
Me dices que eso es evolución
Bueno, ya sabes
Que todos queremos cambiar el mundo
Pero cuando hablas de destrucción
Entérate de que no podrás contar conmigo.
Revolución (Lennon).

Visiones de futuro, ecos del pasado:
«… los hombres de ésta y de todas las generaciones tienen absoluta necesidad de creer en algo. Con la ayuda de algún periódico, créame, haremos milagros. Hay varios diarios que rabian por venderse o explotar un asunto sensacional«.
«Mentían descaradamente a todo el mundo. A los judíos les prometían la llegada del Mesías, a los cristianos la de Paracleto, a los musulmanes la del Madhi… de tal manera que una turba de gente de las más distintas opiniones, situación social y creencias trabajaban en pro de una obra cuyo verdadero fin era conocido por muy pocos.»

«Ustedes saben mejor que yo que para ser diputado hay que haber tenido una carrera de mentiras, comenzando como vago de comité, transando y haciendo vida común con perdularios de todas las calañas. En nuestra cámara de diputados y senadores, hay sujetos acusados de usura y homicidio, bandidos vendidos a compañías extranjeras […] No exagero cuando digo que la lucha de los partidos políticos en nuestra patria no es nada más que una riña entre comerciantes que quieren vender el país al mejor postor».

Palabras, frases, temas: Roberto Arlt decía que le salían en la calle, caminando, hablando con la gente. Cuando publicó su novela «Los siete locos» (1929) faltaba menos de un año para que Hipólito Yrigoyenfuera derrocado por un golpe militar. Como siempre, él había captado los sentimientos y los había pasado al papel.

Al borde de la crisis, con gente parada, sin dinero ni esperanzas, llenos de furia, Arlt desnudaba los discursos de los futuros profetas: «Quiero ser manager de locos […] Estos imbéciles… y yo se lo digo porque tengo experiencia… bien engañados…, lo suficiente recalentados, son capaces de ejecutar actos que le pondrían a usted la piel de gallinas.»

Ese es el miedo. Ese es mi miedo. La furia desbordada. La furia que esta en la calle. Toda esa energía, esa inmensa energía, buscando que se deje de robar, que se acabe la corrupción, que devuelvan el dinero. Estoy de acuerdo con eso. Pero no creo en verdades supremas, no creo en iluminados, no creo que matar a golpes a alguien solucione nada. De acuerdo: están/estamos cansados que nos roben, pero si la única solución es la violencia ciega, perseguir a cualquiera que parezca político, callarse la boca y dejar hacer, digo NO, porque una vez que olvidamos como y porque empezó todo, no hay vuelta atrás. Porque recuerdo historias que comienzan con «nos dejaran en paz», «no nos buscan a nosotros»: callémonos, ocultémonos, cerremos los ojos. Ese es el problema, donde las buenas intenciones pueden quebrarse, donde todos nos callamos y dejamos hacer hasta que es demasiado tarde para poner un límite.

«Para la libertad, sangro, lucho y pervivo» escribió Miguel Hernández. Pero como Serrat prefiero evitar el » me desprendo a balazos/ de los que han revolcado su estatua por el lodo«.

La libertad de quejarse, de protestar, de salir a la calle a pedir es un derecho que debe ejercerse, pero también la libertad de señalar -en diarios, radio y televisión- que estar en una marcha no da derechos especiales, que no significa que uno se vuelva un superhombre, que todas sus ideas son válidas y puede destruir, golpear y perseguir, que se goza de impunidad total para vengarse.

Protestar sí, callarse no. Creo en la libertad, no en el abuso, no en la violencia, no en la ceguera que apunta al mas fuerte y golpea al débil.

Ernst Jünger dijo en Heliópolis: «… todavía se intenta pasar por alto las incorrecciones, tomarlas en broma o bien censurarlas […] todavía se quiere tratar con cuidado la vajilla de plata, se discute si esta bien fumar antes de los postres… y entonces hace su aparición un mozo llevando la cabeza de un decapitado«.

Tengo miedo a despertarme una mañana en manos de alguien que aprovecho la confusión y la furia para alcanzar su objetivo. A un manager de locos. Repito: creo en la protesta, no en los abusos, la idolatría de lo popular, las persecuciones que terminan en matanza, la glorificación de un movimiento, el silencio y el elogio desprovisto de crítica.

La protesta, la acción tendiente a limpiar la política de corrupción, el control de las instituciones es un bien necesario; pero también la opinión que permite ver el precipicio en la oscuridad, en el apresuramiento de nuestras furias y miedos.

Prohibido Olvidar
Una plegaria: «Quería ver un país cambiado y mas civilizado, más humano y más fiel a las tradiciones que ellos mismos proclamaban. Deseaba que todos los estadounidenses fueran juzgados como individuos, no como estereotipos. Quería que todos tuvieran las mismas oportunidades.» Isaac Asimov.

1.
La crisis de Aerolíneas Argentinas a mediados del 2001 fue uno de los primeros llamados de atención. Si el motivo era válido -una queja contra la declaración de quiebra de la empresa y el consecuente despido masivo-, las medidas llevadas a cabo fueron, con el paso del tiempo, motivos de preocupación personal: cancelación de viajes, viajeros quejándose, -con razón-, de que ellos eran clientes de la empresa, no culpables de la situación, exaltados sentimientos nacionalistas y marchas anti-españolas.

