EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Violencia de la igualdad.
Primera parte. Conocer

por Rodrigo Velasco Ortiz
Artículo publicado el 23/06/2022

Este trabajo se compone de cinco partes
1) Conocer
2) La vida como juego
3) Quiénes somos los seres humanos

4) La educación colombiana
5) La felicidad y la muerte

Todas accesibles desde la página del autor
ver Rodrigo Velasco Ortiz

 

Primera parte: Conocer
Introducción
Lo que llamamos Conocimientos son representaciones que parten de un determinado punto de vista. Al haber un número infinito de puntos en el universo, cualquier verdad es relativa. La vida de los Seres humanos es como un Juego de muchos juegos con reglas y verdades propias, y nos divertimos inventando acciones sin saber qué pasará. Cuando niños aprendemos muchas cosas de los mayores que luego, cuando somos adultos, podemos desaprender y crear nuestras propias verdades. Educarse es también reeducarse. Podemos cambiar de juegos mientras nos llega el momento de morir.

Equidad ha sido confundida con Igualdad y por eso, quienes creen que todos debemos ser iguales, hacer lo mismo o pensar lo mismo, ejercen violencia contra cualquier originalidad. “Guerras santas”, “Ejércitos de liberación” o “Revoluciones triunfantes” han sido siempre herramientas de opresión. La naturaleza y su enorme variedad de seres nos enseña a reconocer riqueza en las diferencias y creatividad en las combinaciones.

Si consideramos los dos mayores males que sufrimos en el planeta (destrucción del medio ambiente y abominable concentración de oportunidades en un minúsculo sector de la población) podemos ver claramente que obedecen a la creencia falsa en la superioridad absoluta del ser humano sobre la naturaleza o de un grupo de seres humanos sobre los demás. Esa supuesta y engañosa superioridad nace al ignorar la relatividad de cualquier punto de vista y creer que es igualmente válido para todos. La creencia en la superioridad absoluta origina un supuesto derecho de dominio sobre los considerados inferiores, a los que se utiliza al arbitrio del pretendido superior. La idea de superioridad total no es razonable ni compatible con la experiencia. Somos diferentes y somos iguales. No se trata de superiores e inferiores. Todo ser es superior a otros en algunos sentidos y al mismo tiempo inferior en otros en diferentes sentidos; no existe el ser superior a todos en todo sentido.”

Uno de los descubrimientos más valiosos que he podido hacer acerca de los conocimientos humanos como representaciones mentales nace de considerar que, en cuanto representaciones, son diferentes a lo representado. Y esas representaciones, cualesquiera que sean, dependen del punto desde el cual se realizan. En un universo infinito, puedo pensar que hay infinitas perspectivas posibles y, así alguna sea la mejor que considere o la más amplia, siempre habrá otras mejores y más amplias, dependiendo de los intereses y capacidades de quien conoce.

Tradicionalmente se considera a la filosofía como la búsqueda más amplia de explicaciones racionales de la existencia y por eso el punto de vista que aquí expongo lo considero mi filosofía, ya que lo hago desde mi pensamiento racional que critica todo, incluso mis emociones y sentimientos. Lo hago con la doble finalidad de aclarar mis propias ideas, pues dicen que quien escribe piensa dos veces, y para conversar con otras personas que quieran leerme y regalarme luego su mirada crítica. No pretendo mostrar la VERDAD, con mayúsculas, puesto que hay innumerables y todas son acuerdos temporales de quienes conversan sobre ellas. Tan solo escribo aquí los acuerdos a los que hasta ahora he llegado con mi razón.

Aunque más adelante detallaré los caminos que me han conducido a estas conclusiones, en pocas palabras puedo expresar lo más significativo diciendo que los humanos vivimos en mundos imaginarios, creados por nosotros mismos como expresión del casi infinito grado de complejidad que nos identifica.

Somos el conjunto más interconectado de seres que habitamos el planeta, conformados en la última parte de un larguísimo proceso evolutivo, cuya fuerza radica en las contradicciones entre fuerzas opuestas que en sus tensiones van produciendo, a partir de simples partículas, subconjuntos cada vez más complejos que en cadena siguen interactuando para producir nuevos subconjuntos.

Esto lo pienso porque los seres humanos tenemos dos clases de mundos, los que se nos presentan y los que nos representamos, las realidades y las ideas. Además, tenemos vocabularios para vestirlas y así hemos inventado palabras como protones, neutrones, electrones, átomos, moléculas, células, organismos vegetales, organismos animales, biotas y, en el último escalón del proceso evolutivo, todos los vocablos referidos a las sociedades y a las culturas.

A poco que reflexionemos, caemos en cuenta de que hemos creado innumerables universos, cada uno con sus lenguajes, sus reglas, sus verdades y sus maneras de actuar. Universos tan parecidos y tan diferentes como los que llamamos ciencias, artes, deportes, religiones, filosofías, negocios, industrias, trabajos, vidas familiares y casi cualquier actividad, cada una con innumerables casos iguales y diferentes a la vez.

Veo una estructura común en todos y cada uno de tales universos, compuesta en cada caso por: a) Un punto de vista, b) Un vocabulario, c) Unas estrategias de acción y de conocimiento.

Veo también un proceso ordenado que se repite en todos esos mundos para producir verdades: a) Alguien se imagina algo, b) Lo da a conocer a otros, c) Conversa con ellos y cuando la mayoría llega a unos acuerdos, los llaman verdades. Esas verdades en general sólo valen para el mundo que las creó y cambian con el paso del tiempo, al cambiar las experiencias y los interlocutores.

Durante muchísimos años me he preguntado sobre el sentido de mi vida y en esta época veo con claridad que, aunque sé claramente que casi todo lo que he aprendido lo he recibido de otras personas, sólo yo tengo derecho a darle el sentido que mejor me parezca. Si otras personas han inventado filosofías, religiones y creencias explicativas, yo también tengo el mismo derecho que ahora estoy practicando.

Y por lo que me indica mi experiencia directa y mi razón me sugiere, al igual que todos los seres vivos que conozco me voy a descomponer en los elementos físicos que han ido conformando mi cuerpo, mientras que mis ideas y pensamientos se desvanecerán de la misma forma en que se desvanece la belleza de una obra de arte cuando es destruida y solo podría quedar en la memoria ajena o en reproducciones que nunca serán la obra original.

Voy a morir y no tengo el menor indicio de sobrevivir como persona, porque ello implicaría que se volvieran a reunir todos los elementos y todas las experiencias que me conformaron a lo largo de la vida, algo estadísticamente imposible. Mi identidad es memoria y mi memoria está en mi cuerpo organizado que pierde su organización al descomponerse. Como no sobrevivo, el sentido y el fin de mi vida es ella misma, como sucede con los auténticos juegos, diferentes a otras actividades realizadas como medios para lograr metas o fines exteriores.

Así llegué a la claridad de vivir la vida como un juego hecho de muchos juegos, ninguno de los cuales quiero asumir de manera permanente. A ratos juego con alguna ciencia, lo cambio por un deporte, otro rato filosofo un poco, más tarde disfruto comiendo y bebiendo, o mirando televisión, leyendo un libro, acariciando una idea, conversando con personas queridas, organizando una reunión, nadando en una piscina, meditando en el momento presente, escribiendo mis pensamientos, investigando algún tema, dictando un curso o cualquiera de muchísimas opciones. Ninguna de ellas le da sentido a todas las demás; cada juego es uno de muchos y, como todos, se acaba.

Como al universo que he construido no le veo con claridad unos límites, un principio ni un fin, puedo mostrarlo en cualquier orden y escogí cinco grandes subtemas para presentarlo.

Un primer tema es el mundo del pensamiento o conocimiento y sus creaciones o representaciones, esa malla infinita de mundos; los frenos al pensamiento y las preguntas como su motor principal; la conversación, su fuente más importante; el relativismo con cierta dosis de escepticismo como el clima o la actitud más adecuados para su desarrollo. Es mi perspectiva Epistemológica.

