EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVI
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La comunicación para el cambio: elementos para su discusión en el Caribe Colombiano.

por Álvaro Acevedo Merlano
Artículo publicado el 12/09/2020

Artícuo en colaboración con
Joy Helena Gonzales-Gueto [i] y
Margarita Quintero-León [ii]

 

Resumen
Este ensayo es una reflexión en torno a las particularidades que el contexto político, cultural y socioeconómico del Caribe colombiano incorpora al ejercicio de la Comunicación para el Cambio Social, a través de una breve revisión de nuestra experiencia como académicos circunscritos a las Ciencias Sociales en los escenarios de profesionalización de la comunicación. Las nociones presentadas plantean una revisión crítica y un diálogo entre perspectivas antropológicas, sociológicas y comunicacionales sobre el discurso del desarrollo, incorporando el texto al debate sobre al papel de la Comunicación para el Cambio Social, su relación con la teoría social en general y las realidades contemporáneas.

Palabras Clave
Caribe colombiano, Comunicación social, Desarrollo, Discurso, Diálogo.

 

Communication for change: elements for its discussion in the Colombian Caribbean.

Abstract
This essay is a reflecion about the particularities that the political, cultural and socioeconomic context of the Colombian Caribbean incorporates into the exercise of Communication for Social Change, through a brief review of our experience as academics circumscribed to the Social Sciences in the professionalization scenarios of communication. The presented notions propose a critical review and a dialogue between anthropological, sociological and communicational perspectives on development, incorporating the text to the debate around the role of Communication for Social Change, its relation with social theory in general and the contemporary realities.

Keywords
Colombian Caribbean, Development, Discourse, Dialogue, Social Communication, Social change

 

Introducción
¿Cómo pensar la comunicación para el cambio social desde espacios locales plagados de precariedades y carencia tecnológicas? ¿Qué implica discutir el margen de movimiento de los proyectos comunicativos alternativos y/o comunitarios desde un salón de clases en la región Caribe de un país envuelto en dinámicas de violencia contra el liderazgo social, el periodismo de investigación y la exigencia de derechos como Colombia? La respuesta a estas preguntas, por compleja, implica la consideración de factores culturales, políticos y económicos que modifican la categoría misma de comunicación para el cambio social, y suponen la revisión de las formas en que estamos habituados a concebirla como corriente conceptual y como acción proyectual.

El siglo XX en Colombia marcó un hito de violencia políticoeconómico que no se ha superado, siendo la tierra una de las causas principales, pero hoy en día la afianzada cultura de corrupción en el país, normalizada por la social, aumenta y consolida los niveles de precariedad. Para Colombia, los avances de los últimos años en materia de superación de la pobreza, seguridad social y derechos humanos han sido insuficientes: a febrero del 2020 la tasa de desempleo es de 12,2% frente a la de 2019 con 11,8% (DANE, 2020), por su parte 8.553.416 personas son víctimas del conflicto armado (RNI, 2020) en su mayoría por el abandono o despojo forzado de tierras, adicional, y sin una cifra clara, la violencia ha cobrado la vida de 681 líderes sociales asesinados desde el 2016 a la actualidad (Semana, 2019), por su parte la corrupción nos ubica en el puesto 99 de 180 países en el Índice De Percepción De La Corrupción 2019 con 36 puntos (ver la figura 1), siendo estas unas de las tantas cifras desgarradoras que denotan un lejano fin de la violencia en el país.

Figura 1
map-colombia
Fuente: Índice de percepción de la Corrupción, 2019

 

Por su parte, los altos niveles de pobreza y miseria de las zonas rurales y urbanas se acrecientan debido a la desigualdad estructural que tiene cabida al momento de la distribución de recursos (Marrugo-Arnedo et. al, 2015; Tapias, 2017) lo que indica decadencia de la democracia de una sociedad que sobrevive y no le queda tiempo para pensar (Rincón, 2001). El Caribe, como región marginada en un país que centraliza la inversión pública, y en donde el porcentaje de población pobre excede los indicadores del resto del país[1] (DANE, 2018), se presenta, desafortunadamente, cómo la atmósfera propicia para el auge de iniciativas de comunicación para el cambio social que obligan a mirar a la comunidad desde sus necesidades de comunicación e información que jalonen desarrollo (Rodríguez y Quijano, 2014).

