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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El paso de los gansos: Memoria ficcional del Golpe de Estado. En torno a la narrativa de Fernando Alegría.

por Jessenia Chamorro Salas
Artículo publicado el 16/05/2014

“Cuando uno se enfrenta al odio (…) acepta irremediablemente una nítida, aunque absurda, razón de sobrevivir” F. Alegría El paso de los gansos p.176

Fernando Alegría:
Novelista, poeta, ensayista, profesor y crítico literario, nacido en 1918 en Santiago de Chile, realizó sus estudios la Universidad de Chile, continuándolos en EEUU, país en donde se ha desempeñado como académico de varias universidades. Entre sus múltiples actividades destacadas, está el haber fundado la Revista de Literatura Chilena: Creación y Crítica en 1975. Ha sido merecedor de varios premios, como el Ferrah y Rinehart de Nueva York, y el premio Municipal Atenea de Santiago de Chile, no obstante haber sido nominado en varias ocasiones, a la fecha aún no le es otorgado el Premio Nacional de Literatura, pese a su obra contundente, maciza, amplia y variada.

Lucía Guerra Cunningham, en su artículo acerca de la producción literaria de Alegría, sostiene la hipótesis de que la Historia y la Memoria son dos motivos absolutamente transversales en su obra. La historia se presenta para este escritor, como “el límite de lo inasequible (…) que posee una imagen especular en la memoria” (Cunningham 1996: 23), de ahí entonces que la historia sea para Alegría, un “trasfondo y horizonte” (23). Fernando Alegría, así como otros autores pertenecientes a la Generación de 1938, señala Guerra, tuvieron el afán de: “infundir en la literatura un concepto de lo heroico que correspondiera a las vivencias y axiología propias de los estratos involucrados en la sobrevivencia, la lucha social y la cotidianidad de la miseria” (25), de ahí que se haga referencia en sus novelas, en especial de El paso de los gansos a personajes que son sujetos comunes y corrientes, que buscan, frente a la adversidad histórica que les tocó vivir, un modo de sobrevivir y luchar, tal como lo hace el personaje de Cristián, en su forma tan personal. Lo que Alegría busca, argumenta Guerra, es la posibilidad “de tomar conciencia a partir de un pasado reconstruido de manera más completa para así, incitar a una acción en el presente” (27). Respecto al Golpe de Estado y cómo se relaciona éste con Alegría, la intelectual sostiene que fue un desastre que vivió de cerca, ya que en esos años se desempeñaba como Agregado Cultural de Chile en EEUU, y era uno de los colaboradores del ámbito cultural para el proyecto del gobierno socialista, además, tenía una cercana relación de amistad con Allende, la cual lo había inspirado para comenzar a escribir la biografía de éste (30). A causa de la cercanía que tuvo Alegría con el desastre provocado por el Golpe, la novela El paso de los gansos logra manifestar una fragmentación discursiva potente, en donde “el sujeto autorial (…) se esparce en una polifonía de voces que, no obstante intentar inscribir un testimonio, carecen de toda autoridad respecto a lo narrado” (1). La Historia se fragmentó para Alegría, y de aquellos fragmentos surgen las voces que cuentan lo sucedido, voces que narran desde su propia subjetividad, desde la memoria en que cada una de esas voces guardan los recuerdos (reales, mitificados, y desmitificados) de los trozos de la Gran Historia que les tocó vivir.

Ya que profundizaré mi análisis en la figura del personaje de Cristián, es relevante traer a colación las palabras con que Guerra lo aborda. Ella dice que Cristián es:

“la semilla secreta de la subversión en ese espacio nacional escindido entre los que mandan, los que huyen, y los que resisten en un exilio interior (…) allí donde el derecho a la palabra ha sido abolido, sólo sobreviven la mirada, las imágenes que ve Cristián, y su lente fotográfico como testimonio de la historia (…) De esta manera, las imágenes que recoge Cristián corresponden a la contra-imagen de la mirada vigilante del panóptico militar (…) La mirada y la imagen son (…) aquello que desborda a la palabra cercada por jerarquías y prohibiciones ” (32)

Respecto a cómo Alegría entiende la memoria, Guerra señala que para él la memoria no es un simple depósito “sedimento del recuerdo”, sino que es: “el espejo especulativo que rearticula los signos de lo vivido en una proposición ficticia” (32), es decir, la memoria es para Alegría, una resignificación de sus propios contenidos, y se plasma en la escritura con: “(…) la conciencia de que lo vivido es signo complejo de un Yo que funciona como núcleo móvil de las cosas, de los otros, y de una historia que trasciende a todas sus versiones” (33).

Otro destacado intelectual, Héctor Cavallari, ve en Fernando Alegría, y en su novela El paso de los gansos un deseo de desconstruir la ideología fascista, ya que esta novela: “(…) se orienta hacia le desconstrucción de la versión fascista de los hechos que articulan y definen al Golpe Militar de 1973, revelando la construcción (…) de los principios (supuestamente) justificantes del asalto violento al poder” (Cavallari 24). Cavallari sostiene que Alegría era consciente de que la Junta Militar, y todo el poder fascista que lo componía, construirían una versión propia y oficialista de los hechos acaecidos desde el Golpe, cercenando cualquier punto de vista que no fuera el dictado por ellos, por lo tanto, siguiendo a Cavallari, Alegría arremete en su novela con múltiples, subjetivas y extraoficiales perspectivas acerca de lo ocurrido en torno, y desde el 11 de septiembre, abriendo la Historia que el poder fascista pretendía cerrar, hacia una apertura interpretativa (16). Cabe agregar que según Cavallari, la novela no debe ser entendida como un panfleto, ni como un relato historiográfico o documental, sino, como lo que es, una novela, al respecto sostiene el intelectual: “El entramado novelístico subsume la elaboración de las ideologías, incorporadas y constituyentes del mundo ficticio-testimonial (17)”, en relación con este punto, resulta asertivo citar las palabras que el propio Cristián tiene respecto a su misión, y por extensión, la misión de la novela: “Más que los acontecimientos, me atrae la memoria distorsionada de cosas ya lejanas en las cuales se habrá concebido la forma donde los voy recibiendo” (Alegría 1972:128), esta debe ser, desde mi perspectiva, la posición que tiene Alegría frente a su función como escritor, y la función de su novela.

a) La novela:

Generalidades:
Es importante antes de comenzar el análisis propiamente tal de la novela, brindar ciertas líneas sobre ésta, acerca de su trama y línea argumental, y acerca también, de aspectos relevantes en torno a su contexto de producción y algunos aspectos formales que puedan ser de posterior interés para el análisis. Además, resulta primordial dejar en claro que el análisis de la novela abordará exclusivamente el capítulo llamado El evangelio según Cristián, sin embargo, para poder tener una visión panorámica de la novela, es necesario conocer grosso modo sus demás capítulos, por lo cual en el presente apartado intentaré entregar una síntesis y las principales líneas de la novela.

