La memoria, el cronotopo y la fotografía:
Novela del escritor chileno Álvaro Bisama, editada en el año 2010, pese a lo reciente de su publicación la trama que contiene traslada al lector a un tiempo muy anterior, a la década de los años noventa, época marcada por la llamada “transición” política e histórica, en la cual los llamados “Hijos de la Dictadura” se vieron huérfanos de las utopías que habían sustentado los jóvenes de las décadas anteriores, además, se vieron enfrentados a un estado de estancamiento muy lejano al esperado cumplimiento de la revolución que se soñaba cuando la dictadura de Pinochet llegaba a su ocaso, este es el escenario que recrea la novela. Una década en que lo primordial parecía ser olvidar los años de oscurantismo que había hecho vivir la dictadura, sin embargo el recuerdo de aquella estaba patente en las ruinas que había heredado esta generación, de las anteriores. En este contexto histórico se enmarca grosso modo la novela, aunque posteriormente iré entregando particularidades y referencias acerca de la relación que se establece entre la novela y el contexto al cual alude, contexto que es re-presentado literariamente por Bisama.
Generalidades:
¿De qué trata la novela?, antes de analizarla resulta esencial poder tener una idea al respecto, y junto con eso, cuál es la trama desde la que surge el análisis. Como ya adelanté, la novela vuelve hacia los años noventa, década del retorno a la democracia, en la cual gobernaron sucesivamente presidentes de la Concertación (Alwyn, Frei Ruiz-Tagle y Lagos, respectivamente). Geográficamente la novela tiene como punto neurálgico la V Región de Valparaíso. Es importante tener en cuenta el nombre de la ciudad escogida, ya que éste nos habla de un sitio paradisíaco; sin embargo, la novela nos muestra que el puerto está muy lejos de ser un locus amoenus para sus personajes, sino todo lo contrario, es visto y sentido por ellos como un verdadero infierno; en este sentido hay varias alusiones de los propios narradores que avalan esta visión, como por ejemplo en el siguiente diálogo: “¿Te acuerdas del puerto de esos año?, dijo ella. Dije: Sí, la ciudad entera era una ruina” (Bisama 2010:41); y en otra sección de la novela, cuando Ella comenta: “(…) me acuerdo de esa ciudad llena de una luz sucia” (129), las alusiones al respecto son bastantes, y vienen dadas desde el momento en que se observa la portada de libro, pues en ésta resalta el color rojo, color que tiene en la novela el cielo de Valparaíso. Los protagonistas son dos sujetos sin un nombre que les entregue una identidad definida, sólo son Ella y Él, una mujer y un hombre cualquieras, que pueden representar la vida de cualquier individuo que haya vivido su juventud en aquella década. No obstante, ser ellos los protagonistas y narradores de la novela, no son protagonistas de su propio relato, y aunque logramos saber algunas cosas sobre sus vidas (como por ejemplo el hecho de que se están divorciando), el foco de su narración está en contar la vida de otros, de dos personajes cuyas historias les parecen mucho más interesantes y dotadas de sentido que las propias, y aunque de vez en cuando recuerden detalles de sus vidas, su eje principal es reconstruir las vidas ajenas de “La Javiera” y “El Donoso”, dos estrellas que opacaron las vidas de Ella y Él, pero que sin embargo constituyen el motor de su relato.
La novela comienza cuando Ella y Él se encuentran en el café Hesperia para conversar sobre su divorcio, toman una taza de café tras otra, hablan de cosas superfluas para no abordar el tema del fin de su vida en común, el letargo de esa escena que tiene como objetivo mostrar el fin de una historia (la relación que tuvieron Ella y Él), se quiebra y toma un giro, cuando Ella abre el diario La Estrella de Valparaíso y ve una foto que le provoca un inmediato llanto. En ese preciso momento, la historia de Ella y Él que está punto de llegar a su fin, da paso hacia otra historia, hacia una historia cuya reconstrucción está por comenzar, la historia de la Javiera y el Donoso: “(…) Nosotros estábamos devastados. Incluso antes de que ella abriera el diario (…), nuestra vida en común llegaba a su fin (…) Todo aquello nos sirvió hasta esa mañana en que ella miró el diario, comenzó a llorar y luego me mostró una foto (…)” (12). En la foto aparece la Javiera siendo detenida por carabineros, pero ¿Quién es la Javiera?, Ella es quien se lo explica a Él: “Yo conozco a esta mina (…) Es la Javiera (…) compañera mía en la universidad (…) la que era comunista (…) de la Jota” (15). En el diálogo que Ella y Él entablan esa mañana ella le cuenta sobre la vida que tuvo la Javiera cuando eran compañeras, y cómo comenzó, se desarrolló y terminó la tormentosa relación que la Javiera tuvo con su, también compañero, el Donoso.
Aspectos relevantes:
Antes de proseguir, quiero detenerme en algunos aspectos que resultan relevantes, por ejemplo, ciertos detalles de las primeras escenas que componen el principio de la novela, en primer lugar, en el nombre del café, Hesperia, es importante preguntarse por su significado, ya que puede estar relacionado con puntos importantes de la novela. El nombre proviene de la tradición griega, de una de las Ninfas del jardín de las Hespérides, Ninfas que son llamadas de diversas formas, como por ejemplo “doncellas de occidente”, “hijas del atardecer”, “diosas del ocaso”; las Hesperis son la personificación del atardecer, y genealógicamente son hijas de Nix (la noche); su función en el Olimpo es la de cuidar el jardín de la diosa Hera, jardín que guarda las manzanas doradas que otorgan la inmortalidad, son también las manzanas de la dicha, y las deben cuidar pues son codiciadas, y según el mito, Heracles engañando a Atlas intentó robárselas, sin conseguirlo. Después de saber el significado de Hesperia, no es azaroso que éste sea el justamente el nombre que tiene el café en donde Ella y Él se reúnen aquella mañana, pues corresponde al nombre de una ninfa del atardecer, y por extensión atardecer significa término, final de una etapa, de un ciclo, y esto es precisamente lo que está ocurriendo en el café, una relación amorosa está llegando a su fin, melosamente se podría decir que el amor está llegando a su ocaso. Pero aún hay más, ¿cómo están representadas las manzanas de la inmortalidad en el café?, pues bien, me inclino a pensar que esas manzanas pueden estar representadas por los recuerdos que Él, y sobre todo Ella, van relatando en el transcurso de su diálogo en ese lugar, recuerdos que dotan de inmortalidad a ciertos personajes, plasmando imperecederamente ciertos hechos en la memoria de los narradores, y de la novela; el café Hesperia sería entonces, una especie de jardín en donde finaliza un romance, pero también, en donde habitan una serie de recuerdos que otorgan por un momento ( el que dura el relato) a sus protagonistas y narradores, una cierta inmortalidad.
