EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Violencia de la igualdad. Segunda parte. La vida como juego.

por Rodrigo Velasco Ortiz
Artículo publicado el 25/06/2022

Segunda parte
LA VIDA COMO JUEGO

Ver primera parte

Juegos
Mi perspectiva ética, es decir la respuesta a cuál es el sentido de mi existencia y cuáles son los valores que deben orientar mi acción, tiene en el Juego el fundamento racional más amplio que he podido encontrar: el sentido de mi vida no es único ni está por fuera de ella; encuentro o construyo sentidos en cada momento que vivo.

Como los seres humanos estamos en medio de una casi infinita variedad de realidades y entornos, imposibles de asumir por completo, no podemos actuar con certeza y seriedad absolutas. Las seguridades que podemos tener solo se podrán referir a mundos o entornos pequeños, donde podamos considerar las posibilidades de acción y de interpretación. Como vimos antes, al cambiar de entorno cambian los significados, los valores y la importancia de sus contenidos. Por eso, una de las mejores metáforas para el sentido de la vida es el juego, siempre cambiante. Veo la vida como un juego limitado en el tiempo y el espacio de mi existencia, hecho a su vez de otros innumerables juegos, menores que mi vida entera.

El juego no es simplemente una actividad más de algunos animales y del hombre, sino que constituye una característica tan importante como la de producir ideas y valores mediante el pensamiento o mejoras en su entorno mediante el trabajo.  Por eso, más de un autor ha reconocido en el juego una función tan importante como la de fabricar herramientas o productos para el buen vivir.

Más aún, es presentado como algo específicamente humano por algunos antropólogos cuando diferencian el juego de los niños del juego de los cachorros en que no está necesariamente ligado a un entrenamiento para la vida adulta ni como prefiguración de las tareas posteriores de supervivencia, sino que muestra el papel de la fantasía, el saboreo de intereses superficiales y cambiantes en plena libertad.

Yendo más allá, considero que el juego no solamente es una actividad cultural sino la forma misma en la que se desarrolla todo el universo y en particular la cultura. Esta intuición, concebir el mundo como juego o, si se prefiere, utilizar la estructura metafórica del juego para interpretar todo lo que existe, me ha mostrado permanentemente su riqueza y su virtud generativa para dinamizar la construcción de humanidad, su adaptabilidad a cualquier situación, por más seria que parezca.

A la metáfora del juego podrían aplicársele las cualidades generalmente admitidas para calificar una buena teoría, más allá de su imposible validación empírica: Sencillez, Universalidad, Fecundidad y Belleza.

Sé que no es fácil admitir estas afirmaciones iniciales, bien sea por su carácter sospechosamente universal como por su falta de formalidad, apenas aceptables. Sin embargo, miradas con cuidadosa atención, tienen una fuerza tentadora que vale la pena considerar, en particular porque lo que era impensable en otros tiempos, más seguros de sí mismos, no lo es tanto ahora: nuestra época está muy lejos de las certezas y la claridad del pensamiento único, total, verdadero. Por el contrario, se establecen múltiples mundos, cada uno con su propia racionalidad o su propia lógica, con su lenguaje y su gramática en lo que se pueden llamar juegos de lenguaje.

La relación de las expresiones “El juego‟ y “Lo serio‟, aparentemente antagónicas, es también un juego; para poder jugar hay que tomarse en serio el juego por un momento; actuar “como si…” El jugador juega y sabe que juega; se entrega con pasión a la interpretación de la obra de arte y sabe que es un acontecimiento, un pasar, un momento; tal como lo hacen el actor, el artista, el sacerdote, el científico o el filósofo cuando actúan como tales; al fin y al cabo, cada uno de ellos es ante todo una persona que vive su vida en un ámbito mucho más amplio que el que le dedica a su actividad profesional.

Nuestro conocimiento, científico o no, se produce mediante el uso de comparaciones   entre   algo   nuevo   que   se   pretende   comprender   y   algo   ya comprendido por ser más familiar. Las analogías, los modelos o las metáforas son siempre el soporte y la forma que adoptan las teorías.

Durante cierto tiempo, deslumbrados los occidentales por el enorme desarrollo tecnológico derivado de las teorías de la naturaleza, pretendieron recurrir a los artefactos por ellos producidos (y por lo mismo mejor conocidos) para comprender el complejo universo de las relaciones sociales. Todo ello dentro del complejo de inferioridad de unos científicos sociales que se consideraban a sí mismos menos exactos, menos rigurosos y hasta menos serios que los científicos naturales. Se hablaba de “Ciencias duras” (elogiosamente) y de “Ciencias blandas” (en tono lastimero) sin percatarse de que, como lo señala otro autor, “Las ciencias duras tienen éxito porque se ocupan de los problemas blandos, mientras que las ciencias blandas han de luchar porque se enfrentan con los problemas duros.

¿Acaso hubo en estos esfuerzos explicativos una mala escogencia de las metáforas y analogías? La época contemporánea, desencantada de la exigua capacidad del desarrollo científico y tecnológico para brindar una vida de verdadera calidad humana, ha empezado a buscar, no ya en las máquinas, sino en los productos sociales creados por la cultura, los ejemplos de procesos y estructuras familiares que sirvan para elaborar teorías sobre el mundo humano. Así la música, el drama, el carnaval, el juego, son susceptibles de convertirse en metáforas explicativas y en instrumentos de indagación para las ciencias sociales, a pesar de que en muchos casos se requiera de una mayor elaboración para su total aprovechamiento.

La ciencia y la filosofía son construcciones que atienden siempre a la estructura del juego, como quiera que cada una de ellas inventa su campo de acción, establece los límites y las reglas de la interacción, que incluyen el vocabulario y la gramática considerados válidos. Las luchas que allí se libran tienen evidentes ganadores y perdedores y sus protagonistas se embeben con verdadera pasión en las tensiones de su oficio, el cual asumen como cuestión de honor, a la vez que lo consideran como algo aparte de la vida cotidiana.

La ciencia contemporánea ya no se piensa como la necesidad sino como el juego, ya que en la naturaleza se presenta continuamente una interacción entre mecanismos generales (que nosotros denominamos leyes) y la variedad, individualidad y singularidad espacio temporal de los acontecimientos. La contingencia y la casualidad de los sucesos particulares juegan con las estrategias de los jugadores, orientadas a utilizar las reglas a su favor para construir nuevos escenarios.

