EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Pueblos originarios: reflexiones y propuestas

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 12/03/2017

Publicado también en elquintopoder.cl

 

Muchos historiadores plantean que la historia es redonda. Este postulado contiene una certeza tan perversa como estremecedora: la memoria humana es tan débil que se olvida de hechos que la han marcado con guerras y genocidios. Los optimistas recalcitrantes, y no por ello realistas, que habitan en todas las esferas del conocimiento, postulan que la historia, como en la teoría del origen de las especies, es evolutiva: la memoria es capaz de registrar las calamidades humanas y, por eso, está capacitada para corregirse y no volver a equivocarse.

La relación del Estado chileno con los pueblos originarios es redonda: se equivoca una y otra vez como esos muñecos porfiados que aunque se les mueva en todas las dirección, vuelven a su posición original: el Estado chileno es extremadamente porfiados en cometer los mismos errores en el problema indígena. Es que nunca se ha propuesto nada que solucione la deuda histórica que ha contraído el Estado chileno desde la independencia de la Corona Española en 1818. Es más, ha destruido las confianzas y los canales institucionales, si los hubo alguna vez, no han servido de absolutamente nada.

El triste tratamiento que se aplico fue reducirlos en auténticos reductos inhóspitos quitándoles las tierras en las que habían vivido por siglos. Sus tierras. Y los métodos han sido los no métodos. Reprimir hasta la muerte no es ningún método ni menos presenta ni una oportunidad de diálogo. El diálogo que debería ser el único instrumento válido para cerrar esta enorme deuda histórica con los pueblos originarios, si se practica, es a gritos; pero lo que se ha usado y abusado, es la violencia, la marginación socioeconómica, la pobreza y, por último, el olvido por décadas del “problema indígena”.

Hay muy pocas herramientas para establecer unas bases mínimamente conciliadoras para restablecer las confianzas: el Estado chileno jamás ha cumplido las promesas; la confianza mutua está fracturada.

El pueblo sami que vive al norte de Suecia, Noruega y la península Kola, más conocidos como lapones, ubicada a noroeste de Rusia, es un pueblo originario que vive allí ya por milenios. El diálogo en un principio fue el mismo que tiene Chile con los pueblos originarios, escaso, lleno de estereotipos, violento. Como en Chile, los sami tienen lengua, cultura, bandera, himno, territorio propios. Es decir, son un pueblo con identidad única. Hasta las primeras décadas del siglo XX, se les vio como seres inferiores, llegando a “usarlos” para hacer experimentos racistas en nada menos que la universidad de Uppsala, una de las más antiguas y prestigiosas de Europa. Influidos por la ideología nazi, los científicos suecos, practicaron todo tipo de análisis para comprobar lo que ya sus ideologías querían verificar: las razas inferiores/superiores. Esta fue la última herida perpetrada por los “blancos” en Suecia. Con el tiempo y los desengaños de las ideologías totalitarias, se reconstruyeron las confianzas hasta llegar casi a unas relaciones institucionales sin ningún tipo de fisura.

Los sami tienen un parlamento propio, con lecciones cada cuatro años donde participan sólo los sami. Desde este sistema de gobernabilidad democrática, se estructura la vida económica, social, cultural, deportiva como un pueblo con identidad cultural como puede ser cualquier otro. Pero son los sami los que en el debate parlamentario, buscan las soluciones a sus problemas toda índole. Una ilustración en esta fructífera organización que llega a ser muy sofisticada si se compara la desolación si lo comparamos con la problemática de los pueblos originarios de Chile. En la parte sueca de su cultura, hay una policía exclusiva para renos ―animales que representan una parte de la base de su economía, casi como el cobre para los chilenos y que el pastoreo de renos es una labor tradicional muy extendida en esta cultura―. Los problemas de convivencia entre los renos, que circulan por su territorio por miles, con los habitantes no sami que viven en este territorio, su parlamento creo una policía exclusiva para mantener a los renos en su sitio sin que molesten a la comunidad.

Los sami viven en esta zona desde hace miles de años, como los pueblos originarios en Chile, los que lograron sobrevivir a varios genocidios perpetrado primero por los españoles y después por los chilenos. Hay conflictos, como en toda convivencia humana, entre sami y suecos, aunque ninguno de los dos grupos siente un interés acuciante por el otro. Los conflictos que se han presentado son con empresas que quieren explotar algún mineral que está en territorio sami, como oro, plata, níquel, pero que se topan con el rechazo sami ya que altera el ecosistema de milenios para la crianza de renos.

Aquí estamos hablando de una identidad cultural que es dueña de un vasto territorio que gestionan y administran parlamentarios sami elegidos democráticamente. Vale decir, se les ha cedido jurídicamente su territorio que los sami controlan y deciden democráticamente que hacer dentro de esos territorios. Tienen absoluta autonomía en las decisiones política, económicas, culturales como cualquier país del mundo. Pero han decidido que, a pesar de tener una fuerte identidad cultural, como pueden ser la sueca o la chilena, no quieren ser una nación. En esto se parecen a los pueblos originarios chilenos: tampoco lo piden. Pero los sami es como si la tuvieran. Y si no lo quieren es por razones estratégicas: como país independiente, tendrían problemas a los que no están disponibles a tener.

Sería muy fructífero que los representantes de la (tan posible como añorada) mesa de diálogo del Estado chileno con los pueblos originarios, se dé una vuelta para que se informe in situ de esta realidad. Que no es el fin del mundo otorgar autonomía política y económica a unas culturas que tienen todo lo que debe tener una etnia: una fuerte identidad propia.

El viaje no toma más de 28 horas. Pero también se puede viajar en pocos segundos por las autopistas virtuales. Es sólo cosa de tener la voluntad política para hacerlo.

Jaime Vieyra-Poseck

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