EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Las humanidades ante la deshumanización.

por Lilián Arzate
Artículo publicado el 01/06/2019

RESUMEN
Este texto se construye como una reflexión encaminada al ensayo sobre el fenómeno de las humanidades y, más aún, de los humanistas ante la insostenible deshumanización. Escrito no como guía sino con el pulso de despertar en el compañero humanista por etiqueta, una reflexión interior sobre nuestra posición como estudioso de las artes y su devenir en la sociedad actual.

PALABRAS CLAVE
humanidades; deshumanización; literatura; progreso; sociedad

 

Para hablar de las humanidades, bien podría darse aquí un recuento histórico desde el Renacimiento para analizar su surgimiento y transformación. Sin embargo, eso se indaga rápidamente y ahí queda, como dato informativo; y sí, quizá el conocimiento de su proceso diacrónico engrose la arrogancia de muchos que con la frente en alto se llaman así, humanistas. Pero ese es el gran problema en torno a la polémica para definir y situar a las humanidades dentro del mundo tecnológico, el portar un título sin ejercerlo.

Y el caso es global. Incluso desde este escritorio le hago la pregunta a mi abismo interior, ¿será que he comprendido plenamente el quehacer humanístico? Pero luego devuelvo la atención a la fugacidad de los días en la que se desenvuelven las sociedades actuales y me horroriza la división de las cosas a la que concluyo cuando intento responderme a dicha pregunta. Sucede que mis consideraciones no se pincelan de optimismo. Pero antes de proseguir, será necesario que aclare mis pretensiones al hablar del tema. No busco generar aquí una guía de cómo ser un humanista ejemplar, mucho menos trato de señalar a algunos y excluirme del problema. Únicamente haré una reflexión sobre mi percepción del fenómeno de las humanidades en el mundo del hoy. Dicho lo anterior, procederé entonces al tema.

¿Y qué son las humanidades?
Primeramente, quiero recuperar la concepción de humanidades que el doctor en estudios latinoamericanos, Alberto Saladino García[1] hace en su artículo “Humanidades: concepto e identidad”[2], recupero esta noción puesto que al ahondar respecto a tal, me parece muy puntual la que el doctor refiere: “Lo peculiar del humanismo estriba en ser una actitud que pretende apartar al hombre de la animalidad, haciendo más humano al hombre mediante el refinamiento de su cultura” (Saladino García: 41) , y, esta aseveración es, sin duda, el resultado de una muy exhaustiva y larga experiencia en el campo de estudio de esta disciplina. Al igual que esta concepción, me he cruzado con un sinfín más, algunas comprenden al humanismo desde su clasificación entre las demás ciencias o disciplinas, como ya hemos dicho, otras, desde sus orígenes; y muchas más desde el área sobre la cual toman acción.

Pero, no quiero dejar al aire aquella concepción que aquí he referido puesto que a mi parecer es brutal, de acuerdo a tal noción, las humanidades deberían abrir una brecha irrompible entre el hombre instintivo y el hombre social; entendiendo al primero como uno individualista, que se guía por sus propias pasiones y, al segundo, como aquel que es capaz de reconocer al otro como uno igual. Sin más, eso se busca con la promoción de las humanidades. Eso, queda claro, como definición identitaria de todo humanista, por supuesto. Pero ¿qué tan efectiva ha resultado esa labor? Y aún más, ¿de qué manera la literatura y su devenir histórico apoya a esa búsqueda? Bien pues, las letras surgen como consecuencia del hombre-en-el-mundo, más allá de una representación, son en efecto, una abstracción de las inquietudes humanas. Al hacer un recorrido desde el Siglo de Oro español, se deja ver la construcción de las formas sociales que al paso de los siglos y del acontecer social-político-económico han sufrido diversas transformaciones pero que en esencia tratan un mismo tema, el ser-en-sociedad.

Y es preciso resaltar, pese a lo evidente del caso, que ahí radica la importancia de mantener con vida y homenaje, siglo a siglo, a las grandes obras de la literatura, en nuestro caso, la española: El Quijote, El cantar del mío Cid, El Libro del buen amor; La Celestina a Góngora, Quevedo; Sor Juana Inés de la Cruz y a todos los grandes; ya no solo por una conciencia de cultivo intelectual sino por lo que esto implica. Y es que, allí está el gran error, que, en ocasiones uno percibe al ser estudiante en algún grado de letras. El error de preservarlas como si su único valor fuese el estético, que sin duda es crucial; sin embargo, se le aísla, a menudo, de la importancia dentro de su contexto de producción y todavía más, su importancia a través del tiempo.

