EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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¿Qué aportan las imágenes a la filosofía? Un punto de vista desde/sobre la imagen

por Juan Granados
Artículo publicado el 10/05/2025

Resumen
Se ha dicho que la nuestra es una cultura visual, de imágenes visuales; o, al menos, más visual que la de otros tiempos. Se acepta que una imagen se procesa más fácilmente que un texto y que su valor (de realidad) supera el de las palabras. Es tan importante la imagen que es signo de identidad personal y corporativa. En fin, ante esta situación de hecho, ¿qué tendría que decir al respecto la filosofía?, ¿qué aportan las imágenes a la filosofía? Este trabajo es un ejercicio reflexivo para abrir una posibilidad de acceso a una realidad distinta a las condicionadas por las disciplinas tradicionales y las emergentes.

Abstract
It has been said that ours is a visual culture, of visual images; or, at least, more visual than in other times. It is accepted that an image is more easily processed than a text and that its (reality) value exceeds that of words. The image is so important that it is a sign of personal and corporate identity. Anyway, faced with this factual situation, what would philosophy have to say about it? What does images contribute to philosophy? This work is a reflective exercise to open a possibility of access to a reality other than those conditioned by traditional and emerging disciplines.

Sobra, me parece, ahondar y decir más en un contexto que sirva de antecedentes al planteamiento de este escrito, pues, es obvio, hay imágenes por doquier. Me refiero a las imágenes visuales que encontramos en esa multitud de pantallas que nos rodean.

Antiguamente a una ciencia se la definía según su objeto material y su objeto formal. El primero, se diría hoy, es el objeto de estudio. El segundo era la perspectiva de estudio. La filosofía, como ciencia, si hace de la imagen su objeto, algo tendría que decir de ella. Pero la filosofía no se nos da, aceptémoslo, como una y única, sino que se nos diversifica en doctrinas-método. Pongamos por caso la fenomenología, la hermenéutica y la semiótica (recurso, por mucho tiempo, de la filosofía analítica). Para estas filosofías un objeto se lo admite como tal desde cierta perspectiva (o modelo). Para la primera, lo primero que diría de la imagen es que es fenómeno; para la segunda, sería texto; y para la tercera, sería signo. Es decir, la fenomenología estudia sus objetos en tanto que fenómenos; la hermenéutica, en tanto textos; y la semiótica, en tanto signos. Para estas doctrinas-métodos filosóficos la imagen es ya algo aún antes de que siquiera se empiece a investigarla. Se categoriza a la imagen con anticipación: es un fenómeno entre otros; un texto diferente, un signo más. Y lo mismo pasa con las humanidades y las ciencias sociales, por no mencionar a las ciencias, llamadas, naturales. Ajustan su objeto de estudio a una perspectiva previa con sus presupuestos de categorización. La filosofía misma es, en tanto que saber, una disciplina, y para el objetivo de este trabajo (indagar qué aporta la imagen a la filosofía), ha de fungir como representante de las otras disciplinas o ciencias. No me propongo, entonces, desde un marco teórico, decir qué es y qué aporta la imagen (o las imágenes) a la filosofía, sino, sin los límites autoimpuestos, desentrañar cómo aparecen las imágenes y que pueden enseñarnos.

¿Se justifica este otro tratamiento?, ¿puede modificarse esto?, A mí me parece que sí se justifica otro tratamiento o puede modificarse el común.

En 1981, en la Universidad de Vincennes, Gilles Deleuze dictó un curso a pintores, y que después se publicó con el título Pintura. El concepto de diagrama. En él, el filósofo francés se preguntó qué quería decir para la filosofía hablar de pintura, qué podía aportarle ésta a aquella. La respuesta que entrevió fue la de que quizás tenga que ver con formarse conceptos sobre ella, pero en el sentido de que recibiría ideas desconocidas y nuevos conceptos. Deleuze descubre en las pinturas la catástrofe. No se detiene en la representación de la catástrofe, sino que, propone, que esta nos descubre la catástrofe pre-pictórica como condición de la pintura, del acto, y que es secreta y profunda. La catástrofe de la pintura es el momento en el que se desequilibra, se disgrega o se disuelve. Es un momento de caos que posibilita que haya pintura, por eso que la califique de caos-germen fundador. Los pintores saben que no están ante lienzos vacíos, sino frente a lienzos llenos de clichés. La catástrofe debe derrumbarlos para que surja la pintura. Pero la catástrofe tampoco puede dominar. Si no se la controla, no hay pintura. Si no se da, no se tienen más que ejercicios escolares. La lucha del acto pictórico es una lucha contra los lugares comunes, los miedos, los estereotipos, contra todo aquello que abruma a la pintura: la ilustración, la narración. La pintura no es esto. Deleuze se preguntaba qué aportaba la pintura a la filosofía y, adelantando la respuesta, decía que conceptos. El primero fue el de catástrofe. El segundo que descubre, en su reflexión, es el de diagrama, que define como la catástrofe controlada, esto es, la bisagra que une el caos o removimiento de los clichés y el acto pictórico. El lenguaje del diagrama señala más adelante, es el de la analogía, especialmente la de modulación, es decir, la de moldear la cosa en su presencia o, dicho de otra manera, la de hacer visible lo que, con propiedad, es invisible, como un grito de desesperación, por ejemplo.

