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Ojos vendados (Testimonio recreado de Edmundo Recabarren).

por Isidora Millao
Artículo publicado el 18/12/2018

El 11 de septiembre de 1973 fue el día. Cambió mi vida para siempre. Miles de preguntas. Llanto y dolor.
Primero volvamos un par de jornadas atrás.

8 de septiembre:
Comencé a trabajar con tan solo 23 años en la UNCTAD, en la cafetería del casino, era un lindo lugar.
El encargado era un hombre de unos 35 años, mencionó que era comunista y se llamaba Carlos. Me recibió muy bien. Me enseñaba qué hacer y bromeaba sobre mi intolerancia a los lácteos.

Cerca de 3000 personas pasaban a diario a comer. El casino abría por lo general a las 11 de la mañana. La cafetería, sin embargo, entre las 8 y las 9. Tenía que levantarme temprano porque me dieron ese turno de mañana, de 8 a 4 de la tarde. El otro era a partir de las 4 pm hasta las 12 am.

10 de septiembre:
Mis padres estaban muy nerviosos, no quisieron decirme por qué.
En mi casa éramos 4, ellos, mi hermana Ana de 10 años y yo. Vivíamos en la comuna de Independencia. La casa no era tan grande, pero si linda y acogedora.
Ese día luego de la cena, cuando mi hermana se fue a acostar, mis padres me dijeron que pasase lo que pasase, intentarían cuidarnos y que me amaban. No lo entendí, solo asentí y fui a dormir.
Ellos eran del Partido Comunista. Sabían lo que podía ocurrir.

11 de septiembre:
Mi madre hizo desayuno para los cuatro. Nos despedimos más cariñosamente de lo habitual y fui a dejar a mi hermana al colegio.

Tomé la micro que me deja cerca de la UNCTAD. Llegué bastante temprano, a las 7:35 am. Estaba mi jefe y pasé para ordenar algunas cosas. Luego fueron llegando más compañeros de trabajo. Poco después de las 8 todo cambió.

En la cafetería había una radio, la encendimos y llegaron noticias. Se escuchaban nerviosos los locutores. Dijeron que los carabineros tenían rodeado el Palacio de la Moneda y que el ambiente estaba muy tenso.
Carlos optó por no abrir la cafetería y los que estábamos dentro decidimos no salir hasta saber qué pasaba. Fueron transcurriendo los minutos.
El teléfono sonó, todos nos quedamos callados y él atendió, luego de unos segundos, se volvió a nosotros y dijo: Claudia, es para ti.

Me levanté, lo tomé y era mi madre:

  • Claudia, por favor cuídate mucho, con tu padre te amamos. Fuimos a buscar a tu hermana al colegio, está con nosotros, pero es peligroso si vamos por ti.
  • Iré a casa.
  • No, es muy peligroso, quédate en el trabajo, no salgas.
  • ¿Qué está pasando?
  • Es probable que ocurra un golpe de estado.
  • De eso vienen hablando hace meses ¿por qué ahora?
  • No puedo decirte más, mientras menos sepas mejor, te amo mucho hija, te buscaremos. Lo prometo.
  • Te amo madre, dile a papá y a Ana que también los amo.
  • Lo haré, ellos también te aman. Adiós hija.
    Y colgó.

Me sentí tan perdida en ese momento, creo que casi me desmayo, unos compañeros me sostuvieron, me sentaron y me dieron un vaso con agua.

A las 9:50 comenzó una balacera frente al Palacio, oh Dios, las balas se escuchaban hasta en la cafetería.

Sintonizamos la Radio Magallanes, que no había sido silenciada, y a eso de las 10:15 el presidente Salvador Allende dio su último discurso. Todos los presentes lloramos, sabíamos que lo infernal estaba por llegar.

A las 10:30 se abrió fuego contra la Moneda, fuego que fue respondido por la gente del GAP.

No lo podíamos creer. Algunos empezaron a desesperarse, el llanto era inminente. Carlos llamó a la calma, lo ayudé con eso. Repartimos agua y café.

Cerca de las 11:00 los carabineros declararon el toque de queda. Pero debíamos de irnos a nuestras casas. La mía quedaba lejos y no era tan fácil llegar. Tomé como opción, junto a algunos de mis compañeros, quedarme un rato más.

Los que pertenecían al Partido dijeron que no se moverían y que esperarían instrucciones de las personas a cargo… instrucciones que jamás llegaron.

Alrededor del medio día comenzó el bombardeo al Palacio.
Nadie lo podía creer, sentimos que era el fin, era verdaderamente aterrador.
No tengo la certeza de saber cuánto duró, solo sé que seguimos refugiados por si acaso.

Estuvimos esperando las instrucciones que Carlos decía que llegarían. Pasaban las horas, se escuchaban gritos, llantos, disparos ¿Cómo era posible que estuviera pasando aquello?
Me fui a negro. Recuerdo que desperté y todos estaban a mi alrededor.