Continuando con la mención de ciertos detalles que vale la pena analizar, me interesa profundizar en la interpretación del posible sentido que puede desprenderse del título de la novela, Estrellas muertas. Cuando pienso en “estrellas”, pienso en la guía que resultan ser éstas tanto para los caminantes en el desierto como para los barcos en el mar (es decir, las estrellas guían a los viajeros); representan el movimiento constante del universo; son las estrellas luces nocturnas, de ahí su significado oximorónico y contradictorio, pues son luces de la oscuridad. El término “estrella” además, se instala en una dimensión simbólica y también de clisés, pues se le puede otorgar tanto el significado simbólico de ser “una guía en la vida”, como el significado mercantil que adquiere al ser el clisé con que se denomina a un actor o músico famoso: “estrella de cine” o “estrella del rock”, por ejemplo; en relación con la novela, Ella dice algo que resulta muy iluminador respecto a este punto:
(…) Su vida era una novela (…) Ninguna de nuestras biografías competía con la suya (…) mi historia era la de todos (…) La vida de la Javiera era como una especie de fábula (…) Nunca milité, la Javiera era la estrella. El donoso a veces levantaba la voz y la apoyaba (…) (51).
En este sentido se puede adelantar que la Javiera era esa estrella para la vida de los jóvenes de la universidad, ella que había tenido una vida difícil y que había luchado en los tiempos más terribles de la dictadura. Volviendo al oxímoron presente en el término “estrella” al entenderse esta como una “luz nocturna”, se puede notar que en la novela el recurso del oxímoron funciona como una matriz predictiva de la trama, ya que mucho dentro de ella funciona en base al oxímoron. Otro punto a destacar dentro de la idea “luz nocturna”, es que las estrellas son luces que se originan en el pasado, no en el presente, ya que el fulgor de las estrellas que nosotros vemos por la noche, son destellos de luz de estrellas que murieron hace miles de años, lo cual tiene directa relación con la trama de la novela, pues los héroes, y los ideales de los cuales se habla, están en el pasado, en el recuerdo de la narración, no en el presente de ésta; por tanto, el calificativo de “muertas” parece asertivo y coherente, ya que la luz de estas estrellas al estar en el pasado y no en el presente, está muerta, de la misma forma que lo están los héroes, las utopías, y la vida de la década evocada alegóricamente en la novela. La generación de jóvenes que presenta Bisama, están “a la deriva”, es decir, sin una guía, sin una “estrella” que los guíe; es importante destacar el hecho de que la novela se ubica espacialmente en un puerto, un sitio de tránsito de barcos y botes, y en donde éstos tienen un rumbo fijo, a diferencia de estos personajes, que están “a la deriva” esperando, una “revolución que nunca llegó”, es decir, son jóvenes con una esperanza de cambio frustrada, la representación de parte de una generación que vive en un estado de estancamiento y que no lograron ver el cumplimiento de los ideales por los que lucharon algunos de ellos (como en el caso de la Javiera) y sobre todo la generación anterior; son personajes que se “esfuerzan por sobrevivir”[1], es decir, no viven realmente, sino que sólo sobreviven, y la vida para ellos no es algo que fluye, sino por el contrario, algo forzoso, algo que los increpa a esforzarse por el mismo hecho de vivir, y este esfuerzo los hace aferrarse a utopías muertas, a “ideales que ya no existen”; es por todo esto, la representación de parte de una generación desencantada que vivió su juventud en un pasado que quedó sepultado y olvidado[2]. El conjunto de todo lo expuesto en este apartado corresponde entonces al posible sentido que extraigo del título de la novela.
Siguiendo con los aspectos que cabe destacar, considero relevante poder establecer una relación, teniendo en cuenta lo expuesto hasta ahora, entre el título de la novela, el café en donde se sitúa la enunciación de la narración, el nombre del diario que abre la puerta hacia los recuerdos mediante la fotografía en que aparece la Javiera, La Estrella de Valparaíso, y que funciona como un portal hacia el pasado (24), un portal que genera la evocación de los recuerdos, recuerdos que dan sentido a la narración, y por extensión, a la novela en su totalidad, y por último, el nombre de la ciudad en donde se geográficamente se ubica la historia, Valparaíso. Los personajes de la novela se encuentran a la deriva, no tienen una estrella que los guíe, sus estrellas han muerto, en el doble sentido ya analizado de la palabra “estrella”, pero para Ella y Él aún hay un fulgor en el horizonte, algo que puede dotarlos de sentido y los puede ayudar a llenar esos espacios vacíos de su pasado con las vidas abigarradas de otros (Javiera y Donoso), algo que los hará unir los fragmentos de vidas destrozadas, para poder encauzar su duelo, su trauma, para tener una visión un poco más completa de qué fue lo que les pasó a ellos, y a aquella parte de la generación que ellos representan, y de quienes son alegoría. Ésta última guía la representa el diario La Estrella de Valparaíso, pues a través de él se abre la puerta a la evocación de los recuerdos, y con ello, a la reconstrucción de los contenidos que habitan en una memoria subjetiva (pseudomemoria, ya que se trata de personajes, y no de personas). Anteriormente ya expuse un juicio crítico acerca del puerto, y lo que significa éste para los personajes de la novela, un lugar cubierto de cenizas, sucio, perdido, sin ilusiones, e infernal, dice Él al finalizar la novela: “La ciudad se quemó, desapareció. El cielo se llenó de estrellas muertas” (187). En un sitio así, una especie de zona cero en donde no habitan esperanzas sino sólo las ruinas de algo que fue, hay un destello, una mínima aunque necesaria guía para poder cerrar un tiempo que se quiere olvidar, sin embargo el olvido requiere del recuerdo para poder llevarse a cabo, sólo recordando se puede dejar atrás el pasado para poder vivir el hoy, y eso es lo que intentan realizar Ella y Él en el café Hesperia, intentan recordar para sacarse de encima el peso del pasado, no obstante la carga de éste sigue estando en ellos, y resulta inútil su intento, dice Ella, en relación con esto que:
No podemos hacer nada más que pensar en que la idea del testigo es una imbecilidad. Porque contar algo no nos sirve de nada (…), si no te lo cuento creo que me voy a enfermar (…) mi cuerpo se va a intoxicar con tanta mierda (…) Envenenada por las vidas de los otros (60).
Pero recordar no trae redención, no resuelve el duelo, ni sana el trauma, por el contrario, Ella y Él quedan sumidos en la pausa de su relato, sumidos en ese café, sin ser capaces de retomar sus propias vidas, porque sienten que las vidas de los otros, el pasado de los otros opacó el suyo, el cual se convierte para ellos en una enorme carga, y al final, la vida de ambos queda estancada, dice Él en las últimas líneas de la novela: “Nunca más volvimos al Hesperia. Entre nosotros, en algún momento del futuro, sobrevino el llanto (…) Nunca salimos de ese café. Nunca nos fuimos de ahí, nunca abandonamos realmente el puerto (…)” (187), el tiempo se detuvo, y sólo quedaron los recuerdos, alumbrando la oscuridad desde un pasado remoto, como si fueran estrellas muertas.