Lo que construye la novela desde el comienzo, es la imagen de un héroe trágico y de un mundo trágico, arraigados en la Historia, y en donde habita un sueño político inalcanzable, personificado en la figura de un Salvador Allende ficcionalizado, quien es poseedor de una memoria a la cual nosotros como lectores tenemos acceso, y a quien el narrador de la novela interpela y pide explicaciones respecto a la situación en que se encuentra el país. Lo que hace la novela en sus primeros capítulos es entregar distintas perspectivas acerca del suceso histórico ocurrido en torno al 11 de Septiembre de 1973, fecha en que se instaura la dictadura militar, que Alegría llama “el paso de los gansos”, y que da título a la novela. La novela se abre con un prefacio, en donde se anuncia que algo trágico ha ocurrido, algo que impedirá que llegue la primavera, se proyecta una imagen de oscuridad sobre los símbolos de Chile, la conciencia fluctuante del narrador entra y sale de la conciencia de Allende ficcional, y se torna una atmósfera confusa que manifiesta un estado caótico en el país, ocurren muchas cosas, y muchas personas tienen distintas versiones sobre los hechos, éstas se cruzan y contraponen, la novela es un abanico de perspectivas múltiples acerca de los sucesos que están ocurriendo. Hay que notar que pese a que la novela en estos primeros capítulos trate sobre asuntos y temas referidos a la historia referencial, el narrador básico recurre a fuentes ficcionales y se interna en conciencias subjetivas que pese a todo, mantienen la verosimilitud de la narración, pues están acorde a la visión de mundo trágica desplegada; en este sentido, hay hechos verificables, pero también, hay rumores que enriquecen la ficción y la memoria colectiva sobre los hechos. Junto al trasunto histórico se encuentran distintas perspectivas acerca de los hechos, lo que promueve la creación de una memoria en torno a sucesos centrales, para construirla históricamente como un devenir. El hecho de que se entreguen distintos puntos de vista sobre los acontecimientos alrededor del Golpe de Estado de 1973, implica una estrategia narrativa, en se manifiesta una explícita duda que pone en tela de juicio la versión oficialista que pretende imponer la dictadura sobre los hechos; Alegría abre hacia múltiples visiones e interpretaciones los sucesos, no los cierra ni encausa hacia un solo sentido, muestra que el hecho es irreductible a las distintas perspectivas.

Destacan en la novela, dos capítulos: “Gallito de la pasión”, y “El paso de los gansos”. Respecto al primero, cabe señalar que configura una imagen de mundo trágica en donde es involucrada la cultura popular, un “gallito” anda suelto y “revolviendo el gallinero”, se advierte en el capítulo que será castigado al tratar de trascender sus limitaciones, se enfrenta y es derrotado por un “gallo” más grande; en este sentido resulta claro que este “gallito de la pasión” simboliza a Allende. En relación con el segundo capítulo vale decir que en él se ironiza y satiriza el mundo castrense y los criterios y costumbres militares, se representa una imagen macabra e ironiza respecto al “Ensayo General” de la Parada Militar, ocurrida el 11 de Septiembre. El capítulo pone en escena el poder militar interviniendo en el poder civil, en donde la Parada se convierte en Golpe, y el paso de los “gansos” produce un derrumbe y cataclismo en la ciudad, en este sentido puede observarse una exhibición satirizada de los valores castrenses que produce una épica degradada.

La memoria ficcional habita en la novela en la reconstrucción del día y el hecho del Golpe Militar y la muerte de Allende, los cuales se basan en versiones contradictorias que recogen distintas fuentes y subjetividades. También se encuentra en el uso de una imagenerenía mítica y popular que se resignifica y alegoriza, por ejemplo en los capítulos ya mencionados, gallito de la pasión y paso de los gansos, en donde hay una carnavalización del mundo marcial y de la cueca.

El evangelio según Cristián:

Este capítulo será objeto del presente análisis, pero antes de comenzarlo, es menester explicar de qué es lo que trata. Cristián es el protagonista, joven fotógrafo que intenta explicar, y explicarse cómo ocurrieron los hechos en torno al 11 de septiembre. Pero no es sólo eso, sino que además desea entender, y esa es su búsqueda existencial, cómo es que la vida de su familia, de su mujer, de sus hijos, y la suya propia, siguió un rumbo, que llevó a su padre a la soledad, a su esposa a la locura, y a él, a la muerte. En este sentido, en el Evangelio de Cristián se combina un trasunto personal y ficticio con un trasunto histórico verosímil pese a su ficcionalización. Cristián da testimonio acerca de su vida, indaga en y sobre ella, pero también, brinda su testimonio acerca de un suceso histórico (el Golpe de Estado), en donde entrega una visión personal y parcial de los hechos, visión que se convierte en un acto de resistencia, al corresponder a un testimonio subjetivo, resistencia ante la construcción de una versión oficial del Estado. En este punto entra en tensión el elemento testimonial (personal), y el novelístico (que construye una imagen de mundo en donde el país está regido por el “paso de los gansos”), lo que a su vez, configura un testimonio ficcional con validez propia, que da testimonio de hechos concretos.

 

Cristián: fotógrafo y apóstol:

“(…) Cristián era un ángel en motocicleta, atravesando de día y noche las calles de Santiago con una cruz al hombro y recogiendo instantáneas de la gente que caía o se fugaba, o moría, para llevarse el testimonio gráfico a alguna sala de crónica del otro mundo. Como si Dios le hubiese escogido su corresponsal de guerra (…)”(Alegría 1975: 212)

Cristián fue, siguiendo las palabras de su hermano Marcelo ya en las últimas páginas de la novela, y expuestas en el fragmento anterior, un apóstol de Dios, un enviado cuya misión era dar testimonio a través de su cámara fotográfica, y de su diario de notas, de lo que ocurría en el Chile de 1973, y como un “corresponsal de guerra”, asumió su labor con valentía hasta que la muerte le llegó. Su misión (la que él había escogido o para la que había sido escogido) era retratar con su lente la realidad circundante; sin embargo, no fue sólo eso lo que dejó testimonio de su vida y sus andanzas por las calles mientras caían las balas, su diario quedó como un legado que da cuenta de sus reflexiones tanto acerca de su vida, como acerca de la vida del país. Sus escritos se convirtieron en un testamento, cuyo valor primordial es el de ser testimonio de lo que escuchó, vio, sintió y vivió Cristián Montealegre. En este sentido toma el rol de un evangelista (2), que comunica (como se sabe en la tradición judeocristiana), la “buena nueva”, sin embargo, lo que Cristián comunica es todo lo contrario, es una situación trágica y desventurada (el Golpe de Estado), situación que terminó por convertirlo en apóstol y mártir.

El personaje de Cristián durante su vida había forjado el camino que habría de llevarlo a la muerte a sus veintisiete años, tenía un espíritu y unas convicciones particulares que al analizar la novela, no parecen azarosas, sino que por el contrario, parecen anunciar desde un comienzo, la forma en que terminaría sus días, y la manera en que le sería quitada la vida, esto se observa por ejemplo en el siguiente fragmento que muestra parte de su pensamiento:

“Que el mundo haya tenido principio, no me importa; más bien me moleta. Tratándose de Dios el mundo no debió tener un principio (…) El hábito domínico me sedujo desde la más tierna infancia, y declaré mi voluntad de ingresar al sacerdocio. Nadie me hizo caso. Yo quería sufrir (…) Mis santos eran sufrientes, complejos y tiernos suicidas que subían a la cruz moviendo la cabeza intrigados por la ferocidad del prójimo (…) La fe era para mí pecar, puesto que pecar era lo único que daba sentido a mis oraciones (…)” (125)

En este fragmento se observa que el personaje de Cristián es descrito como un individuo con unas creencias sumamente particulares y una cercanía especial a Dios y la religión, poco a poco se va delineando a Cristián como un individuo que cuyo destino y cuya misión eran transformarse en un mártir que luchaba fotografiando Santiago en su motocicleta. En su peregrinaje y toma de conciencia, la lucha fue convirtiéndose para él en la vida, pues tal como le dijo el Padre Juan en el patio de un convento: “¿Quién ha dicho que Jesús no llamó a los combatientes? Decir nacer es llamar a los guerreros. Si te asustas (…) es porque identificas la guerra con la muerte” (130). La vida del personaje Cristián implicaba una lucha, luchar en esa guerra que significa intentar vivir en un mundo que se cae a pedazos, su vida implicaba desde un comienzo, luchar en esa guerra que significaba a su vez, enfrentarse a la muerte.