El segundo tema es la vida como juego y uno de ellos mi filosofía, el juego de las miradas y los paradigmas. Es parte de mi perspectiva Ética.

El tercer tema que abordo es el mundo de los seres humanos dentro del conjunto de seres en el planeta, sus orígenes en el planeta, tres dimensiones que me parecen definitorias y una explicación del fenómeno degradante y exclusivo de nuestra especie que ha producido daños irreparables en el entorno y la opresión de unos pocos sobre la mayoría. Es mi perspectiva Antropológica.

El cuarto tema lo dedico a la actividad que ejercí toda mi vida, la educación. Muestro la interrelación entre educación, cultura y sociedad, algunas particularidades de nuestra sociedad colombiana, el difícil momento por el que pasamos y una propuesta de acción. Es mi perspectiva Pedagógica.

El quinto y último tema es mi felicidad y la muerte que le da sentido. Es otro ángulo de mi perspectiva Ética.

No sobra recalcar que lo que llamo mi pensamiento está hecho de todo lo que me han enseñado muchísimas personas, a quienes agradezco, pero a quienes no menciono porque son muchas, no puedo reconocerlas a todas y si las citara haría muy tediosa la lectura. Parte de mi vida profesional estuvo encerrada en la burbuja académica, con la obligación de estar haciendo permanentemente citas bibliográficas, pero ahora decido sacar al aire libre el pensamiento sencillo, menos alambicado, argumentando solamente razones, sin necesidad de acudir al poder de autoridades reconocidas para respaldar lo que digo.

Y una última, pero no insignificante reflexión: si todo mi pensamiento racional utiliza como materia prima la información científica disponible sobre la materia y su evolución, hay algo que la ciencia no puede responder porque no lo sabe: qué existía antes de gran explosión que, según los físicos, originó nuestro universo. Es un misterio y no tenemos certeza de si la materia al evolucionar creó al espíritu o el proceso fue al inverso, el espíritu creó la materia. Por ahora, ante mi ignorancia, escojo la primera opción, simplemente la escojo como la más adecuada para pensar el mundo desde mi experiencia.


Qué llamamos Conocer – Creación de diversos mundos
En términos generales, denominamos conocimiento la “representación mental de la realidad” y algunas personas le añaden a la palabra realidad el calificativo de “tal como es”. Por este detalle, aparentemente insignificante pero causante de muchas disputas, me propongo analizar el conocimiento desde varios ángulos para mostrar diferentes procesos, más o menos complejos, que recorremos los seres humanos para construir los conocimientos, su variedad y su interdependencia.

Conocer es representarse algo en relación con otra representación previa: conocer es comparar mentalmente. El mismo dispositivo elemental de la distinción opera tanto en los orígenes del conocimiento como en los inicios del deseo de conocer.

Aún sin distinguir entre las diversas formas que adopta el conocimiento, dados los diversos ámbitos de la vida humana, puedo decir de manera extremadamente sintética que conocer es representarse mentalmente la propia experiencia en un proceso recursivo en el que intervienen conjuntamente el propio cuerpo (con sus determinaciones sensoriales, endocrinas, motrices, o neuronales) toda la herencia cultural vertida en el entorno material y social en el que tienen lugar las experiencias (muy particularmente condensadas en el lenguaje) y los cambios corporales y mentales derivados de la experiencia pasada y presente, convertidos en memoria.

Quiero hacer evidente que todos los conocimientos son construcciones humanas, frutos temporales de las relaciones entre las mentes de las personas y lo que está fuera de ellas, en un proceso en el que intervienen ideas, vocabulario, las experiencias propias y aprendidas de otros, todo ello organizado por alguna parte de la mente que los valida.

Y, contrariando la creencia tan extendida en un ser que crea de la nada, reafirmo lo que toda mi experiencia me indica, esto es, que toda realidad nueva, toda creación tiene tras de sí elementos, dimensiones o partes de las cuales está compuesta: de la nada nada sale. Las mentes que llamamos creativas son en realidad mentes transformadoras.

Por nuestra naturaleza, las cosas tienen significado ya que somos seres simbólicos y por eso, más que aquello que las cosas “sean”, lo importante para nosotros es lo que las cosas “significan”. Este fenómeno completamente insalvable (no podemos dejar de ser humanos) sumado a la definición misma del conocimiento como re-presentación, hace imposible la “objetividad total”: la representación se da en los sujetos. Siempre existirá una distancia, una separación, una diferencia entre el “ser” y el “conocer”, así los más fanáticos de sus verdades no lo alcancen a percibir.  Preguntarse y dudar es una actitud muy útil para ganar conocimiento y ampliar la mirada.

Y precisamente, al aceptar que no hay verdades únicas ni universales sino locales y temporales, reconocemos que los seres humanos también lo somos y estamos irremisiblemente limitados por nuestras determinaciones espacio temporales. Todo lo nuestro es relativo. Y así, conscientes de la precariedad y limitaciones de nuestras creencias, escogemos aquellas que juzgamos más valiosas o mejores o más útiles y pertinentes.

Utilizando un aforismo de la sabiduría popular “Ni mucho que queme al santo, ni poco que no lo alumbre”, la actitud sana hacia cada verdad se mueve entre la coherencia y el abandono; entre utilizar todas las consecuencias derivadas de ella mientras permanecemos en su entorno de validez y cambiar de verdades para nuevos entornos, algo sumamente claro en la vida cotidiana pero que suele nublarse cuando nos cerramos el entendimiento con dogmas indiscutibles.

Nuestro mundo es fundamentalmente imaginario. ¿Quién soy? La propia identidad es realmente memoria, verbalizada en su mayor parte. Ante nosotros mismos somos los recuerdos que se presentan a nuestra conciencia y todas las experiencias vividas, de una u otra manera, están determinadas o teñidas desde la cultura dominante por el poder vigente encarnado en adultos, profesores, padres, gerentes, empresarios, gobernantes, capitanes, rectores, capataces, líderes, curas, médicos, dentistas, amos, sargentos, jueces y un sinnúmero de autoridades conocidas que ejercen su poder en alguno de los ambientes en los que necesariamente vivimos.

Ya no es posible atribuir a una sola perspectiva la explicación completa de algo porque hemos de reconocer el derecho que tenemos para vivir todas y cada una de las formas en la que nos hacemos humanos, cada una de las maneras en que nos afecta el entorno y cada una de las fuerzas que construyen nuestras representaciones.

Al hacer evidente la distinción entre realidad y representación, que al ser dos no pueden ser la misma, la expresión “tal cual es” no puede ser tomada en forma absoluta, sino relativa. La re-presentación o presentación duplicada y mediada es la única manera como lo que denominamos realidad puede existir en la conciencia. Nuestro conocimiento es una interpretación aproximada.

¿Qué es realidad? Lo que existe. Pero esa existencia puede ser material o mental, por lo cual ya no resulta tan clara la creencia ingenua que opone como excluyentes realidad e imaginación. De entrada, el conocimiento es mental y la realidad puede serlo o no. Y el conocimiento puede tener origen sensible, imaginario o ideal, según esté conformado por sensaciones, imágenes concretas o por ideas abstractas.

¿Y qué es concreto? Lo que tiene claros límites en el espacio y el tiempo, frente a lo abstracto que carece de tales límites. Lo cual también entraña problemas porque las ideas sólo las podemos identificar en el espacio y el tiempo en el que se representan a la mente y todos los objetos forman parte de conjuntos mayores de los que hacen parte.

Pero también hay diferentes formas en las que los mundos abstractos afectan a las personas, según el poder social que representen. Aunque un país, una ley o un partido político, por ejemplo, no tienen cuerpo material sino la imagen que está en las mentes de quienes se refieren a ellos, tienen límites en el espacio y en el tiempo y actúan sobre los individuos y las sociedades.