Ya en la contraportada del libro, se enuncia que Bisama narra acerca de las consecuencias de un cambio no realizado para parte de una generación, y por extensión, en toda una Historia que lo esperaba (desde la perspectiva de Bisama); es por ello que en esta novela existe un fuerte choque entre los anhelos y la frustración de su no-cumplimiento, el cual tiene como efecto el temple anímico con el que sobreviven los personajes, el temple de toda la novela, la cual representa a personajes que viven en constante tensión con su medio, tanto en lo íntimo, en lo familiar, en lo político y universitario, pero sobre todo, en la época en que están viviendo, o más bien, sobreviviendo, una época en donde se representa el derrumbe de utopías e ideales, y con ello, el derrumbe del modo de vivir de parte de una generación, y de las vidas particulares retratadas dentro de ésta, en la novela. En relación con esto, los narradores tienen una misión, ésta es la de reconstruir a través de la memoria un pasado muerto, del cual sólo quedan ruinas. Me atrevo a adelantar que Estrellas muertas, vendría a ser un drama subjetivo acerca de la precariedad de parte de una generación, que fue testigo del incumplimiento de una revolución política e histórica. Y este drama subjetivo es el de personajes anónimos, como Él, Ella, o el Donoso, que representan y son alegorías de, tal como señala el artículo aparecido en la revista Intemperie: “(…) la voz de quienes vivieron la adolescencia en la postdictadura, aburridos y sin mucho que hacer, observando los ideales ajenos de héroes o mártires(…) (Ramirez 2012)” , ya que ellos son testigos (en el caso del Donoso incluso partícipe), de las hazañas y precariedades de vida de la Javiera, de la lucha por sus ideales, los cuales ya no tienen cabida en esta década; la narradora comenta en su relato, en relación a cómo veían ella y sus compañeros a la Javiera, lo siguiente: “Ninguna de nuestras biografías competía con la suya (…) mi historia era la de todos (…) carente de cualquier relato” (Bisama 2010:95). Sin embargo la misma Javiera es a su vez, observadora de las utopías de héroes o mártires a quienes sigue, como por ejemplo, los que se encuentran plasmados en posters en las paredes de su pequeña casa, en donde aparecen figuras como la del Che Guevara. Al respecto la narradora dice que: “(…) Él la esperaba en vela, mirando algunas de las cosas que había colgado ella: una foto de Neruda, (…) un póster del Che (…), una reproducción de aquella imagen de unos niños vietnamitas (…)” (37). Pero en esa década perdida, que representa simbólicamente la novela, no hay posibilidad para que Ella y Él, ni ningún joven como ellos, puedan convertirse en esas figuras idolatradas que intentaron hacer la revolución, para ellos sólo queda el recuerdo y su resaca; en relación con esto, la narradora comenta lo que le producía la imagen de la Javiera: “(…) el aviso de la persona en la que podría convertirme. Pero era sólo eso: una advertencia, una ilusión, porque yo sabía que jamás (…) me aferraría a las cosas con la convicción con que ella lo hacía” (27), y en otro momento, Él relata lo que Ella le dijo:
(…) escuchar las historias de guerra de los otros porque eso sería lo único que tendríamos y nos dejarían conservar: las historias de las batalla ajenas, dijo ella (…) para nosotros no había cuota de tragedia alguna, ni nos correspondía pedir nada. Cuando la Javiera hablaba, eso sentía (…) lo nuestro era sólo la marea y la resaca. (49)
A causa de esto, sólo pueden Ella y Él rememorar vidas ajenas, las tragedias y “aventuras” de las cuales no fueron los protagonistas, sólo les queda reconstruir un pasado que no les pertenece, pero del que fueron testigos, ese es el peso con el cual cargan, lo que marcó sus vidas: “(…) Por eso cuando iba a las reuniones del partido, me quedaba callada atendiendo a las palabras de los otros, las vidas de los otros, dijo ella (…)” (ídem).
La memoria:
Para comenzar, abordaré el concepto de memoria desde la mirada de la psicológica y neurocientífica, del Doctor Paul Chauchard, quien dedica una de sus investigaciones a éste concepto. Para él, en líneas generales y aproximativas, cito: “La memoria es la posibilidad psicológica que tenemos de poder evocar voluntariamente un pasado que no se ha perdido u olvidado, sino que permanece inscrito en nosotros” (Chauchard p.17) Es la facultad entonces, de poder recordar algo ya ocurrido, de poder hacerlo presente en nuestra mente, agrega el doctor “La memoria no es por tanto, sino la evocación de los recuerdos: esta evocación supone que los recuerdos ya han sido registrados, conservados, y que disponemos del poder de evocarlos (…) el pasado deja en nosotros una huella mucho mayor que la conciencia que de ello tenemos” (19). Lo que señala el Doctor es sumamente importante, y quiere decir que la memoria es la evocación, es el proceso de traer al presente el recuerdo de algo pasado que quedó registrado, es por esto que a la vez, la memoria es vista como un depósito de recuerdos, pero como hemos esbozado, no es sólo una caja en donde se arrumban objetos viejos, sino también, el proceso en el cual sacamos aquellos objetos viejos y evocamos los tiempos en que eran nuevos. El pasado es la huella que marca a la memoria, pues de él ella se va nutriendo, a su vez, nos marca a nosotros como humanos.
“(…) lo que recordamos de nuestro pasado, de la vida de los otros, son apenas fragmentos machacados, momentos sueltos que intentamos unir y pegar para que remplacen a la experiencia, para que sean la experiencia, dijo ella (…) la vida de los otros emerge como el fondo de un cuadro (…) como sale la Javiera en la foto del diario ahora, hecha una silueta difusa (…) Un fantasma” (59)
A partir de esta reflexión resulta posible partir el análisis de cómo funciona la memoria dentro del relato de la novela, dentro de ella misma, cómo funciona la memoria para los narradores-personajes, y cómo mediante ésta memoria ellos van configurando su identidad. Estos puntos son los que iré desarrollando y esclareciendo en este apartado.
El diálogo que entablan los anónimos Ella y Él, va hilando y entretejiendo el relato, sus ejes son las vidas de la Javiera y el Donoso, no sus propias vidas, no obstante, éstas emergen de vez en cuando en la narración, y sirven de punto de comparación entre la que ellos sienten es la “gran” vida de los otros, y sus propias vidas, sin embargo, el conjunto de vidas retratadas en la novela (la de la Javiera, el Donoso, Ella, Él) sirven para poder entregar una visión panorámica acerca de cómo vivieron, y cómo fue para parte de una generación de jóvenes, la década de los noventa. Aunque el relato nos llega por voz de Él, él es sólo quien reproduce lo que Ella le dijo, y sólo en algunos momentos toma el rol de narrador directo, ya que la mayor parte del relato trata acerca de los recuerdos que van emergiendo en la memoria de Ella, desde el momento en que ve la fotografía de la Javiera en el diario:
Conocía parte de esa historia, detalles que ella me había contado sin un hilo claro, que eran con suerte esquirlas y cabos sueltos de las vidas de los otros que ella terminó de armar esa mañana (…) escenas de su propio pasado (…) enterrado en algún lugar de un puerto donde el cielo aún no se volvía negro (…) (15).
