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La pandemia o el fracaso de la política.

por David G. Miranda
Artículo publicado el 21/04/2020

Artículo publicado simultáneamente
por la Universidad SEK
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Resumen
Ante una amenaza global, a la especie humana, en un mundo plenamente interconectado, ¿estamos renunciando a la construcción multilateral de una comunidad global? ¿Cuáles son los fallos de la política? La lucha por la supervivencia nos conduce a los extremos de lo político, a la excepcionalidad como norma, agravada por un legado de desigualdad social y desequilibrio ecológico, que es necesario afrontar desde las bases del pensamiento.

Palabras Clave: Pandemia, Política, Biosfera, Filosofía

 

Estamos asistiendo, sin duda alguna, a uno de los momentos claves de la historia contemporánea. La pandemia del Covid-19 nos pone entre la espada y la pared como especie, nos confina al espacio privado, y hace tambalear las estructuras sociales, políticas, de producción, a partir de la mera constatación de la fragilidad de la vida humana.

La amenaza es transversal, un virus, invisible, expansivo, letal, nos interpela en la más profunda de las dimensiones, sobre nuestro lugar en la biosfera, aquel “mundo” que se presumía bajo el dominio irrestricto de la ciencia moderna, la explotación de los recursos naturales, el crecimiento económico, y la subordinación de toda especie viviente al orden establecido por la raza humana.

Yuval Noal Harari en su obra Sapiens señala cómo el ser humano ha basado este “éxito” evolutivo en dos características principales y únicas: la capacidad de organizarse colectivamente a gran escala, y la flexibilidad, es decir, su veloz capacidad de adaptación al cambio. Pero esta vez, no ha sido suficiente. Esa capacidad organizativa y adaptativa, a lo largo de los siglos se ha traducido en un sinfín de actividades: el comercio, las comunicaciones, o el imperio del derecho, sólo por nombrar algunas, pero hay una actividad que tiene la capacidad de regularlas todas (o debería): la política, una de las actividades humanas con mayor descrédito en las últimas décadas, y que en el caso de países como Chile, Ecuador, Francia, o Hong Kong, había caído en una espiral caótica y violenta, justo antes de la llegada de la pandemia a nuestras vidas.

Así, los gobiernos del mundo han debido enfrentar una amenaza para la cual, sin duda alguna, no había preparación alguna, tanto por sus implicancias (la rápida muerte de cientos de miles de personas), como por su alcance (global). Tal como dijo Mladen Yopo en una columna reciente, titulada lúcidamente Grandes amenazas requieren de respuestas globales y una soberanía inteligente, donde señala “este tipo de gestión de los asuntos públicos mundiales implica un replanteamiento de la seguridad hacia una más cooperativa enfocada en una comunidad global de principios y normas”, en alusión directa al calentamiento global o la pandemia, apelando a una mayor coordinación entre países, recuperando la cooperación ya no como un valor, sino como un imperativo categórico. Pero, a lo que hemos asistido es a un triste regreso a la era de Paz de Westfalia, donde los estados son protagonistas, y su soberanía, un elemento estructural; de forma totalmente opuesta a las tendencias de la globalización que durante dos décadas los propios estados han defendido. Así, los gobiernos populistas, de derecha o izquierda, han tomado la voz de mando, con tonos voluntaristas, muchas veces escépticos, o inclusive, cautelosos, y han apelado a la metáfora de la guerra (Franzé, 2020) , como una estrategia de aunar voluntades contra una amenaza que es transversal, y que nos ataca, presuntamente, como país; generando resistencia en los sectores más puristas, frecuentemente de izquierda, que reniegan del valor la guerra, por vulnerar algún principio deontológico manifiesto en su discurso alejado de los utilitarismos del capitalismo.

Más allá de ese problema, una de las críticas al discurso bélico (Ramoneda, 2020) de algunos gobernantes (como Trump, Sánchez, o Piñera), es que intentan abordar la pandemia como si fuera una confrontación, cuando se trata de un problema sistémico. Y es aquí cuando merece la pena recordar la acepción de Carl Schmitt, donde “la lucha bélica es el destino de lo político”, sin que se trate de lo ideal, lo permanente, ni su contenido sustancial, sino por el hecho que, en la lucha por la supervivencia, o el establecimiento de un orden, toda comunidad política tiene el poder de decidir qué debe combatir, y cómo. Y en este caso, el Covid-19 nos pone, a todos, en una lucha por la supervivencia, en un mundo global, compuesto por estados que han actuado, hasta la fecha, como verdaderas islas. Más allá del correcto cierre de fronteras, el aislamiento social, y medidas como el estado de excepción, vale la pena también recordar que, en la acepción de Schmitt, lo que define al objeto no es su comportamiento en condiciones de normalidad, sino en tiempos de excepcionalidad. Ello implica que, toda comunidad política que logre la pacificación interna en tiempos de normalidad, podrá ser gobernada, y por tanto, podrá decidir por si misma en tiempos de excepción. Pero este no es el caso, son muchos los países que, ya en tiempos de “normalidad”, no encontraban su equilibrio o adecuada convivencia, empujados por un modelo de producción que no hace más que reproducir desigualdad social, y aumentar las brechas en el acceso a los recursos, tanto a escala nacional como global.