Esto nos lleva nuevamente al carácter “circular” del conocimiento, por llamar de alguna manera esa interdependencia entre las representaciones y sus orígenes: la mente orienta a la percepción y la percepción genera los contenidos mentales; la cultura determina lo que percibimos y lo que percibimos determina la cultura. Esto muestra una vez más el carácter imaginario del mundo en que vivimos, de todos los mundos que vivimos.

Casi nunca nos damos cuenta del proceso recurrente que condiciona todas nuestras verdades, científicas, religiosas, filosóficas, cotidianas o de cualquier índole. En todos los casos el mecanismo de funcionamiento y cambio es semejante: se van formando imaginarios en unos cuantos individuos, se extienden a un grupo mayor y cuando son suficientemente compartidas se llaman verdades. Pero pasado un tiempo – siempre sucede así – algunas personas comienzan a dudar, buscan otras versiones y se repite el ciclo de a) Recreación o interpretación nueva y particular.  b) Expansión a muchas otras personas.  c) Verdad.  d) Duda.  e) Búsqueda y nueva recreación particular, todo ello en un movimiento que no termina.

Los saberes humanos llamados conocimientos son necesariamente una construcción colectiva, nunca exclusivamente individual, y son fruto de la actividad creadora o transformadora de nuestras mentes, existen como re presentaciones, como reflejos de realidades a las cuales solo podemos acceder en forma indirecta, precisamente interpretándolas.

Los seres humanos, a diferencia de otros animales, somos sujetos además de objetos, lo cual quiere decir que sólo una parte de nosotros reacciona ante el entorno siguiendo las mismas leyes físicas, químicas y biológicas que gobiernan el planeta. Pero la otra parte, la subjetiva, depende casi por completo del mundo imaginario en el que la persona esté moviéndose en cada ocasión.

El engaño, la incomprensión y muchas disputas nacen precisamente cuando los individuos se mueven en mundos diferentes, creyendo que lo están haciendo en el mismo mundo. Los acuerdos sociales que llamamos verdades, cualesquiera que sean, valen para cada mundo, no para todos. Habrá verdades familiares, deportivas, económicas, religiosas, filosóficas, culinarias, científicas, etc. y en cada uno de esos temas habrá otros tantos universos correspondientes a cada familia, cada deporte, cada teoría económica, religiosa o filosófica, cada corriente culinaria o cada ciencia.

Las representaciones mentales son originadas en la mente individual en mínima parte. Las personas empezamos a comprender el mundo a partir de lo que recibimos del entorno familiar y cultural en que nos criamos; toda nuestra experiencia depende de las actitudes, acciones y palabras de los otros y sólo con el paso del tiempo podremos crear representaciones originales.

Una parte de nuestras representaciones mentales la llamamos orgullosamente Conocimiento, Verdad, Sabiduría, Ciencia; pero con demasiada frecuencia y sin ninguna justificación ignoramos u olvidamos la enorme cantidad de variaciones que suelen tener Verdad, Ciencia y Conocimiento en el tiempo y en el espacio, en cada persona y en las diferentes personas.

Todos y cada uno de los conjuntos de saberes que hemos construido de manera arbitraria (esto es, por voluntad de quienes conocen) separan el “objeto” escogido de su representación y solo tienen en cuenta lo que han seleccionado al hacer tal separación. Por eso los músicos poco se interesan en investigar la estatura o el peso de los compositores ni los físicos averiguan las creencias religiosas que rodean los átomos que investigan; poco les interesa a los historiadores tener en cuenta la composición biológica de quienes participan en movimientos sociales como también resultan irrelevantes para los geólogos los conflictos sociales que se han desarrollado sobre las rocas que analizan.

Cada uno de los métodos de conocer, según el contenido y las formas para hacerlo, tiene su propia lógica, sus propios alcances y limitaciones. Hay ocasiones en las que un método puede dar luces o apoyar a otro y ocasiones en las que los intentos por aplicar un método o un dato de un sistema a otro resultan inútiles o imposibles. Esto es muy claro, por ejemplo, cuando intentamos “medir” científicamente la belleza de un cuadro o seleccionar científicamente la mejor creencia religiosa. También es muy clara la inutilidad de los sentimientos religiosos para investigar científicamente o juzgar la delicia de un manjar con la lógica matemática.

Así, con tan variadas maneras de simbolizar y construir sentido con las experiencias que tenemos, no existe un “conocimiento universal”, propio de una supuesta “visión total” del universo. Cada persona, cada cultura, cada ciencia, cada gremio tienen sus particulares perspectivas, los “ángulos” o puntos en el espacio y en el tiempo desde los cuales miran y comprenden lo que les rodea. Es lo que conocemos con el nombre de perspectiva, al cual me referiré luego con más amplitud.

Cambiar de perspectiva y de lenguaje puede ser tarea relativamente fácil y todos lo hacemos con frecuencia, por ejemplo, cuando un joven ingeniero pasa del ambiente científico o profesional donde trabaja (centrado en temas, ciencias, prácticas, ideas y valores específicos) al ambiente deportivo, cuando sale a jugar fútbol con sus compañeros de trabajo, en el que ya no priman las ciencias sino las ideas, prácticas y valores de ese deporte y luego, cuando llega a su casa a compartir la comida con sus esposa e hijos. Cualquier persona adulta cambia sin problema el significado que para ella tienen los colores, por ejemplo, según esté ante un cuadro de pintura, una persona enferma, un semáforo o una bandera.

Pero también puede ser una tarea muy difícil en el caso de creencias profundas o muy amplias, como las convicciones religiosas o políticas, que consideramos orientadoras de toda nuestra acción y nos brindan la seguridad que tememos perder si cambiamos de mirada. Ese miedo, de manera inconsciente, nos oculta el hecho indiscutible de los infinitos puntos de perspectiva posibles en el universo.

Malla Infinita
Al pensar en qué es lo que existe, la totalidad o el universo, solo puedo imaginar la confluencia de materia y energía en tiempos y espacios infinitos, formando subconjuntos de inmensa variedad, cada uno con subproductos particulares. En nuestro pequeñísimo planeta tierra, formado hace siete mil millones de años según nos dicen los científicos, se fueron formando sustancias que dieron origen a la vida hace tres mil millones y en los últimos doscientos mil años fueron naciendo especies antecesoras de los seres humanos actuales. Las primeras culturas, como producto entrelazado de ideas, valores, costumbres, instituciones, objetos y técnicas se originaron apenas hace unos cien mil años.

Cada uno de los sistemas biológico y cultural que nos constituyen ofrece a su vez infinitas posibilidades combinatorias, derivadas de la interacción entre las reglas de su constitución y las conexiones específicas de los acontecimientos concretos. Todos los factores del conocimiento interactúan recursivamente, se coproducen unos a otros, de suerte que productos y productores del conocimiento constituyen una red, cada uno de cuyos nodos depende del conjunto.

Esta relación intrincada entre las “partes” o componentes de lo que somos los seres humanos es válida para todo lo que existe, ya que lo que conocemos como universo es una totalidad conectada, una especie de red o malla infinita en la que todo tiene que ver con todo, así sea de manera lejana y mediada. Tan solo mentalmente nos ha sido dada la posibilidad de separar lo que fuera de nosotros está unido o conectado.

Precisamente en eso consiste el conocimiento, en escoger un pedazo de la malla, “definir” mentalmente y por separado, analizar y descomponer conjuntos y luego sintetizar o armar subconjuntos que denominamos “totalidades” o “seres”.

De alguna manera podemos decir que el acto de conocer opera con el mismo mecanismo universal mediante el cual todo ser, inerte o vivo, se comunica con otros seres: la distinción. Desde las valencias de los átomos (con sus ‘afinidades’ o ‘rechazos’) hasta las simpatías o antipatías de las personas, pasando por las combinaciones químicas y todos los procesos biológicos del desarrollo de la vida, el mecanismo básico con el que se relacionan los seres es semejante al del lenguaje binario: la distinción entre ‘algo que sí’ y ‘algo que no’.