Esto y más es lo que busco en este ensayo. Por el momento no me interesa si lo que plantea Deleuze es aplicable a la creatividad artística en general, sino la pregunta que orienta su reflexión, esto es, ¿qué aporta la pintura a la filosofía?, y el resultado, a saber, conceptos, entre ellos, el de diagrama. El ejercicio filosófico de Deleuze motiva esta reflexión mía. Su apuesta modela una posible ruta de investigación. Pero mi planteamiento, quisiera que ya quedara claro, implica un cambio de perspectiva, en el sentido en que no se cambia de punto de vista, sino del punto de vista. No se trata de cambiar de marco teórico, sino de colocarse, con lo que es propio (el bagaje de cada uno) en el objeto como otro lugar desde el cual pueden verse otras cosas. ¿Qué dice (aporta) de y a la filosofía (o cualquiera otra ciencia) la imagen antes de y sin que medien presupuestos? Posicionándome en la imagen, esperaría recibir de ella luces para la filosofía como, quizás una otra manera, de verla. En lo que sigue, pues, intentaré responder a esta cuestión en una exposición bivalente.

Hay imágenes. Encuentro imágenes por doquier. Incluso las busco. Me refiero a las imágenes visuales, las que percibo con la vista y sus órganos. No digo imagen, de común, para referirme a sonidos, olores o gustos. A las imágenes, pues, las veo, las encuentro con la vista. Todo encuentro con las imágenes es consciente, pero puede ser reflexivo o irreflexivo. Puedo dar cuenta de él y responder a quien me pregunta por lo que veo o no, dar por hecho que veo sin que sepa qué veo. En el primer caso veo las imágenes; en el segundo, la vista se topa con ellas. Cuando las veo, sé que las veo y, también, son vistas. Cuando las imágenes son vistas, no veo ni sé que las veo. Se requiere, pues, una conciencia reflexiva para encontrarse con las imágenes, para poder decir que se las ve. Es por ello por lo que puedo decir que me las encuentro, las busque o no. La posibilidad de encontrarse con imágenes es que las haya y que haya alguien que las encuentre. Este no da cuenta de su encuentro a menos que reflexione sobre ello.

Sé que hay imágenes, porque lo constato y lo constato, porque las encuentro, me encuentro con ellas, porque las veo. Lo que veo (luces, sombras, colores, formas) se da en un soporte, diríase hoy, físico o digital (Gubern). No sólo sé que hay imágenes porque lo constato, sino que sé que son imágenes porque reconozco en ellas luces, sombras, colores y formas superpuestas en estado constante de emergencia. Descubro en ellas una alternancia entre lo visible y lo invisible, entre lo evidente y lo oculto, que llama mi atención, la distrae o la seduce (Baudrillard). Lo visible es lo que se da a mi vista y veo consciente y reflexivamente. Lo invisible es lo que no es susceptible de ser visto, es lo que no ve. En las imágenes es mucho más lo que no se ve que lo que se ve. Esas luces y sobras que dibujan contornos en las imágenes, puedo percatarme, son selectivos. Enmarcan y con ello indican lo que hay que ver, pero, alternadamente, hacen que note lo que no está, lo que no puede verse en el ahí de las imágenes.  En lo que veo identifico, en muchos casos representaciones y reproducciones que ilustran o comunican a las imágenes, como tales, siendo ellas lo que son, como a algo que las rebasa, que no está a la vista, pero que se puede inferir (Augé). Las imágenes son medio y mensaje. Son medio, porque son un modo plástico y simbólico de llevar uno o varios mensajes. La comunicación es transmisión de valores y símbolos codificados y estos son el mensaje que lo es porque pueden decodificarse los valores y lo símbolos (Debray). En mi experiencia con las imágenes la imagen se me aparece como un medio plástico y simbólico con un soporte físico o digital de conservación espaciotemporal que reproduce un fragmento del entorno óptico y que representa, ilustra, comunica, explora y/o distrae-seduce, en un ritmo de emergencia y secreto, y que comunica o transmite ciertos valores o símbolos codificados que al decodificarse condicionan la posición del espectador.