Todo se puede explicar, una vez que ha sucedido, por las leyes a las cuales obedece, lo cual no significa que necesariamente ha debido suceder así. La vida en la tierra, por ejemplo, sería imposible en una atmósfera como la que, de hecho, tuvo el planeta primitivo, y se inició en forma anaeróbica. En un juego, usar las reglas no significa que las reglas hagan el juego; el estudio de las leyes de la naturaleza, como lo expresa un autor, nos lleva al estudio de la naturaleza de las leyes, así como el estudio de la historia de la naturaleza nos lleva al estudio de la naturaleza de la historia y el análisis de la verdad de nuestras certezas nos conduce primero a la incertidumbre y luego a nuevas verdades en un proceso y parcialmente recursivo y parcialmente ascendente.

De alguna manera el mundo o la realidad o el presente son juegos en el sentido más profundo y radical, incluso más fuerte que aquel sentido ingenuo y restringido dado al juego como actividad recreativa sin mayor importancia.

El juego de la realidad, de la conversación o de la existencia humana es mucho más hondo que eso, dado que las reglas solo existen aparentemente (son cambiables por cada jugador en cada momento) los significados y los sentidos del lenguaje son comunes solo momentánea y aparentemente (aquello que piensa cada uno e imagina que coincide con lo que piensan los otros) y, como si esto no bastara, ante la inexorable presencia de la muerte, el triunfo y la derrota mudan completamente de sentido. Sin embargo, el uso cotidiano relega el juego a un papel secundario en la vida de los hombres y entonces el deber reconocido es tomarse las cosas en serio.

Sin embargo, pienso que el juego, tan rico en matices y en sentidos, encierra todas las tensiones, aspiraciones y sentimientos de la vida humana: libertad y ordenamiento; determinismo y creación; sufrimiento y gozo; estabilidad y cambio; previsión y azar; mente y cuerpo; diversión y lucha esforzada.

Para muchas personas es relativamente evidente el papel del juego en las artes como el teatro y la música (no en balde la misma palabra se utiliza en algunos idiomas para significar juego e interpretación artística: jouer, en francés; to play, en inglés y spielen en alemán) y también en la danza, la poesía y las artes plásticas. Pero el juego está presente dondequiera que los seres humanos interactúan; basta un somero análisis de algunas instituciones para hallar sus rasgos lúdicos.

Todo el aparato de la administración de justicia, por ejemplo, tiene el mismo carácter agonal del juego; en espacios cerrados y solemnes se enfrentan los litigantes ante un árbitro que representa la gravedad de la justicia, para ganar o perder; siguen reglas establecidas y es la astucia y el ingenio de cada uno lo que entra en juego para determinar al triunfador.

Pero también se juega en la bolsa de valores y en el mercado, en las elecciones de dignatarios públicos, en los salones de clase y en los salones de baile y en los parques y en las entradas de los cines y hasta en los lechos de los amantes. ¿Dónde no se juega? Juego es la guerra y con frecuencia se la adorna con todos los sentimientos del honor y del deber sagrado en la que los mejores ganan (y luego escriben la historia) como en todo duelo privado o público, cuyo fin es restablecer el honor agraviado mediante el reconocimiento público de la superioridad del vencedor. La guerra solo es posible como juego cuando se realiza entre iguales, respetados mutuamente. Cuando el enemigo es bárbaro o atrasado, toda regla de caballerosidad y toda forma de dignidad es omitida y los resultados confirman el deseo de los dioses, el poder de la verdad o de la justicia en cuyo nombre se emprende.

De alguna manera fuerte, escoger implica necesariamente el abandono de otras posibilidades diferentes a la preferida, bien sea que la decisión haya sido tomada por sí o por otros, en forma consciente o inconsciente, de manera individual o colectiva. Las llamadas recibidas desde innumerables focos de atención externos las respondemos, no ya por el impulso genético ni por algún instinto sino por la fuerza de la cultura y de experiencias previas que enfocan nuestra mirada y nuestros deseos hacia un número muy limitado de acciones concretamente posibles.

Si considero que existen innumerables puntos válidos desde los cuales apreciar el entorno, ¿por qué afirmo que una mirada amplia es superior a otra estrecha? Depende del punto de vista, porque para observar a una bacteria es mejor el microscopio que el telescopio y para reflexionar es mejor concentrarse que dispersarse.  Quizás la actitud más positiva es la del juego, cada uno con sus propias reglas, espacios y tiempos, pero solo juegos que valen en sí mismos sin la pretensión de ser universales. Como mi vida.

Cuando algo de lo que hacemos tiene finalidades o propósitos distintos a lo que estamos haciendo, le quitamos algo de su especificidad y lo engrandecemos o lo empequeñecemos (según sea nuestro punto de vista) pero en cualquier caso lo “desnaturalizamos”. Y eso no está mal porque en esencia el trabajo del ser humano es ir más allá de la naturaleza, no en su contra, sino más allá de lo previsto en los códigos genéticos.

Somos seres para quienes lo que realmente importa no es lo que algo “sea” sino lo que significa para nosotros. Trabajar, por ejemplo, puede tener muchos sentidos: castigo, medio para ganar dinero, forma de expresar nuestra creatividad y nuestras potencialidades, medio de aparentar que somos lo que no somos, instrumento para ejercer poder, modo de pasar el tiempo, momento para disfrutar la vida, etc. El trabajo – como todo lo que hacemos – puede tener muchos, innumerables sentidos adicionales.

¿Y el juego? También. Pero quiero detenerme en lo que considero la esencia del juego, no sus finalidades exteriores. Porque uno puede jugar para muchas cosas que no son juego: acompañar a otro de quien nos duele que se sienta solo, ganar dinero, humillar a otro ganándole, aparentar inteligencia o destrezas corporales, cumplir una obligación contractual o social o cualquiera de las finalidades que podamos imaginar. Pero el auténtico juego vale por sí mismo, jugar por jugar, vivir por vivir.

¿Qué es el juego? La primera definición del DRAE es “Ejercicio recreativo sometido a reglas, y en el cual se gana o se pierde.” Y más adelante, al hablar de “juego de compadres” o el “juego de cubiletes” introduce el engaño como cualidad del juego: “Modo de proceder dos o más personas que aspiran al logro de un fin, estando de acuerdo y aparentando lo contrario.”  “Destreza o artificio con que se trata de engañar a alguien haciéndole creer lo que no es verdad”.

En el juego, así definido, sobresale de manera paradójica la tensión entre recreación y reglas, entre verdad y engaño, entre ganar y perder, entre deseo y satisfacción, entre previsión e imprevisibilidad. Los jugadores tienen que ponerse de acuerdo en las reglas del juego en el que van a recrearse y una de las condiciones para que eso sea posible es que no se conozca el desenlace y se puedan realizar movimientos imprevistos en los que precisamente radica el juego. Visto así, lo único que importa para recrearse es el juego en sí mismo, la incertidumbre de un final en el cual se espera haber ganado y la invención de maneras particulares y apropiadas de jugar.