Una aproximación a la naturaleza del conocimiento en un universo ilimitado puede establecerse mediante el análisis de nuestro equipo corporal, sus condiciones físicas y biológicas que permiten convertir la experiencia en conocimiento. Existe una mirada mecanicista ingenua que propone el cuerpo como un conjunto de ‘sensores’ que informan del exterior (los diversos órganos de los sentidos) conectados entre sí y con una central (sistema nervioso) que a su vez se conecta con laboratorios y motores (sistemas endocrino y muscular) y todo ello sostenido y articulado con una estructura rígida (sistema esquelético) En esta representación mecánica, el conocimiento operaría como las máquinas fotográficas o las grabadoras que ‘copian’ en su interior lo que retratan o graban.

Sin embargo, el cuerpo humano no funciona así. La percepción, como la sicología lo ha demostrado desde hace tiempo, es selectiva; esto es, no opera mecánicamente como un espejo, sino que está ‘sesgada’ por factores cognitivos y afectivos procedentes de las experiencias previas del sujeto, incluido el universo cultural aprendido con todas sus reglas, principios, verdades, odios y amores.

La percepción opera como un complejo entramado en el cual ocupa lugar prominente la imaginación, facultad humana que establece todo tipo de conexiones entre universos tan aparentemente separados como los que denominamos Físico, Social, Científico, Religioso o Filosófico, entre otros muchos.

La imaginación construye escenarios en los que interactúan deseos, deberes, ideas, sensaciones, temores y cualquier otro tipo de representaciones y, dependiendo de ella, percibimos. Por eso comprendemos hoy en día la proliferación de fantasmas cuando no se usaba la luz eléctrica, la abundancia de endemoniados cuando aún no ejercían los médicos psiquiatras y la ausencia de apariciones de la virgen María entre los musulmanes. Lo que ha cambiado en nuestra percepción no son los órganos como tales sino las ideas que tenemos sobre ellos, las extensiones que hemos fabricado y, en general, los mundos que hemos creado colectivamente en forma de cultura.

La imaginación opera en dos direcciones; como orientadora de la percepción, y por ello mismo estableciendo ‘zonas oscuras’ en otras direcciones, y como potenciadora o dinamizadora de la misma, al afinar las capacidades perceptivas mucho más allá de lo que los órganos sensoriales por sí solos podrían permitir. El ser humano ve con ciertos detalles y precisiones, a pesar de tener herramientas relativamente toscas como los ojos, debido a que, tanto el ojo como el cerebro, por sus múltiples conexiones y fuentes de información, pueden hacer inferencias.

Una de las características del cerebro es su flexibilidad, su variabilidad, su ambigüedad y, precisamente por eso, su inexactitud. Paradójicamente, esta es la gran riqueza del pensamiento y de la mente, su imprecisión, su capacidad de establecer continuamente relaciones nuevas, imprevistas, que la distancian de manera abismal de cualquier máquina programada actualmente.

El conocimiento obra en el cerebro como un sistema de dos grandes tipos: bio cerebrales (red neuronal, sistema endocrino, memoria, etc.) y socioculturales (cultura, experiencia personal). En una de las innumerables paradojas propias de lo humano, la cultura, exterior al individuo, pero construida por individuos, es un asunto interior y las relaciones entre los individuos y la cultura son de carácter recursivo (la mente sólo forma y desarrolla un conocimiento en el seno de una cultura que sólo existe por las interacciones cognitivas y no cognitivas entre los individuos).

Utilizamos una herramienta mental, el análisis, para establecer límites arbitrarios que separan lo definido del entorno en el que se halla, por más que sepamos que no existen seres aislados. Si, por ejemplo, quiero definir los procesos de nutrición en el cuerpo humano, los separo de los procesos respiratorios con los cuales, obviamente, son interdependientes. También usamos el mecanismo mental contrario, la síntesis, cuando articulamos muchos seres sin considerar sus diferencias y reunimos en un solo concepto, animal, por ejemplo, a todos los seres que cumplen las condiciones de la definición.

Así, para definir cada uno de los nodos que hayamos escogido dentro de la malla infinita, propongo atender a tres de las dimensiones que lo constituyen como parte de la red de la existencia: su alrededor, su interior y su expresión, considerando estos tres ámbitos: a) Cuáles son las fuerzas y los elementos que le llegan del entorno  b) Cómo las procesa en su interior, observando la estructura interna que permite transformar esas fuerzas y elementos que le llegan y lo que es capaz de engendrar y c) Cuáles son las fuerzas y elementos que salen hacia el exterior, considerando todas sus producciones como exteriorizaciones de sí; cómo se expresa y produce o exterioriza en el entorno inmediato de la red a la que pertenece.

También veo su eventual interdependencia que hace difícil establecer con claridad cuál de ellos es primero o más importante: En el caso complejo del tema que nos ocupa, el conocimiento ¿El lenguaje determina al pensamiento o el pensamiento crea el lenguaje? ¿La religión determina a la sociedad o las sociedades crean las religiones? Estos dos son ejemplos de lo que vislumbro como la totalidad cual malla infinita de partes interdependientes y a su vez delimitadas como subconjuntos con significado particular.

Por la interdependencia mencionada preveo que no podré abordar los temas de manera aislada, sino que irán apareciendo y desapareciendo facetas que pueden aparecer como repeticiones pero que en realidad buscan ser los diversos ángulos desde los cuales mirar el fenómeno que analizo. En cualquier tema humano surge la imagen de la red y los nodos, la circularidad y recurrencia de los fenómenos de nuestra existencia.

Y ahora que pretendo analizar y precisar el conocimiento ¿Debería pensar primero en lo que somos y luego en cómo conocemos? ¿Acaso el primer tema de conocimiento debería haber sido el mismo conocimiento? Circularidad y recurrencia: todo lo pensado sobre lo que somos fundamenta el pensar sobre el conocimiento y todo lo que pensemos sobre el conocer fundamenta el pensar en quiénes somos.

Esta metáfora de la malla infinita me lleva a otra reflexión acerca de los infinitos puntos de vista desde los cuales podemos apreciar el entorno y la correspondiente actitud abierta para valorarlos sin privilegiar ninguno de manera absoluta, teniendo en cuenta que en la vida práctica necesitamos escoger puntos de vista para poder actuar y comprender lo que deseamos.

La comprensión del conocimiento nos puede llevar a la comprensión de nosotros mismos y de cualquier otra persona. Veo la actitud dogmática y cerrada como una barrera que dificulta la comunicación y el aprendizaje, aunque también en ciertas ocasiones puede ser una actitud de auto defensa.

Frenos al pensamiento
 Ante esa vastedad de universos, hay momentos en los que las personas, en una dirección marcada por la apertura y la creatividad inventan teorías, formas de ver, lenguajes con vocabularios y gramáticas originales; así se construyen todos los productos de las culturas.

En la dirección opuesta, por pura economía de supervivencia, la persona cierra su mirada y la dirige en unas pocas direcciones, ‘clausurando’ la infinita posibilidad de interpretaciones del entorno, superando su propia condición creadora. Esta necesidad de supervivencia explica plenamente una tendencia de los seres humanos a mantenerse en determinada perspectiva, aquella en la que se han mantenido cómodos y en la que han desarrollado partes de su vida, rechazando y temiendo nuevas miradas, potencialmente desestabilizadoras, en aparente contradicción con la apertura creativa hacia variados universos. Como lo expresó un filósofo, “La necesidad de actuar es mayor que la posibilidad de conocer”.

La acción humana, en cualquier esfera, tiene la necesidad imperiosa de ‘abrir una puerta cerrando las demás’; de acceder a un mundo, bien sea familiar, laboral, científico, religioso, artístico, filosófico, económico o de cualquier otra índole, cada uno de los cuales tiene su propio lenguaje y su propia gramática, a pesar de que la persona sea una sola y pretenda de alguna manera unificar todos sus mundos.