De hecho, en las últimas décadas, el Caribe de Colombia ha experimentado la consolidación de grupos armados de control territorial, convirtiéndose en uno de los escenarios peor sacudidos por el conflicto armado. Es bien sabido que dicho conflicto ha generado el recrudecimiento de la pobreza y la falta de acceso a derechos civiles y políticos a pueblos y actores sociales históricamente marginados como los indígenas, los campesinos, las mujeres, la población LGBTI, los pueblos afro, negros, raizales y palenqueros. Eso sin contar con el número de homicidios, agresiones físicas, amenazas e intimidaciones y violación policial a población LGBTI enclave o no del conflicto (Caribe afirmativo, 2015), los feminicidios y el abuso sexual a mujeres por razón de su género y el asesinato sistemático de líderes sociales y profesores.

Plantear, desde allí, desde aquí, un lugar de enunciación que no reproduzca los modelos tradicionales de relación en los escenarios de profesionalización de la comunicación en una de las regiones con menos oportunidades de un país ya carente de oportunidades implica, no sólo un reto metodológico, sino el esfuerzo teórico y, si se quiere ontológico, de concebir la posibilidad de cambio, al cual  la elite educada está llamada por ser portadora de una conciencia global pero incapaz de actuar en lo local, lo cercano y lo importante para la comunidad (Rincón, 2001), en un espacio fundado sobre la base de estructuras culturales que justifican arraigadas jerarquías económicas, sociales y políticas corruptas bajo el aprovechamiento del poder.

Iniciativas civiles como el Colectivo de Comunicaciones de Montes de María Línea 21 ONG que funciona en el territorio del Caribe colombiano desde 1994 en el cual participan comunicadores sociales, maestros, líderes sociales, sociedad civil, y gestores culturales, es testimonio orgánico del papel de la comunicación en los esfuerzos por mejorar la calidad de vida de las poblaciones del Caribe colombiano y por posicionar en la escena pública las necesidades y exigencias de los grupos sociales históricamente instrumentalizados y violentados. Así las cosas y retomando nuestras preguntas provocadoras ¿cómo pensar y ejecutar la comunicación para el cambio social en este contexto de violencia en el que la academia esta llamada a ser actor activo?

Comunicación al margen del Desarrollo
La experiencia de presidir una asignatura que las universidades insisten en llamar Comunicación para el Desarrollo, aunque preferimos llamarla Comunicación para el Cambio Social (Gumucio-Dagron, 2011), revela la existencia de reflexiones que por años se han elaborado desde la antropología y las Ciencias Sociales en general. Esas críticas al desarrollo (Escobar, 1996) que son muy contundentes y que no dan tregua en las discusiones académicas y extracurriculares de muchos antropólogos latinoamericanos, se materializan en términos comunicacionales de una disputa continua con dinámicas neocoloniales, relaciones de poder asimétricas, diálogos interculturales, hasta choques entre epistemologías y mundos. Sin embargo, la comunicación para el cambio social esta mediada en las posibilidades que se ofrecen desde la comunicación para visibilizar nuevos actores sociales en el ejercicio de una ciudadanía sujeta de derechos y deberes (Quijano, 2005).