Aquí es cuando cabe preguntarse, inicialmente, si estamos enfrentando una amenaza global, a la especie humana, en un mundo plenamente interconectado, si realmente aspiramos a la construcción multilateral de una comunidad global ¿es efectivo tener tantas estrategias como países en este contexto? ¿cómo podemos aprovechar todos los recursos tecnológicos, financieros, e institucionales, para dar una respuesta más efectiva a esta crisis? Esto, no solamente por un afán de optimizar recursos, sino porque la falta de cohesión (inclusive en una macroestructura como la Unión Europea), y el ensimismamiento de países completos ha terminado por agravar la situación, dado que el factor tiempo, como en todo problema biológico, es absolutamente primordial.

Pero, también es relevante el análisis de la naturaleza del “enemigo”: un virus. Un agente infeccioso derivado del mal manejo de alimentos por humanos, supuestamente, en un mercado de Wuhan. Otra tesis, es su mutación en un laboratorio. Cualquiera sea su origen, se trata de una entidad viviente relativamente nueva (no olvidemos los artículos científicos hace más de una década alertando el peligro), propiciada por actividad humana, y que afecta letalmente, sólo a los humanos. Su expansión, sólo es posible gracias a la actividad humana, y frenar sus efectos, sólo podría conseguirse deteniendo la actividad humana, hasta que la ciencia encuentre una cura, o desarrolle una vacuna, proceso que puede tardar meses, o incluso años, como ha ocurrido con otros virus letales como el VIH o el Ébola. Paradójicamente, la configuración de las comunidades humanas, concentrada en grandes ciudades, favorece la proliferación del virus, y por tanto su impacto. Estas ciudades, pensadas como complejos laborales asociados en algún momento a la industrialización, y luego a la postmodernidad, propician hoy, sin proponérselo, la expansión de una amenaza para toda la especie, debilitándonos. Se presentan como la forma óptima de convivencia, cuando en realidad se han ido modelando como forma óptima de producción y maximización de beneficios. No es casualidad que gran parte de sus habitantes llegado su tiempo libre, sólo deseen salir de ésta, inclusive desafiando una cuarentena, y exponiéndose a duras sanciones. Es aquí cuando cobra fuerza el cuestionamiento a la forma de organización de nuestra vida moderna, algo que atisban autores como Murray Bookchim acerca de la organización de comunidades humanas que mantengan como principio el equilibrio con el medioambiente (en el llamado Ecosocialismo), pero ya no de forma superflua, optativa, o “amigable con el medioambiente”, sino como principio orientador.

En definitiva, tenemos la oportunidad política de pasar de entender un problema biológico, la amenaza de un virus, a entenderlo como un problema ecológico, ya que nuestra relación como especie nos sitúa en una posición vulnerable ante una amenaza tan potente, reconfigurando elementos clave de nuestro lugar en el mundo para garantizar, ya no solamente nuestra supervivencia, sino el equilibrio de la casa que nos alberga: la Biósfera. Para ello, la política debe hacerse cargo de actividades humanas primordiales para nuestra relación con el medio natural. La primera de ellas es la ciencia y el conocimiento en su sentido amplio. Si entendemos que el mundo, en su conjunto, tan solo destina un 2,2% de su producción a la investigación y desarrollo, podemos entender que nuestra respuesta ante esta pandemia sea tan insuficiente. Mientras, el gasto público en educación alcanza un 4,4%, y el gasto militar alcanza un 6% (Wold Bank Data Bank, 2020). Claramente, tenemos un problema de prioridades.

Ergo, el origen de la falsa dicotomía entre la economía y la vida de las personas, se encuentra en el fracaso de la política, ya que ha permitido configurar un sistema humano orientado principalmente al crecimiento económico y la acumulación material, dejando de lado elementos sustanciales de aquello que debiera tener por objeto regular: la relación de la comunidad consigo misma (la búsqueda de paz social), con otras comunidades (globalización), y con su sistema de producción de bienestar (y su efecto ambiental). En este complejo panorama, la única forma de enmendar el rumbo sería a través de un giro radical en el pensamiento, en la filosofía política, que incorporara nuevos principios en nuestra conducta, y por ende, en la forma de llevar a cabo nuestras actividades, como una interpelación directa a las más importantes tradiciones de pensamiento que han modelado el destino de millones de personas. Por una parte, el pensamiento liberal, cuyo excesivo foco en la libertad económica de los individuos ha omitido ya no solamente el equilibrio material de la sociedad para una convivencia pacífica, sino también los límites que establecen sus propias premisas económicas, la escasez de recursos no renovables. Por otro lado, el pensamiento de origen marxista, cuyo desarrollo histórico ha dejado de lado elementos sustantivos para la construcción armónica de un modelo de bienestar, como es el caso de las demandas feministas, y el problema ambiental, ambos incorporados a la fuerza, o de vez en cuando, en los programas de gobierno. Ambas matrices de pensamiento han propiciado desde el fin de la guerra fría el desarrollo de las democracias liberales (salvo China, claro está), y un modelo productivo con letal impacto sobre el equilibrio ambiental que nos deja en un escenario irreversible de calentamiento global.