‘Abrirse’ y ‘cerrarse’ a los mundos son disposiciones recurrentes y en continua tensión. El asunto de la verdad del conocimiento no es un problema exclusivamente racional; muy por el contrario, es en muchos casos un asunto de seguridad emocional, ‘cerrada’ a otras verdades que la pongan en peligro. La verdad de la experiencia irracional se llama certeza y su forma de actuar es la tradición no experimentable, la costumbre y la convicción, resistentes a las crisis y no conscientes de las muchas veces en que han mostrado su inutilidad.

Los frenos al pensamiento funcionan cuando la estrechez de la mente imagina dogmas o verdades absolutas e indiscutibles y apaga el motor de la pregunta. Ese cierre de la mente puede provenir de muchas creencias, bien sea desde dogmas o verdades absolutas, desde la prepotencia de imponerse o la inseguridad y el miedo a mostrar ignorancia.

Detrás de este irracional proceder se vislumbran fenómenos psicológicos aprendidos desde la niñez, tales como desconfianza en sí mismo y en los otros, así como el temor hacia el cambio y hacia el futuro incierto. Quien confía en sí mismo y en su inteligencia, entendida como la capacidad de inventarse respuestas nuevas a situaciones nuevas, pone prudentemente en entredicho lo establecido en el pasado, propio o ajeno, porque sabe que si abre su mente a nuevas posibilidades será capaz de afrontar con éxito problemas inéditos.

Quien confía en los otros, sabe que también son inteligentes y miran el mundo desde una perspectiva diferente a la suya, por lo cual le será de utilidad el conocerla.  Quien afronta con valentía el temor de lo desconocido, quien vence el miedo a cambiar, sabe que su propia creatividad le permite figurarse lo que no existe y que con su trabajo producirá las condiciones que requiere, de manera que formula proyectos, creyendo en que los hará realidad.

A pesar de que todo el conocimiento humano se ha construido en medio del intercambio simbólico entre los individuos, conversando, enfrentando perspectivas con el interés, siempre presente, de llegar a algún acuerdo, a  este proceder inteligente se oponen los mecanismos del poder cuando se ejerce o se soporta de manera exagerada: mandar y obedecer como única alternativa es la renuncia a pensar, ya que quien manda sin límites se priva de los conocimientos de sus súbditos y quien obedece ciegamente se despoja de los propios.

Tradicionalmente, con el peso opresor de los poderes dominantes, han sido impuestas por ellos creencias absolutas y el relativismo ha sido mostrado como peligroso y dañino. Desde los prejuicios culturales que otorgan superioridad completa a una raza, una clase, un género, una religión o una edad, se niega la posibilidad de aprender de quienes sean inferiores en la escala de los prejuicios. Así se han impuesto ideologías como Adultismo, Machismo, Feminismo, Sexismo, Patriotismo, Racismo o Humanismo, ocultas para quien las padece.

Una herramienta útil para evidenciar este fenómeno de ceguera inducida por los prejuicios es analizar el origen de la palabra “PERSONA”, proveniente del griego “Prosopon” cuyas acepciones son “rostro, faz, cara, figura, frente, máscara, papel, persona, hombre, fachada”. Así, cuando observamos rápidamente a cualquier persona desconocida, lo primero que percibimos (y en muchas desafortunadas ocasiones lo único que tenemos en cuenta) es algún rasgo especialmente notorio y evidente como su raza, su edad, su género, su vestimenta o algún defecto corporal como la falta de algún órgano o su tamaño poco común… y todo lo demás queda supeditado a esa primera y rápida impresión.

Y entonces nos referimos a alguien cercano pero desconocido llamándolo con nominaciones simplistas tales como “Ese Anciano”, “Aquella Indigente”, “El Millonario”, “El Cojo”, “Ese Negro”, “El Policía”, “El Arzobispo”, “El Médico”, “La Gorda”, “Esa Vieja Fea” “el Presidiario” “Ese Precioso Niño” y cosas parecidas, sin percatarnos de la enorme carga de invisibilidad que arroja nuestra mirada sobre la persona mencionada. ¿Cómo siente? ¿Qué piensa? ¿Qué sabe? ¿Cuáles han sido sus experiencias, sus afectos, sus sueños y sus frustraciones? ¿Cuáles son sus virtudes y sus debilidades? ¿Quién es? Súbitamente y sin darnos cuenta respondemos lo que ignoramos para asumir una actitud prefabricada hacia él o ella.

¿Será esta arraigada costumbre una forma primitiva de defendernos de los desconocidos? ¿Será, como toda respuesta ligera, una manera de evitarnos la complejidad del pensamiento? Es apenas conveniente suponer que detrás de toda máscara hay alguien por conocer, que no es prudente englobar la compleja realidad de las personas bajo el manto de unos prejuicios asociados a imágenes simples y evidentes.

Otro freno al aprendizaje ligado al poder es la actitud frecuente de “saberlo todo” de algunas autoridades, cuando parece que se hubiesen concentrado en estudiar respuestas, olvidándose de pensar los problemas que intentan resolver. Pero también la propia inseguridad genera certezas por el miedo a sentirse ignorante y “quedar mal” ante los otros.

Preguntarse
Ante la casi infinita posibilidad de cambiar de punto de vista, una actitud sensata es la de preguntarse desde dónde conviene mirar cualquier tema que nos interese. La duda es el origen del conocimiento.

Sin embargo, en nuestra sociedad contemporánea abundan las respuestas eruditas que se olvidan de pensar las preguntas que les darían sentido. Así, quienes se creen sabios, dan respuestas ilustradas, sofisticadas, complejas, nacidas del estudio aislado, libresco o de casos diferentes a aquellos que padecen la carencia o el problema real. Se da en todos los órdenes de la vida social, como las recetas que el Banco Mundial impone como solución a la problemática imaginada de países cuyas características particulares desconoce; las recomendaciones estereotipadas de misiones extranjeras para la renovación de algún sector de la vida nacional, las fórmulas infalibles que asesores externos aplican en organizaciones o empresas que no toman en cuenta; médicos muy conocedores de las enfermedades y sus tratamientos y al mismo tiempo profundos ignorantes de la vida concreta de sus pacientes a quienes prescriben fórmulas, tratamientos o intervenciones quirúrgicas; profesores e instituciones educativas que saben muy bien todo lo que tienen que enseñar a estudiantes cuyos intereses y necesidades les son ajenos.

También, cuando desde la supuesta superioridad de los que más saben se trata de certificar el conocimiento de alguna persona o alguna institución ante la sociedad, esta práctica se radicaliza al punto de crear bancos de preguntas y respuestas para que los evaluados escojan lo que ya se sabe como única opción válida, sin considerar en lo más mínimo los procesos mentales que tengan lugar en las mentes de quienes son acreditados.

Por lo anterior, la actitud más sensata ante el conocimiento es la de la apertura ofrecida por las preguntas. Erróneamente creemos que responder es sinónimo de conocimiento y preguntar lo es de ignorancia. Suele ser lo contrario. La pregunta y la duda son los motores del progreso pues la ignorancia tiene más respuestas que preguntas y el conocimiento opera con la lógica contraria. Ante los problemas que se le presentan, el verdadero sabio reflexiona, observa, estudia, investiga; esto es, se pregunta, mientras que el necio actúa sin pensarlo y de manera inmediata, respondiendo lo que ya sabe. Así lo vemos con facilidad ante las respuestas abundantes, rápidas y seguras de las personas incultas cuando, por ejemplo, expresamos padecer algún dolor físico, frente a las preguntas, exámenes previos y observación rigurosa propias de un médico cultivado. Es posible que una relación semejante entre preguntarse y responder exista entre escuchar y hablar.