Resulta evidente cómo la problematización sobre el concepto de desarrollo trasciende, y con creces, los límites de la antropología, permeando gran parte de las Ciencias Sociales, pues atraviesa de manera transversal muchas de las preocupaciones consecuentes de proyectos fallidos en pro de este concepto. No han sido pocos los modelos que han fracasado, dejando una gran cantidad de promesas rotas, desde las teorías de la modernización (Lerner, 1958), el estructuralismo (Sunkel y Paz, 1970), el neo-estructuralismo y el desarrollo hacia adentro (Sunkel, 1994), pasando por las críticas que a mediados de los años 70 los académicos latinoamericanos dejaron desde la teoría de la dependencia (Dos Santos, 2002), las variabilidades que las Naciones Unidas y otras grandes instituciones hicieron del concepto, hasta llegar al desarrollo a escala humana (Max-Neef, Elizalde & Hopenhayn, 1986) el desarrollo humano (PNUD, 1990), el desarrollo sostenible (Jiménez, 1997) o sustentable (Mercado y Córdova, 2005), y el desarrollo como libertad (Sen, 2000) o enfoque de capacidades (Nussbaum, 2000).

Como es sabido, es un concepto que ha mutado desde hace décadas. El desarrollo, esa palabra canonizada y naturalizada, tal vez se pueda adaptar o hasta modificar, pero jamás rechazar o cuestionar, pues se ha convertido en la vaca sagrada de sociedades occidentalizadas, llegando a convertirse en un comodín, casi un velo, de muchos gremios intelectuales, científicos y ahora corporativos, que actualmente funcionan como referentes para encontrar las posibles soluciones a los problemas más antiguos y persistentes que aquejan a las poblaciones vulnerables. Aldás, y Santolino (2015) plantean que, desde las empresas, identificar los objetivos sociales e indicadores comunicativos desde una eficacia cultural a medio y largo plazo son elementos definitorios de modelos de comunicación organizacionales amplios y complejos que entienden la eficacia como cultural transformativa.

Por otra parte, para quienes prefieren hablar desde sus márgenes, reconocen que la categoría está tan naturalizada en el discurso de las decisiones políticas y la práctica de las ciudadanías y las resistencias en las actuales democracias latinoamericanas, que su uso bajo borradura (Hall, 2003) termina siendo incluso inevitable para la exigencia de derechos y la participación ciudadana[2] teniendo en cuenta su dimensión comunicativa. Lo anterior, a pesar de su insalvable pretensión de ordenamiento social a partir de la jerarquización de los seres humanos y los seres vivos en general. Aun así, el desarrollo no puede ser pensado de la misma forma en que surgió, sino que es necesario presentar de esa categoría una reconstrucción en lo que se da paso a un nuevo concepto, léase también, una nueva realidad, una nueva práctica social. Sin embargo, la puesta en marcha del llamado desarrollo, disgrega su alcance por la anomia social que sufre la sociedad (Rincón, 2001) a falta de relaciones que conecten a las personas en los diferentes ámbitos de la vida para distorsionar el individualismo, este estado de alta incertidumbre en relación a las respuesta del otro alimenta la concepción de ser un excelente individuo, pero un pésimos colectivos que se evidencia en la calidad de vida de la mayoría sumergidos en la pobreza y la precariedad.

Problemas como la pobreza extrema, la desigualdad, el acceso a la educación y la muerte de millones de niños por desnutrición y enfermedades son los titulares diarios en muchos países de África, Asia y América Latina; mientras que en otras partes del mundo, en los centros de poder, estas dificultades suenan como mitos que nunca existieron, se perciben como problemáticas superadas hace mucho por esa gran posibilidad que tienen, por esa supuesta superioridad, de la que lamentablemente aún hoy muchos están convencidos, sin tener en cuenta que las desigualdades globales responden a un sistema mundo socioeconómico y político, construido bajo las lógicas de unos procesos coloniales, posible solo y en tanto se consoliden y reproduzcan relaciones de explotación; mientras la pobreza y la falta de atención a las necesidades básicas exista las comunidades afectadas no tendrán tiempo para pensar en soluciones de desarrollo ni la gente se sentirá parte de lo público y no ejercerá su ciudadanía (Rincón, 2001), convirtiéndose en espectadores del mal manejo de los bienes públicos. Por lo que nuestra elite educada o en formación esta llamada a desarrollar competencias ciudadana y específicas que los inciten a la acción bajo fundamentos teóricos.