Son importantes las frecuentes alusiones que a lo largo del relato se va haciendo al recuerdo, y al hecho de recordar, porque aunque Ella señale en más de una ocasión: “No tengo tan buena memoria” (19), nos damos cuenta como lectores activos, que su memoria sí es buena, y que es capaz de reconstruir toda una vida, mediantes la unión de recuerdos fragmentarios; pero no es su vida la que le importa recordar, sino la de la Javiera y el Donoso, y es por eso que desde el comienzo de su relato, se desdibuja a sí misma, en función de las estrellas principales: “Recuerdo que el Donoso llevaba una camisa blanca de escolar y la Javiera era morena y tenía algunas canas y llevaba lentes y era baja y muy flaca y que ocupaba ropa de color lila, blusas teñidas a mano y decoloradas. Yo misma no puedo recordar qué corte de pelo yo tenía ese día” (20). Los detalles que ella recuerda parecen estar siempre en función de retratar y reconstruir la vida de los otros, su vida parece en cambio, sumergida bajo un mar de recuerdos ajenos, y sólo de vez en cuando aparecen algunos trozos que nos permite a los lectores, tener una visión, y entender, la vida de Ella:
Algunos fines de semana mi pololo se quedaba solo y yo me iba a su casa. Le decía a mi madre que me quedaba donde una amiga. Veíamos películas en VHS y luego teníamos sexo en la cama de sus padres (…) luego él me preguntaba cómo me iba en la universidad. Yo le decía: Bien. Llevábamos juntos desde tercero medio (…) No le hablaba de mis compañeros. No le contaba de la Javiera y el Donoso (…) Simplemente me quedaba con él y fingía que todo era normal, que yo seguía siendo la misma, que nada había cambiado (…) Pero el mundo me quedaba grande (52)
En este fragmento logra entreverse, por la forma del relato, que lo que Ella recuerda de su propia vida son hechos troncales, narrados en bloque, sin la minuciosidad de detalles con los cuales Ella recuerda la vida de los otros, sino con la densidad de recuerdos relatados a modo de síntesis de su vida, recuerdos que están permeados por la conciencia de la narradora, que logra extraer tan sólo lo esencial de su vida, lo cual permite dar cuenta de cómo era ésta en el tiempo en que conocía y convivía con la Javiera y el Donoso, en el tiempo en que aún Él, no llegaba a su vida. Ya muy avanzada la novela, Ella explica la llegada de Él, del siguiente modo: “La última vez que los vi fue en ese hotel, hasta ahora. Hasta el diario (…) Esos son los últimos datos fijos. Los últimos reales. Después empezó otra vida. Después empezó mi vida. Después apareciste tú” (133). Muy semejante a lo que Él, a su vez, dice respecto a lo que la llegada de Ella significó para su vida: “La década fue eso, una sensación de que daba lo mismo que murieras o vivieras, porque todos los días eran iguales (…) Pero luego pasó. Luego viniste tú, dije. Terminaron los días de ese mundo congelado (…) Y luego lo nuestro se fue al diablo” (97). Al conocerse estos dos personajes, pudieron comenzar a vivir su propia vida, siendo ellos mismos sus protagonistas, pero la relación que ellos tuvieron tiene su ocaso final en el café Hesperia, sitio en donde dejan sus vidas de lado, dejan el asunto que los convoca (su separación) para centrarse en las vidas de los otros, de la relación tormentosa entre la Javiera y el Donoso.
La memoria funciona en la novela, desde los ejes estudiados en el marco teórico, pues la memoria que Ella y Él poseen, es un depósito de contenidos mnemónicos, contenidos evocados por medio de la fotografía de la Javiera, la cual estimula la aparición de múltiples recuerdos, y sus asociaciones entre el pasado recordado, y el presente en donde se recuerda (que es a la vez un pasado dentro del presente enunciativo del relato). Sin embargo, es importante tener en cuenta que la memoria de estos personajes corresponde también a al proceso de recordar, pues en éste proceso se recuperan los contenidos (recuerdos) al evocarlos. Los recuerdos evocados en el relato destacan por la minuciosidad de los detalles, los cuales están en directa relación con el temple de ánimo con el cual fueron recordadas ciertas escenas que Ella conserva, y a su vez también, con la atmósfera que impera en la novela. En relación con esto, dice Ella refiriéndose a una pelea que tuvo el Donoso con unos tipos, a causa de la Javiera, en una fiesta: “Recuerdo que nos quedamos de pie afuera de ese baño, mirando las baldosas. Recuerdo más que las heridas y la cara del tipo, esas baldosas (…) estaban gastadas, trizadas por el paso del tiempo, agrietadas. El baño de mi casa tenía unas parecidas” (72). Causa extrañeza que ella recuerde esos detalles, por encima de la cara del herido, o de las mismas heridas ¿por qué?, considero que ella recuerda esos detalles “incidentales” porque tienen una mayor sentido para ella, además porque los asocia a un estado anímico y un estado de vida en el cual ella se encuentra inmersa. A modo de ejemplificación sobre esta idea, al comienzo de la novela, Él narra el momento previo en que está en el café esperándola a ella:
Yo miré una de las fotos del naufragio, la imagen era ambigua (…) Recordé alguna vez que fui a la caleta Quintay y caminé por su ballenera abandonada (…) Lo que ahora era abandono antes había sido un mar de color rojo sangre (…) La imagen del naufragio me recordó todo eso: la pestilencia fantasma que nunca sentí, esa factoría abandonada, la sensación horrible de que lo nuestro se rompía de modo irremediable (55)
Este fragmento da cuenta de que no tan sólo para Ella los recuerdos están asociados a la subjetividad emotiva, y a la atmósfera de arruinamiento que impera en la novela, sino que la memoria de Él, funciona del mismo modo. Las vidas de ambos están marcadas por el desazón, el estancamiento, y la sensación de que el mundo se está destrozando sobre sus hombros, lo cual influye de sobremanera en cómo ellos recuerden los hechos de sus vidas, y de la vida de los otros, por lo tanto, la memoria de estos dos personajes está permeada por la subjetividad, siendo de esta forma, “pseudomemorias subjetivas”, por su condición de personajes ficticios, y por el hecho de que sus recuerdos estén marcado por su relación anímica con ellos, por lo tanto, cabe mencionar que lo que Él y Ella recuerdan no representa por ningún motivo el recuerdo objetivo de toda la generación de jóvenes de la década del noventa, sino que por el contrario, representa la alegoría de lo que recuerda parte de una generación que vivió en dicho período. En relación a lo que recuerdan ambos personajes sobre sus propias vidas, resultan esclarecedores dos fragmentos de la novela, el primero acerca de la vida de Ella:
Yo me estaba haciendo punk, dijo ella (…) Escuchaba bandas que hablaban sobre la destrucción del mundo (…) Bandas que escuchaba sola, porque había terminado con ese pololo que tenía desde siempre, porque la universidad me importaba una mierda, porque ese semestre habían pasado cosas más interesantes que el escándalo de la Javiera y el Donoso. Cosas como que yo había acompañado a una amiga del colegio a hacerse un aborto (…), ya no soportaba hablar con mis padres (…), ya no leía ni iba al cine (…), pasada directamente de la universidad a la casa cerrándome sobre mí misma (81)
En este fragmento logra verse que Ella valora las cosas que ocurrieron en su propia vida más de lo que dice en otros momentos de la novela, su vida era “más interesante que el escándalo de la Javiera y el Donoso”, se interpreta incluso que su vida es más interesante y valorable por considerarse ella misma, más miserable que aquellos dos personajes, cuyas vidas parecían ensombrecer la suya. Por lo tanto, de este recuerdo se desprende que en realidad, aunque Ella (al igual que Él) es un personaje anónimo e insignificante, tal como ha dicho la crítica (Ramírez 2012), es un personaje que inconscientemente valora su existencia por sobre la de los demás, aunque sólo sea por considerarla miserable. En el fragmento expuesto a continuación, Él relata aspectos que recuerda de su vida: “¿Y tú?, dijo ella (…) Nada. O todo. Bebí cognac Tres Palos mezclado con Free Cola, dije. (…) me hice unas bermudas. Leí a González Vera (…) Me pasé noches enteras tomando con mis amigos en la línea de tren de mi pueblo (…) Quise escapar de ahí pero no pude (…) No esperaba nada porque yo mismo no era nada, dije” (Bisama 2010:93). En este recuerdo logra verse que Él lleva una vida tan anodina y carente de sentido como Ella, y que los recuerdos que ambos poseen de aquella década, están permeados por esta situación.