Una de las características del juego, que las comprende a todas, es la contradicción y la lucha. Todo juego es una invitación a la acción, a satisfacer una carencia, a completar algo inconcluso, al enfrentamiento de fuerzas, a superar un estado de cosas, a restablecer un equilibrio perdido. La tensión es su esencia. No podríamos entender la vida ni mucho menos la vida humana sin ese componente de lucha.

Otra condición del juego es la alegría y el gozo que se hacen palpables en todas las manifestaciones lúdicas mientras permanezcan como tales, buscadas en sí mismas y no por beneficios o consecuencias ajenas, como sucede con lo que hacemos durante los tiempos que llamamos de ocio (en oposición a los tiempos del negocio) bien sea como actores, intérpretes, espectadores o en la pura contemplación. Y para que haya verdadero disfrute y auténtico juego, la atención ha de estar en el juego mismo, no en la satisfacción de ganar o en la molestia de perder. La ansiedad por los resultados mata el juego.

No hay juego tampoco sin creación, sin expresión original e inédita de formas de ver y de actuar, sin maneras peculiares de combinar los datos o elementos disponibles y conocidos. Esta función innovadora o ‘poiesis’, origen de la poesía, es más evidente e integra un mayor número de manifestaciones culturales en las sociedades antiguas.

Para que la creación sea posible, dentro de las tensiones propias del juego, es preciso que la libertad se ejercite a fuerza de cumplir reglas y condiciones. Un juego se realiza en un tiempo y un espacio delimitados, siguiendo unas reglas acordadas para él y, no obstante, siempre habrá la posibilidad de ‘la jugada’ original, de la ruptura con lo previsto para que se desarrolle como juego. Por eso se conjugan en los participantes la previsión y la incertidumbre.

El engaño asumido en el juego nos permite actuar “como si…” tal cosa. Es la burla de la seriedad permanente de los que saben a ciencia cierta “Cómo son las cosas”. En el juego actuamos como si lo que hacemos fuera lo más importante y en ocasiones lo único. Jugamos a fondo, con toda la seriedad, pero sabiendo que solamente es un juego. Es decir, abandonamos las pretensiones de saberlo todo y nos reímos de los dioses omnipotentes y omniscientes que nos podrían sacar del “engaño” mientras jugamos. Curiosamente, la trampa es parte del juego: violar las normas acordadas con la sonrisa pícara de quien se está burlando de los demás jugadores, pero siempre dispuesto a ser parte del escándalo y la risa general cuando es descubierto.

Una forma del engaño como parte del juego de la vida consiste en que el público no se entere de lo que vivimos en privado. Todo el mundo sabe que su vida le pertenece, que tiene derecho a vivirla según su criterio, pero al mismo tiempo sabe que hay mitos y sacralizaciones defendidas en público, pero deshechas en privado. Preservar lo propio contra la intromisión ajena es parte del juego de la vida.

Finalmente, también es característica de algunos juegos, no de todos por fortuna, la noción de competencia, bien sea consigo mismo o con otros individuos. Competencia no solo en el sentido hermoso de explicitar y ampliar las propias capacidades, sino en el menos positivo de mostrar quién es mejor, quién ‘gana’ y quién ‘pierde’.

Y digo “por fortuna” porque a poco que se piense, la competencia como el deseo de ganar a costa del fracaso ajeno es un corrosivo de la buena relación humana y – obviamente – incompatible con ese amor respetuoso y creativo que desea siempre la concordancia entre el bien propio y el bien ajeno. Pero en el juego, en todo juego, uno puede competir consigo mismo, buscando la satisfacción de superarse cada vez más.

¿Qué tipo de juegos nos gusta jugar? ¿Cómo jugamos? ¿Qué tal trabajar como si jugáramos? ¿Amar como jugando? ¿Podríamos vivir la vida entera como un juego? Al fin y al cabo el “cuarto de hora” que dura nuestra existencia puede tener todas las cualidades que le hemos atribuido al juego: Certeza de existir e incertidumbre del momento final; existencia de algunas reglas o condiciones inmodificables por nosotros mismos pero al mismo tiempo la conciencia del poder para burlarnos de reglas irracionales inventadas para asustarnos; formas establecidas de vida social que no podemos modificar y potencia para crear maneras originales de vivir y para diseñar salidas inteligentes, novedosas, para afrontar la tensión permanente entre necesidades, carencias o deseos –por un lado- y el disfrute de satisfacciones que le dan sentido a la vida –por el otro.

Y dentro de nuestras maravillosas cualidades para jugar, tenemos la posibilidad de burlar la competencia contra otros como norma de vida personal, de escaparnos del hechizo que todas las formas del poder han establecido para dominarnos desde adentro: Odio por el otro, Necesidad de derrotarlo, Obediencia ciega a las verdades del grupo, Creencia en nuestra maldad e ignorancia fundamentales y Necesidad de que “otro” nos salve y decida por nosotros.

Disponemos de muchos universos en los cuales jugar, en cada uno de los cuales podemos vivir momentos con intensidad, sabiendo que son sólo eso, momentos, y siempre podemos también cambiar de juego y de universo, en ocasiones a voluntad y en otras obligados por las circunstancias. Podemos jugar la vida para gozarla, es decir, para sentir hambre y saciarla, ignorancia y aprender cosas nuevas, sufrir carencia y satisfacerla, experimentar deseo y cumplirlo y vivir nuestra propia vida mientras nos llega la muerte. Por eso una de las enseñanzas más valiosas que he recibido en los últimos tiempos me lleva a “Vivir a plenitud el momento presente”.

“Jugar es una palabra
muy fácil de pronunciar,
pero tiene en sus entrañas
tal riqueza y variedad
y una tendencia al disfrute
y a gozar en libertad,
que si la aprovechamos
jugando siempre en verdad,
sin intereses distintos
a solo jugar, jugar,
podremos cambiar destinos
predispuestos al dolor
a causa de los mezquinos
valores del opresor.

Juegos hay de muchas clases,
cada uno original,
con sus reglas y lenguajes
y maneras de jugar.
Son ejemplos de esos mundos
donde podemos actuar
sabiendo que son espacios,
ninguno totalidad,

muchas ciencias, religiones,
filosofías y deportes,
músicas y artes manuales,
vida diaria en la familia,
las ficciones literarias,
y las del cine, además,

El juego es fin en sí mismo
jugamos para jugar
viviendo cada momento,
siguiendo reglas precisas
sin saber qué pasará,
inventando movimientos
que haremos con libertad
creando así nuestro juego
en medio de esa tensión
entre leyes que se cumplen
y la libre voluntad.