Cristián es un personaje con problemáticas interiores, un individuo que ha llegado a un punto en su vida en que se cuestiona sobre el sentido que tiene y ha tenido hasta ese momento, su existencia; se cuestiona sus relaciones personales (con su padre, hermano, hijos, y sobre todo con su esposa), se cuestiona el modo en que ha vivido y el camino que debe seguir; es un individuo en crisis, en quien se observa una toma consciencia acerca de cuál es el verdadero rumbo que debe tomar: “No soy, bien mirado y considerado todo, más que un individuo de 27 años, suyo matrimonio, según dicen, fracasó por propia insuficiencia y cobardía, y que ahora busca un balance, no para hacer ostentación de lo aprendido, sino porque ha llegado el momento de empezar, realmente, otra vida”(162), palabras que vienen a ser la resolución de un estado de confusión y duda anterior que Cristián tuvo en su momento de crisis: “(…) no sé cuál es mi papel en el día triste que está por concluir, en la noche que para mí y tantos otros acaso no empiece nunca (…)” (156). Resulta difícil esclarecer si Cristián sabía o presentía el destino que tendría, sin embargo algunas palabras que él dice dejan entrever que algo se lo anunciaba, en su interior: “Salí a la terraza y vi pasar los dos jets (…) yo temblando allá afuera en la terraza, tirándome al suelo para escapar a un fuego invisible, superior, que aún no iba dirigido contra mí (…)” (176); destaco la palabra “aún” pues es esta la que induce a especular sobre un posible presentimiento que Cristián habría tenido sobre su muerte, como si él hubiese sabido de antemano, cuál iba a ser su destino. En otro momento de la narración, se deja entrever esta misma situación: “Yo había recorrido las rutas en moto aprendiéndome de memoria los caminos que conducían a la morgue, pero sin comprender claramente por qué (…)” (193); estas palabras hacen pensar que algo en su interior le anunciaba a Cristián cuál sería su rumbo y su final. En relación con esto, es menester citar las palabras que dice en las primera páginas de su diario: “Empezar de nuevo, Dios mío, es primero, saber a quién me dirijo cuando Te hablo, después, saber que no habrá ya necesidad de palabras, que Tú y yo iremos por la calle (…) fruncir los labios, para confirmar nuestro destino, el tuyo y el mío, pues a Luz María y a los niños, les espera otra cosa” (119). Esta situación toma aún mayor sustento a causa de una visión que Cristián tiene, visión que funciona como un presagio de su muerte, en donde Cristián ve cómo militares llegan a su casa y lo miran fijamente, queriendo ellos decirle algo, ve el Estadio Nacional, y a Luz María, su esposa, y junto a ella siente que la separación entre ambos llegará con la muerte de uno de los dos, la cual los unirá para siempre:

“(…) vi venir por el corredor de nuestro piso a un oficial de ejército y dos soldados con metralletas (…) los tres me miraban fijamente y el oficial me reconocía y trataba de insinuarme algo (…) Repentinamente la visión desapareció (…) Y empezó a mi alrededor un diálogo extraño que me llenó de tristeza. Alguien se quejaba en palabras muy dulces y suaves, como hablando de una pena antigua, traiciones sin imputaciones, insultos, abusos, pero sobre todo traiciones (…) Y las luces del Estadio se encendieron en la noche roja y no había nadie (…) Y Luz María me llamaba (…) me acariciaba la frente dándome valor, y ambos comprendíamos que la visión se iba convirtiendo en la muerte de uno de los dos (…) Y, entonces, supe que esa patrulla venía por mí y que nada ni nadie podría evitarlo (…) Los dos presentíamos nuestra separación como la verdad última, alguna muerte que venía a revelarlo todo, una lucha y un sacrificio que nos unía para siempre” (188)

Destaco en cursiva esta palabra porque considero que esta visión implica para Cristián una revelación, la revelación de lo que le pasaría y del sentido que esto tendría, parece ser que tras esta revelación todo adquiere verdadero significado para Cristián, y su relación con Dios se muestra en ella con toda su profundidad:

“(…) yo empecé a hablar de Dios con tranquilidad y dije que no prepara El círculos de tiza donde podamos encerrarnos, protegidos, que su cuidado no es para nosotros sino para lo que dejamos nosotros en los demás, que debemos salir al riesgo y enfrentarlo y separarnos contentos de habernos querido y de haber sufrido juntos y jugado nuestras dos mitades entre Sus dados marcados.” (ídem)

De estas palabras se desprende la comprensión que Cristián adquiere respecto a la misión y rol que él y Luz María tienen, y respecto también a la lucha que ellos deben efectuar, satisfechos de lo vivido juntos, pues Dios ya tenía sus dados marcados, y sólo les resta a ellos dejar un legado en los demás. A causa de las palabras y la visión de Cristián, me atrevo a señalar que sí, él presentía su destino (encomendado por Dios), y había iniciado un camino (tal vez desde un comienzo) de preparación para enfrentarlo y llevarlo a cabo; y el testimonio que deja en su diario de notas y sus fotografías son la prueba de ello, pruebas que a modo de evangelio dan cuenta de la pasión que él realizó. Señala en relación con lo anterior casi al finalizar la novela, su hermano Marcelo: “¿Qué se ha ganado con la muerte de Cristián? (…) Se ganado mucho porque muertos como él no paran de morir (…) De repente Chile va a parir un muerto muy grande. Cristián quizá repitió los actos de la Pasión y no nos dimos cuenta (…)” (213). Cristián se convierte, desde estas perspectivas, en un apóstol que, tal vez en algún sentido, repitió la pasión de Cristo, pero que más que nada fue obediente a su mandato, y cumplió la misión que se le había encomendado, la de dar testimonio de una lucha, de una vida, y de una historia, y para poder brindar este testimonio, Cristián debía estar en paz con su existencia, de ahí el balance que realiza.

Con el fin de entender las motivaciones personales y sociales que tuvo Cristián para cambiar el curso de su vida y luchar, se precisan sus siguientes palabras: “Mi obsesión era la de borrar un número de fracasos y convertirme en la razón de crear por fin algo que pudiese redimirme ante quienes yo había hecho sufrir. Quería deshacer las víctimas (…) pero bien se sabe que (…) ni siquiera los círculos de sangre podemos lavar; la huella queda, borrosa, pero doliendo” (180). Lo que deseaba Cristián era redimir el posible mal que había realizado, y en ese deseo encontró en Luz María una compañera de lucha, quien ayudó a guiarlo en la que era su misión, esto se observa claramente en el siguiente fragmento:

“(…) Luz María me dijo que no hablaba de ninguna militancia, que su catolicismo era seguir a Cristo, y que seguir a Cristo era seguir al pueblo, a los pobres que esa noche no tenían una embajada donde refugiarse, ni un fundo donde esconderse, ni siquiera un departamento donde fondearse, ni tendrían un avión para poder partir (…) No dije nada (…) Pero supe que esa noche (…) iría con ella a buscarle solución al problema (…)” (193)

La fotografía se convirtió para Cristián en su arma de lucha, la motocicleta fue el vehículo que le ayudó en su peregrinaje, la vida lo había preparado para ese momento, y la coyuntura histórica le hizo tomar conciencia de qué era lo realmente importante. En el transcurso de la novela se observa en el personaje de Cristián una evolución, evolución que se relaciona con una toma de conciencia respecto al mundo en donde se encontraba inserto, y que implica a la vez, el asumir su destino. En relación con esta idea se encuentran dos fragmentos que representan dos estados dentro de la evolución de Cristián. El primero, un estado previo al proceso que posteriormente vive, y que queda de manifiesto en el segundo fragmento: “(…) La desconfianza de Custodio hacia mí deriva de lo que él considera falta de identificación clara en el proceso de la masacre: me aceptaría intranquilo si me apersono defendiendo a Patria y Libertad. Me deja en paz si me cree marxista sumergido. Pero me ve ocupando una celda vecina a la del Prior (…) no me acepta (…)” (132). En esta parte de su vida, Cristián aún no se define, aún deambula inquieto sin convicciones concretas, sin un sentido fijo. Pero en este segundo fragmento, se observa claramente una evolución en su carácter y objetivos: “A sujetos como yo, que vivíamos de imágenes (…) se nos exigió, de pronto, considerar la palabra conciencia (…) conciencia fue decir desgarro (…) madurar (…) y caímos a una tierra preparada (…) Decidimos pues, luchar” (201). La lucha sobrevino, sobrevinieron las fotografías a las muertes y balaceras, los viajes en motocicleta, la restructuración de su relación con Luz María, revelarse y reconciliarse con el padre, el funeral de Neruda, ayudar a la joven comunista, y luego, la muerte. Un estado intermedio es en el que Cristián se encuentra cuando reflexiona sobre su condición de hijo del “medio pelo” (clase que se critica bastante en la novela) y sobre por qué se fue de Chile:

“(…) Vives en Santa Rosa pero tienes ingreso a una casa en Lo Curro (…) De ahí a la Católica no hay más que un paso, y en la Católica descubro el amor, descubro las instrucciones para desarmar a mi apá y mi amá, y como me lo tomo en serio, desarmo la Católica y, de repente, he desarmado más de la cuenta y desarmo la huevá entera y decido partir (…)” (143)

Pero volvió, y al hacerlo cumplió con una misión que como apóstol le había sido encomendada, la cual tuvo que pagar con su vida; ese fue su legado, el testimonio que dejó en su diario, y en las fotografías.

b) Cristián y sus relaciones personales:

Ya ha quedado establecido que Cristián es un personaje conflictuado, con un mundo interior complejo y problemático que poco a poco va desenredándose y entendiendo el sentido de las cosas que vivió, y que debe vivir, poco a poco se le va revelando el verdadero significado que tienen las cosas, y va adquiriendo conciencia de ello. Su testimonio es un relato que narra sobre el presente, pero también, sobre el pasado inmediato, y sobre el pasado lejano, compuesto por los recuerdos de su niñez, de su familia, y de su pololeo con Luz María. De esta forma es que se muestra en la novela la relación que Cristián tiene con cada uno de los ámbitos y personajes mencionados, relaciones que marcaron su vida, determinándolo, y que lo fueron guiando hacia la realización de su destino.

La primera de las relaciones que cabe tener en cuenta, es la que tiene con su primera familia, con su hermano Marcelo, pero sobre todo, con su padre, con quien lleva una problemática y distante relación, y de quien es crítico, por representar éste, el modo de vida e ideología de una marcada clase social y política. Es de él de quien primero comienza a hablar en su diario: “Debo, me parece, escribir primero sobre mi padre (…) Si él llevara este diario dejaría muchas páginas en blanco, o las llenaría con reflexiones pías sobre el presente y el futuro de la patria; preferiría ignorar el vuelco decisivo de mis veintisiete años” (119). Nunca se llevó demasiado bien con su padre, él, hombre conservador, heredero de una familia con tradición de dueños de fundo, se dedicó a la música, de ésta forma lo describe:

“Los Montealegre somos vieja burguesía terrateniente (…) Mi papá debió ser hacendado, o abogado, o médico, o cura o, en último caso, militar o profesor. En ese orden. Pobre y orgulloso no pudo ser ninguna de esas cosas (…) como era lo que se llama sensible y de temperamento artístico, se casó con hija de ingleses, estudió medicina, y terminó dedicado a la música (…) Para un artista a medias, el artista que se esconde para crear o crea con la corbata puesta, una familia como la nuestra era un estorbo. En Chile abundan los artistas-caballeros y viceversa” (133)

El padre de Cristián proviene de una familia políticamente derechista, que conoció la decadencia de su fortuna con la Reforma Agraria, familia que ve con malos ojos su relación con una mujer comunista como Luz María, y que además nunca pensó que Cristián sería una de las víctimas de la dictadura que ellos para el 11 habían celebrado. Cuando Cristián retorna a Chile, retoma la relación con su padre, y en los días previos al Golpe, vuelve al departamento de las Torres de San Borja, así no había nada que temer, pues su padre era conocido, y el edificio estaba habitado casi en exclusiva, por gente de derecha. Su padre no le pedía su opinión respecto a la contingencia que ocurría, leía El Mercurio, y esperaba que las F.F.A.A pusieran orden (163). La opinión que él tenía respecto a sus hijos era, sin embargo, la siguiente: “Tus raíces y las de tu hermano son las mías. No lo olvides. De ella (la madre, quien se separó de él) y sus gringos aprendieron a ser jipis. Aquí aprenderás otra vez a ser caballero” (170), hombre rígido e infranqueable, incapaz de entender a sus hijos, con quien se enfrentó fue con Marcelo, hermano de Cristián, pues este se atrevió a decirle que era un “viejo momio” (171), pero Cristián no se atrevía a enfrentarlo de esa forma, por la salud del padre. Al paso del tiempo en que vivieron juntos, Cristián pudo conocerlo mejor, y en cierta forma, comprenderlo, su padre temía por él, y Cristián ya había comenzado su rumbo. Al final de la narración, se observa que Cristián y su padre pudieron hacer las paces, sin embargo, éste decía que la muerte de Cristián había sido causada por una “venganza roja” y no por la dictadura, su muerte lo destrozó.

La relación con su padre determina en Cristián su pensamiento sobre las clases sociales y políticas, su separación con su madre determina también la relación que tiene con Dios, con quien también, tal como con su padre, busca reconciliarse. Respecto a su relación con su hermano Marcelo, cabe decir que tenían una relación fraternal, cercana, su hermano era aún más revolucionario que él, y más rebelde también, juntos habían compartido la infancia, la separación de sus padres, y el amor por la fotografía, fue un compañero de vida que recibió como legado de Cristián, su motocicleta.

Luz María, su esposa y madre de sus hijos, es la mujer en la vida de Cristián, con ella forja una relación amorosa bella y tormentosa, relación que los unió, separó, y volvió a unir hasta la muerte. Luz María fue la compañera de Cristián, una compañera que en un momento se volvió loca por culpa de él mismo; sin embargo, él quería redimir sus errores y volver a tener junto a ella una familia. “Luz María fue la novia a quien jamás hablé; la hice de pedazos familiares, cosas que veía al atardecer en el Parque Forestal y en la Plaza Ñuñoa, que juntaba después tendido junto a una ventana abierta” (123), recuerda Cristián, al comenzar a relatar lo vivido con su esposa. A Cristián le es difícil poder definir cómo era Luz María, sus características se le escapan de las manos, se le escurría, sobre todo en la locura, pero también, en la cordura; era ella una luz para él, una guía, de ahí que el nombre de “Luz”, no sea azaroso, ni tampoco lo sea el de “María”, ya que éste contiene una potente carga religiosa, por ser María la que acompañó a Cristo en su pasión, la que lo cuidó y veló por él hasta la muerte, tal como Luz María acompañó a Cristián. Esta idea se observa por ejemplo cuando Cristián dice: “Luz María –yo lo creía firmemente- había bajado de alguna parte y en la fila de gentes oscuras brillaba en dirección hacia mí” (134). Luz María era católica y comunista, cosa que la familia de Cristián le reprochaba, queriéndolo obligar a que la considerase una mujer demoníaca, una mujer que lo destruyó, pero él consideraba que si ella lo destruyó, fue porque él la destruyó primero (147), produciéndole la locura en que se hundió, y él con ella, Cristián lo recuerda del siguiente modo: “Cada día que pasó ella en el sanatorio fue un día de cruel enfrentamiento conmigo mismo. Me iba vaciando (…) disimulando para convencerme de que una mañana llegaría Luz María y comenzaríamos de nuevo (…) No había necesidad de recordar nada, todo iba a perdonarse” (151). Con la locura sobrevino la separación, y la culpa de Cristián: “Yo sabía que le había hecho daño y que le dejaba cicatrices irreparables, que tal vez se volvería a quebrar en mis manos cada vez que la tocara. Siempre” (154). Sin embargo, para Cristián, sólo Luz María puede ayudar en su redención, sólo ella es capaz de brindarle felicidad y sufrimiento, sólo ella es su guía en la Tierra: “(…) gracias, gracias por haber sufrido con ella, y con ella haberme salvado, de pie, sobre el marco de una muerte silenciosa y sin angustia, comprendiendo ya la antigua escritura, desordenada, casta, sudada, entre las ropas que cubren todo el suelo” (156). En su visión, la cual considero como un presagio, ocurre lo mismo que en la realidad, Cristián está junto a Luz María, se acompañan, ella lo cuida, ambos saben que vendrá la inminente separación y la muerte. Su amor contribuyó a que Cristián forjara su camino, Luz María en este sentido, fue su guía, pues lo acercó a la toma de conciencia respecto a lo que estaba sucediendo a su alrededor: “Querernos como nos queríamos ahora, arriesgándolo todo por un camino que ella escogió y que yo iba aprendiendo a reconocer” (175); junto a Luz María, Cristián recuerda que comenzó a “entender la razón de un compromiso que empezó a sacarme de la jaula” (178). Por todo lo expuesto, hasta ahora, es preciso señalar que Luz María es un personaje determinante en la vida de Cristián, pues fue su compañera en la vida, en la tragedia, y en la pasión que él experimentó, sin ella él no habría podido realizar su misión.