No sólo hay imágenes que encuentro porque las veo y puedo responder al respecto. No, Las imágenes no son únicamente objetivas y materiales. También son imaginadas. El saldo de ver, para mí, es, como impresión sobre la vista y los otros sentidos y el ánimo, son imágenes. Las imágenes se dan a mi conciencia como externas o internas a ella. Como externas son distintas y distantes. Llego a ellas o me llegan, las recibo, pero se conservan en su origen. Así se la puede estudiar, a la distancia. En mi experiencia son muchas las imágenes a las que llego o me llegan desde distintos medios. O las imágenes son todas idénticas en tanto que imágenes o son todas diferentes. Las imágenes en mi conciencia, como saldo es sólo una posibilidad, de existencia de las imágenes. Más aún, yo hago imágenes con imágenes. Encuentro en mí imágenes de imágenes, como reflejo y en representación de las que están afuera, o me son exteriores, e imágenes que son mías, que no encuentran correlato en las que percibo y recibo por los sentidos, especialmente por la vista. A este hacer imágenes se lo llama imaginación, que según la acepción más corriente es la acción y el efecto de imaginar.

En alguna ocasión, explorando al espectador de cine de la mano de Julián Marías, tuve que vérmelas con las imágenes proyectadas o teledirigidas de una película, con la imaginación y las realidades imaginarias. La experiencia con el cine es vital, decía, ya que en ella se ponen en juego las imágenes, la imaginación, lo imaginario, lo real y la realidad. Julián Marías, a inicios de la década de 1970, ya combatía esa supuesta crisis de la imaginación, que consiste en que, según quienes la sostienen, la función imaginativa se está atrofiando por la desmesurada cantidad de cosas visuales que se da en la vida moderna. Para Marías era apresurado plantearse esa crisis, porque, de acuerdo con él (hace 50 años como ahora), se confunde lo imaginado con lo imaginario. Leer una buena novela requiere, podemos estar de acuerdo, imaginar personajes, lugares, etc. Ir al cine, no. Vamos al cine no para imaginar, sino para ver cosas imaginarias. Queremos ver, más que imaginar, realidades imaginarias. Para Julián Marías el cine es un modo original de representación de la vida humana y un prodigioso instrumento de conocimiento de la realidad, por eso que dedicara tiempo a verlo y a escribir sobre él. Pero quiero volver sobre el asunto. Vamos al cine, decía, porque queremos ver. Y también hacemos otras muchas cosas, más en nuestros días tan llenos de pantallas, porque queremos ver. Esto es, estamos ávidos de imágenes. El ser humano tiene, decía el filósofo español, avidez de imágenes, y con ello señalaba una nota común al género humano. Es, puede pensarse, un afán con el que se complica la realidad con cosas imaginarias o imaginadas, ya que las imágenes se piensan como lo opuesto a lo real, como fingimientos. Sin embargo, diría el discípulo de Ortega y Gasset, a la base de esta concepción de las imágenes como fingimientos hay un cierto materialismo de usos mentales que piensa las cosas opuestas a las imágenes, lo real a lo fingido. Contra esta idea señala que, más bien, la imaginación antecede y es parte de lo real. Para constituir ciertas realidades se requiere de la intervención de la imaginación. El ser humano proyecta con ella una interpretación de la realidad. Esta interpretación es su propio proyecto y éste es imaginario y real a la vez, es decir, es una realidad imaginaria. Si lo real es lo que se encuentra, lo imaginario es real, porque lo encuentro. Para tratar con la realidad hay que imaginarla. La vida de cada uno no está dada, hay que imaginarla, hacerse imágenes de ella, para poder realizarla. Como ejemplo sirva recordar la construcción e invención de la figura y el rostro con el maquillaje. Para que haya vida hay que imaginarla, esto es, es un requisito de ella. Pero, agrega Julián Marías, la proyección imaginativa de la vida no se da desde la nada, sino que se parte de realidades de todo orden, especialmente de esquemas genéricos del mundo social que se transmiten intergeneracionalmente y que sirven de modelos para guiarse. La imaginación permite apropiarse de dichos modelos (como el de ser médico), se aprende su contenido, se comprenden y se decide hacerlos o no realidad en mí. Con las imágenes, especialmente las artísticas y cinematográficas, la vida se complica, sí, pero, también, se inventa y va más allá de sí.