En definitiva, los derechos individuales irrestrictos por sobre aquellos delicados equilibrios que comprometen no sólo las comunidades humanas, sino el sistema biológico en su conjunto es una realidad que, ante la supervivencia de nuestra especie amenazada, difícilmente podría continuar. Dichos derechos establecidos de forma brillante por Adam Smith en su tiempo, y que dieron vida a una matriz civilizatoria basada en la división internacional del trabajo, deben ser remodelados a partir del entorno donde dichas libertades se podrían ejercer, y bajo que nivel de impacto. Si el impacto es la amenaza de supervivencia, se deben acotar, ya no solamente al mínimo, como ya ocurre en algunos países asiáticos, sino también a generar un efecto compensatorio o reparador, de los efectos acumulados durante siglos, del ejercicio de dicha libertad. Esta crisis, que termina por confinarnos a todos a un espacio público en riesgo ambiental severo, y a un espacio privado de una fragilidad poco sustentable, nos expone tal como expone Byun Chul Han, a la pérdida de libertades incluso biológicas, ante el scanner intensivo del panóptico digital benthamiano so pretexto de mantener la seguridad biológica por parte de un estado que se manifiesta cual ciberleviathan de Lasalle a través del Big Data exportado desde tu teléfono móvil.

Hoy la política tiene la ardua tarea de dar espacio amplio a actividades humanas esenciales para evitar llegar inexorablemente a la excepcionalidad permanente de las crisis biológicas, ambientales y sociales a la que estamos sometidos: la actividad científica en una dinámica intensiva de cooperación internacional basada en la tecnología, la gobernanza de los sistemas democráticos para la redistribución de recursos y la reducción de brechas sociales, y la mitigación del daño ambiental a escala global como objetivo principal de la humanidad. Hasta el momento, hemos generado mecanismos sin transformarlos en ejes de acción, como es el caso de las cumbres del cambio climático, la cual lleva décadas siendo una práctica política meramente testimonial. Si así no lo fuera, no tendríamos islas de plástico en el océano. La economía circular, aquella actividad casi boutique de conferencias, no puede ser más una opción o un lujo, sino un imperativo. De igual forma, la responsabilidad social corporativa, no puede ser más un mecanismo de lavado de imagen o reducción de impuestos, sino una obligación, al igual que el comercio justo. Todo esto, por un solo motivo. El mundo no está en punto cero, sino a la inversa, la sociedad está al borde del colapso a raíz de su propia desigualdad estructural, el ecosistema también, y la economía, adivinen.

 

Referencias
Bookchim, M (2015) La Próxima Revolución.  Virus Editorial. Barcelona
Franzé, J. (2004) ¿Qué es la política? Tres respuestas. Aristóteles, Weber y Schmitt. Ed. Catarata. Madrid
Han, B. (2014) Psicopolitica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Ed. Herder. Barcelona
Han, B. (2016) Sobre el Poder. Ed. Herder. Barcelona
Harari, Y. (2014) Sapiens. De animales a dioses Ed. Penguin Random House España ISBN: 9788499924748
Lasalle, J. (2019) Ciberleviatán. Ed. Arpa & Alfil. Barcelona.
Schmitt, C. (1932) El Concepto de lo político. Alianza ed. Madrid. 1991.
Smith, A.(1776)  La Riqueza de las naciones. Alianza ed. Madrid. 1996
Yopo, M (2020) “Grandes amenazas requieren de respuestas globales y una soberanía inteligente”. [prensa] El Mostrador. Chile. Recuperado en:
https://www.elmostrador.cl/destacado/2020/02/22/grandes-amenazas-requieren-de-respuestas-globales-y-una-soberania-inteligente-2/
Franzé, J. (2020) “Pandemia y metáfora bélica” [prensa] Infolibre.es Recuperado en: https://www.infolibre.es/noticias/opinion/plaza_publica/2020/04/12/pandemia_metafora_belica_105698_2003.html
Ramoneda, J. (2020) “El discurso de la guerra” [prensa] El PAIS. España. Recuperado en : https://elpais.com/elpais/2020/03/25/opinion/1585138497_451554.html
Han, B. (2020) “La emergencia viral y el mundo de mañana” [prensa] El PAIS. España. Recuperado en :  https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
World Bank (2020) Datos de libre acceso del Banco Mundial https://datos.bancomundial.org/
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