No sólo la memoria en la novela tiene que ver con Ella y Él, puesto que los procesos mnemónicos también están involucrados en los personajes Donoso y Javiera, a pesar de estar siempre mediados por el recuerdo de Ella, que a su vez podemos conocer por voz de Él. Por ejemplo en este fragmento Ella es quien cuenta lo que le sucedió al Donoso:
“El Donoso hizo algo muy heavy metal. Se fue. Se borró. Volvió a Antofagasta. Dejó a la Javiera (…) Ella tenía dos meses de embarazo (…) Se fue a casa de sus padres (…) El Donoso pensó que podía acostumbrarse a esa vida (…) había olvidado el hecho de que la Javiera dos semanas antes (…) le dijo que estaba embarazada (…) Recordaba que ella se lo había lanzado a la cara como si fuera una tragedia (…) el Donoso juró olvidar todo, borrar su paso por el puerto de la memoria (…) Pero no pudo olvidar” (86)
Se desprende que el Donoso quería borrar de su memoria a la Javiera y todo lo vivido con ella, pero como quedó expuesto en el marco teórico, olvidar no implica borrar contenidos de la memoria, sino que implica que los recuerdos están seleccionados según su grado de importancia con el contexto, por lo tanto algunos estarán patentes, y otros latentes. Lo que recuerda el Donoso no son hechos específicos, sino percepciones sobre esos hechos, como ocurre con el embarazo de la Javiera. Es relevante también tomar en cuenta que la memoria que Ella posee, contiene recuerdos de otros (del Donoso, por ejemplo), por lo cual se puede inferir que su memoria se abisma, va más allá de ser una memoria autobiográfica.
Por su parte, la memoria también se relaciona con la Javiera, pues además del hecho de que ella fue torturada por la CNI, y que su experiencia la contaba año tras año en la Universidad como una fábula, de lo que se interpreta que ese recuerdo permanecía patente en su memoria, marcándola; está también el hecho de que la Javiera estaba separada y era madre de un niño, pero en su memoria los detalles sobre aquellos y sobre la vida que había vivido junto a ellos, estaban difuminados. Esto se observa por ejemplo, cuando, estando en el hospital a causa de una paliza que el Donoso le dio y que le hizo perder su embarazo, la Javiera le cuenta a Ella que había visto a su ex marido y a su hijo:
El auto era ruso (…) Su hijo iba sentado atrás (…) La Javiera no recordaba que tuviera la piel tan clara (…) Una noche se acostó con su ex marido por la falsedad de ese viaje (…) La Javiera olvidó ese día que estaba embarazada, dijo ella. Olvidó al Donoso. Olvidó su propio presente (…) Recordó recién que estaba embarazada en el viaje de vuelta (103).
De este fragmento se desprende que la Javiera bloquea los recuerdos de su presente, lo vivído con el Donoso se borra por un momento de su memoria, y esto se debe, a mi parecer, a que su vida pasada (con su ex y su hijo) retorna, y al hacerlo (aunque sea sólo ilusoriamente) los recuerdos de su presente quedan subordinados, y bloqueados por los recuerdos anteriores y lo que ella está viviendo en ese lapso de tiempo del viaje, por eso dice la narradora que la Javiera “olvidó” su embarazo y al Donoso.
Es importante tomar en cuenta también la evaluación que Ella va haciendo a lo largo de la novela, de su relato, de sus evocaciones, y cómo a través de estas, que vienen a ser los trozos de algo quebrado, Ella reconstruye no sólo la historia tormentosa de la Javiera junto al Donoso, sino también, la suya, y Él por su parte, al recordar el relato completo, reconstruye sus propios recuerdos. En este sentido podría decirse que la re-construcción de los recuerdos en la novela pretende funcionar como la re-construcción de una totalidad fragmentada, tal como funciona la reconstrucción de un jarrón quebrado, a partir de la unión de sus propios trozos, pero así como en éste, la unión nunca podrá ser completa, y quedarán siempre patentes las huellas de la fractura. En relación con esto, se observa en las siguientes líneas la consciencia y voluntad de los narradores respecto a esta situación: “(…) Y la decisión de contarte esto, pedacito por pedacito, vidrio quebrado por vidrio quebrado” (100). En la novela se pretende dar cuenta a través de la unión, a modo de rompecabezas, de recuerdos fragmentarios, en un relato que a su vez es fragmentado, de una totalidad quebrada, de cómo percibió el mundo y la realidad circundante, parte de una generación (alegorizada) marcada por la quebrazón de sus propias esperanzas e ideales. Respecto a la evaluación que Ella realiza de su capacidad de recordar y evocar los recuerdos (propios y ajenos), se observa en varias partes de la novela, que ella señala sus dudas respecto a la calidad de los detalles de sus evocaciones, a que su memoria no es tan buena, y al mismo hecho de recordar, por ejemplo cuando dice: “Rebobino” (93), de donde se desprende que Ella es sumamente consciente de que su relato está sustentado en sus recuerdos, y que éstos no necesariamente son cien por ciento fieles a la realidad, por lo cual Ella va haciendo notar que lo que hace al relatar no es reconstruir un pasado en base a un orden y una lógica objetiva, sino en base a una fragmentariedad y una lógica subjetiva propia de su memoria (y en este sentido propia de la memoria).