Sin embargo, por más increíble que sea, aún en escenarios de discusión académica densa y toma de decisiones se defienden posturas de un desarrollo unilineal, que exhorta a los países pobres a transitar el mismo camino que los países ricos para alcanzar el tan anhelado desarrollo, para que todos vean que el fin último es llegar a ser como las sociedades occidentales; y los espacios de profesionalización de la comunicación no son la excepción. Así, desde ese eurocentrismo muchas veces se obligó a los pueblos sin historia (Wolf, 1987) a imitar los modelos occidentales, que fueron posibles sólo por la existencia del colonialismo, la explotación y la esclavitud. En ese sentido, son millones los que piensan que los “Otros” y más aún, las “Otras” deben aprender a salir de su atraso, pues no superarán su condición de pobreza mientras no abandonen sus costumbres, porque son flojos, porque son nativos, porque son negros, porque son indígenas, o porque simplemente son del sur geopolítico. Muchos estudiantes de comunicación entran a la universidad con esa certeza y, desafortunadamente, muchos construyen productos y proyectos comunicacionales desde ese imaginario sesgado.

Está claro que los procesos coloniales de los siglos pasados no son los únicos responsables, pues las configuraciones geopolíticas que se gestaron luego de la segunda guerra mundial aún imperan como la manifestación de un neocolonialismo disfrazado de democracia a través de una economía de mercado que se justifica con el FMI y el BM. Ahora bien, las actuales condiciones de desigualdad y pobreza de muchos países no son sólo porque han sido los conquistados o explotados históricos, o porque fueron las víctimas o poco afortunados en el momento de la repartición de recursos y territorios en los acuerdos de la posguerra, ya que también hay una gran responsabilidad por parte de los vestigios coloniales que se reprodujeron en los procesos independentistas, en los que no se liberó a los pueblos oprimidos, sino que sólo se les cambió un opresor extranjero por uno local  mientras se consolidaban dinámicas homogeneizadoras en la construcción de comunidades imaginadas del Estado-Nación (Anderson, 1991). Así, la mayoría de estos planteamientos apologéticos del desarrollo son adoptados desde el desconocimiento por muchos academicistas de la comunicación, dando como resultado una “Comunicación para el cambio social” más ligada al paternalismo, la revictimización, y la condescendencia.

Muchos fueron los debates en los que los estudiantes demostraron, por ejemplo, su gran conocimiento sobre lo que sucede en otro continente (Europa), en oposición con lo poco que saben sobre lo que acontece en su propia ciudad. Ellos, aunque ahora son conscientes de esa paradoja, pueden responder con gran exactitud sobre los participantes y las características de la gran y codiciada boda real de la corona española, sin saber ni un solo nombre de la decena de líderes sociales asesinados en su región en lo que va corrido del 2020; ellos pueden relatar con gran detalle cuáles son los temas de actualidad de los lugares de enunciación hegemónicos, y ahora con conocimiento de causa, entienden que han sido y aún son víctimas de un sistema que los persuade e incita, a través de los medios de comunicación y la publicidad, a que vean, crean, y entiendan el planeta de la forma como los epicentros de la mundialización (Ortiz, 1998) quieren que lo entiendan.

No obstante, poco a poco con el paso de las clases y las lecturas fueron entendiendo que su labor como futuros comunicadores es lograr discernir entre información contradictoria y, en muchos casos, falsa, para construir un criterio que les ayude a encontrar las pistas dentro de todo el andamiaje demagógico que bombardea diariamente al mundo desde los medios masivos. En busca de afianzar el entendimiento de su rol en la sociedad, a las estrategias metodológicas de clase se les sumó un módulo de práctica sociales donde los estudiantes entran en contacto con una problemática real mediante una fundación o ONG, quienes después de una vivencia voluntaria aumentan su compromiso y son desafiados a generar estrategias comunicativas para el cambio social con metas de impacto y repercusión en la comunidad a corto y mediano plazo.