Como la vida es un juego
hecha de juegos cual más,
también podemos cambiar,
el que estaremos jugando
por otro que decidamos
según nuestro bienestar.

¡Qué rico es vivir la vida
con toda su intensidad!
Sólo la vida en sí misma,
sin quitarle su sentido
al convertirla en un medio
para poder alcanzar
otra cosa diferente
que un sinvergüenza ha inventado
para someternos más.
”

Para vivir nuestra vida
plenamente y de verdad,
es necesario librarnos
de mundos imaginarios
y un supuesto más allá,
diseñados por algunos
para poder dominar
con obediencia y castigo,
con miedo al libre pensar,
subestimando el presente
con presunta eternidad.

 El juego de la interpretación más amplia
Como marco de significación y fundamento de las reglas del mayor juego posible para cada persona, el conjunto de su vida, he ido construyendo el punto de vista más amplio que he podido, utilizando como herramientas mentales el Paradigma, la metáfora de la Malla Infinita y la razón lógica propia de la Filosofía. Como fuentes de información, diversas ciencias y mi experiencia personal.

Hacer filosofía es una actividad que cualquier persona adulta puede hacer sin necesidad de tecnicismos de especialistas, simplemente con la decisión de buscar explicaciones con su propia mente, tratando de aceptar solo lo que su razón le indique; es decir, sin dejar que los sentimientos o las emociones impongan su criterio.

En términos prácticos esto significa que la razón pone en entredicho las verdades y las creencias que dependen del amor a una tradición, a un país o a una familia. Pone en tela de juicio la validez de las prácticas habituales adquiridas por la fuerza de la costumbre o de cualquier poder extraño a la persona. Ni el odio hacia alguien o hacia algún grupo le harán rechazar lo que propone ese alguien o ese grupo, ni tampoco el amor o admiración hacia alguien le harán aceptar, sin juzgar, lo que él o ella dicen.

Hacer filosofía implica un ejercicio de la libertad, quizás en su máximo grado, ya que ningún poder extraño a la razón puede someter al pensamiento, al menos al pensamiento consciente, ya que, como todos lo sabemos, los seres humanos estamos sometidos a fuerzas, ideas y sentimientos de los que no nos percatamos pues simplemente no los vemos. Hacer filosofía puede ser de utilidad para advertir lo que no percibimos a primera vista.

Pensar filosóficamente es ante todo preguntarse, dudar de lo que no concuerde con los saberes o las explicaciones de las que nuestra razón dispone. Es ir más allá de las respuestas inmediatas en busca de los fundamentos de lo que consideramos nuestros saberes y con el deseo de orientar nuestra existencia, con el ánimo de construir un sentido sólido de la propia vida.

Para enmarcar mi pensamiento en la tradición filosófica occidental, he escogido dos maneras muy extendidas de considerar el conocimiento, las llamadas Metafísica y Constructiva. Al compararlas, escojo la segunda por las siguientes razones:

La mirada Metafísica supone que existe un referente universal, de manera que la ‘verdad’ consistiría en la adecuación de la mente con el “Ser”, la “Naturaleza” o la “Esencia” de las cosas. Desde tal mirada, un buen conocimiento debe ser independiente de quien conoce, debe ser estable, como permanentes creemos que son las leyes naturales, y también universal, como operan los fenómenos naturales en distintos lugares.

Desde allí las teorías tienen la doble función de simplificar lo complejo y por ello mismo concentrar la atención y la percepción en unos pocos de los muchos aspectos posibles, en aquellos considerados relevantes. Pero como sucede con cualquier elección, la misma fuerza de las teorías constituye su límite, en cuanto la decisión práctica de asumir de antemano qué es y qué no es significativo hace que el espíritu humano asuma la experiencia desde un esquema ‘conocido’, cerrando otras posibilidades, no solo interpretativas sino perceptivas.

Pero las teorías son herramientas creadas por los seres humanos y, como todo lo conocido, tienen sus limitaciones: ¿Podrá explicarse el mundo en términos musicales? O, mejor, ¿existen mundos musicales? ¿Podrá explicarse el universo en términos biológicos, o geográficos, o físicos, o químicos, o psicológicos, o históricos, o sociológicos, o económicos o arquitectónicos? ¿O será más apropiado pensar en los universos de los biólogos o de los geógrafos y en los mundos de cada uno de los diversos expertos en alguna disciplina? ¿Existe una mirada “Universal” como la pretendida por algunos religiosos y por ciertos filósofos? ¿Dónde está la “Verdad”? ¿En alguna religión o en alguna ciencia o en alguna filosofía? La epistemología supone una única verdad, algo insostenible desde mi perspectiva.

Otra manera mejor y muy distinta de abordar el problema la asume la llamada Filosofía Constructiva. Inicia con reconocer la imposibilidad práctica de aislar la subjetividad de lo conocido, toda vez que éste es precisamente el resultado de una actividad del sujeto.

En tanto relación, el conocimiento es la síntesis de los dos fenómenos que interactúan y por lo mismo todo aquello que llamamos saber, verdad o realidad, contiene partes de lo que los seres humanos somos: En cuanto representaciones, son producto de nuestra actividad constructora, a partir de la experiencia externa como interacción con el entorno, o de la experiencia interna como reflexión o recuerdo.

Durante muchos años en los que la física fue el modelo de toda ciencia, la psicología eludió el uso de términos como ‘alma’ o ‘mente’ para referirse al conocimiento. Sin embargo, los estudios contemporáneos sobre la cognición voltearon la mirada hacia el interior de la mente, retomando el término abandonado por el prejuicio conductista de sólo estudiar aquello que pueda ser observado sensorialmente de manera directa y plantearon la posibilidad de una ciencia del pensamiento, admitiendo realidades tan incontrovertibles en la conducta como el pensar y el conocer.

El concepto de cognición es tan amplio que implica la interacción de todas las representaciones; no puede reducirse a la percepción, la emoción y las facultades lógicas y lingüísticas. La cognición consiste en aprender, conocer, lograr la percepción y la comprensión por cualquiera de todos los medios disponibles. Llegar a comprender una pintura o una sinfonía es un logro tan cognitivo como el aprender a leer o escribir o sumar. El mapa cognitivo de un campo dado incluye entonces la existencia de medios-fines para actuar dentro de él, tanto como las emociones y pensamientos asociados.