13 de septiembre:
Encerrados aún, con la comida que había dentro de la cafetería, llegamos a ese día.
Había estado durmiendo, y me despertó muy bruscamente un carabinero.
Golpeó con su bota mi estómago. Me dijo que me parara. Me tironeó, me manoseó. Tenía un rifle, si me quejaba, era mujer muerta.
Nos trasladaron a la sala, y luego de unos minutos llegó una micro. Dijeron que nos llevarían al Ministerio del Interior.
Falso.

Llegamos a la 1ra Comisaría. Nos bajaron y ordenaron en fila. Pedían nuestros datos personales. Nos hacían pasar. A uno que otro los soltaban. Estaba aterrada.

No recuerdo cómo era, sé que habían muchas personas y nos hacían correr hacia dentro disparando al aire. Nos mantuvieron de cabeza al piso con las manos en la nuca.
Horas, para ese entonces había perdido la noción del tiempo.
Llegó otro carabinero. Nos llevó a un calabozo y apuntaba a cada instante con su arma.

16 de septiembre:
Nos sacaron del calabozo, y dijeron que nos llevarían al Ministerio del Interior.
Falso.

A esa altura solo pensaba en mis padres y en lo asustada que debía estar mi hermana. ¿Estarían vivos? ¿Dónde? Miles de preguntas se agolpaban en mi cabeza. Me estaba volviendo loca.

Llegamos al Estadio Nacional.
Recuerdo haber entrado por la puerta Maratón y nuevamente nos hicieron correr. Manos a la nuca y de rodillas al suelo, 3 ó 4 horas.
Al anochecer nos llevaron a una sala. Donde cabían cerca de 60 personas, metieron a 120. Ni siquiera tenían una cuenta exacta de nosotros, solo llenaban con más y más presos.

Creo haber visto a María, una de mis compañeras, siendo golpeada y desnudada por los milicos. Pensé en meterme, pero no tenía fuerzas para caminar. Llevaba días sin comer y con tanta gente era imposible salir del espacio.

17 de septiembre:
Los milicos llegaron con un fondo de tallarines. A cada uno le dieron la mitad de una taza de café.
A un preso se le cayó, se rompió, y la comida quedó esparcida en el suelo. Un milico lo golpeó hasta hacerlo sangrar. Después le obligó a comérselos.

Se escuchaban llantos y murmullos de algunos. Yo me limitaba a decir algún comentario bajo.
A veces entraban personas, eran infiltrados, querían saber quién decía qué cosa y vigilar.

Un día me sacaron, me vendaron y me llevaron a una pieza. Me tocaron, me desnudaron. Sí, me violaron, no supe cuántos eran. Fue una y otra vez.
Sentía olor a cigarro. Cuando terminaron me sentaron en una silla y quemaron mi piel. Moría de dolor, pero no emití ningún ruido, no quería darles el gusto.
Uno me golpeó en la cara, dijo: quiero que grites. No lo hice. Me pasaron la ropa, dijeron que me vistiera. Lo hice. No me quitaron nunca la venda de los ojos.
Me devolvieron a la sala.
Alguien me tomó y retiró la venda. Era Carlos.
Lloré en sus brazos por primera vez en todos esos días.
Cada vez que se abría la puerta era un infierno. Teníamos miedo de lo que pudieran hacernos.
Cuando llovía nos sacaban al patio. Más de uno murió de hipotermia.

No recuerdo el día exacto en que llegó alguien más, y detrás de él un milico con un tarro y una brocha. Nos sacaron y hablaron. Dijeron que había sarna entre nosotros. Tuvimos que desnudarnos y con la brocha nos untó a cada uno Lindano. Luego, todos adentro. Los llantos eran de día y de noche. Perdimos la noción del tiempo y de todo…

Días enteros de atrocidad. Abrían la puerta, nos ponían en posición como si fueran a dispararnos. Sacaban a algunos. Nadie volvía, solo a uno lo trajeron y casi muerto. Terror psicológico eterno. Dolor y sufrimiento.

Diciembre:
Una vez llegaron a la puerta, dijeron que abrirían la principal y teníamos que correr lo más rápido posible. Teníamos 3 minutos para salir. Los que se quedaban morían.
Nunca estuve más dispuesta a correr.
Después de todo, seguía con la esperanza de saber qué había sido de mi familia. Era lo que necesitaba para estar algo tranquila.
Dieron la señal. Corrí. Corrí. No me importaba nada más.
Escuché un disparo. Me congelé. Me detuve. No escuché nada por 1 ó 2 minutos. Sentí terror mirar hacia atrás ¿podía morir? ¿había salido?
Mis ojos se nublaron de lágrimas. Volteé. Las rejas estaban cerradas. Lo había logrado.

 

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2 comentarios

Un relato impactante, felicitaciones a la autora y que siga esa vena literaria

Por Lucia Isabel Inostroza Vasquez el día 26/09/2020 a las 19:29. Responder #

Un relato estremecedor,realmente emocionante.
Bella escritura.
Un gran abrazo a la autora.

Por Gilda Recabarren el día 23/12/2018 a las 17:46. Responder #

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Requerido.

Requerido.




 


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