A lo aportado por y con Julián Marías, quisiera decir algo más sobre la imaginación y lo imaginario. La capacidad de recibir y crear imágenes recibe, pues, el nombre de imaginación. Es una capacidad o una facultad. La imaginación se sitúa entre los sentidos y la inteligencia. Es pasiva y activa. Es pasiva porque recibe los datos sensibles, las imágenes exteriores, para elaborarlos como imágenes en la representación. La imaginación conecta lo sensible y lo inteligible, como puente entre uno y otro extremo, entre las percepciones particulares y los conceptos generales expresados con el juicio. Es activa, creadora, produce realidades ficticias a partir de la realidad diaria. Cuando se imagina se piensa hacer algo por algo y para algo. La imaginación, entonces, tiene una función vital (aprehender la realidad en sus conexiones) y un entorno temporal (el presente en el que confluyen el pasado como recuerdo y el futuro como expectativa). La imaginación activa puede distorsionar la realidad o hacer perder el piso, pues su función creadora le permite componer, combinar o construir imágenes desde los datos sensibles, incluso de cosas inexistentes. La imaginación puede enfermar al ser humano (Beuchot). Las imágenes todas hacen o conforman el imaginario y los imaginarios. El primero es colectivo. Los otros son individuales. Coinciden y se distinguen. El colectivo reúne lo que comparten los individuales, aunque se desborda, en cada conciencia. No sólo se contiene lo común, sino también lo propio. A la base de los imaginarios colectivos está, pues, la imaginación. La imaginación se conecta con el símbolo, ya que el símbolo y la imagen poética son actos de la imaginación creadora. El equilibrio entre la representación y la creación, como funciones de la imaginación, es muy necesaria.

Ya de lo anterior se puede empezar a responder a la pregunta por lo que aporta la imagen a la filosofía. De entrada, hay que afirmar que la filosofía se nos da como imagen. De hecho, constato que hay filosofía, la encuentro, porque, en cierto sentido, la veo. No la veo como una imagen, pero la leo. Sin embargo, leo porque veo. Cuando leo, veo algo: letras, sílabas, palabras, oraciones, párrafos… en y sobre una página cuyo color contrasta con lo que veo: negro sobre blanco, blanco sobre negro. Las letras son imágenes. Se hallan en la página como marcas visibles. Más aún, la filosofía está y la hay en sus imágenes: pinturas, grabados, fotografías de filósofos; portadas de libros y los textos sobre las páginas. A la filosofía, pues, se la encuentra, también, en imágenes. Estas imágenes se dan como datos sensibles que dejan su impresión en la memoria o imaginación. Esto es, la filosofía que se da en imágenes también se imagina. Encuentro en mí a la filosofía como imaginada y susceptible de imaginarse. Cuando digo que la imagino, digo tanto que he recibido imágenes de la filosofía como que me he hecho imágenes de esta. Y esto es la imaginación que tengo de ella, como efecto. Y lo que tengo se suma en mí como imaginario que puedo compartir o no con otros. Es decir, es cierto que tengo una idea de lo que es la filosofía, pero esa idea, para devolverle el sentido más primitivo a tan caro concepto, es un imaginario, como conjunto de imágenes, recibidas y creadas, sobre ella.

Más aún, pueden llevarse los hallazgos más lejos. Los textos son imágenes. Esto invierte el punto de partida hermenéutico. Un texto para la hermenéutica se interpreta. Un texto es imagen que no solo se ve, sino que se lee. Y cuando se lee se descifra o decodifica. Un texto está encodificado según un código. Esto nos redescubre que hay códigos. Sabemos que estos se hacen con signos. Pero los signos son, primitivamente, imágenes, marcas, antes de ser signos. Se dan a la percepción, antes que al intelecto que se encarga de decodificar el código sígnico. Asimismo, a los fenómenos se los encuentra perceptiblemente. De los sentidos la vista se prefiere. A esta se dan u ofrecen los fenómenos que aparecen como imagen. Los fenómenos son, pues, imágenes. Lo que tienen en común los signos, los textos y los fenómenos es que son imágenes. La manera de estudiar a las imágenes es partiendo de ellas y no anteponiéndoles una categoría que, además, resultó derivada de ellas mismas.