El pensamiento no es solamente lógico ni todas las formas que rompen con sus leyes son irracionales, como tradicionalmente se le atribuyó al ‘pernicioso influjo de la emoción. Por el contrario, cualquier pensamiento está inscrito en un conjunto de otros pensamientos, todos ellos derivados de la interacción simbólica entre los seres humanos. Y la percepción está condicionada por las expectativas, de manera que muchas veces lo que vemos contiene la proyección de lo que tenemos dentro y tendemos a no ver las grandes o pequeñas diferencias.

Desde el enfoque constructivo se admite que, a pesar de que la cultura moderna se ha caracterizado por atribuir al conocimiento el rasgo definitorio de la naturaleza humana y creer que la ciencia avanza y la verdad es la del momento actual, se presentan casos aislados de pensadores que reconocen en otras actividades diferentes al pensamiento racional una parte importante del desarrollo humano, a la vez que sospechan de la verdad tradicionalmente concebida, al entenderla no como adecuación con un referente fijo sino como coherencia interna de los discursos, cambiantes en las culturas y en el tiempo de cada una de ellas. Prefiero esta postura.

Estos pensadores son plenamente conscientes del carácter histórico del conocimiento como representación humana ligada a todos los demás aspectos de la vida social, como construcción que integra con mayor o menor claridad y con mayor o menor amplitud la variada riqueza de la experiencia de los hombres y mujeres quienes, comunicándose, crean y desarrollan lenguajes y maneras de actuar.

Estos filósofos están mayormente interesados en favorecer la comunicación de perspectivas que en formular un sistema desde el cual se juzguen todas las otras. Explican la racionalidad y autoridad epistemológica por referencia a lo que la sociedad nos permite decir (y no al revés). Consideran la verdad como ‘lo que es bueno que creamos’ y no como ‘contacto con la realidad”.

El deseo permanente de las colectividades humanas por conocer más y mejor acerca de sí mismas y del universo se transforma a lo largo de la historia en verdadera tarea sistemática y organizada como institución social, desde las enseñanzas de los ancianos en las comunidades primitivas hasta las diversas academias y grupos disciplinares, profesionales, científicos o religiosos de la actualidad.

Miradas y Paradigmas
Para superar tanto una actitud dogmática promovida ancestralmente en todas las sociedades mediante el miedo a no saber y al castigo de la autoridad, como la actitud opuesta al negar la existencia de verdades, propongo analizar calmadamente esas herramientas del pensamiento que llamamos paradigmas, maneras de mirar el mundo, claves que usamos para interpretar y darle sentido a nuestra existencia y a nuestro entorno.

El DRAE define la palabra Paradigma como “Teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento” Al comprender su variedad, sus posibilidades y sus limitaciones, nos queda más fácil juzgar sobre la validez relativa de cada uno de ellos, sean propios o ajenos.

Estas “miradas amplias” están constituidas por muchos factores como ideas, valores, actitudes, prácticas, formas articuladas de relacionarnos con nosotros mismos, con otras personas y con el entorno.

Las perspectivas de cada persona serán más o menos amplias, más o menos estrechas, dependiendo de dos factores: Por una parte, el interés particular que en una situación específica orienta la mirada para lograr algo (placer sensorial, placer estético, tranquilidad intelectual, reconocimiento social, beneficio económico, dominio político, consuelo anímico, amor comprensivo, tranquilidad espiritual… y un número indeterminado de posibles deseos y situaciones)  y, por otra parte, la flexibilidad para reconocer otras miradas, unida con la capacidad para integrarlas en forma razonable o equilibrada.

Por eso, como lo mostré anteriormente, en un mismo individuo existen diferentes perspectivas con variadas lógicas y verdades, propias de cada una: científicas, religiosas, deportivas, musicales, literarias, sociales, etc., en innumerables campos, tantos como pueden ser los intereses humanos. En pocas palabras, para pensar con sensatez tengo que reconocer que cada uno de los seres humanos tenemos diversos intereses y miradas, las cuales buscamos integrar de la manera más conveniente para disponer de una mirada orientadora, perspectiva que podemos ampliar aún más al incluir miradas desde otros puntos de vista, muchas veces sugeridos por otras personas.

Aunque tenemos la tendencia a buscar una dirección clara que le dé sentido a nuestra existencia, superior a las demás y que las englobe a todas, pienso que toda interpretación tiene límites y la pretensión de una única lógica resulta contraria a la experiencia. Sin embargo, he de reconocer que la mirada que orienta mi vida, la más amplia que pueda tener en un determinado tiempo, será eso, la mejor para mí hasta ese momento, pero no la mejor posible ni mucho menos la única válida.

Cuando pienso en construir sentido, me refiero a nuestra capacidad de fabricar mundos orientadores en la mente a partir de la organización de las experiencias vividas que nos muestren las mejores maneras de continuar actuando. Y así, cada cierto tiempo, para sacarle el mejor provecho a las conversaciones que he sostenido y a todo lo que he aprendido, me aíslo para reflexionar en soledad y buscar la máxima coherencia o compatibilidad posible entre mis pensamientos.

Y aquí una breve anotación sobre esta cualidad ética que considero muy importante, la búsqueda de coherencia entre los valores morales, los deseos y las acciones propias. Porque, como todo lo que conozco, la coherencia también es un campo de tensiones, una búsqueda continua de orientación en medio de muchas fuerzas. Y como no hay absolutos, ciertamente hay universos entre los cuales la coherencia no es importante ni muchas veces posible (por ejemplo, entre sabores y matemáticas, deportes y música, negocios y amor, dinero y belleza y muchos otros ámbitos). Pero como los valores éticos definen en gran parte la propia personalidad, considero que están por encima de otros valores como los económicos, artísticos o estéticos. Respecto al sentido de la vida humana, la ética tiene la amplitud de la filosofía y por eso su papel es fundamental. También lo es la coherencia.

Es así como cada uno de nosotros podemos armar universos con nuestras verdades, ajustando cada una para que case en el conjunto. A eso lo llamo “mi filosofía” por considerar a la razón como el mejor criterio para organizar mi pensamiento.

Con una salvedad: Dado que considero mi vida como un juego temporal que vale por sí mismo sin finalidades ajenas, uno de los criterios útiles para evaluar mis verdades es el de la salud mental y física: Cómo me siento más feliz, más saludable; cómo disfruto el momento por el que pasa mi existencia; cómo me relaciono mejor con las demás personas y conmigo mismo.