c) Chile bajo el paso de los gansos: la imagen de un mundo trágico:

“Tal vez esto lo define todo. Chile es ahora un país sin salida”

(Cristián, El paso…p.113)

Ya quedó de manifiesto que la novela proyecta una visión de mundo trágica sobre el Chile que cayó bajo la dictadura, simbolizada ésta con el “paso de los gansos”; sin embargo, queda aún por revisar cómo es representada esta imagen de mundo dentro de El evangelio según Cristián. Pero antes, resulta fundamental entender, a grandes rasgos al menos, a qué se refiere la visión de mundo trágica (Acosta 2002). La visión de mundo trágico se desprende la filosofía de Hegel, y proviene de la relación que establece entre el conflicto intrínseco de la tragedia (68), y la visión que tiene él, del hombre, de los pueblos y del mundo. Del estudio de Acosta se desprende que para Hegel, la visión trágica fue más que un recurso para ilustrar metafóricamente su propia representación de las cosas, pues ésta visión permite responder a las preguntas que históricamente se ha hecho la filosofía: cómo vivir en el mundo, cómo comprender lo que es éste, y con ello, cómo comprendernos a nosotros mismos (60). En relación con esto, Acosta sostiene: “(…) en Hegel apareció (por influencia de su contexto y de Hölderlin) el espíritu de lo trágico y la visión del mundo y del hombre como los protagonistas de una tragedia griega que está esperando aún alcanzar la reconciliación (…)Para Hölderlin, la tragedia se llevaba a cabo en el hombre mismo, el conflicto se concretaba en las dos tendencias del hombre: su ser finito y particular frente a su tendencia a la infinitud, su ser-sí-mismo y su tendencia a la entrega (…)” (63). Agrega luego: “(…) La tragedia en Hegel se trasladaría, partiendo de la tragedia interna en el hombre, tal y como la concibe Hölderlin, a la tragedia de los pueblos, y más allá de ellos, finalmente, a la historia misma” (64). En conclusión, tomando en cuenta el pensamiento de Hegel y de Hölderlin, que Acosta estudia en su investigación, puedo señalar grosso modo, que la visión de mundo trágica tiene que ver con cómo el Hombre se siente partícipe de una tragedia que habita en el mundo que lo rodea, y cómo, de esta forma, visualiza el mundo y su mundo, de manera trágica.

Chile se representa en este capítulo de la novela, por voz y testimonio del personaje de Cristián, como un país que ha sido derrotado por una fuerza poderosa, un país que parece no tener conciencia de lo que realmente significa la dictadura, ni sabe tampoco la dictadura, lo que ha provocado en el espíritu de la gente:

“(…) No saben que en estos días han hecho cientos de mártires, un santo de Allende y miles de simpatizantes suyos a causa de la represión (…) Chile no sabe lo que es dictadura (…) Ayer se quebró Chile. Lo que desataron los militares nunca lo podrán remediar (…) Ambos lados están ahora en una lucha fratricida (…) desangrarán al país poco a poco (…) Tal vez esto lo define todo. Chile es ahora un país sin salida” (Alegría 1975:113)

Este es uno de los primeros fragmentos en que Cristián reflexiona sobre la situación en que se encuentra Chile, de esta forma lo ve él, como un lugar en donde han desatado una guerra entre hermanos, guerra que terminará por herir hasta el desangramiento, a Chile, representado como un cuerpo. Cristián se pregunta, a lo largo de su diario: ¿Qué será de Chile?; para él, el Chile previo al Golpe ha desaparecido, y lo que viene es sólo la incerteza: “Tal como lo conocí, Chile no volverá a existir. Se habrán muerto los contrincantes de 1973. Todos” (145). Para este personaje, el futuro del país está marcado por la sangre de los muertos: “(…) El futuro se definía claramente por la sangre que empezaba a manchar las casas (…) y edificios de todo Chile (…)” (176). Chile estaba dividido en dos, perseguidores y perseguidos, sitio en donde caían cuerpos y sombras (192), y en donde, en palabras de Cristián: “Toda una nación se fugaba y otra nación la perseguía” (193). Los perseguidos se sabe bien que son los comunistas, en su mayoría el pueblo que apoyó a Allende, pero ¿Quiénes son los perseguidores?, ni Pinochet ni la Junta persiguieron abiertamente, ésta tarea debían ejecutarla los militares, los “gansos”, Cristián reflexiona al respecto: “¿Chile?, ¿Esto es Chile? Los soldaditos son en su mayoría pelados traídos de provincia o reclutados en barrios pobres de la ciudad (…) Todos son absolutamente yo (…)” (146). La imagen de la ciudad que se proyecta en este capítulo, es la imagen de un Santiago catastrófico, lacerado, en donde habita el odio y la muerte, y en donde las balas emergen de las entrañas de la ciudad, anónimas: “¿Quién combatía? (…) Balas sin eco, explosiones y tiros invisibles (…) La ciudad disparaba sola (…)” (173). En relación a lo sucedido los días posteriores al 11 de septiembre en Chile, y a cómo se volvió a una extraña “normalidad”, Cristián reflexiona lo siguiente:

“Lo extraño es poder decir que fueron pasando los días, o sea, que también la pesadilla parecía suspenderse y, sin embargo, nada ni nadie volvía a una verdadera y vieja rutina. El orden del día aparentaba ser genuino, pero si uno se fijaba bien, notaba algo de irreal y desesperado en la gente que caminaba por el centro (…) la vida seguía su curso, como se dice, un curso que no llevaba a ninguna parte (…) Diríase que el país necesitaba soltar el cuerpo, apaciguar los nervios, flagelarse de repente para buscar alguna calma de índole ancestral que permitiera tragarse el humo de las montoneras y de los hornos crematorios” (199)

En esto se convirtió, desde la perspectiva de Cristián, que proyecta a su vez, la perspectiva de Fernando Alegría, Chile; imagen de un mundo trágico, que coincide a su vez con la configuración de los héroes en la novela, héroes trágicos, como Allende, y como el mismo Cristián. Al finalizar su testimonio, Cristián expresa:

“(…) la ciudad de Dios es la primera que cae, entran los bárbaros, comienza el saqueo y la gran torre se desarma sobre su lecho de piedras. Quedará gente buena y digna que hará de esas piedras un monumento, y sobre ese monumento pondrán otro y otro y de nuevo tendremos historia, tal vez no igual a la que tuvimos antes, no será de roca y de tiempo quizá, ni tampoco de cuero o de acero, pero habrá hombres y mujeres al fondo, acostados en su base y, es posible, que inmóviles, tranquilos, los muertos la hagan durar (…)” (204)

d) La cronotopía en El paso de los gansos

El cronotopo Septiembre 1973 permea la novela, los días previos y semanas posteriores al Golpe abarcan la mayoría de las páginas. El cronotopo de la novela está relacionado con la imagen de mundo revisada anteriormente, y está constituido por los hechos concretos, las especulaciones, los rumores, y la percepción de los individuos en torno a los acontecimientos que sucedían durante esos meses en que la primavera pareció no llegar. El Golpe de Estado de 1973 fue un manto negro que cubrió a muchos chilenos, eso es lo que intenta reflejar la novela a mí parecer, un manto que manchó con sangre a Chile, y que luego intentó esconder las huellas. El cronotopo lo invade todo en la novela, tanto El evangelio según Cristián, como sus capítulos previos, e incluso el prefacio; la novela se levanta y construye desde y en torno a la coyuntura ocurrida el 11 de septiembre de 1973. Por estos motivos es que no ahondaré sobre este eje de análisis en el presente apartado, puesto que considero, su estudio y profundización abarca in extenso el análisis completo de la novela. No obstante, agregaré por una parte, que para el personaje que interesa en el presente análisis, Cristián, el contexto histórico resulta fundamental, pues por medio de éste es que su vida toma un giro, giro que le permite darle sentido y entender tanto su vida, como la historia, y que le permite también, llevar a cabo su misión apostólica. Por otra parte, agregaré que el contexto histórico, político, y social al que refiere la novela, resulta ser un cimiento trascendental en el cual ésta se sustenta, y sin él, muy probablemente Fernando Alegría no habría podido crearla ni escribirla, pues la Historia, sería muy distinta, y no habría dado lugar, a novelas como ésta.