No se trata sólo de ser facilitadores de procesos, de que estén comprometidos con las poblaciones con las que trabajan, se trata de ser y entenderse como sujetos políticos que tienen una gran responsabilidad social al llegar a millones de personas con sus voces, con sus opiniones, con sus escritos, con sus acciones. Parte del reto es también redimensionar para nosotros y para ellos los reales márgenes de cambio en lo local, teniendo en cuenta las condiciones materiales de vida propia y colectiva.

Nombrar la intimidad territorial como estrategia de análisis macrosocial
Diremos entonces que el comunicador para el cambio social no debe ser el que solo se limita a difundir información. Los estudiantes no deben concebirse como simple difusores de historias o de acontecimientos en una profesión susceptible a ser instrumentalizada, deben entenderse ellos mismos como científicos sociales, que antes de difundir o dar a conocer un suceso, deben comprenderlo, interpretarlo y generar movilización social, pues de no ser así, se convertirán en armas ideológicas a favor de quienes, tal vez, no tengan los más altruistas intereses. Se hace necesario desvirtuar las diferenciaciones que inferiorizan las capacidades analíticas de los comunicadores sociales, para propiciar, desde el reconocimiento, una nueva forma de circulación más prolífica de las herramientas teóricas que brindan las Ciencias Sociales para interpretar los hechos, pero, sobre todo, para generar impacto efectivos al bien común.

Estos futuros comunicadores ahora lo saben por su experiencia estudiantil, saben que su posición política es y podrá ser evidente. De hecho, la comunicación social, la comunicación para el cambio social y, la hoy en aguje, Comunicación y Responsabilidad Social Empresarial, están más expuestas políticamente que la antropología o la sociología, pues el científico social comprende los fenómenos culturales, las dinámicas sociales, las relaciones de poder asimétricas y hasta podrá intervenir desde el paradigma socio-crítico en las realidades de las comunidades con las que ha trabajado, pero aun así, el nivel de compromiso no es el mismo.

Ese antropólogo que se consolida solo si en la práctica está comprometido en la lucha de las comunidades, como un sujeto que acompaña pero que también realiza sus propios recorridos (Vasco, 2002), ese que sabe que sin la etnografía la antropología no tiene sentido, pero que sin las luchas, y sin el compromiso tampoco, ese que argumenta desde los escenarios de la antropología aplicada (Comas, 1964) no tendrá la necesidad ni la carga que un comunicador posee, pues el antropólogo puede o no comunicar sus hallazgos, puede estar en las marchas, puede asesorar y ayudar a liderar procesos sociales de base tras bambalinas, pero no tiene de manera fundamental la necesidad imperante de comunicar lo que ha encontrado ni ejercer veeduría,  porque simplemente el ejercicio fundamental de su profesión no radica en informar ni denunciar lo que teórica y experiencialmente ha comprendido.

Por el contrario, cuando el comunicador se compromete y decide difundir las respuestas que ha encontrado, ahí corre un gran riesgo en un país como este, donde hablar es el pecado que te puede quitar la vida; donde los medios de comunicación se encargan de popularizar los platillos servidos en una boda real, por encima de cuántos niños han muerto por desnutrición extrema en el departamento de la Guajira, es aquí donde la agenda setting (Rubio, 2009) de los mass media generan su efecto y marcan la interpretación de los acontecimientos sociales direccionando la opinión pública. Sí, este gran país en vía de desarrollo, en donde esos medios hacen parte de un bloque histórico (Gramsci, 1971) que se encarga con gran eficacia de que la gente sepa el nombre de un príncipe que representa una monarquía, pero que no sepa ni uno de los nombres de los más de 600 líderes sociales asesinados en el último año por denunciar delitos ambientales, traducidos en catástrofes que luego acaban con la vida de cientos de pobres que a nadie les importa, ni siquiera cuando se menciona la palabra Hidroituango.