Y esto ha de hacerse con más ahínco en nuestra época, caracterizada por una peculiar forma de darse de las imágenes. Esbozo la situación considerando las observaciones de algunos pensadores recientes. Para Debray la imagen, en sus funciones, ha cambiado en su historia. Ha sido ídolo, arte y, por último, estereotipo. Para Virilio las imágenes se han independizado de la mirada y del espectador, para el que ya resultan ajenas, pero fascinantes. Las máquinas de visión, el cine y algunas exposiciones son los paradigmas de las imágenes vueltas espectáculo para nadie. Para Augé las imágenes fascinan, lo mismo que para Virilio y Baudrillard, porque hacen incierta la distinción entre lo real y la ficción (con lo cual no estaría muy de acuerdo Julián Marías), generan adicción y condicionan los criterios. En la actualidad la imagen ya no representa un papel de mediación con el otro. Ya no genera reciprocidad, pero sigue conquistando, si se hace caso a Debray y Augé. Para Baudrillard la imagen ha muerto, porque ya no genera ilusión y coloca al espectador frente a sí mismo y frente a la reproducción vertiginosa de imágenes que no alcanza a ver y su perfección inútil. Ahora, pues, hay muchas más imágenes que en otros tiempos. Hay un espectáculo de imágenes que comunican valores y símbolos, pero de otra manera. Lo que ha pasado con las imágenes en la actualidad es que se han vuelto un espectáculo fascinante. Esto responde a un exceso de entretenimiento: no solo a pasar el tiempo de manera agradable, sino dejar pasar simplemente el tiempo, sin hacer nada, tan sólo viendo las imágenes en Instagram, Facebook y Pinterest o los innumerables videos que pueden encontrarse en Youtube. Recientemente, de algunas décadas a la fecha, se han planteado como una alternativa a la investigación de las imágenes, pero con el fin de comprender a la sociedad en la que se da, los estudios visuales, de suyo interdisciplinarios. Para estos lo que importa de las imágenes no son ellas en sí mismas, sino lo que se hace (o hacemos) con ellas. Y lo que se hace es producirlas, distribuirlas y consumirlas. Y en este proceso se multiplican innumerablemente, se descontextualizan, transmiten ideas, valores y símbolos, se las usa con fines políticos, etc. Pero el tratamiento de esto queda fuera de los límites de este ensayo.

En fin, ante esta situación de hecho y con ya consecuencias teóricas, ¿qué tendría que decir al respecto la filosofía?, ¿en qué cambia esta situación a la filosofía? Este ejercicio reflexivo ha apuntado a abrir una posibilidad de acceso a la realidad distinta a las condicionadas por las disciplinas tradicionales y las emergentes. He elegido un tema de actualidad por esa razón.

 Juan Granados
Artículo publicado el 10/05/2025

Fuentes de consulta
    • Deleuze, Gilles (1981-2014). Pintura. El concepto de diagrama. Buenos Aires: Cáctus. Corresponde al curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 31 de marzo y el 2 de junio de 1981.
    • Augé, M. (1999). Sobremodernidad. Del mundo de hoy al mundo de mañana. Recuperado de www.memoria.com.mx/129/auge.htm.
    • Baudrillard, J. (2001). El otro por sí mismo. Barcelona: Anagrama.
    • Baudrillard, J. (2006). El complot del arte. Ilusión y desilusión estéticas. Buenos Aires: Amorrortu editores.
    • Debray, R. (1994). Vida y Muerte de la Imagen. Barcelona: Paidós.
    • Gubern, R. (1996). Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto. Barcelona: Anagrama.
    • Virilio, P. (1998a). Estética de la desaparición (2a ed.). Barcelona: Anagrama.
    • Virilio, P. (1998b). La máquina de Visión. data. //lab, 14.
    • Marías, Julián (1951) Introducción a la Filosofía. Madrid: Revista de Occidente (Manuales), (1ª ed. 1947).
    • Marías, Julián (1971) “La imagen de la vida humana” en Tres visiones de la
    • vida humana. Navarra: Salvat-Alianza.
    • Marías, Julián (2017), «Discurso del Académico electo D. Julián Marías. (Leído en el acto de su recepción pública el día 16 de diciembre de 1990 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) en SCIO. Revista de Filosofía, n.º 13, noviembre de 2017, 257-268.
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