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Desconcierto y Desasosiego. En torno a una eventual independencia de Cataluña.

por Edmundo Moure
Artículo publicado el 25/09/2017

Escribo esta carta, que quiere transformarse en crónica y aun en entrevista, a un puñado de buenos amigos de la España peninsular, de la España autonómica, pese a que no comulgo ni comulgaré con monarquía alguna. Como bien escribe mi amigo sefardita, Jorge Zúñiga: “¡Ni altar ni trono! ¡República!”. Al amparo de estas afirmaciones, algo rotundas, por cierto, pero honestas, me atrevo a formularos algunas preguntas clave sobre lo que hoy se define como “la cuestión catalana”. Vuestras respuestas serán muy valiosas para mí, y confío que me libren del desconcierto y mengüen mi desasosiego.

Ayer escribí a cuatro amigos: una mujer y tres hombres, de distintas nacencias en el vario calidoscopio hispánico. Ella, oriunda de Galicia; los tres varones, uno nacido en Córdoba y habitante de Barcelona, donde vive con su mujer e hijos; el segundo, gallego viguense o vigués, mejor dicho; el tercero, habitante barcelonés, aunque no tengo clara su procedencia natal.

Ninguno me ha contestado aún (vuelvo a ponerlos en esta lista de correos, a ver si se animan…), aunque mi amiga me envió un poema de José Espronceda (1808-1848) –ni más ni menos- que pudiera ser una respuesta a mis inquietudes (iba a escribir “inquedanzas”, sí, na lengua galega de meu señor Pai). No insertaré el poema aquí, porque me parece muy extenso y asaz malo, aun cuando provenga de una figura eminente de las letras hispanas. He aquí sus primeros versos:

Oigo, patria, tu aflicción,
y no entiendo por qué callas,
viendo a traidores canallas
despedazar la nación.
Dando a un ingrato felón
estúpidas concesiones,
están haciendo jirones
esta tierra milenaria
de gente ayer solidaria,
hoy podrida de ambiciones…

No sé bien a quiénes se refería el patriótico don José, pero nada raro que fuese a los propugnadores del federalismo español, cuyas banderas apuntaban entonces a obtener la autonomía de las tres nacionalidades ibéricas no castellanas, bajo la férula del Estado español: Galicia, Euzkadi y Cataluña. Sé bien que en los albores de los años 30 del pasado siglo, bajo estos tres países se creó una entidad autonomista cuya sigla era GALEUZCA, a la que bien se refiere Alfonso Castelao, en su inmortal libro Sempre en Galiza, cuya primera edición bonaerense (1944) conservo en mi biblioteca.

Junto al gran Castelao, resuenan en mí los nombre de Joan Maragall y de Lluis Companys, poeta excelso el primer, político y luchador social el segundo; ambos catalanistas irreductibles. Y la trágica epopeya catalana en la Guerra Incivil española. ¿Cómo se puede omitir este “peso de la Historia”?

Muchos dicen hoy que eso es cuento ya pasado, que la actual Constitución, que consagra las diecisiete autonomías peninsulares, otorgando a Galicia, al País Vasco y a Cataluña el estatus de “nacionalidades históricas”, es suficiente logro libertario.

Pero los catalanes son porfiados, como bien lo afirmara ese tozudo y gran escritor que fue Josep Pla, pese a que su catalanismo era más bien una cuestión romántico-cultural, pudiéramos decir. Por eso, incluyo aquí un breve texto que resume las aspiraciones de los herederos de Maragall:

DIEZ RAZONES PARA UN ESTADO CATALÁN

Dimecres, 5 De Agost De 2015 Pujat Per Toni Soler

  1. DEMOCRACIA. El crecimiento del independentismo es un fenómeno muy transversal, masivo y totalmente pacífico. Es absurdo negar esta realidad y, como en Escocia, lo más lógico es que una cuestión tan importante se dirima en las urnas. No es cierto que los referéndums fracturen a la sociedad. Al contrario, si la cuestión se cierra en falso con la mera aplicación de la ley, nos abocamos a un escenario de frustración, reproche y ruptura emocional. El independentismo ha señalado por activa y por pasiva que respetará el veredicto de las urnas. Esa apuesta radical por la democracia es una de sus fortalezas.
  2. DIGNIDAD. Muchos catalanes, con independencia de su perfil identitario y su ideología, se han sentido agredidos desde que el tribunal constitucional anuló el Estatuto de Autonomía de 2006, aprobado en el Parlament por 120 votos (de 135) y refrendado en las urnas a pesar de que el Congreso de los Diputados se cepilló (en palabras de Alfonso Guerra) parte de su contenido. La independencia supone la garantía plena de que el futuro de Cataluña y su gobierno estará en manos de sus ciudadanos.
  3. SOBERANÍA. La autonomía de Cataluña está, en la práctica, intervenida. Políticamente, buena parte de sus atribuciones han sido bloqueadas con leyes y decretos; financieramente, depende del techo de déficit impuesto por el ministerio de hacienda. Además, el gobierno del PP ha utilizado al tribunal constitucional a su antojo, bloqueando, en el último año, medidas aprobadas por el Parlament catalán como por ejemplo el impuesto sobre depósitos bancarios, las medidas contra la pobreza energética y diversas tasas medioambientales.
  4. DIVERSIDAD. Cataluña es, más allá del tópico, una tierra de acogida, y Barcelona una urbe diversa y cosmopolita. Un Estado catalán puede y debe ser más respetuoso que el Estado español en cuanto a la identidad diversa de sus ciudadanos, especialmente con los cientos de miles que tienen vínculos sentimentales con España. Si la independencia la construimos entre todos, el futuro Estado catalán será la garantía de una relación próxima y fraternal con los pueblos de España, con Europa y con todo el mundo. Esto incluye la oficialidad de la lengua española y el respeto hacia el resto de idiomas que se hablan en Cataluña.
  5. LENGUA. La lengua y la cultura catalanas han sufrido siglos de persecución e incluso ahora se encuentran amenazadas por fenómenos nuevos como la globalización, la inmigración, los ataques al modelo educativo y la preeminencia del español y el inglés en los grandes canales de comunicación y difusión cultural. Un Estado catalán puede ayudar a mejorar el conocimiento del catalán, ayudar a los creadores locales, mejorar el status de nuestra lengua propia y su reconocimiento internacional, escamoteado aún hoy por las autoridades españolas en todos los ámbitos, incluyendo el académico.
  6. SOLIDARIDAD. Cataluña necesita aprovechar el esfuerzo fiscal de sus ciudadanos, como cualquier territorio soberano del mundo. Todos los estudios publicados sobre la cuestión de las balanzas fiscales demuestran que los ciudadanos de Cataluña reciben una inversión pública muy por debajo de su aportación fiscal. Aún manteniendo una cuota de solidaridad con el resto del Estado español (libremente acordada), el gobierno de una Cataluña independiente podría disponer de los recursos necesarios para garantizar el estado del bienestar, mejorar inafraestructuras, ayudar a sectores clave como investigación, cultura, educación…
  7. REGENERACIÓN. Cataluña, como el resto del Estado español, se encuentra en un escenario de fin de régimen, y se ha visto azotada por graves casos de corrupción que cuestionan el modelo surgido de la transición democrática. La revolución pacífica del independentismo ha puesto patas arriba el sistema catalán de partidos; la construcción de un nuevo Estado es una ocasión única para acometer una nueva etapa basada en la regeneración democrática y la exigencia de transparencia y honradez en el servicio público. Esto incluye la persecución de todos los fenómenos de corrupción pasados y presentes.
  8. AUTOGOBIERNO. Un proceso de independencia está lleno de incógnitas. Pero la actual situación nos lleva a la certeza de que, si este proceso fracasa, la autonomía catalana quedará tutelada y se consolidarán las injusticias y la discriminación que hasta ahora hemos denunciado. Los grandes partidos españoles apuestan por ajustes constitucionales que blinden las competencias del estado y armonicen las atribuciones de las autonomías. Se trata de una reacción centralista, con alguna concesión federalizante, como la reforma del Senado.
  9. VECINDAD. Nada impide a un futuro Estado catalán llegar a fórmulas de cooperación con el territorio español, incluyendo la confederación si ambas partes lo acuerdan y lo refrendan democráticamente. Mientras la relación bilateral sea en pie de igualdad, todo lo demás es planteable, aún más si ambos territorios pertenecen a la UE. La independencia es una oportunidad para empezar de nuevo y cooperar con el proceso constituyente que reclaman los sectores más dinámicos de la izquierda española.
  10. REPÚBLICA. Queremos un Estado de derecho, republicano, laico, de ciudadanos libres, que renuncie a privilegios trasnochados y que demuestre a las élites económicas y mediáticas que la gente -a través del sufragio- está al mando de su propio destino.