Es ese el comunicador para el cambio social es esa una de sus labores, pero esperamos que sea posible, porque hasta el mismo García Márquez tuvo que huir de este país antes de que lo mataran, pues según las aristocracias nacionales era comunista. Todo para que luego de unas décadas, a través de esa amnesia colectiva que sufre Colombia, aparezca en los billetes de 50.000 como un gran nobel, el nobel de un estado que casi lo mata.

Ese es el Comunicador, esa es su tarea, y esperamos que a nuestros estudiantes se les permita tener lo que anhelan, alzar su voz para que los que están ahí, esos invisibles, puedan enunciarse, puedan empoderarse y hablar por ellos mismos y así romper con la eterna subordinación de unos saberes frente a otros, para que los saberes locales y los conocimientos tradicionales continúen en su lucha por la reivindicación como conocimiento válido. Todo esto en términos de comunicación como proceso dialógico (Freire, 1998), en el reconocimiento del otro como un sujeto de conocimiento y un interlocutor válido que no necesita una teoría que lo legitime, pues su práctica hace mucho que la superó.

No será un trabajo fácil para ellos convertirse en comunicadores comprometidos con el cambio social y desarrollo de las comunidades en un país que dice respetar las diferencias culturales pero que en la totalidad de sus legislaciones se basa en un único pensamiento basado en el aprendizaje conductista, desde un sólo mundo secular y liberal: el de la modernidad, que desde la ontología política (Escobar, 2015) es sólo uno de muchos igualmente válidos. Pero he aquí el desafío, porque entender la comunicación como un proceso no sólo dialógico sino polilógico (Hidalgo, 2016), constantemente emplazado en las diversas ontologías, y a través de los intersticios entre múltiples mundos coexistentes, requiere una reconfiguración del propio ser (profesional, familiar, cotidiano).

La recapitulación de la comunicación social como práctica profesional obliga a la consciencia del lugar que se ocupa en las sociedades locales y la correlación reproductiva de ese lugar con el papel global de nuestras prácticas y relaciones; en palabras de Wright Mills (1961), la localización del sujeto en su propia época es neurálgica para identificar el vínculo entre la historia y la biografía. Pensar la comunicación para el cambio social desde condiciones precarias en el Caribe colombiano es pensar las propias condiciones materiales de vida. He ahí el camino para entender cómo hacer comunicación para el cambio social si se está sujeto a configuraciones culturales que desvalorizan prácticas, saberes y grupos sociales que afectan lo que decimos.

Pero ¿cómo pretender establecerse como medio para, por ejemplo, la exigencia de derechos, si todavía tenemos una concepción mesiánica de la comunicación para el cambio social? ¿Y si el cambio social en la comunicación radica, sin más, en el redimensionamiento del sujeto comunicador? Es un hábito esperar el aplauso luego de ejecutar un proyecto en una comunidad, pero, ¿cómo pretender un cambio social desde la reproducción cotidiana de formas de relación y generación de conocimiento jerárquicas? Más aún ¿Cómo salir del laberinto de la representación que implica la práctica misma de la comunicación social? Tomar el lugar del otro es un movimiento violento en sí mismo, contar su historia es reinterpretarla y, por lo tanto, reemplazarla. Comunicar al otro es hacerlo desaparecer como sujeto interlocutor, es asumir su supuesta incapacidad para la auto-enunciación y es, en definitiva, reproducir formas de relación basadas en los sistemas coloniales de socialización lo que maximiza las responsabilidades sociales del ejercicio comunicativo, ese que nuestros estudiantes deben apropiarse.

