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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Allende, el críptico Salvador Allende (Patricio Guzmán, Francia-Chile-Bélgica-Alemania-España-México, 2004).

por Eduardo Cobos
Artículo publicado el 02/04/2005

-Creo que todo el pueblo lo debería haber ido a defender a La Moneda.
-Pero no había armas.
-No importan las armas, porque creo que no hubiesen sido capaces de acribillar a todo un pueblo defendiendo a su Presidente. Faltó la decisión de la gente de haber salido a la calle.
-Tal vez tengas razón.
-Nunca vamos a saber.
Larrys Araya (ferroviario) y Patricio Guzmán

 

La utopía caída
Salvador Allende, sin lugar a dudas, fue una figura controversial en el panorama político de Chile, y aún más después del intento de llevar a la práctica la «vía democrática al socialismo» en su corto mandato presidencial (1970-1973). El derrocamiento de Allende y su suicidio en La Moneda, no hizo sino acrecentar las especulaciones en torno a su validez como estadista y a los propósitos que lo llevaron al poder.

El fracaso de su propuesta puso en entredicho y echó por tierra las aspiraciones de toda una izquierda latinoamericana que apostaba por una idea inédita hasta ese momento, diferente a la tesis de la revolución armada. A Allende se le proponía como un demócrata cabal, que basado en las contradicciones de clase conseguiría imponer una justicia social mucho más acorde a las necesidades reales de los desposeídos, pero de forma pacífica y dentro de la Constitución, por ser en esencia un marxista no ortodoxo.

Su personalidad sigue siendo difusa, y en torno a ella han prevalecido los estereotipos. Por lo pronto, la película más reciente de Patricio Guzmán, Salvador Allende, no ayuda mucho a resolver incógnitas. Guzmán es conocido entre nosotros por su descollante aporte al cine latinoamericano, que tiene en sus películas El primer año (1971), La batalla de Chile I, II y III (1973-1979), Chile, la memoria obstinada(1997) y El caso Pinochet (2001), entre otras, una propuesta muy personal en torno al documental y a la memoria política de su país. El cineasta chileno ha sostenido, desde siempre, que sus películas no pretenden objetividad, porque éste sería «un concepto periodístico, no artístico [ya que] el documentalista no es un testigo desapasionado que permanece al margen, sino que es un testigo que se involucra, y mientras más lo haga mejor porque eso da fe de su apasionamiento por el tema. Cada cual tiene su punto de vista, imaginar que uno no lo tiene es un absurdo» («Entrevista a Patricio Guzmán, director del documental Salvador Allende» en www.noticias.kinoki.org).

Deslindada la poética que persigue su manera de proponernos una lectura, podemos acercarnos a Salvador Allende buscando un ensayo sobre esta figura, y así entender una metáfora certera que crea Guzmán a partir de su visita al cementerio de autobuses en la ciudad porteña de Valparaíso. Allí, entre los autobuses desmembrados, la voz en off, que pertenece al cineasta, y que se hace sentir a lo largo de toda la película, nos señala: «La visión de estos despojos trae la vieja pregunta: ¿qué podríamos haber hecho para canalizar la energía popular y continuar adelante? ¡Nada!». Esta parece ser la tesis a probar en este ejercicio que remite a una parte importante de la reciente historia de Chile, y en la cual el cineasta se involucró de lleno.

Pese al tiempo transcurrido, no ha sido fácil poner a Allende en el lugar que le corresponde. Al parecer, el estadista desborda las paradojas que se yerguen a su alrededor. Por una parte, sigue siendo paradójico que se le haya derrocado justo en el momento que contaba con total respaldo de los trabajadores y campesinos, y un segmento importante de la clase media chilena. Y por otra, su estatura como gobernante no habría tenido la suficiente «objetividad» para vislumbrar los peligros, o ingenuidad dicen otros, de desplazar del poder a los sectores más conservadores de la política, que contaban con el apoyo de los militares, ayudados ambos por los EE. UU.

Allende a dos tiempos
Desde esta perspectiva, se va hilvanando el filme, donde se recrea, gracias a imágenes incluso inéditas, el periplo de Allende desde su niñez. Éste es el tiempo del pasado, donde se recurre al álbum de fotografías, y a las entrevistas a los más cercanos; allí están sus hijas, una hermana de crianza, su secretaria personal o bien los amigos que lo acompañaron en su vida política, que aportan el testimonio vivido al lado del estadista. De allí surge un mosaico circunstancial, pero la sensación es que definitivamente Allende no se dejó conocer o bien resguardó su privacidad hasta el cripticismo.

Las imágenes de archivo que involucran al Allende político, provienen en su mayoría de los documentales de época realizados por el mismo Guzmán, y se enriquecen con el hallazgo de otros materiales. Por ejemplo, los del holandés Joris Ivens, que registra una campaña electoral conocida como el Tren de la Victoria, donde se muestra a Salvador Allende compenetrado con su pueblo. Así mismo se suman a éstos los planos del bombardeo de La Moneda de los cineastas alemanes Heynowski y Scheumann.