Por eso soy incapaz de aceptar como verdaderos los mitos opresores de Culpa, Castigo, Maldad Humana, Impotencia, Desesperanza y lastres parecidos. Pero no solo por mi felicidad, sino porque racionalmente he podido analizar el carácter manipulador de los relatos que dieron origen a tales sentimientos negativos hacia uno mismo. He experimentado que vivo bien cuando creo en mis posibilidades para construir mi vida mientras dura, haciendo alianzas con otras personas, siempre aprendiendo y siempre disfrutando. Cuando llegan el dolor y el sufrimiento, busco aceptar lo incambiable y modificar lo que considere posible, muy consciente de la duración del tiempo personal (un instante en la eternidad) y del tamaño de mi espacio individual (un punto en el infinito).

Para aprender a dialogar con mente abierta, para aceptar gustoso que otra persona piense, sienta o actúe de manera diferente a la mía, uno de los argumentos más elementales, comprensible por cualquier persona, es precisamente esta idea de “Punto de vista”, ese lugar desde el cual contemplamos el entorno y a nosotros mismos, ese espacio y ese tiempo que configura nuestra perspectiva. Punto de vista. ¿Cuántos puntos hay en el universo? ¿Por qué razón, en un universo tan enorme que ignoramos sus límites, un determinado punto va a valer más que los otros? ¿Por qué, precisamente el que yo asumo merece el calificativo de “el mejor”?

Una visión menos ingenua puede justificar un punto de vista simplemente como “el mío”, el que he logrado construir al aplicar mis intereses y mis conocimientos a lo que los otros me han enseñado. Dónde y cuándo haya nacido, tanto como las experiencias vividas, determinan mi identidad.  Mi punto de vista es respetable principalmente porque es mío y, para mí no hay persona más importante que yo mismo, a ciencia y conciencia de mi breve y limitada existencia y de mi necesaria interdependencia con el entorno social y natural. Yo no era nadie hace doscientos años y no seré persona dentro de unos pocos años.

Por eso, por la brevedad de la vida, deseo aprovecharla lo mejor que se me ocurra, atendiendo las necesidades a las cuales sea sensible, utilizando los recursos disponibles y aplicando mi creatividad y mi capacidad de trabajo en ello. Mi actitud hacia los diferentes puntos de vista es conocerlos, considerarlos con respeto y cuidado y aplicarles mis filtros existenciales para decidir si hay algo nuevo y valioso que pueda aprender de ellos.

Todas las verdades han tenido que recorrer un camino de comparación y acuerdo para convertirse en tales y su duración depende de la fuerza o debilidad de nuevas consideraciones. No hay verdades eternas, no hay verdades universales: más bien hay acuerdos parciales en el tiempo y en el espacio.

Soy consciente de que todas las experiencias vividas, de una u otra manera, están determinadas o teñidas por el poder vigente: adultos, profesores, padres, gerentes, empresarios, gobernantes, capitanes, rectores, capataces, líderes, curas, médicos, dentistas, amos, sargentos, jueces y un sinnúmero de autoridades conocidas ejercen su poder en alguno de los ambientes en los que necesariamente vivimos. En el caso de mi paradigma mayor, decido que en la medida de lo posible no sea impuesto sino escogido por mí.

Mi paradigma mayor
Tradicionalmente ha sido pretensión de la filosofía el ser la perspectiva racional más amplia, el marco dentro del cual todo adquiere sentido. Por eso utilizo algunas de las que se han considerado sus ramas para mostrar mi pensamiento. La Epistemología está expresada en el capítulo I, “Conocer”; La Ética, en los capítulos II y V “La Vida como juego” y “Felicidad y muerte”; la Antropología en el capítulo III “Quiénes somos los seres humanos” y la Ontología o Metafísica en unas pocas frases del capítulo III al mencionar los orígenes de la humanidad como parte del universo.

La Estética la abordo mucho más ampliamente en todo el texto como la sensibilidad hacia la belleza, tanto para captarla como para producirla, en sus tres momentos de apertura hacia el exterior, procesamiento interior y expresión de vuelta hacia el exterior. Tradicionalmente referida al arte, asumo una actitud estética al extrapolar esos tres momentos para precisar cualquier realidad física, mental, cultural o de cualquier índole. Así en la malla infinita, la definición de cualquier nudo está dada precisamente por esas tres cualidades del ámbito que hayamos separado mentalmente para considerarlo como tal.

Esta filosofía es una construcción teórica, un piso estable pero no rígido para mí, desde el cual edifico mis críticas y mis propuestas, teniendo muy clara consciencia de que hay temas completamente ignorados y preguntas que no me alcanzo a formular o cuya repuesta confiable es imposible para mí. Es todo eso y nada más que eso. Su virtud, lo que me entusiasma, es todo lo que alcanzo a vislumbrar desde allí y la coherencia muy alta que alcanzo a percibir en él. Cuando lo presento a otras personas, como ahora, lo hago esperando conversar, compararlo con otras miradas y ampliarlo gracias a ellas.

Esta filosofía que he construido, siendo muy limitada, se basa en los conocimientos científicos elementales de los que dispongo, expresados en los programas vigentes para la educación secundaria colombiana en la década de los sesenta del siglo pasado sobre a) La teoría evolutiva del universo: b) Conocimientos elementales en Física, Química, Biología, Antropología, Sociología e Historia así: En Física, naturaleza energética y masiva de la materia, ley universal de fuerzas en tensión que generan los cambios, estructura atómica y molecular de los cuerpos. En Química, progresiva composición de las sustancias y paulatina combinación en moléculas, sujeta a las fuerzas de atracción y rechazo de los componentes. En Biología, surgimiento de la vida unicelular, paulatina interacción en conjuntos más complejos y diversificación en formas, especies y biotas vegetales y animales. En Antropología y Sociología, origen animal del ser humano, estructura de familias, grupos, clanes y sociedades, diversificación y creación de innumerables productos culturales en formas de instrumentos materiales, usos, costumbres, creencias, organización, productos artísticos, científicos, comerciales, religiosos etc.). En Historia, interpretación limitada del pasado a partir de relatos y huellas presentes, generalmente construida y divulgada con la aprobación del poder vigente.

Escojo los criterios científicos por dos razones: no dependen de las emociones o sentimientos de quienes los establecen sino de sus razonamientos y de sus experiencias y están siempre abiertos cambiar ante nuevas experiencias.

Como explicación racional, me inspiro en los procesos creativos de la naturaleza mediante la unión de partes simples para el surgimiento o creación de nuevas realidades más complejas. Esta dinámica opera con la fuerza de atracciones y rechazos propios de cada material, en continua interacción e interdependencia con los demás y la tendencia permanente al alcance de equilibrios más o menos estables entre los componentes en juego.