Es necesario enunciar este cuestionamiento luego de reconocer la potencia del decir, porque entonces ¿Qué queda para el ejercicio de la comunicación social si cada desposeído habla por sí mismo? Lo que planteamos aquí es que lo que queda es el posicionamiento analítico y la crítica. Nuestros estudiantes no necesitan el primer impulso antropológico de salir en un gran viaje a buscar culturas alejadas. Los comunicadores sociales que vienen de los barrios y los pueblos buscando una forma de ‘dejar huella’, bien podrían dedicarse a analizar y entender sus propios barrios, sus propias limitaciones y oportunidades y, con eso, estarían nombrando el sinnúmero de injusticias que están presentes en el Caribe.

Conclusiones
Hemos pretendido poner en relieve al Caribe colombiano como escenario propicio de una comunicación para el cambio social que se piense y se ejecute por fuera de los marcos discursivos del desarrollo y la agenda setting reguladora del quehacer comunicacional. Esto nos lleva a considerar la posibilidad de entender la comunicación para el cambio social en el Caribe en sus dimensiones ontológicas y estratégicas de corte colectivo lejanas de su percepción instrumental. Por un lado, la entendemos como proceso de gestión crítica de la información que se recibe, sus canales de circulación y su rol como reproductora de estructuras socioeconómicas y culturales abusivas y, por otro, como proceso de gestión de la experiencia propia hacia afuera, esto es, como proyección del vínculo entre la propia vida cotidiana y sus correspondencias y relaciones con el sistema global. Este movimiento en doble vía, consideramos, evitaría el dilema de la representación mencionado arriba y dotaría de potencia biográfica y relacional los productos y proyectos comunicacionales. En el Caribe, un comunicador que nombre su propio patio, su propia realidad cotidiana, nombra también las complejidades presentes en la configuración de la estructura social mundial; si hace bien la tarea.

La clásica tensión sociológica de la relación entre la teoría y las cuestiones normativas o morales (Joas y Knöbl, 2016) desde la cual se discute si debe existir o no responsabilidad de la investigación científica en las aplicaciones políticas y socioeconómicas de sus resultados, queda por fuera de los márgenes de la investigación en comunicación para el cambio social, en tanto que dicha responsabilidad no puede ser discutida. Sin embargo, entra en el debate que las Ciencias Sociales han dedicado a la relación entre teoría y saber corriente, desde la cual algunos autores defienden la superioridad de la ciencia frente a los saberes alternos y tradicionales. Ante esto, el ejercicio práctico que contempla la posibilidad que los estudiantes, retomen sus propios recorridos bio–bibliográficos para configurar su actividad comunicacional presenta a la Comunicación para el Cambio Social como una respuesta, una toma de posición política y teórica clara frente a ese debate que demuestre la apropiación misma del saber cómo una realidad latente urgida de su intervención.

Este texto mismo, es más una respuesta reflexiva a partir de los aprendizajes obtenidos de nuestros propios recorridos bio-bibliográficos: rural y urbano marginal, en una suerte de consciencia sociológica de imaginación sociológica diría Wright Mills (1961) de los sucesos cotidianos que edificaron nuestras posiciones teóricas y nuestra práctica investigativa. ¿Cómo hablar desde los márgenes, desde la violencia recibida a diario, desde la pobreza urbana y rural? En esa búsqueda llegamos a esta reflexión conjunta, en el descubrimiento de las intersecciones biográficas y los diálogos disciplinares. Desde la narración de nuestras propias vivencias personales y los múltiples intentos de comprender nuestras propias subalternidades hemos pretendido construir una conversación entorno a la Comunicación para el Cambio Social que la conciba en el Caribe colombiano como el escenario para auto-retratarnos, para evadir la trampa de la representación y para pensar en las sociedades y las culturas, narrando y explicando desde nuestros propios lenguajes, nuestro propio oficio, nuestras propias vidas cotidianas.