Una mirada curiosa de este fenómeno del valor contradictorio de la pregunta nos lo muestra Esopo en su fábula de la lengua: “Lo más Malo, instrumento pernicioso con el cual se difunden todos los improperios y las calumnias, por el que la grosería, el chisme y la subversión corroen los cimientos de la sociedad”, pero al mismo tiempo “…lo Mejor, instrumento maravilloso con el cual se expresa el amor, se prodigan la alabanza estimulante y la corrección afectuosa, órgano corporal para el debate constructivo de la democracia”.

Para la necesaria apertura de la conciencia al exterior, la pregunta puede ser el camino del progreso en cuanto, no contenta con lo que ya tiene como establecido, la mente indaga por otras versiones, diferentes posibilidades, nuevas perspectivas y nuevos hechos. La falsabilidad, como característica del pensamiento científico tiene aquí su apoyo.

Para la imaginación, que combina lo nuevo percibido con lo que ya ha establecido la mente, lugar de la crítica, del análisis y de la síntesis, de la apropiación o del rechazo, la pregunta por la coherencia puede ser el instrumento lógico que favorezca la construcción sólida de nuevo conocimiento, el fiel de la balanza que impida las radicalizaciones contradictorias e insostenibles, el instrumento que favorezca la armonía y el equilibrio del pensamiento.

Pero, como todo lo que existe, la pregunta tiene sus límites: una duda que de manera permanente se cierna sobre el pensamiento puede ser también el freno del avance, expresión del temor radical a equivocarse, miedo al riesgo de la condición humana -siempre en tensión- y búsqueda imposible de la certeza, tan esquiva para los humanos y tan propia de los lejanos dioses.

La inseguridad sobre las propias capacidades, la duda radical sobre la calidad de lo producido por uno mismo puede llevarlo a la inactividad, al silencio, a la no participación, a la muerte social. Para la construcción del pensamiento, la duda incesante puede llevar a “la parálisis por el análisis”, como dice un viejo aforismo.

Esta posición de “Sí, pero…” “No, aunque…” puede resultar muy cómoda, como en el caso del esclavo de la fábula; puede parecer aséptica y temerosa del compromiso. Sin embargo, al menos por ahora, no alcanzo a ver más allá.  Considero que la “sal de la vida” no está tanto en aceptar cualquiera de los extremos que las infinitas contradicciones nos deparan, sino en enfrentarlos cada vez que se nos acerquen, en una búsqueda incesante de esos momentos de equilibrio precario, fuente de subsiguientes desequilibrios, mientras nos llega la absoluta inmovilidad de la muerte a cada uno de nosotros.

Conversar
Y aquí brilla la fuente de la totalidad de los conocimientos, curiosamente menospreciada o atacada desde la soberbia y la ambición de poder: la conversación. Todas nuestras verdades y conocimientos han sido construidos conversando; todo conocimiento es social.

Para discutir, para confrontar las mentes y ampliar los horizontes en una conversación es indispensable que los participantes compartan un mínimo de espacio simbólico, que estén de acuerdo en el lenguaje que usan. De lo contrario la supuesta conversación se convierte en el absurdo llamado “diálogo de sordos” en el que cada uno se expresa sin tener en cuenta ni respetar las expresiones de su interlocutor. Quien desee dialogar o promover el diálogo ha de asegurarse la existencia de tal campo común, por muy pequeño que sea, sin el cual sus intenciones serán vanas e inútil cualquier esfuerzo que se haga para conversar.

Como sucede en todos los campos humanos, en la conversación están presentes la contradicción o la lucha de fuerzas divergentes y es preciso andar siempre en busca de lugares de equilibrio ocasional, mediante el auténtico reconocimiento y valoración de cada uno de los impulsos en juego: Es valioso pensar de manera diferente, dudar de lo establecido, buscar otras miradas y otras realidades. Igualmente es valioso pensar como está acordado, comprender la mirada establecida, valorar las verdades comúnmente aceptadas.

Conversando han avanzado las religiones, las ciencias y las disciplinas. En cada campo la verdad consiste en el acuerdo temporal entre los expertos y el desarrollo lo promueven investigadores y rebeldes que conocen muy bien esas verdades, nunca los ignorantes (los avances en física no son alcanzados por juristas ni investigan en derecho los biólogos). Y cada persona, todas las personas, somos conocedores de unos temas e ignorantes en todos los demás.

En toda conversación fructífera los interlocutores expresan sus puntos de vista y cada uno amplía su mirada, unas veces complementando, otras cambiando y otras reafirmando lo que pensaba. Hay ocasiones en las que la conversación busca acuerdos para la acción o la convivencia y otras en las que no existe interés en ningún consenso nuevo, encuentros cuyo fin es la conversación misma, el disfrute del compartir miradas. En cualquier caso, la conversación es inútil y hasta molesta cuando todos piensan lo mismo y también en la situación opuesta, cuando cada uno cree que su verdad es la única valiosa.

El auténtico respeto entre los seres humanos, hacia sí mismo y hacia los otros, tiene un sustento conceptual: Cada persona vale en sí misma y ninguna tiene un valor absoluto; cada persona conoce algunas cosas y ninguna las conoce todas. La apertura de mente y de sentimientos hacia las diferencias, creyendo en que, así como uno mismo, todo ser humano percibe de manera particular lo que percibe; construyendo de manera continua un horizonte de sentido que se sustenta y amplía en el contacto con el horizonte ajeno. La conciencia de las propias limitaciones y de las propias riquezas extrapolada a los demás facilita la convivencia y el desarrollo en los grupos humanos.

Dialogar consiste en expresar de manera alternada los pensamientos de varias personas con la confianza en que cada uno de los interlocutores incorporará algo de los otros, en algunos casos enriqueciendo, a veces ajustando, en ocasiones transformando sus propios mundos.

Existen varios supuestos para esta actividad, uno de los cuales es que las expresiones se corresponden con los pensamientos, que las mismas palabras expresadas por varios interlocutores corresponden a iguales ideas. Tal supuesto no siempre es real, al menos no con exactitud.

Y reconociendo la relatividad de cualquier perspectiva, cada persona puede promover en sí misma la escucha, una de las actitudes que mejoran cualquier conversación. Como mencioné anteriormente, para ampliar el conocimiento existe una relación semejante entre preguntarse-responder y escuchar-hablar.

Escuchar a cabalidad es hacer un esfuerzo consciente por entender lo que el interlocutor plantea, estando sobre todo atentos a descubrir cuál es el sentido que para él tiene lo que expresa. Quien escucha atentamente no cuestiona, no juzga, no recrimina, no aconseja: se propone comprender al otro.

Todos los seres humanos deseamos ser escuchados, pero rara vez lo alcanzamos a cabalidad porque en general es más fuerte el deseo de hablar que el deseo de escuchar: Cuando se trata de historias o relatos, el interlocutor está más interesado en ‘echar su cuento’ diciendo frases como “…Eso no es nada… ¡Imagínate lo que me pasó a mí!” y cosas parecidas, o cuando el tema incluye asuntos morales problemáticos, el interlocutor corriente suele estar más interesado en juzgar, aconsejar o imponer ‘El Bien’ mediante expresiones como: “Lo que tienes que hacer es…”  “… ¿Por qué lo hiciste?”  “No hay que permitir que…”

Esta costumbre extendida de hablar sin escuchar podría modificarse si fuéramos conscientes, no sólo de lo ya dicho sobre el origen del conocimiento, sino de observar atentamente cómo se ha expandido la vida a lo largo del tiempo, cambiando, atendiendo y produciendo diferencias. También las culturas se desarrollan por los contrastes entre sus miembros y el contacto con otras culturas diferentes; los individuos somos heterogéneos y ganamos en identidad gracias a la interacción con los otros… Y sin embargo nos asustan las diferencias, desconfiamos de lo nuevo o desconocido, nos da miedo cambiar, pensar de manera nueva o desde otro punto de vista.