Ahora bien, la memoria no sólo habita en los recuerdos de los personajes, sino también en los espacios por los cuales ellos deambulan, el más representativo dentro de aquellos es la Universidad, la cual, inmersa en la atmósfera lúgubre y anodina de ese Valparaíso representado en la novela, se muestra como un mausoleo, como las ruinas de un pasado, como un cementerio, al respecto Ella relata:
La década del ochenta ya había terminado, pero ese departamento era su mausoleo (…) El campus completo era así (…) Esa monumentalidad de convento pobre (…) La universidad era el verdadero museo de una revolución que nunca había llegado, de una resistencia que había sido masacrada en las trincheras (…) A veces recuerdo ese lugar, sueño con él, con esas personas inmóviles en los pasillos (…) El eco de sus paredes es el eco de los pasos de alguien que camina en medio de objetos inanimados que devuelven el sonido con una nitidez escalofriante (…) no hay vida ahí (…) (47)
En este fragmento se representa parte de lo que Avelar entiende como ruina, pues este espacio corresponde a los restos de un mundo abandonado, de un pasado muerto que sólo permanece como un espectro frente al tiempo presente. En este sentido es que puede entenderse la relación que la novela establece entre estos espacios tan cargados de recuerdos pero a la vez, convertidos en ruinas (la universidad, el puerto, el departamento de la Javiera, etc.), y la línea neogótica y fantasmagórica que atraviesa la novela. Línea que se intuye desde la portada de la edición, en donde aparece una joven mujer vestida de blanco, con un maquillaje pálido, y atrás, la figura difuminada de un hombre. Esta línea neogótica que puede verse en la novela, tiene su fundamento también en cómo son descritos los espacios dentro de esta, y como ya he mostrado a lo largo del presenta análisis (al menos he intentado hacerlo), los espacios son descritos de forma lúgubre, oscura, casi infernalmente, y la idea del cementerio y el mausoleo parece estar siempre presente. Además, el mismo relato es un fantasmeo, pues las figuras narradoras son fantasmas sin rostro, espectros en este sentido, dos voces fantasmas que se cruzan para reconstruir su pasado y el de otros, en el café Hesperia. En un momento de la novela, cuando Ella recuerda su paso por una crisis profunda en la que estaba inmersa (en aquél tiempo en que escuchaba hardcore punk y tomaba jarabe para la tos), ella misma se percibe como un fantasma: “(…) la sensación de ser un fantasma (…) de no estar ahí, de cuerpo presente en mi propia vida” (94), y a su vez sus propios recuerdos se vuelven fantasmas también: “Mi propio recuerdo se desvanece, mi memoria se convierte en algo que funciona sólo de a oídas, que funciona como un relato contado por otros, por una voz que no es la mía” (95). Y ya casi al finalizar su relato, tras describir los últimos detalles que recuerda de las vidas del Donoso y la Javiera, recuerdos de los que Ella formaba parte, señala: “Fue la última vez que los vi (…) Luego ellos se me vuelven rumores, hablan con las voces de otros, se convierten en ecos” (151), en este sentido también puede decirse que la Javiera y el Donoso son espectros para Ella (y también para Él), no sólo por el hecho de que los recuerdos de sus vidas la atormentan y le penan en el presente del relato e incluso posteriormente, sino también porque sus figuras, en el transcurso de la narración, se van desdibujando, y al final sólo se convierten en ecos.
Respecto a Ella y Él, cabe señalar además, que aunque son personajes anónimos, “espectros sin rostro”, su identidad se va configurando por medio de sus recuerdos, ya que es por medio de la reconstrucción del pasado que ellos van hilando los trozos de su identidad, configurándose a través de estos, he aquí entonces, el punto sustancial del presente apartado del análisis, y de la investigación en lo respectivo al primer eje de estudio enunciado en la introducción. ¿Cómo la identidad de estos personajes (Ella y Él) se configura por medio de su memoria? Pues bien, me inclino a sostener, teniendo en cuenta los planteamientos del marco teórico y lo ya analizado acerca de la novela, que estos dos personajes, se encuentran en al iniciar la narración, en un estado de vaciamiento de sus vidas, en el punto de final de su relación, sus vidas les parecen estancadas, pero hay algo que rompe ese estado, la fotografía de la Javiera, y es por medio de ésta que las evocaciones surgen, unas tras otras, hilando los recuerdos, y con ello, hilando sus propias existencias, otorgándoles una lógica y un sentido del que carecían. Los recuerdos son los ejes que ellos van siguiendo, entrecruzando sus vidas, sus memorias son depósitos de todos esos contenidos de los que ellos van dando cuenta, recuerdo a recuerdo, a su vez, cada uno de estos va dotando de identidad tanto a Ella como a Él, entregando características de su personalidad, como también, detalles de sus historia de vida; y ambos aspectos, a su vez, van delineando el carácter y espíritu de una generación alegorizada y representada por Bisama. Al finalizar la novela y el relato, los narradores ya no son los mismos que al comienzo, han visto y revisado sus vidas, las han re-producido y re-presentado por medio de las palabras, y aunque siguen siendo anónimos, sus identidades se han plasmado en su relato, marcadas por las experiencias de desazón, desamparo y frustración de las que formaron parte. En el relato Ella y Él descargaron todo lo que tenían en su memoria, dejando los recuerdos en el café Hesperia, en este sentido vale decir que la narración de sus recuerdos tuvo para ellos el efecto de una catarsis, pero ésta no implica redención, ni menos aún la resolución de un duelo, pues estos personajes deben seguir cargando con el peso de sus respectivas memorias. Sin embargo, al narrar en base a sus recuerdos personales, a su memoria autobiográfica, estos personajes tienen la posibilidad de poder re-inventarse, de auto-representarse, configurando de este modo su propia identidad, pues aunque sean dolorosas y desesperanzadas, las experiencias que tanto Ella como Él narran, son las que están más patentes en su memoria, siendo de esta forma, los recuerdos que mayor importancia tienen para ellos (no a nivel totalmente consciente), y en este sentido, se convierten en los recuerdos que los definen y determinan mayormente como individuos, los recuerdos que configuran su identidad y que toman valor y significación al ser narrados. Por otro lado, Ella y Él comparten recuerdos personales, recuerdos semejantes, marcados por experiencias parecidas, y por una atmósfera contextual y anímica similar, lo cual les ayuda a forjar no sólo sus propias identidades, ni a la mantención sólo de su memoria individual, sino también, a forjar una memoria colectiva. Este punto resulta fundamental, pues desde mi perspectiva, lo que pretende esta novela es forjar una memoria colectiva sobre una generación de jóvenes desesperanzados de los años noventa, alegorizada en las figuras anónimas de Ella y Él (que pueden representar a cualquier joven), y en las figuras de la Javiera y el Donoso (que resultan emblemáticas y representativas). La novela en este sentido, contiene una inmensa cantidad de referencias culturales generacionales (Soda Stereo y UPA!, por ejemplo), los que a su vez forman parte de la enciclopedia posmoderna que maneja un autor chileno contemporáneo como Bisama. A lo que apuntan estas referencias, a mi parecer, es a crear un vínculo entre las memorias individuales por medio de una memoria colectiva que las agrupe y represente; la novela en sí busca ser leída como la representación de la memoria colectiva de parte de una generación.
Por último, es importante poner de manifiesto que aunque los personajes de la novela sean poseedores de una memoria que contiene recuerdos, y configuren a través de éstos su identidad; al ser personajes literarios, subjetividades, y no personas “reales”, tanto Ella y Él (así como también el Donoso y la Javiera) lo que poseen verdaderamente son pseudomemorias, que contienen pseudorecuerdos, a causa de su carácter ficticio, de ahí que la memoria que habita en la novela deba ser entendida como una memoria ficcional, y no como una memoria real, entendida ésta en términos referenciales concretos. De esta forma ha quedado expuesto el análisis centrado en los aspectos más importantes referidos a la memoria, dentro de la novela.
El cronotopo:
Teóricamente cabe entender el concepto cronotopo, y para ello nos basaremos en la perspectiva del escritor y crítico Carlos Fuentes plantea respecto a éste: “La cronotopía es el centro organizador de los eventos narrativos fundamentales de la novela. A ellos les pertenece el sentido que le da forma a la narrativa. El cronotopo hace visible el tiempo en el espacio y permite la comunicación del evento: Es el vehículo de la información narrativa” (Fuentes p.38). Para Carlos Fuentes entonces, el cronotopo es el eje de la novela, el tiempo-espacio en donde se construye.