e) Cristián, la fotografía, y el mundo:

“El horror se iba convirtiendo para mí en angustia, no digo de muertes porque no las buscaba en las calles, las llevaba en el ojo, y pasaba horas con ellas en la cámara oscura (…)” p. 191

¿Cuál es la relación que Cristián tuvo con esta coyuntura histórica?, Cristián representa, en sentido estricto, el personaje arquetípico del intelectual de izquierda que lucha contra el Golpe y la dictadura. Pero hay algo más en esto, pues Cristián es un personaje que sufrió los embates de la dictadura, tanto así que fue asesinado. Con un padre conservador y derechista atrás de él, a su lado un hermano rebelde y comprometido con la causa, y de su mano una esposa comunista, Cristián recorría las calles y fotografiaba lo que veía, fotografiaba cada golpe que recibía, cada herida de Santiago. Es la fotografía la que le muestra lo cercano que él estaba, de la muerte, y la que lo hace tomar conciencia de la situación en la que se encontraba el país: “Traté de fotografiar, y en el lente vi una imagen quebrada: una cara de un joven en un instante entera y segundos después deshaciéndose como si fuera de goma y la borraran y lo que fue cara se abrió grotescamente (…) y desapareció o se confundió con el cielo rojo (…) Y entonces vi mi propio ojo desorbitado (…) goteando sangre y nada más” (167); más tarde, respecto a este golpe recibido, Cristián señala: “La imagen de esta muerte está en el lente de mi cámara, pero no empieza a decirme nada hasta que esa imagen y mi ojo aparecen juntos por primera vez, cuando empiezo a desarrollarla y en la cámara oscura me voy revelando también (…) Y de pronto, somos dos los muertos, él y yo, entonces el estupor se hace angustia y, poco a poco, vergüenza” (177). Cristián revela fotografías, revelando lo que sucede, pero con ello también, se revela a sí mismo, y su lugar en los acontecimientos. En este sentido puede decirse que la fotografía es fundamental en la novela, pues contribuye el acto de fotografiar, al develamiento tanto de lo que sucede en torno al Golpe, como de lo que sucede interiormente en el personaje de Cristián. La fotografía además, es el medio por el cual Cristián se convierte en un apóstol, en un “corresponsal de guerra” de Dios, porque a través de ella (y también de su diario) da testimonio de lo ocurrido tanto en el país, como en su propia vida: “Yo pasaba a buscar a Marcelo (…) y salíamos juntos a tomar fotos. La ciudad era, en el sol esplendoroso de la primavera, un campo abierto de hombres armados y gente aterrada (…) Estamos de pie, pero ahora de bruces contra una muerte, más de una muerte, unos gritos y unas sombras (…) pintando un testimonio inconcluso con sangre (…)” (181). Esa es la función que encierra la fotografía dentro de este capítulo de la novela, y me atrevería a decir, que dentro de la novela en general, servir de testimonio crudo y verídico, de una realidad circundante que la versión oficialista trataría de esconder, pero las fotografías de Cristián (y su hermano), la revelarían, revelándose con ello, él mismo. Cristián tenía la misión de recoger, por medio de su cámara, las ruinas en que se iba convirtiendo la ciudad, ruinas que mostraban lo sucedido, y que le permitían a él, ser testigo de ello: “(…) iba recorriendo una desgracia que aún no entendía bien pero que se me imponía con la fuerza de un desplome a mi alrededor. Eran ruinas que debía recoger en imágenes antes que se convirtieran en ideas (…)” (189); antes que algo lo limpiara todo y escondiera las huellas. Chile se había arruinado, el Golpe fue para Cristián la “invasión de cementerio que se abre de par en par y estira sus caminos y avenidas por la ciudad” (191). Sin embargo, sus ruinas estarían condenadas a desaparecer, pues la nueva historia no las requería, ya que se construiría desde nuevos cimientos, al menos esta es la visión que representa el padre de Cristián: “(…) comentó después que La Moneda jamás volvería a ser lo que fue, que con ella se terminaba una historia y ninguna reconstrucción era posible (…) el nuevo gobierno está bien en la UNCTAD, dijo, Chile es un país sin ruinas ni reliquias, el futuro pide vidrio, acero y altura” (200); visión acertada que puede entenderse como un anticipo de lo que se convertiría Chile después.

La lucha para Cristián estaba en fotografiar, esa era su arma, esa su misión. Y las fotografías que tomó forman parte de su testimonio, de su legado. En relación con este apartado, cabe por último señalar la importancia que tienen las fotografías que aparecen en la edición de la novela, 11 fotos que representan 11 escenas vividas en el Golpe de Estado, todas relacionadas entre sí por representar distintas aristas de una realidad, por ser reflejos de un mismo contexto: dos banderas flameando en las ventanas de un edificio, un grupo de personas bajo una escultura, un grupo de hombres que parecen estar en el Estadio, una marcha en donde aparece en un primer plano una mujer con su brazo derecho levantado, tres mujeres detenidas en un Estadio y atrás de ellas tres militares, un acribillamiento, tres sotos sobre el funeral de Neruda, la entrada de La Moneda bombardeada con gente a su alrededor, y una foto de un camión con militares. La novela señala que estas fotografías son las tomadas por Marcelo y Cristián, pero sin embargo, esto representa una estrategia de ficcionalización, pues algunas de estas fotografías se encuentran en el Museo de la Memoria, y otros fueron sus fotógrafos. Sin embargo, para fines novelescos, resulta conveniente y pertinente que éstas sean las fotos que haya tomado Cristián, ya que éstas adquieren un mayor peso al representar fielmente la realidad mostrada en la novela, dotándolo a él (como personaje principal cuya profesión es ser fotógrafo), y a su testimonio, de una mayor verosimilitud.

f) La memoria:

Ha quedado para el final del análisis, el eje de estudio más importante, el de la memoria, es por eso que el presente apartado tiene por fin analizar cómo la memoria se representa en El evangelio según Cristián, y cómo se manifiesta en su personaje principal, configurando y/o determinando su identidad.