Los medios apoyaron esta protesta, pero el nivel de atención que recibieron las marchas no repercutió en los que habían perdido dinero, negocios y contacto con su familia por culpa de la huelga. Como siempre, era pobres contra pobres, pero en muchos casos se prefirió al nacional frente al extranjero. Aplausos incluidos, muchos de los artistas que fueron a las protestas parecían olvidar el espectáculo de gente esperando irse que brindaba el aeropuerto, para centrarse en los que eran -o iban a ser- despedidos.

Nosotros y ellos.
Esa fue la base. No quiero que se repita: si hay justicia, que sea pareja, si alguien merece justicia. no somos los únicos; sino estaremos del otro lado del mostrador, donde-lo peor de todo- puede gustarnos estar. Si ciegamente tomamos partido, olvidando nuestros maravillosos discursos acerca de la libertad, la igualdad y aquello de «tuve un sueño», no somos mejores que nadie. Si nos callamos ante los atropellos porque los cometen «los nuestros», nos ocultamos detrás de una bandera, un lema, un partido o un credo que nos justifica pero no nos hace mejores.

El atentado a las Twin Towers acumuló material y bronca: un anciano norteamericano intentado atropellar a una mujer embarazada por ser «extranjera», miles de denuncias por persecución y acoso, el bombardeo a Bagdad y los errores que costaron mas vidas.

Y las declaraciones: Hebe de Bonafini alegrandose porque «le tocaron la panza al gigante». Sublime. Nosotros y ellos. A «nosotros» nos importan los derechos humanos pero no los de «ellos». La acción y el grupo condicionando la crítica. Absurdo… hasta que uno piensa en los muertos. Personas con familias, sentimientos y credos anulados por vivir en Estados Unidos o Bagdad.

¿Hasta donde se puede apoyar un movimiento sin caer en el grotesco? ¿Hasta que punto la presidenta de una organización humanitaria como «Madres de Plaza de Mayo» puede decir: «Los militares son todos asesinos, y los políticos ladrones y traidores«. La generalización que engendra odio y persecución: «No confío en los judíos porque mataron a Cristo», «No confío en los alemanes, son todos nazis», «No confio en los científicos, crearon la bomba nuclear.». Generalicemos y salgamos a golpear. Usemos la fuerza, luego los dejaremos hablar, cuando esten muertos y no puedan defenderse.

2. «El que este libre de culpa que tire la primera piedra«.
¿Pero quién lo hara? Estoy cansado de ver como el signo condiciona la crítica, como, ante ciertos hechos, hay que callarse porque hablar sería «políticamente incorrecto». Eso es basura, basura antigua, ceguera y oportunismo. Si una persona considera que discriminar esta bien, no me importa si es el presidente de Amnesty International, Margaret Thatcher o la madre Teresa de Calcuta: la acción no merece justificación ni silencio.

Palabras que en Nixon eran inaceptables, eran alabadas en boca de Kennedy, dictadores convertidos en héroes por grandes poetas, gestas justificadas por intelectuales que no querían -ni podían, tal vez- volver atrás.

¿Cuál es la diferencia? Matar, torturar, discriminar, perseguir, censurar: actividades que, de acuerdo a quien las realiza, parecen volverse, de pronto, necesarias e indispensables, cuando antes se veían como realmente eran: despreciables, mas propias de bestias que de humanos.

Evitar el sectarismo, el silencio, la ceguera, mantener la capacidad de ver los propios errores, porque los abusos siempre serán eso, abusos, los haga un político o un pueblo enfurecido pidiendo justicia.

«Cuando la Roma pagana persiguió a los romanos primitivos, éstos suplicaban tolerancia. Cuando el cristianismo se impuso, ¿fue tolerante? ¡Ni hablar! La persecución empezó de inmediato en la otra dirección. Los búlgaros pedían libertad en contra de un régimen opresor y utilizaron su libertad para atacar la etnia turca que convivía en ella.»

Prohibido olvidar.

Epílogo
En su maravillosa autobiografía, Isaac Asimov hablo largamente sobre persecuciones y abusos, por la afinidad con este artículo, por el tono, y porque apoyo todo lo que dice -mucho mas sencillamente que yo- lo copio aquí, como final:
«Tal es la ceguera de mucha gente que he conocido, judíos que después de condenar el antisemitismo con un tono desmesurado, pasan en un instante a hablar de los afroamericanos y, de repente comienzan a sonar como un grupo de pequeños Hitler. Y cuando lo hago notar y me opongo con energía, se vuelven en mi contra, furiosos. Sencillamente, no se dan cuenta de lo que están haciendo […] ¿Qué se puede hacer? Todo el mundo parece vivir bajo el lema: la libertad es maravillosa pero solo para mí«

Si queremos libertad, igualdad y justicia, comencemos por respetarlos, no por violarlos, sino estaremos en el principio, dando vueltas en círculos, condenados por nuestra propia ceguera, negando lo que exigimos (o pedimos) una vez.

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Requerido.

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