Es decir, los humanistas no deberían ser entendidos únicamente como los estudiosos de las manifestaciones humanas dentro de las distintas culturas sino como aquellos que utilizan ese amplio conocimiento de las artes y lo que acontece al hombre, para activarlo y regenerarlo generación tras generación de estudiosos de las humanidades en sus distintas formas y así, encaminarlos a la superación humana como una que, como ya hemos dicho, sea capaz de dominar su voluntad para hacer bien al otro. Pensemos en ello, nuevamente, desde el quehacer humano en la literatura. Desde las manifestaciones literarias en el naciente Renacimiento, la preocupación por la condición del hombre en una sociedad divida se hacía ver de manera desgarradora, como podemos verlo muy agudamente en el anónimo Lazarillo de Tormes, el ser, el hombre indefenso tratando de sobrevivir en un mundo que lo ha olvidado. Consecuencia evidente de un desarraigo por el bien del otro como precepto principal de la existencia, coexistencia humana. Y es la misma condición de olvido, de marginación la que empuja al personaje, Lázaro, a las acciones antihumanas. Y entonces, entendemos que toda acción humana, mala o buena, es consecuencia de otras grandes que nos antecedieron. Un ciclo de maldad del que no hemos podido desprendernos porque, ciertamente, no se le ve un origen específico.

Y cinco siglos después, algunos pocos, porque siempre han sido minoría, se preocupan todavía en hablar verdaderamente desde el alma, de cómo el sistema que en rigor busca y ha pretendido siempre la convivencia civilizada, ha dividido al ser humano, en seres sobrevivientes dentro de un sistema construido de partes mecánicas que posibilitan la justicia para unos y la dura existencia para otros. Pero, volvamos, evidenciar la función social que como hemos visto, ha perpetuado, ¿de qué manera ayuda efectivamente a la humanización no solamente del humanista sino del humano en general? Hay, sin duda, una fragmentación social. El yo como individuo, está inmovilizado ante sí mismo y volver al otro parece una tarea lejana.

Ahora, es poco visto, aunque no debería, que un estudiante de literatura reactualice las obras literarias desde sus orígenes no únicamente por el hecho estético que, aunque importante, no daría más si en eso quedara; sin embargo, esta es una actitud aprendida de quienes nos instruyen. Y es que algunos, todavía enseñan a los “humanistas” a encerrarse en una torre de inteligencia que ya así, es todo, menos humanista. Puesto que enfrasca el conocimiento crítico adquirido para sí. Y pocos son los guías humanistas que siéndolo logran despertar el espíritu de nuestra propia etiqueta humanista, que la activan.

La deshumanización o nuestra verdadera condición
Hablar de deshumanización es igual de difícil y polémico, por eso, primero la definiré, en palabras de Félix Rodrigo Mora[3], la deshumanización es la “pérdida de calidad de una persona, de lo que define a la condición humana, es decir, su capacidad reflexiva, emotiva, de convivencia y evolutiva”  (Mora, 2014), capacidades que han ido desvaneciéndose a causa ideologías absurdas y motivos irracionales, resultando y resolviendo en eventos bélicos; movimientos en aras de una “razón” necia por ser la única y verdadera; situaciones inacabables, incomprensibles y presentes en cada época.

Alain Finkielkraut[4], en su ensayo sobre el siglo XX, La humanidad perdida, realiza una recopilación de sucesos que han llevado al hombre hasta extremos tales como el exterminio[5] de millones de personas que aparentemente se oponían a ciertas ideologías, formas de vida y características raciales que no pertenecían a los cánones requeridos para ser un verdadero ser humano, uno ideal. Retomaré sus propias palabras: “Todos iguales, es decir humanos, y todos diferentes, es decir ellos mismos, los hombres forman en el mundo una comunidad de las excepciones” (Finkielkraut:110). Volteemos la mirada entonces al siglo pasado, puesto que es pertinente para ejemplificar. Todo el caos bélico e ideológico del siglo XX, los totalitarismos efectuados en dicha época encaminaron al mundo, a la sociedad contemporánea hacia una insensibilidad, agudizaron, politizaron esa despreocupación por el otro. Hecho gravísimo. Se politizo nuestra más oscura condición.