Saber que la academia cada día estrecha más la mano con el contexto social y su ejercicio contribuye al desarrollo, ese que se apellida sostenibilidad, es hoy por hoy lo que nos incentiva a reflexionar sobre las responsabilidades sociales que las ciencias, en este caso, la comunicación tiene para evitar la anomia, conectar a las personas, juntar esfuerzos y hacer uso necesario de los recursos que, aunque parezcan, nunca son infinitos y menos para nuestro pueblo caribe carente de básicas necesidades que le limitan el pensar disruptivo, que lo alejan de su ejercicio ciudadano y que lo limita a la sobrevivencia diaria. Es así, como este análisis entiende todo proyecto social gestionado desde la comunicación para el cambio social (Aldás, y Santolino, 2015b) aumenta las conversaciones pertinentes al fenómeno, eleva el nivel de implicación comunitario agregando aliados y voluntarios, conlleva a victorias tempranas si el ejercicio es el correcto y multiplica el número de iniciativas sociales en la comunidad o comunidades.

Álvaro Acevedo Merlano

 

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Notas
[1] De acuerdo con las cifras más recientes del Departamento Administrativo Nacional de Estadística DANE, la situación de pobreza en las ciudades principales del Caribe colombiano es mucho más profunda con respecto al resto del país. Barranquilla presenta el 21% de población pobre, Montería tiene un 31% y Cartagena un 29,1%. Todo esto, teniendo en cuenta que a 2016 el Gobierno de Juan Manuel Santos decidió fijar la línea de pobreza en $241.673 pesos colombianos mensuales (84 dólares) y la línea de pobreza extrema en $114.692 pesos colombianos mensuales (40 dólares).
[2] El ejemplo más paradigmático de esa aseveración lo encarnan, en Colombia los llamados Planes de Etnodesarrollo que son un mecanismo de reconocimiento cultural de pueblo afrocolombianos, negros, raizales y palenqueros y, al tiempo, pretender ser dispositivos de participación en la toma de decisiones de la inversión pública asociados a los Planes de Desarrollo departamentales y municipales.

 

Coautoras de este artículo

[i] Joy Helena Gonzales-Gueto
E-mail: joygonzalezgueto@gmail.com
Teléfono: +5215564870515
ORCID iD:https://orcid.org/0000-0003-3308-6050
URL:https://flacso-mx.academia.edu/JoyHelenaGonz%C3%A1lezG%C3%BCeto
Institución: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO
País: México, ciudad de México
Resumen biográfico:
Lingüista y literata de la Universidad de Cartagena. Magíster en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar en Colombia. Estudiante del Doctorado de Investigación en Ciencias Sociales con mención en Sociología de Flacso- México. Narradora y Poeta, interesada en estudios e identidades urbanas en precarización y procesos de reclamación de derechos desde la literatura, la comunicación y los movimientos sociales.

[ii] Margarita Quintero-León
E-mail: marguiquintero@hotmail.com
Teléfono: 3168661725
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-2758-9911
URL: https://scholar.google.com/citations?user=dvLUg4AAAAAJ&hl=es
Institución: Universidad de la Costa
País: Colombia, Barranquilla Carrera 57 # 68 – 124.
Resumen biográfico:
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, máster en coaching corporativo y especialista en gerencia de la comunicación organizacional de la Universidad del Norte. Coordinadora del área Organizacional, docente tiempo completo de la Universidad de la Costa (UniCosta), donde lidera el semillero del área y pertenece al grupo de investigación Community. Empezó su trayectoria investigativa en el semillero U´wa Werjayá de la Universidad Pontificia Bolivariana donde generó publicaciones científicas y ponencias a nivel nacional e internacional sobre industrias culturales y desarrollo social. A partir de su experiencia profesional ha trabajo en múltiples proyectos de consultoría e investigación relacionados con la Comunicación y RSE, Comunicación estratégica, E-government y marketing digital.

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