Ya ha quedado anteriormente señalado que la novela no obstante haber sido publicada en el año 2010, vuelve sobre la década de los noventa, ahondando en su atmósfera, las huellas de la dictadura, las esperanzas frustradas que trajo consigo la llegada de la democracia, las referencias culturales, y ciertos acontecimientos que marcaron a los personajes de la novela. Tomando en cuenta la idea de cronotopo presentada en el marco teórico, y entendiéndolo como un aspecto espacio-temporal fundamental que cruza cualquier producción literaria, sobre todo las novelas analizadas en la presente investigación, puedo afirmar que el contexto aludido en la novela resulta ser un eje sumamente importante, en el cual ésta se sustenta. Esto se observa por ejemplo en el hecho de que los personajes representados en la novela son los llamados “hijos de la dictadura”, cuya infancia (y primera juventud en algunos casos) transcurrió bajo la dictadura, pero su juventud y adultez se llevó a cabo ya en democracia, en ellos la marca del Golpe Militar de 1973 y sus posteriores consecuencias es determinante, e influye en su visión acerca de la historia y acerca de su presente. En el personaje de la Javiera la marca de la dictadura es aún más potente que en los demás personajes, pues ella tuvo una relación directa con el proceso dictatorial al haber sido torturada y dejada en libertad, es además una ferviente comunista revolucionaria de la Jota, que sólo permanece en la universidad para continuar con sus ideales y convicciones políticas, pero éstos ya no tienen cabida en la década de los noventa, representada desde la perspectiva de Bisama, como un período en que hubieron de frustrarse los ideales. Para la Javiera el cronotopo de la dictadura es su guía, la determina, vive como si aún fuera el tiempo de la UP, e intenta sobrevivir a partir de ese modo de vida, su experiencia en la dictadura militar, como ya he señalado anteriormente, es un relato ejemplar y épico que se cuenta en la universidad, un relato que caló profundo en el personaje de Ella, pero que, al paso de los años, dejó de parecer una leyenda, comenta Ella al respecto: “Lo que contaba se había vuelto una rutina” (89). La Javiera es un personaje estancado en un tiempo pasado, no tiene consciencia de que la revolución soñada por su generación, y por la cual ella y muchos otros lucharon, no se llevó realmente a cabo. El Donoso por su parte, es la sombra, cómplice, víctima y verdugo de la Javiera, para él la historia fue escuchada de sus labios, el espacio-tiempo no es relevante en su vida, porque su vida sólo gira en torno a la Javiera. En los personajes Ella y Él la cronotopía es fundamental, pues la década es un peso con el que cargan, un peso que los determina y que les impide surgir de ese marasmo y esas cenizas en las que se ha convertido el puerto en que viven[3]; desde esta perspectiva, el cronotopo “década del noventa”, es para ambos personajes como un ancla, que les impide escapar, y que los mantiene sumidos en la desesperanza. Para estos dos personajes, no hay nada que esperar, la revolución no llegó, el retorno de la democracia no trajo la redención prometida, el espacio y el tiempo se detuvieron sobre ellos, aplastándolos, ésta es la atmósfera que se respira en la novela, de esta forma el cronotopo los influye. La década termina con la asunción al poder del tercer presidente concertacionista, pero para los personajes representado en la novela, no ha habido cambio ni mejora, sólo estancamiento:
Me había olvidado del futuro (…) A mitad de los noventa en Chile no había futuro alguno, a comienzos de la era de Frei Júnior, con Pinochet vivo, todo era marasmo, el aburrimiento de días iguales a otros y lo único que nos quedaba, que me quedaba, dijo ella, era anestesiarme (82)
Así percibió el personaje femenino la década. Por su parte, para Él la década fue algo similar:
El mundo del 94´ (…) la década fue eso, esa sensación de que daba lo mismo que vivieras o murieras, porque todos los días eran iguales. Una resaca llena de agujeros negros, de pérdidas de memoria (…) pero luego pasó, luego viniste tú (…) Y luego lo nuestro se fue al diablo (97).
Para estos dos personajes la década y el puerto fueron sólo un lapsus de tiempo muerto vivido en un sitio sin vida, pero las cosas tomaron un cariz distinto, cuando Ella y Él se conocieron, cariz que sólo fue un paréntesis de vitalidad en sus anodinas existencias, marcadas por la desazón de la época representada. Para Él y Ella la década termina el 98´, a esas alturas Ella se había titulado y ya no veía ni sabía de la Javiera ni del Donoso, lo había conocido a Él: “Yo había dejado de ver a casi todo el mundo. Ellos desaparecieron. Me olvidé” (158). Lo que marca el fin de la década para ellos es el arresto de Pinochet en Londres, con este acontecimiento se cerró un capítulo de la historia de Chile, y ellos lo celebraron: “Dijo ella: ¿Te acuerdas qué hicimos cuando detuvieron a Pinochet en Londres? Sí, dije. Nos pasamos la noche tirando como conejos, dije” (159). Dos años después el siglo terminó definitivamente, y todo parecía haber quedado atrás para Ella y Él, hasta el momento en que se encontraron en el café Hesperia: “Después, el siglo terminó. No se acabó el mundo (…) Me olvidé de golpe de casi toda la década pasada. Estabas tú (…) Ya estábamos acostumbrados a los golpes (…) nos metimos en este café y nos convertimos en esos reflejos, en las fotos de eso que se hunde” (163). Así funciona en la novela el cronotopo, marcando a fuego la existencia de los personajes que sólo intentaron sobrevivir en un espacio y un tiempo hostiles, ajenos, y llenos de desesperanza para ellos.
La fotografía:
Este es el tercer y último eje del presente análisis, el cual tiene por objetivo estudiar brevemente las implicancias que la fotografía tiene en la novela, teniendo en cuenta siempre los planteamientos en torno a la fotografía estudiados por Roland Barthes, quien construyó toda una teoría en torno a ésta. Su foco se centra en cómo la fotografía, al captar la imagen humana, la construye, convirtiéndola en un objeto que ha dejado de ser un sujeto. La teoría que forja Barthes se funda en la propia experiencia que él tuvo con la fotografía, y es a partir de experiencias como la que expondré a continuación, que Barthes reflexiona en torno a las consecuencias que tiene el acto de fotografiar y ser fotografiado:
Muy a menudo he sido fotografiado a sabiendas. Entonces, cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia, me constituyo en el acto de “posar”, me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me transformo por adelantado en imagen. (…) Siento que la fotografía crea mi cuerpo o lo mortifica. (…) sin duda mi existencia la extraigo del fotógrafo (…) una imagen, mi imagen, va a nacer (Barthes p.41).