El capítulo analizado corresponde al diario de Cristián, diario en donde pretende escribir sobre su vida, y lo que pasa a su alrededor. Él escribe desde un presente enunciativo, y reflexiona acerca de éste, sin embargo, vuelve hacia el pasado para encontrarle sentido y entender el hoy que vive tanto él, como Chile. En este sentido el rol de la memoria juega un papel esencial en la narración, pues Cristián escarba y desentraña sus propios recuerdos para esclarecer su presente. Dice Cristián al comenzar a escribir su diario: “Encuentro significativo que, en mi deseo de comunicarme, escriba aquí y no escriba cartas. Escribo aquí sintiendo que mis pensamientos no caen al fondo del mar” (109). Sus pensamientos caen a la página, de esta forma no mueren, pues son plasmados como un testimonio del que Cristián quiere dar cuenta. Él vuelve sobre su pasado, vuelve sobre su infancia y su adolescencia, vuelve sobre sus raíces familiares, y sobre los primeros hilos que lo unieron a Luz María, cada recuerdo respecto de estos puntos, resulta fundamental, pues trazan una línea acerca de la vida de Cristián, una línea que une su pasado y su presente, línea que permite comprender el sentido de su futuro. Los recuerdos que Cristián posee, configuran un entramado de experiencias que permiten darle sentido a su vida, al recuento que él realiza de ella en su diario, diario que contiene sus memorias:

“Más que los acontecimientos del momento que debieran llenar mi Diario, me atrae la memoria distorsionada de cosas ya lejanas en las cuales se habrá concebido la forma donde los voy recibiendo. Duelen los golpes antiguos como le duele el vacío al amputado. En esa pena que sentí alguna vez pensando en las marcas que iba dejando en mi porfiada fuga estaba ya este desgarro con que veo hoy la certeza de otra partida, más amarga ésta por obligada y por injusta” (132)

Destaco en cursiva “memoria distorsionada”, porque ésta implica la subjetividad que habita y determina los recuerdos personales, una memoria permeada por su percepción acerca de la realidad circundante; es esta memoria distorsionada la que guarda y mantiene los recuerdos para Cristián, una memoria del todo subjetiva, y por ello, no totalmente fiel a los hechos “reales”, sino a cómo éstos fueron vistos, percibidos, y vividos.

Cristián, a través de sus recuerdos, ordena y recoge hechos concernientes a su historia familiar, configurando con ello una cronología y genealogía, la cual le permite entender y situarse como hijo de una tradición terrateniente del “medio pelo”, venida a menos y conservadora a ultranza; tradición que choca y se enfrenta a sus ideales y postura respecto a la situación de su contexto presente. Narrar sus recuerdos trae consigo una reflexión en torno a éstos, en busca de su comprensión:

“(…) nuestra sobria clase media observa desde lejos la masacre y hay quienes gozan con alegría impura, la misma que les produce euforia cuando ven matar un chancho (…) Yo esperaba la gran revolución en nombre de la gran clase media chilena (…) Pero los hombres buenos se encerraron en el baño (…) Mi clase media desapareció, literalmente (…) La historia de Chile la han hecho los caballeros y los rotos. La clase media la escribe. La consolida, la acomoda (…)” (138)

En el personaje Cristián se observa una conciencia respecto al acto escritural, y a lo que implica la narración de sus recuerdos: “Debo escribir estas líneas sin odio (…) me resisto a juzgar a nadie. Se sabrán los pormenores y los recogerá la historia (…) es posible que esta vez haya historia y no país. ¿Qué será de Chile?” (145). Su memoria guarda los hechos, los captura con sus sentidos, con su vista, así como la cámara captura imágenes con su lente; su memoria abigarrada de recuerdos, busca un orden, una coherencia que permita reconstruir y representar ese pasado que conserva. Sin embargo, Cristián es consciente de la imposibilidad de recordarlo todo, de lo imposible de recordar todos los detalles de las cosas, y considera en cambio, que no es un requerimiento el recodar con minuciosidad los detalles para poder entender: “No es posible, por su puesto, recordar con precisión los detalles, ni creo que importen ya, excepto algunos, quizá, para entender qué pasó y por qué” (159). Resultan fundamentales estas palabras emitidas por el personaje Cristián, pues permiten entender el objetivo de las memorias que escribe: “entender qué pasó y por qué”, por medio de sus recuerdos, los cuales funcionan en dos grandes bloques: recuerdos personales, y recuerdos históricos; ambos marcados por la subjetividad y las relaciones aparentemente azarosas que realiza Cristián al recordar, relaciones que siempre están en función del objetivo que persigue. Cristián recuerda detalles, incluso anécdotas, su relato se construye en base a las relaciones que va estableciendo entre los grandes momentos y escenas que recuerda, y los pequeños detalles que asocia, a su vez, con sensaciones y percepciones que lo llevan a recordar otros asuntos, como quedará expuesto más adelante en relación a los recuerdos que guarda Cristián, de Luz María.

Volviendo a la consciencia que Cristián tiene respecto a su memoria y su acto escritural, cabe señalar que pese a que él quisiera mantener una distancia frente a lo narrado, no puede distanciarse, pues todo lo que narra tiene que ver con sus recuerdos, y sus recuerdos a su vez, están arraigado en lo más hondo de sus experiencias de vida, incluso los recuerdos de índole histórica, poseen esta característica para él, por lo cual, le es imposible desembarazarse y no emitir juicios críticos y valorativos acerca de la situación de Chile, y la propia, este pensamiento se observa de sobremanera cuando Cristián expresa:

“Antes de que sea tarde debo obligarme a pensar en ciertas cosas y ahondar en los motivos de este súbito infierno. No es mi intención analizar nada ni dejar en estas páginas un tratadillo de costumbres y problemas sociales, mucho menos escribir para la historia. Quiero ir a lo más descarnado y simple, duradero o no, pero verdadero; tratar de mirarme y mirar a los otros sin la criolla hipocresía que hace siempre fácil las excusas y justifica nuestras fallas. Veo y oigo a la gente y hago lo posible por mantener alguna distancia, pero es imposible. ¿Cómo no va a ser difícil si se destapó Chile como un árbol agusanado por dentro, pura corteza?” (167)

De sus palabras se infiere también, que Cristián no escribe para la historia, porque esto implicaría escribir una versión entendida como oficial, sino todo lo contrario, sus memorias son testimonio de una historia no contada, recuerdos que configuran una historia alterna respecto a la historia oficialista que la dictadura pretendería imponer. Las memorias de Cristián no relatan grandes hazañas, ni grandes procesos, sino cómo personas comunes y corrientes veían, sentían y percibían los grandes y terribles acontecimientos que ocurrían en el país, y cómo además, lidiaban día a día con ese proceso que buscaba imponer un nuevo orden, el del paso de los gansos.

En relación a Luz María, lo que Cristián realiza es la unión de un rompecabezas de recuerdos, que le permitan re-presentar y con ello re-construir su relación, enmarcarla dentro del conjunto de recuerdos que habitan en su memoria. Lo que él recuerda respecto a ella son en su mayoría escenas sueltas, escenas que va entrelazando con el hilo de su narración; los recuerdos que tiene de Luz María y de su vida con ella, irrumpen entre las reflexiones acerca de la situación del país y los recuerdos familiares. Los recuerdos sobre ella son escenas que habitan en su memoria, enredadas, sin conexión aparente, y él las re-construye y plasma en su narración, re-viviéndolas con ello, para poder dotarlas de sentido. Los recuerdos respecto a ella vienen y van, desde el pasado lejano y feliz en que eran novios y él creía que todo sería perfecto, a ese pasado más inmediato, en que ella estaba loca, y él junto a ella, se volvía loco también. Ambos segmentos de recuerdos aparecen en la memoria de Cristián como en un devenir en el cual él se inserta: “El primer ataque de Luz María ocurrió una noche en que debíamos comer fuera (…) Luz María estaba en medio de la pieza y me miraba con los ojos enrojecidos, turbios (…) La escena era absurda (…) Recordé una escena parecida, muy lejana. Mi madre postrada, histérica (…) Pero rápidamente los días vienen la mí (…) se la llevan y la internan” (151). Luego vuelve su recuerdo a la petición de matrimonio que le había hecho a Luz María, años atrás: “(…) sabía con seguridad absoluta que Luz María y yo habíamos caminado juntos ya muchos años, y que la vejez nos unía como a dos muertes” (153). Es importante destacar que en sus recuerdos sobre Luz María, Cristián recuerda también juicios de valor que su madre y la familia hacían respecto a ella y a su relación, y también el hecho de que el recuerdo de la locura de su esposa, lo asocie Cristián a la crisis de histeria que había vivido su madre cuando él era niño, y que tanto lo marcó. Estos son dos ejes de recuerdos interconectados por asociación de tipo emocional, pues Cristián en ambas situaciones se sentía desvalido y acongojado al verlas en esas crisis. Los recuerdos que Cristián tiene de los ataques de locura vividos por su esposa , dan paso al recuerdo detallado y preciso de su propia crisis, la cual marcó a Luz María, provocándole su locura: “Una tarde que volvía del trabajo tuve la sensación de que se acababa todo (…) ahogándome en un tango que yo venía armando (…) Me encontraba solo, tapando los días como huecos con cosas a las que no ponía atención (…) las noches eran ataques furiosos a Luz María (…) Después salía en camisa, a vagar (…)” (155). Con la narración de estos recuerdos, Cristián va entretejiendo relaciones entre cada uno de ellos, relaciones de causalidad, relaciones emocionales, relaciones con las que busca entender cómo ocurrieron las cosas en su vida, y busca además, intentar redimirse y remediar sus propios errores al comprenderlos y hacerse consciente de ellos, esto se infiere por ejemplo, cuando él señala:

“(…) reconstruír dentro de mí el mundo que me hicieron pedazos, reanudar el tiempo que yo había venido a comenzar en mi tierra (…) Lo que tomaba forma en mi país, desordenada y contradictoriamente, coincidió con una irresistible necesidad de hacer yo un balance propio, de examinar raíces (…) y cortárlas o reorientarlas, para descubrir (…) y decidir lo que podía y debía salvarse” (200)

Pero aún hay más, con respecto a Luz María, Cristián parece tener una doliente conciencia acerca de lo trascendental que resulta el hecho de ser capaz de entender, mediante sus recuerdos y la narración de éstos, los errores cometidos que tanto afectaron a su esposa, pero no sólo ser capaz de entender, sino de hacer algo para remediar la situación: “Debo anotar algunos trozos de conversación que conciernen a Luz María y, aún hoy, me dejan una sensación triste por no haberla entendido entonces. Entender, por supuesto, no sólo es saber, es, tiene que ser, actuar” (182); este “actuar” se relaciona con su vida y decisiones personales, pero también se relaciona, de forma importante, con actuar en la historia, en los sucesos que estaban ocurriendo.

Por último, en lo relativo al eje de la memoria, es momento de esclarecer cómo ésta configura la identidad del personaje Cristián dentro de la novela. Considero que en este personaje, a diferencia de los demás, analizados en las otras novelas de la presente investigación, la memoria opera brindándole la posibilidad a Cristián, de revelar lo que ocurre en el mundo a su alrededor, y revelarse también a sí mismo, en el proceso de la rememoración y escritura de sus recuerdos. A través de las fotografías que saca por las calles y lugares recónditos de Santiago, y a través de las experiencias que vive tanto en el ámbito personal como en el ámbito de la contingencia nacional, Cristián toma conciencia del estado en que él, y Chile, se encuentran. Esta toma de consciencia y apertura hacia una nueva perspectiva de la vida la tiene Cristián al hacer un recuento de su existencia, y este recuento sólo puede llevarlo a cabo, recordando y escribiendo sus memorias, ya que éstas son la que le permiten a su vez, poder hacer un balance de su vida, balance con el que él, puede dotar de sentido su existencia, pero también, dar cuenta de la catástrofe producida por la dictadura militar. La memoria de Cristián no configura su identidad ni determina a priori quién es, sino que da cuenta de lo que fue su vida, y la vida de Chile para él, da testimonio de las cosas más importantes que él pensó, sintió, y vivió (en su opinión, ya que es él quien rememora sobre su propia vida) en aquél período de tiempo del que da evidencia su Diario. Cristián es quien realiza la selección de los recuerdos que escribe, y los momentos que evoca están en directa relación con la importancia que él les da a aquellos, para el curso de lo que fue su vida; las rememoraciones que realiza a lo largo de la novela entrelazan sus vivencias personales con las contextuales a nivel emocional, y a nivel de las implicancias unas que pudieron haber tenido en las otras. Eso es lo que realiza Cristián al recordar, sus rememoraciones apuntan al análisis de su vida y de la situación del país, no apuntan a construirse él, por medio de sus recuerdos, en un individuo nuevo, sino por el contrario, las rememoraciones que realiza lo instalan como un individuo con una identidad compleja y comprometida, identidad que corre a la par y se entrecruza en un momento crucial, con la historia de Chile. Sus memorias son su testimonio, la forma que tenemos nosotros como lectores, y también la forma que tuvo su hermano, y posiblemente sus demás familiares, de conocerlo, de saber quién era realmente Cristián Montealegre, cuáles fueron las cosas que marcaron su existencia, qué lo atormentaba, qué recuerdos felices atesoraba, cómo veía el curso que había tomado Chile. Su Diario es la única manera que tenemos de saber que existió un hombre de veintisiete años llamado Cristián, hombre que fotografió lo que ocurría en el Santiago del Golpe de Estado, y que murió cumpliendo la misión que Dios le había encomendado. En este sentido, cabe decir que su Diario y sus memorias configuran a Cristián como un personaje con identidad, pues como señalé anteriormente, sólo por medio de sus memorias tenemos acceso a lo que fue su vida, y con ello, a los detalles no-oficiales y perspectivas alternativas acerca de los sucesos acaecidos en torno al 11 de septiembre de 1973. Por último, es importante insistir que Cristián no construye su identidad a través de sus recuerdos, sino que sus recuerdos dan cuenta de su identidad y su visión sobre las cosas y situaciones; en su memoria habitaba una maraña de recuerdos y percepciones que al momento de ser rememorados, Cristián esclarecía y dotaba de sentido en su escritura, y es éste, el mayor legado que dejó su muerte; legado que por lo demás, cabe notar, es ficcional, y no representa la vida de una persona concreta ni real, sino que representa y simboliza, la vida de un personaje literario, en este sentido, de una subjetividad, la cual era poseedora de una pseudomemoria (por el hecho de ser personaje y no persona) que contenía, a su vez, recuerdos acerca de experiencias y visiones sobre la vida y el mundo, las cuales conforman un testimonio subjetivo, ficcional, así como también, verosímil y anclado en un contexto referencial concreto, acerca de lo vivido en una época tan marcada dentro de la historia reciente de Chile, por un hombre determinado, que puede representar la alegoría de cualquier intelectual joven, de izquierda, de familia conservadora, y que participa en la coyuntura histórica de 1973.

…

De esta forma he intentado analizar, con la mayor profundidad posible, las variadas aristas que permite estudiar El paso de los gansos, centrando mi atención en los tres principales ejes propuestos: memoria, cronotopo, y fotografía. Considero imprescindible terminar el análisis de esta novela, con las palabras con las que Cristián finaliza su Diario, su Evangelio:

“Vine a juntarme conmigo mismo en una esquina llamada Chile (…) Ahora, sólo ahora, verdaderamente, veo al otro que viene a mi encuentro, acercándose despacio, un poco sin cara, pero es mi paso, es mi tristeza y es mi soledad y mi esperanza, y trae en sus manos las páginas de este diario que es preciso concluir porque la ciudad, después del toque de queda, pide más llamas, exige más fuego, mucho más conciencia, mucho menos y mucho más vida.” (204)

 

Bibliografía:

Alegría Fernando (1975) El paso de los gansos, Ediciones Puelche, Chile.

Acosta López María del Rosario (2002) La visión trágica del mundo: de la historicidad a la historia en la filosofía hegeliana de juventud Una lectura sobre el Ensayo sobre Derecho Natural de Hegel DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA DOCUMENTO N° 40. 2002 EDICIONES UNIANDES. 2002. Cf. Trina Ortiz Manuel Visión ética y Visión trágica del mundo elementos para una crítica occidental según el pensamiento de Paul Ricoeur.

Cavallari Héctor Mario Fernando alegría y la desconstrucción del fascismo p.13-21

Guerra Cunningham Lucía (1996) Historia y Memoria en la narrativa de Fernando Alegría, Revista Chilena de Literatura N° 48.

 


Notas
[1] Profundiza al respecto Guerra: “(…) el apocalipsis de la historia de Chile tiene sus resonancias en las convenciones mismas del género novelesco: su forma y disposición temporal estallan en fragmentos que desordenadamente revierten un Antes y un Después de la muerte de Salvador Allende”.

[2] Cabe señalar además en relación con esto, que la novela se inserta en la tradición de los evangelios apócrifos.

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