En cuanto la escucha exige apertura y flexibilidad mentales, condiciones que facilitan el aprendizaje, mientras más y mejor escuchamos a los demás, más y mejor terminaremos escuchándonos a nosotros mismos. Escuchar con atención afina nuestra sensibilidad, nos permite percibir mejor los parecidos y diferencias entre las personas y por ello mismo es un instrumento de humanización.

No es fácil dialogar tampoco cuando los planteamientos de algunos contienen demasiadas contradicciones y confusiones o son muy débiles o cuando el contenido planteado por algunos parece especialmente aburrido e intrascendente para otros.

¿Cuándo es un diálogo creativo y enriquecedor? Aunque una condición infaltable es la comunidad de lenguaje y al mismo tiempo la aceptación consciente o inconsciente de las sutiles diferencias de matiz entre pensamientos iguales, es preciso que entre los participantes se expongan nuevas miradas de lo mismo, temas no considerados antes o cuestionamientos curiosos de algo establecido como verdad. Hay ocasiones, innumerables, en que la novedad solo consiste en alguna aplicación o algún acuerdo entre los participantes que anteriormente no se había establecido.

Hemos de reconocer que el conflicto es una de las experiencias propias de todo ser humano. Con frecuencia peleamos porque nuestros intereses se contraponen o al menos porque eso es lo que creemos. Tenemos conflictos internos y con otras personas, algo de lo que jamás podremos escabullirnos del todo y solo hemos de aprender a resolverlos con ayuda de nuestra razón, porque cuando los conflictos se resuelven con emociones o sentimientos siempre gana la emoción o el sentimiento más fuerte.

Es importante para nosotros saber el papel que las emociones juegan en los animales superiores como recursos naturales de alerta, como mecanismos biológicos que refuerzan al individuo para actuar en su beneficio, manteniendo situaciones benéficas para la supervivencia o huyendo de las peligrosas. En el caso de los seres humanos, dado su carácter simbólico y cultural, las emociones y los sentimientos suelen ser mucho más elaborados y engañosos y por lo tanto no pueden ser guías de acción confiable si antes no pasan por el filtro de la razón. En otras palabras, considero que las emociones son para vivirlas, pero nunca para tomar decisiones bajo su efecto.

La experiencia nos dice que cuando asumimos una determinación, en particular las de mayor importancia para nuestra vida, obedeciendo tan sólo a una emoción (alegría, tristeza, dolor, placer, ira, miedo, atracción, odio o cualquiera de sus combinaciones y modificaciones) el riesgo de equivocarnos es enorme y, si continuamos con igual criterio, nos veremos envueltos en cadenas de angustia y frustración.

Si nos atenemos a la definición del DRAE, la emoción es una “Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática” La emoción, como respuesta inmediata del organismo, es agradable si informa sobre lo que favorece la supervivencia y desagradable en caso contrario. Es una brújula para orientar a los organismos vivos mediante mecanismos físico-químicos y en el caso de los animales superiores el sistema nervioso cumple un papel fundamental.

En los seres humanos la complejidad es mucho mayor porque las ideas están influenciadas por experiencias previas, prejuicios y la perspectiva particular del individuo. Difícilmente podemos ser “objetivos” cuando juzgamos una situación acompañada de emociones y si las cultivamos sin criterio nos ponemos en situación de riesgo. Las emociones dependen de la interpretación que nuestra mente le dé a la situación.

Diálogo y mediación
En sociedades como la nuestra, en la que convergen un estado débil e inequidades abismales, las diferencias se resuelven directamente, según el poder que tenga cada uno, en un clima de conflicto y de violencia. Por ello sentimos que toda diferencia es agresiva, fuente de enemistad, peligrosa y no creemos que podamos aprender de quien siente o piensa en forma distinta a la nuestra; por eso evitamos muchas veces la discusión y el debate racionales, confundiéndolos con pelea y agresión personales.

Cuando los desacuerdos aparentemente irreconciliables entre grupos afectan negativamente las relaciones de convivencia, resulta de gran utilidad la intervención de intermediarios. Una de las definiciones del DRAE muestra la mediación como “Interponerse entre dos o más que riñen o contienden, procurando reconciliarlos y unirlos en amistad.” Es apenas natural que, para que sea eficaz, los contendientes han de aceptar el papel del mediador.

Una de sus primeras funciones es buscar que los participantes dejen a un lado sus emociones para poder pensar con la cabeza fría. Muchas veces la conversación se dificulta por el temor a perder prestigio o reconocimiento y radicalizamos nuestra posición y exageramos la opuesta, haciéndolas cada vez más lejanas.

¿Cómo interviene el mediador? Al inicio, como se supone que contra él o ella no existen odios ni amores, hablará con cada contendiente para entender qué es lo que busca, a qué cree que tiene derecho, qué le incomoda de los demás y cuál cree que es la razón principal del conflicto.

El mediador buscará que cada quién analice sus respuestas desde la razón fría, mediante preguntas y reflexiones. Una vez tenga claridad de los componentes del litigio reunirá a los contendores y presentará su visión, partiendo de la certeza de que cada quien ha tratado siempre de hacer lo mejor, así se haya equivocado, y así mismo de la capacidad de cada uno para reconocer errores y buscar lo que más convenga al grupo.

Eso no es nada fácil porque a menudo los humanos no vemos en nosotros las fallas que sin dificultad vemos en los demás. Para ayudar a que cada cual identifique sus equivocaciones en las relaciones con los demás, el mediador podrá hacer preguntas a cada quién a partir de lo escuchado a los otros, buscando siempre respuestas que le aclaren su situación.

Relativismo saludable
Ante este panorama, la actitud más recomendable es de un cierto escepticismo. Aunque algunos dudan de la bondad de esta actitud, se justifica porque al cambiar las distancias o las perspectivas todo cambia de valor: Las empresas más valiosas, las producciones humanas con mayor significado, las construcciones de la cultura más sólidas, todo lo mejor que podamos reconocer en la tierra, son apenas una brizna de polvo en el espacio infinito o un instante en la eternidad de la existencia. Valor y sentido pierden su tradicional peso, y podrían generar un trasfondo de desinterés, de “relatividad absoluta” – expresión paradojal – que tiende a quitarle interés al conjunto. Si lo importante es vano, si lo valioso es insignificante, ¿entonces qué? ¿Hacia dónde dirigir mi vida? ¿Simplemente pasar? Y entonces surge de nuevo la mirada positiva, resultado del razonamiento que ha orientado muchas veces mi actitud.

Esta estrategia de alternar certezas y dudas nació en mí al recordar algunas experiencias desagradables vividas a lo largo de mis años como conocedor de las incuestionables verdades cristiana, marxista, científica o lógica, así como los tropiezos, caídas y profundos dolores causados por tales certezas.

¿Cuáles han sido los males derivados de mis antiguos dogmas? A mi juicio, gran parte de la raíz del sufrimiento derivado de la creencia en verdades absolutas está en la exclusión y la descalificación de todo lo que se les oponga; está en el sentimiento de “maldad” y de “error” que opera, hacia mí mismo bajo el sentimiento de culpa cada vez que en la práctica o en el pensamiento me separo de “la verdad”, y hacia otros bajo el menosprecio de la inteligencia o la bondad de todo aquel que se atreva a tener una perspectiva diferente.

Sentirse malo o estúpido, curiosamente, disminuye la apertura emocional e intelectual por la que somos buenos e inteligentes, ensombrece esa capacidad natural de inventarse cosas, ideas, palabras, acciones, mundos, en la cual está enraizado parcialmente lo típicamente humano. Sentirse malo o estúpido entrecierra la fuente del gozo por vivir, disminuye la natural corriente de fuerza que nutre la expansión vital a la que pertenecemos en la tierra.