Sin bastar eso, con el fin de avanzar, con la búsqueda incesante de progreso, se ha generado de hecho un retroceso respecto a la condición del ser humano en torno a su actuación como ser social. Ejemplos de esta condición los tenemos hoy día en todas las naciones del mundo. Retomo nuestro tema, el del quehacer humanista, de las humanidades porque es aquí, ante tales situaciones de crisis, de caos y violencia en donde debiéramos insertarnos para dar verdadero sentido a nuestra posición con el otro, para ya entonces portar con orgullo ese título de humanista.

Y todavía intentando develar si yo, desde mi posición como humanista en proceso, comprendo qué es serlo, solo pienso en la ardua batalla que deberemos enfrentar con las mayorías que pretenden creer que esta disciplina humana es un ornamento no funcional para el sistema cuando de hecho, es la que sostiene de un hilo muy desgastado lo poco humano que nos queda.

Este es mi juicio. Todavía estamos floreciendo en tanto el quehacer humanístico, aun después del enorme recorrido histórico que nos ha traído hasta estos días. Y, en vez de aproximarnos a un progreso ya no solo tecnológico y de avances para las comodidades humanas, sino a uno en donde desarrollemos el máximo potencial humano para con los otros, estamos explotando la deshumanización con todos sus colores, porque pareciera que esa capacidad se nos ha dado más. Hasta ciertos años del siglo XX, la humanidad vivió conforme a un proceso de personalización que ha sido deshecho poco a poco y ha dado como resultado hoy, en siglo XXI, el individualismo; y ante ello, la tarea humanista se torna todavía más compleja.

El sentido de comunidad se debilita. Una de las tantas paradojas sociales que puedo observar es la del individuo que persigue convivir cordialmente y paralelamente, manifiesta una preocupación falsa por los demás, mostramos aparente interés y preocupación por el mundo, pero no actuamos verdaderamente en aras de este mundo. Vivimos en una era de máscaras, de etiquetas del bien, sin hacer el bien.

En esta contradicción se halla nuestro mundo repleto de tecnologías que nos llenan las manos y los bolsillos con el fin de conectar al mundo, pero que de hecho cada vez nos separan más. Hoy, solamente percibo una situación de crisis deshumanizante y quizá el desencanto del propio humanista deviene de la contemplación detenida del otro mundo, el acelerado y ensordecido que incita a una imparable búsqueda de ser y poseer despojando de virtudes de convivencia, de sensibilidad al hombre; situación que también arrasa con nuestra comunidad de humanistas. Ese otro mundo, nos ha llevado al olvido de la verdadera razón del ser como humanos sociales y se ignora que, ante la presencia de un sistema perfecto y en crecimiento, la conciencia de que hay otro, se ha desvanecido.

¿Las humanidades ante la deshumanización? Una lucha exhaustiva, de repensar en torno a nuestra tarea, pero como punto de partida, desde el interior de nuestra propia disciplina y desautomatizando nuestra a veces ya mecánica función para reconocernos y lograr abrirnos como verdaderos humanistas hacia los otros.

Mi proceder humanístico se siembra entonces en el análisis de las manifestaciones artísticas como consecuencia del devenir humano y de entenderlas como herramientas para desplazar, para disipar la velocidad del progreso que empuja al desinterés en los otros al volver la mirada al espíritu humano como imperante de un orden efectivamente social.

 

REFERENCIAS:
Finkielkraut, A. (1998). La humanidad perdida, Barcelona: Editorial Anagrama.
Hinkelammert, F. J. (2007). Humanismo y violencia. POLIS, Revista           Latinoamericana,            Recuperado de:       http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=30501818
Saladino García, A. (1994). “Humanidades: concepto e identidad”. En        La Colmena: Revista          de la Universidad Autónoma del Estado de             México. Nº. 3, 1994, pp. 40-44.
[1]En,  La Colmena: Revista de la Universidad Autónoma del Estado de México, pp. 40-44
[3] En La humanidad perdida, Alain Finkielkraut, 1998; Barcelona, Editorial Anagrama.
[4] Intelectual francés de origen judío, conocido polemista y autor de numerosos ensayos.
[5] Refiriéndonos al holocausto.
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