En ese largo proceso de atracciones y rechazos, de conformación y disolución de subconjuntos, se han ido formando todas las realidades que conocemos, cada una particular, parecida y diferente a otras, con cualidades similares y disímiles pero ninguna superior ni inferior de manera absoluta a las demás. Una persona podrá ser más inteligente que un metal, pero será menos resistente al calor; una planta podrá ser más bella que un insecto, pero menos capaz de desplazarse; una cultura podrá ser superior a otra en literatura o música, pero inferior en sus relaciones con la naturaleza. Los casos no tienen límite porque las relaciones de superioridad e inferioridad pueden asumirse desde innumerables perspectivas y nunca desde una inexistente perspectiva universal.

Como forma de mi paradigma filosófico he escogido la metáfora de la red infinita, compuesta por subconjuntos que siempre son interdependientes y que en mayor o menor tiempo se deshacen para formar otros nuevos, todo ello impulsado por fuerzas de atracción y rechazo que operan expandiéndose sin cesar.

La identidad de cualquier ser, de todo lo que los humanos llamamos realidades, se construye en el movimiento continuo entre fuerzas y elementos que convergen como hilos que forman nudos y constituyen núcleos provisionales que llamamos de variadísimas maneras: átomos, moléculas, compuestos químicos, células, tejidos, organismos, especies, biotas, pueblos, culturas… todo lo que conocemos. La dinámica de la evolución opera de igual manera en conjuntos simples o extremadamente complejos, pero interdependientes.

Dentro de las ‘causas’ y ‘efectos’ de realidades físicas y mentales existen caminos de doble vía, así como el inicio del recorrido a lo largo de los hilos de un tejido esférico puede ser a la vez su final. Todos los seres conocidos cambian continuamente al recibir, transformar y devolver fuerzas y elementos a la red o entorno del cual forman parte, nodos que la mente humana aísla, separa o define, según determinadas perspectivas, propias del sujeto que conoce o imagina. Ser es la confluencia espacio temporal de fuerzas y elementos y Conocer es definir límites, separar lo que queremos identificar: en un claro sentido, la mente aísla temporal e imaginariamente lo que en su exterior está unido a un todo mayor.

Esta tendencia permanente a la configuración de nuevos seres, a sus cambios y disolución por la llegada, transformación y salida de materiales y energías, se evidencia en cada ser vivo desde su concepción y en todos los momentos de su existencia hasta su muerte, cuando el conjunto se descompone y vuelve a ser una multitud de moléculas que se reparten en el entorno en que se hallan, muchas veces el mismo del cual se formó el ser que ahora se deshace.

En el caso de los seres humanos, la conformación de la identidad se muestra claramente en cada uno de los ámbitos que denominamos Yo biológico (con el intercambio y transformación de sustancias entre el cuerpo y el medio ambiente) el Yo psicológico y el Yo social (con el intercambio y transformación de objetos, símbolos, ideas y afectos entre el sujeto y su entorno social).

Al morir, algunas de nuestras ideas, afectos y productos sobreviven un poco más que nuestro yo individual en la mente de otras personas, en objetos o en prácticas. Pero no eternamente: en ocasiones solo por unos pocos días, en otras por meses, años, siglos o aún milenios, según el reconocimiento e importancia que las sociedades nos asignen. Son restos, pero no tengo la menor experiencia que me induzca a pensar en la supervivencia de ningún ser vivo como individuo y considero estadísticamente imposible que en otro momento vuelvan a confluir en otro ser todos los elementos y las fuerzas físicas, biológicas, psicológicas y sociales que lo constituyeron hasta formar otro idéntico al que una vez se disolvió.

Todo lo que he podido experimentar con otras personas es que nos acabamos como desaparece la belleza de un cuadro que se deshace por el fuego. La única razón por la que abro una posibilidad a la idea de supervivencia es la conciencia de mi propia ignorancia, tan repetidas veces comprobada y tan cercana al sentimiento de certeza con el que frecuentemente lo disfrazo. Pero es solo una remota posibilidad a la cual aún no le encuentro suficiente asidero.

Aunque sé que nuestros pensamientos están relacionados con los diversos órganos sensoriales, al pensar en perspectivas he escogido el sentido de la vista como ejemplo y metáfora de cualquier conocimiento, aceptando que, básicamente sucede lo mismo con cualquiera de nuestras fuentes sensoriales.

Con el fin de fortalecer o fundamentar la precariedad de cualquier punto de vista, muestro a continuación con cierto detalle las implicaciones de este enfoque. Para comenzar, es evidente que la calidad de cualquier mirada depende tanto de la ubicación y la distancia del objeto visto, como de las condiciones personales del que mira. Hay factores de tipo físico y biológico (ojos, sistema nervioso y cerebro, lentes y aparatos que podemos usar) para hacer palmarias las variaciones posibles.

Los ojos “normales”; es decir, los de la mayoría de personas, tienen una configuración particular que los hace receptivos a determinadas longitudes de onda y no a otras. No solemos ver rayos infrarrojos ni ultravioleta y en eso se diferencian los ojos humanos de los ojos de otros animales. ¿Ve mejor la realidad el águila, el lince, el gallinazo, el murciélago o el ser humano? Y cuando se presenta el llamado daltonismo, varía la percepción de los colores; unos sólo ven en escala de grises, otros ven el rojo o el verde a la inversa de los demás. ¿Y qué decir del tuerto, el bizco, el miope o más aún, el ciego? Sin duda que su visión de la realidad, sus realidades, difieren entre sí y con las de la mayoría. Pero en general aceptamos que la mayoría tiene la razón y por ello llamamos defectuosos a los minoritarios, los “otros”, utilizando un criterio estadístico para definir lo que es verdadero, sano o normal.

Las lentes y algunos aparatos complejos actúan como filtros o mediadores entre los objetos y nuestros órganos y sistemas nerviosos de visión. Por ellos percibimos con los ojos ondas sonoras, infrarrojas o ultravioletas, vemos objetos a través de los objetos, captamos materiales extremadamente pequeños o inmensamente lejanos, las imágenes se tornan verdes, sepia o azules, como señala el dicho popular, “dependiendo del color del cristal con que miremos”.

 ¿Cuál es la verdadera imagen de un objeto visto con rayos equis, un aparato de sonar, otro de rayos infrarrojos, una cámara de fotografía, un microscopio o una lupa? ¿Habrá una imagen más verdadera que las demás?