La fotografía más importante dentro de la novela Estrellas muertas, es la que origina el relato y la serie de recuerdos encadenados: la fotografía de la Javiera detenida por carabineros, que aparece en el diario La Estrella de Valparaíso, esta es la fotografía que mayores implicancias contiene dentro de la narración, pues sirve de portal hacia la memoria tanto de Ella, como de Él, una puerta que conecta el pasado y el presente. Señala Ella respecto a la fotografía: “Pero no se le parece. La mujer de la foto no se parece a ella. Es pero no es. En la foto se la ve vieja. La foto no le hace justicia. Esa mirada cabizbaja, perdida, no es la suya. La Javiera hablaba tan fuerte que a veces uno pensaba que gritaba” (26). El recuerdo que Ella posee de la Javiera dista mucho de cómo aparece ésta presentada en la fotografía, pero sin embargo, la fotografía es más objetiva que la memoria (al menos pretende serlo), pues la memoria está permeada por la subjetividad de las impresiones. La foto es realista, y muestra a la Javiera en toda su decadencia y degradación, en cambio, el recuerdo que Ella tiene de ésta, es el de una mujer fuerte, luchadora, con convicciones; la foto muestra la realidad, muestra la verdad, la persona en la que la Javiera se convirtió, la persona que tal vez siempre fue, pero que Ella no recordaba que así fuera. Esta fotografía no es un simulacro, ni un retrato en donde el sujeto pose consciente de que es fotografiado, esta fotografía muestra el desenlace de una historia tal cual es, sin adornos, máscaras ni maquillaje (como la fotografía de la portada de la edición), sino cruda, tan real como la noticia que la acompaña. Respecto a este punto, es más importante dentro de la novela la fotografía que el hecho noticioso mismo que desencadena el relato, pues es la primera la que tiene la capacidad de evocar los recuerdos, y no la segunda. La foto de la Javiera es, cabe destacar, la ruina de sí misma, la imagen que muestra su arruinamiento, el testigo y prueba de éste.
Otra fotografía que merece ser analizada, es la de la amiga de Ella, Luisa, junto a Charly Alberti (del grupo musical Soda Stereo) fotografía sacada en el hall de un hotel (63), y que tiene su contrapartida en la fotografía que Luisa y luego Ella ven en las páginas sociales de una revista puesta en el suelo de un baño, en donde aparecía Charly Alberti con su mujer, fotografía que destrozó a Luisa; en relación a esta foto y a la de la Javiera es que Ella comenta: “Es como si alguien hubiera dejado esas noticias sueltas en el aire, esperando que otra persona las viera y se derrumbara” (68). Quien se derrumbó con la foto de la Javiera fue Ella, así como Luisa se derrumbó con la foto de Alberti. Punto importante a tratar respecto a ambas fotografías en donde aparece Alberti, es lo que las diferencia. Por una parte, la primera fotografía, tomada en el hall de un hotel, única prueba que Luisa tenía de su “relación” con Alberti, más que ser una foto que refleje fiel y crudamente la realidad (como lo hace la foto de la Javiera) es una foto obtenida por medio de una pose, un posible simulacro (el cual no se esclarece) de relación entre la Luisa y Alberti, en relación con esto, Ella reflexiona: “(…) el pasado es eso, una foto sacada en un hotel que deseamos que sea nuestra casa, fotos falsas que son las pruebas de una vida que nunca tuvimos” (65); es una foto maquillada de realidad, pero que muestra sólo una ilusión, no una verdad, como si lo hace la fotografía que ven ambas mujeres en el suelo del baño, esa fotografía carga con el peso de una realidad que cae de golpe, con toda su verdad y su crudeza, sobre Luisa.
Por último, otras fotografías que cabe al menos mencionar, más que ser fotografías, como las anteriormente revisadas, son imágenes e íconos, los posters y cuadros que decoran las paredes de la novela, algunos de estos son: un póster del MIR con la cara de Miguel Henríquez en el pasillo de la universidad, congelado, suspendido como un santo (25); en la casa de la Javiera y el Donoso se encuentran: una foto de Neruda clandestino cruzando la cordillera sobre un caballo, un póster del Che que se había traído de su vida en Ñuñoa, aquella imagen de unos niños vietnamitas escapando de una explosión de napalm (37); un cuadro de Guayasimín en la federación; una foto de un naufragio en el café Hesperia, la cual a Él le evoca el recuerdo de la caleta de Quintay con el mar color rojo sangre (55); fotos de las revistas VEA, Caras, y TV Grama, entre otras. Lo que puede desprenderse de estas imágenes, íconos y fotografías, es que representan una atmósfera epocal, política, cultural, y anímica, que busca poner de manifiesto la novela; no son imágenes azarosas, sino por el contrario, están representadas y mencionadas en la novela por una razón, poder enmarcar a los personajes dentro de una visión y percepción de mundo, contextualizar a los personajes dentro de una época determinada, y también delinear ésta misma, a través de los referentes representados en las fotografías e imágenes.
…
Antes de terminar el presente análisis a la novela Estrellas muertas, resulta primordial para entenderla cabalmente, responder aunque sea escuetamente, a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la función de la confesión que Ella le realiza a Él?, pues bien, considero, en base a las propias palabras del personaje, que lo que Ella busca es dotar de sentido y coherencia un hecho, llenar la falta de detalles e información que habita en la fotografía del diario, resignificarla y reconstruir con ello, parte de una historia, parte de la historia relativa a la Javiera y el Donoso, pero también, relativa a sí misma: “He intentado rellenar los espacios vacíos de la noticia de La Estrella, con lo que sabía, con lo poco que recordaba de ellos” (172), así como se vuelve, en el transcurso de la novela, relativa a Él, quien recuerda, repite y re-presenta el relato que Ella le contó. Por último, es primordial hacer hincapié en que el relato contado en la novela no es una mera confesión ni testimonio, sino una estrategia narrativa de carácter literario, al ser ésta, una novela (ficcional, verosímil, no real ni verídica).
De esta forma trazo las últimas líneas del presente análisis a Estrellas muertas, novela revisada fundamentalmente desde tres ejes: la memoria, la cronotopía, y la fotografía. Por cierto el análisis no está cerrado, ya que es posible abrirlo a múltiples interpretaciones, y a nuevas líneas de investigación.
Bibliografía:
Bisama Álvaro Estrellas Muertas. Editorial Alfaguara. Chile. 2010.
Barthes Roland La cámara lúcida. Editorial Paidós. Argentina. 1980.
Chauchard Paul Conocimiento y dominio de la memoria. Editorial Mensajero. Bilbao. España. 1985 p.17
Fuentes Carlos Valiente mundo nuevo. Fondo de Cultura Económica. México. 1994 p.38
Ramírez Constanza “Estrellas Muertas o un cielo que se quema” Revista Intemperie 2010. http://www.revistaintemperie.cl/index.php/2010/10/15/estrellas-muertas-de-alvaro-bisama/
Notas
[1] Todo lo que está aparece entre comillas en este párrafo hace referencia a lo dicho en la contraportada del libro.
[2] Respecto a esta idea, es importante agregar, que la los personajes que presenta la novela son alegorías que representan a parte de una generación que vivió en la década de los noventa, no representa a la totalidad de los jóvenes que vivieron su juventud en dicho período, ya que para muchos otros, fue una época muy lejana a un marasmo, como la ve Bisama.
[3] En este sentido, cabe recordar lo expuesto al comienzo de este análisis sobre Valparaíso y su posible significación en la novela.
Comentar
Critica.cl / subir ▴