A mí no me parecen descabelladas estas razones, como hoy se plantea y esgrime, a rajatabla, por tirios y troyanos. Es más, en lo esencial, puedo traslaparlas a la realidad gallega y a los propósitos y visiones de Alfonso Castelao, hoy injustamente relegado a una especie de “museo ideológico” en Galicia, como otras ideas sustanciales que hoy se pretenden obsoletas, mientras se proclama y defiende un españolismo hueco, inspirado más en los juegos de poder del neoliberalismo a ultranza, con su feroz rostro globalizado, que en las raíces culturales de los pueblos y naciones que habitan la Península Ibérica.

Pues bien, al calor de estas afirmaciones, formulo mis preguntas:

-¿Tiene razón de ser el actual movimiento independentista de Cataluña?
-¿Cuáles son sus bases de sustentación históricas y políticas?
-¿Dentro del marco constitucional y jurídico de España, es viable y legal la convocatoria del Plebiscito?
-¿Qué gana y qué pierde Cataluña como estado independiente?
-¿Qué herramientas jurídicas, políticas y aun militares podría aplicar el Estado español para conjurar las aspiraciones catalanas de independencia?
-¿Podría el independentismo catalán, de concretarse, producir un “contagio” peligroso en el País Vasco o en Galicia?

Me llama la atención que muchos españoles, autoproclamados “progresistas”, socialistas históricos o comunistas de la vieja guardia “santiagocarrillana” sustenten hoy argumentos parecidos –huelguen eufemismos de “correcta política”- a los versos perpetrados por Espronceda en el flojo poema de marras. Ni qué decir de la derecha española y su manu militari, el PP, con el gallego Rajoy como cacique mayor.

Y como en mi oficio de escriba surgen a menudo las analogías y relaciones, no dejo de pensar en los anhelos y derechos libertarios del más antiguo de los pueblos que habitan este cono sur de América, que constituyen también, por historia, lengua y cultura, una nación. Sí, me refiero al pueblo Mapuche, hoy avasallado por los poderes centrales del Estado chileno, que ha convertido sus territorios en una zona militarizada, al punto que el actual comandante del Ejército, general Oviedo, ha ofrecido sus “servicios pacificadores” para intervenir en Arauco, como lo hiciera uno de sus odiosos predecesores, el militar Cornelio Saavedra, hace ciento cincuenta años, cometiendo entonces uno de los más brutales genocidios ocurridos en Chile.

No os aburro más y quedo a la espera de vuestras respuestas y comentarios, ojala antes del 1 de octubre de 2017. Mientras tanto, releo a Castelao.

& & &

 

Edmundo Moure
Septiembre 25, 2017
Si quieres responder directamente a Edmundo Moure,
aquí su correo: edmoro1@gmail.com
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