No obstante, Guzmán tiene algo que decir sobre el Chile actual: es el tiempo presente; donde prevalece la visión crítica del realizador. En este sentido, dice: «me siento como un extranjero errando por una geografía hostil, no puedo olvidar que la Dictadura aplastó la vida, se impuso el dinero y el consumo como único valor, pero tras la frialdad de esta ciudad hay personas, sueños, luchas, que  debo seguir buscando». Es allí donde aparecen los testimonios recientes. Los entrevistados son en su mayoría personajes anónimos, que acompañaron la utopía propuesta por la coalición de la Unidad Popular, UP, (Partido Radical, Comunista, Socialista, entre otros de izquierda), que apoyó a Allende. El debate, la melancolía y la tristeza de estos personajes señalan a cada momento la incertidumbre por un momento histórico que aún no se ha esclarecido. Quizá en estos diálogos se encuentre una de las estéticas más logradas. Los encuadres sugieren en el espectador una atmósfera proclive a los sentimientos que se van desbordando desde los entrevistados.

Pero a través de estas entrevistas se nos relaciona con una verdad mucho más profunda, que tiene que ver, según Guzmán, con la desmemoria de los chilenos. Salvador Allende se erigiría entonces como una propuesta de revisión de la historia a través de este personaje medular. Entre los amigos que acompañaron a Allende destaca Volodia Teitelboim, ex senador UP, quien da una explicación al olvido: «se habla poco de Allende y se habla poco porque Allende es un golpe a la conciencia. Él rompió con el estilo político habitual [que] debe ser recuperado en su imagen ética, en su lección moral. Incluso para gente que lo respeta, Allende es presentado como un iluso; sigue siendo una especie de silenciado en su propia patria».

Otro de los atractivos del filme, es una entrevista de archivo realizada a Edward Korry, embajador norteamericano en Chile en el momento de la presidencia de Allende, que Guzmán introduce como acertado contrapunto a las declaraciones de los seguidores o familiares de Allende poniendo al diplomático como contraparte, pero a la vez como una fuente ineludible para confirmar algunos supuestos. Korry asegura, una vez más, la injerencia directa de la CIA en la política chilena desde principios de los «60, y detalla, incluyendo cifras y estrategias, la manera en que fue elaborado el plan de desestabilización del gobierno del presidente chileno. También Korry aprovecha para dar su opinión sobre Allende, de quien advierte que «era extraordinariamente civilizado. Si no hubiese sido un admirador tan ferviente de los héroes del marxismo-leninismo: Castro, Mao, Ho-Chi Minh, el Che; y si hubiese seguido su instinto, hubiera preferido una vida cómoda y hubiera aceptado con gusto las propuestas de EE. UU.».

El camino andado por Guzmán desde su lejana opera prima, lo demuestran como el gran cineasta que es, forjando una poética de calidad que recurre con soltura a las herramientas propias del documental. Así mismo su postura trasciende con creces las limitaciones que se le han endilgado al género, ya que desecha el espejismo de la objetividad, interesándose en formular un ensayo (su ensayo) en el que se involucra por ser protagonista de los hechos, y por valorar la memoria como una posibilidad dignificante del creador.

Sin embargo, el Salvador Allende de este realizador deja al malogrado estadista casi intacto, se verifican una y otra vez los estereotipos asumidos tanto por los «allendistas» como por sus detractores, es decir esta película aporta muy poco a esclarecer al Allende de carne y hueso. Hacer historia contemporánea siempre ha sido un reto, las distancias con los hechos muchas veces entorpecen la interpretación a la que se quiere aludir; y Guzmán quiere hacerla, o más bien hacer una visita a ciertos momentos traumáticos de su país desde la perspectiva presente. Pero definitivamente este creador no ha podido esquivar el bulto generacional, de los que se involucraron en forma directa y aún no pueden agregar una lectura más compleja de tan espinosos sucesos. En todo caso, el ejercicio que plantea Guzmán, en un enfrentamiento frontal a la desmemoria, no es superfluo porque nos señala, entre muchas otras cosas, lo difícil que puede ser interpretar a un hombre que aún tiene una vigencia incuestionable.

Salvador Allende
Francia-Chile-Bélgica-Alemania-España-México, 2004.
Dirección y Guión: Patricio Guzmán
Productor delegado: Jacques Bidou
Productor asociado: Christine Pireaux, Ilona Ziok, Manuel Göttsching, Jaume Roures y Patricio Guzmán
Música original: Jorge Arraigada; melodías adicionales de Inti Illimani, Violeta Parra y Quilapayún.
Consejera artística: Renate Sachse
Montaje: Claudio Martínez
Imagen: Julia Muñoz, Patricio Guzmán.
Sonido: Alvaro Silva, Yves Warnant.
Montaje sonido y mezcla: Jean-Jacques Quinet.
Producción de terreno en Chile: Andrea Guzmán.
Productora ejecutiva: Marianne Dumoulin
Duración: 100 minutos.

 

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Un comentario

El extinto Presidente de Chile cometió el fatal error estratégico, como la generalidad de los marxistas, negar la gran capacidad de perfeccionar a la sociedad por parte de clase media; capacidad que carece la clase obrera. La clase media puede legar un ministerio eje de educación y paz. http://www.incapolis.org

Por Iván Lorenzini Maass el día 07/05/2015 a las 18:06. Responder #

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Requerido.

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