Estas variaciones mencionadas, referidas a dimensiones físicas, químicas y biológicas, son relativamente sencillas y fáciles de enumerar, con escasos matices, y hacen referencia al universo compartido con los demás animales. Otra cosa sucede, muchísimo más compleja y con variedades cuasi infinitas, cuando nos adentramos en el mundo de la mente, la sociedad y la cultura. Y es tal el peso del mundo específicamente humano sobre el meramente biológico, que sin temor a equivocarme puedo repetir que “el ojo ve sólo aquello que la mente le permite”.

¿Cómo y qué pueden ver en una moneda arrojada en una calle, un reciclador, el gerente de un banco o el administrador de un conjunto habitacional de clase alta?  ¿Cómo y qué pueden ver en las casas y en los habitantes de un barrio muy pobre un médico, un futbolista, una monja de clausura, un policía, un arquitecto o un poeta? ¿Cómo y qué pueden ver en un niño de seis años que está llorando en el parque, personas que han vivido experiencias tan diversas como un joven de quince años maltratado por sus padres, una mujer de veinte violada por el abuelo, o una señora sesentona muy querida por sus padres, por su esposo y por sus hijos? Los ejemplos posibles parecen no tener límite.

También existe la mirada de la mirada, el sentido con el que creemos que somos observados por otros. Y todo depende de cómo miremos la mirada ajena, de las expectativas, temores y toda suerte de ideas y sentimientos que bullan en nuestro interior. Cuando varias personas miran detenidamente a otra mientras conversan entre ellas, si la observada está orgullosa de sí misma, muy posiblemente se sentirá admirada; si, por el contrario, está avergonzada por algo, probablemente se sentirá rechazada. Vemos sólo lo que podemos ver.

Sobre las imágenes “subjetivas” (llamadas así desconociendo ingenuamente que todas lo son) hay tantas variaciones que algunas veces no distinguimos si lo que una persona nos cuenta que percibe depende de sus emociones y sentimientos, de prejuicios o ideas muy fuertes, de haber ingerido substancias alucinógenas, es expresión de insania mental o simplemente es lo que ve con naturalidad.

Pero el asunto va más allá, porque la pertenencia a una cultura, a una clase y a un grupo social, a una edad, a una profesión, junto con todas las experiencias vividas en particular, obran como lentes y filtros que dejan ver unas cosas y ocultan otras, agrandan o minimizan detalles, conceden o restan importancia a las partes. La mirada objetiva no existe, la mirada total tampoco: existen miradas y lo que solemos hacer para convivir es contarnos unos a otros lo que vemos y buscar ciertos acuerdos que borren o difuminen ciertas diferencias para convivir en paz.

En una apretada síntesis, me considero una parte minúscula de un universo infinito, habitante temporal de unos espacios y unos tiempos pequeños compartidos con muchos otros seres distintos y parecidos a mí. Como los demás seres humanos, tengo la posibilidad de crear espacios mentales o disfrutar los creados por los demás.

Al observar la enorme variedad de seres que ha ido produciendo la naturaleza con el paso del tiempo, me parece inteligente aprender de su método para aplicarlo: enfrentamiento de fuerzas sencillas en tensión, acuerdos temporales en forma de nuevas configuraciones que las incluyen y nuevos enfrentamientos para nuevas conformaciones cada vez más incluyentes o complejas.

Como la casa es compartida, cada una de esas realidades o conjuntos dispone de su espacio sin que ninguno pueda pretender ser el dueño de todo, más bien respetando el de cada cual.  Entre los seres humanos hemos creado tal cantidad de mundos que podemos pasearnos por ellos, muchas veces a voluntad de cada cual, pero siempre, siempre en compañía de otros. No es pensable un ser humano aislado, alguien que no haya tenido quién lo haya alimentado y protegido mientras no podía valerse por sí mismo, sin palabras y con muy pocos y pobres pensamientos, enfrentado a animales que sí se comunican entre ellos. No podría haber sobrevivido ni mucho menos haber construido un mundo humano.

La especie humana cuenta con la capacidad de pensar, de representarse y crear universos de significación con los cuales crea herramientas, instrumentos y sistemas para producir lo que desea e imagina, incluyendo una herramienta poderosísima, el lenguaje, con el cual se dispara toda su creatividad y se fortalecen sus alianzas con otros para multiplicar sus capacidades.

En el proceso de buscar mejores oportunidades, algunos seres humanos se separaron del grupo que los acogía y en entornos nuevos y experiencias nuevas crearon también universos nuevos y herramientas nuevas para adaptarse y controlar el entorno donde vivían. Así se gestaron las diversas culturas.

El ideal de mi vida es aprovechar todas las riquezas de mi cultura, abrirme en lo posible a otras culturas y a otros modos de pensar y de actuar e ir armando la mejor síntesis que pueda para disfrutar mi relación con el entorno inmediato, en particular con las personas, en continuo respeto por entornos más amplios.

He podido ver con claridad algo que analizaré en el siguiente apartado sobre los seres humanos. Es el que considero uno de los mayores errores de las sociedades, la confusión entre diferencias parciales y diferencias totales entre los seres, la creencia en superioridades e inferioridades absolutas.

Y, como lo intento detallar allí, el error es de doble calibre: lógico y existencial. Desde el punto de vista lógico, en un universo interconectado el término absoluto no es aplicable a ningún ser que, por definición, es una parte relacionada de conjuntos mayores. Desde el punto de vista de la existencia, la falsa creencia en la superioridad absoluta de los seres humanos sobre los animales, plantas y minerales nos ha ido llevando al abuso de poder, a la intervención desequilibrada en el entorno natural, lesionando o eliminando formas de vida y ecosistemas hasta poner en severo riesgo de extinción la propia vida y otras más. Igualmente, la falsa creencia en la superioridad absoluta de personas, clases, razas o pueblos sobre otros nos ha ido llevando al máximo desequilibrio en las oportunidades para el desarrollo de la personalidad con unas minorías dueñas de un desmesurado poder económico y político, mientras que la inmensa mayoría de la población mundial carece de las más elementales oportunidades para formarse como personas y desarrollar sus potencialidades.

Por eso, buena parte de mi interés de vida es buscar alianzas para difundir estos errores, de manera que podamos iniciar cambios educativos, políticos y económicos que reestablezcan el desequilibrio alcanzado. Sé que soy un grano de arena, pero particularmente en esta época de pandemia, los diminutos virus nos están enseñando que los contagios pueden ser planetarios.

Rodrigo Velasco Ortiz

Ver tercera parte Quiénes somos los seres humanos
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