Definitivamente, las versiones profanas o religiosas de un pecado original operan como opresoras, como limitantes de las potencialidades humanas y terminan justificando todo tipo de agresiones contra sí mismo y contra otros, desde la discriminación por género, clase social, etnia, edad o religión, hasta la segregación racial o las guerras de exterminio.

Da lo mismo sentirse pecador desde el masoquismo religioso del pecado original que sentirse igualmente malo por ser pequeño burgués desde el masoquismo político marxista. En ambos casos uno siente que siempre está “en deuda” con alguien o con algo y se amarga los momentos de placer y de gozo derivados del disfrute de la vida. Todo ello me hace desconfiar de las asociaciones fundadas en verdades incuestionables o en las bondades supuestamente propias y exclusivas del grupo.

Por eso, para disfrutar de la libertad de la vida en cada momento, decido estar abierto a nuevas maneras de mirar que amplíen mi horizonte, sin aferrarme a verdades supuestamente eternas. Una mente abierta no solo mejora mis relaciones conmigo mismo sino con otras personas a quienes respeto y con quienes puedo conversar, no necesariamente para estar de acuerdo en todo, sino tan solo en aquello que nos facilite la convivencia armoniosa y creativa.

Debido a nuestro deseo ingenuo de alcanzar o poseer una supuesta perfección, de acercarnos a una inalterable eternidad, posiblemente movidos por la aspiración más prosaica de dominar a otros con nuestra perspectiva o por ambos apetitos conjugados, no vemos que parte esencial de cualquier mirada es el ángulo y la posición desde la cual se realiza y que, en consecuencia, toda mirada, toda verdad y todo conocimiento son asuntos relativos y cambiantes.

“Esta es una verdad absoluta”. “Todo es mentira”: Dos proposiciones igualmente extremas, voces de lo que se conoce como absolutismo y como nihilismo. Una mirada en busca cuidadosa del punto de equilibrio, siempre inestable, entre fuerzas opuestas y extremas, induce a pensar en el sentido de lo relativo. Parodiando la frase de Paracelso: “Todo es veneno y nada es veneno; el asunto es la dosis” podemos plantear que “Todo es relativo y nada es relativo: todo depende de la mirada”.

Abundan los ejemplos de cómo varía la apreciación de los valores según el tiempo y las costumbres: En música, pintura, literatura y escultura, así como en las diversas ciencias son muy distintas las cualidades asociadas a la creación en períodos llamados antiguos, medievales, modernos o contemporáneos o en las culturas inca, europea o china. También la costumbre individual, la dedicación de mayor o menor tiempo a una determinada actividad y los estudios y la experiencia que sobre ella tengan las personas inducen a preferirla como fuente de verdad y de valor: serán una filosofía, una ciencia o un arte, una política o una religión. Incluso uno de los asuntos supuestamente de idéntico interés universal, la vida, el valor de la vida y qué aspectos sean precisos para considerarla, difieren fuertemente entre vegetarianos, amantes del toreo, militares guerreristas, promotores del aborto, enemigos del control natal y las variedades de ecologistas.

Por eso una de las consecuencias básicas del reconocimiento de los infinitos puntos de vista en el universo es la relatividad de cualquier mirada y la búsqueda permanente de puntos de vista equilibrados y útiles para cada tarea que emprendamos, ligadas a nuestros intereses variables.

El relativismo ha sido históricamente atacado desde muchas posiciones del poder político, con mayor saña cuando éste pretende erigirse en poder absoluto, y entonces lo denuncia como amenaza del orden y la paz sociales. Por eso muchas autoridades promueven guerras en nombre del amor de dios, invaden territorios asesinando pobladores para defender la igualdad y la democracia o separan a las personas por causa de religiones que pregonan la unión. Ellos son los más severos descalificadores de sus críticos.

La necesidad del escepticismo como actitud mental que facilite la conversación la evidenciamos al constatar las miradas de las personas cuando han preparado sus mentes para ver determinadas cosas de comprobadas maneras. El médico ve lo que el astrónomo no capta y la madre observa en su hijo lo que su hermanito mayor no percibe. Un carterista profesional mira en las personas que están a su alrededor detalles muy diferentes de los que tiene en cuenta un pianista distraído. Toda especialización es limitada y en el peor de los casos, cuando se exagera, es limitante.

Las mayores verdades, las conquistas más valiosas, las riquezas más poderosas, lo mejor que podamos pensar de la raza humana se van desvaneciendo hasta volverse insignificantes en la medida en que se alejan en el tiempo y en el espacio. ¿Tendría algún valor la conquista de América para los habitantes de la tierra hace un millón de años? ¿Significará algo la Ciencia contemporánea dentro de cinco millones de años? ¿Tendrá algún peso la economía capitalista a un año luz de la tierra? ¿La descuidada manera de vestir” de los niños Pérez tendrá valor entre los ancianos esquimales?   ¿En qué creemos? ¿Siempre? ¿Dependiendo de qué? ¿Desde cuál perspectiva? Si todo depende del cristal a través del cual se mira, si las perspectivas posibles son casi infinitas… ¿Alguien podrá tener la “verdad total”?

Nadie ve lo que no puede ver. Nadie puede verlo todo. ¿Habrá contenidos universalmente válidos para lo que son la Virtud y el Bien, el Mal, la Justicia o el Respeto a la Ley?  ¿Estarán restringidos a épocas, culturas y clases sociales? ¿Serán en algunos casos asunto de familias y hasta de individuos?

¿Cuáles son los criterios para calificar la mejor comida del mundo? ¿El mejor vino? ¿La mujer más bella? ¿Tendrá algo que ver en tales criterios el poder político y económico o la clase social de quien emite los juicios? ¿Qué se requiere para que otros acepten tales criterios?

Hay personas muy, pero muy importantes. ¿Cuándo? ¿Dónde? Por ejemplo, el presidente del país más poderoso, ¿En pleno ejercicio? ¿Cuándo estaba castigado en el colegio por no haber traído las tareas? ¿Diez años después de haber ejercido su cargo, con Alzheimer en una casa de ancianos? ¿Dentro de su féretro, cinco años después de haber sido enterrado? Imagino la Reina Universal de la belleza a sus noventa años, olvidada por sus hijos e ignorada de sus nietos en un asilo.

Con una completa seguridad, porque todos los argumentos en contra me parecen de menor valor, decido que la actitud más sana para aumentar el conocimiento es la prudente duda sobre lo sabido, la disposición a ver más allá y el uso de los saberes mientras sean útiles.

Misterios
Creo que tengo que aceptar mi incapacidad para explicar racionalmente ciertos temas que realmente son misterios para mí. Los científicos calculan la edad del universo en catorce mil millones de años. ¿Y antes, qué? ¿el universo es eterno? ¿Se puede hablar de origen o sólo de etapas, momentos, épocas? ¿La materia origina al espíritu o el espíritu origina la materia? ¿Ambos son eternos y siempre han coexistido?

Las ideas, ¿son materiales? O mejor, ¿son producto inmaterial de la materia, así como creemos que la vida es producto de la materia inerte? ¿Podría pensar que tanto la vida como las ideas son cualidades y no seres independientes? ¿Hay seres independientes, o en una malla infinita todo lo que llamamos ser es interdependiente?

En el origen de las ideas, pienso yo, están las experiencias vividas. Un recién nacido solo podría tener representaciones de lo sentido en su vida intrauterina. Pero con el desarrollo de la vida, cada persona va teniendo ideas abstractas, separadas de las sensaciones. ¿Cómo se logra esto? Si le quito todo vestigio sensorial a unas experiencias, ¿Qué queda? Ese paso entre sensación y representación mental es un misterio que mi razón no alcanza a explicar. Tan solo puedo decir que la idea es una cualidad de la materia organizada como persona, cualidad que se pierde con la muerte o con ciertos deterioros cerebrales.

Rodrigo Velasco Ortiz
Artículo publicado el 23/06/2022
Ver Segunda parte LA VIDA COMO JUEGO

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