Los Insobornables
Novela de Adolfo Pardo
Talleres Gráficos del Mar
Santiago 1997
En la escena literaria de los noventa, Los insobornables es un caso inesperado. Desafiando las normas de la narrativa imperante, circunscrita a la ciudad, Adolfo Pardo se suelta con una historia de marineros que no conocen otro destino que la aventura y la muerte, presentada en un formato de apariencia anacrónica. Por sus características, esta obra nos devuelve al gozo de las lecturas de adolescencia y, a la vez, pone en circulación un modo de hacer novela que enriquece con su diferencia las corrientes narrativas ya existentes.
LA CUESTIÓN DEL FORMATO
Aprovechando su propia capacidad como diseñador, en esta edición de Los insobornables Adolfo Pardo reactualiza el formato y la diagramación de los folletones —papel barato, tamaño más de revista que de libro, ilustraciones en blanco y negro, impresión a tres columnas— y este gesto suyo no es gratuito. En Los insobornables el formato no es mero soporte, sino parte integral de la obra. La diagramación del libro reclama igualmente su propia lectura. La fotografía digitalizada que aparece en la portada y en la página 31 es una versión visual del Andrea —embarcación tan importante en el relato como el mítico Loncomilla— encallado en la desembocadura del río Guayas, al sur de Guayaquil, según señala la nota de la página 31. Y digo versión visual porque, al leer el texto se hace evidente que el barco de la foto no es el mismo Andrea que encalló en esa zona y dio lugar al encuentro y amistad del capitán Rubén Navarro con el Argentino. Una ficción intercalada en otra, eso es la foto del barco.
La incorporación de registros visuales al cuerpo de la novela, se cumple de varias maneras. En algún momento se trata de ilustraciones, al estilo de las novelas góticas o románticas, otras veces de fotografías o composiciones computarizadas como la imagen de la sirena —Pardo incluye el nombre de la modelo en su lista de agradecimientos—, pero siempre se trata de citas apócrifas, de imágenes recogidas en libros antiguos o álbumes anónimos, de rescate o pirateo de escenas que ahora pasan a operar como contrapunto visual del relato.
En los libros ilustrados, en general sobra el texto o sobran las ilustraciones. Aquí no. En Los insobornables, el juego con las citas visuales se produce al mismo nivel creativo que otros recursos como las notas a pie de página donde intervienen el narrador o el editor para aclarar (o complicar) algunas cosas. Mediante estos recursos Adolfo Pardo abre el relato, posibilita alejarse del mundo narrado para preguntarse por las relaciones entre documento y fábula, entre fotografía y delirio creativo.
LA TRIPULACION
Rara vez se ha visto, en mar o en tierra, una pandilla de chiflados como Los Insobornables. El capitán Rubén Navarro ha navegado los siete mares y su pata de palo es corolario de su historia de amor con la sirena. Ismael, mejor conocido como el Onanista, es un hombre de pocas palabras que prefiere andar desnudo y navega al tope del palo mayor, sin dar mayores explicaciones. El Sefardita, también apodado el Calculista, ha errado ganando y perdiendo fortunas por el mundo, escribe sobre la Cábala y acumula apuntes para la redacción de una enciclopedia titulada “Descripción del Universo y Explicación de Todas las Cosas”. El Argentino es un ajedrecista ciego que, perdido y contento en los manglares de la desembocadura del río Guayas, salva al capitán Navarro, le hace la pata de palo, viaja con él a Valparaíso, recluta al Sefardita y se embarca en el Loncomilla sin más propósito que estar cerca de sus amigos y prolongar su indolencia. Por su parte, la Generala es la Única mujer a bordo, y su aparición se produce en alta mar, cuando llega remando hasta el costado del barco montada en “una rara suerte de baúl, aguzado en los extremos como un féretro”. La dentadura de la Generala es de oro puro y según avanza el relato, se sabrá que su capacidad amorosa es parte de su carácter guerrero, al punto que no hubo ni hay tripulante del Loncomilla que no conozca su desdén o sus favores. Y por Último está Alfredo González, el marino chilote que redactará “las memorias” o “testimonio ejemplar” que constituye la novela, en la isla cementerio de ballenas donde encalla el maltrecho Loncomilla, con él como único sobreviviente. González ha hecho el viaje entre Buenos Aires y Valparaíso como tripulante del Andrea, ha permanecido en ese puerto para vivir su propia historia de amor y desencanto existencial —el capítulo 32 titulado “Valparaíso”, donde cuenta este fragmento de su vida, es un perfecto ejemplo de narración realista—, se embarca en el Loncomilla como marinero y como ya fue dicho, es el narrador que rescata del naufragio los papeles y documentos de los otros tripulantes, redacta la obra y la arroja al mar en una botella.
Ser tripulante del Loncomilla es un destino. Ser lector de Los insobornables es participar de una aventura donde se recrean temas clásicos como el amor absoluto, el anhelo de una buena muerte, el desafío a los poderes de la naturaleza, la amistad y el desencanto, la necesidad de legar un texto a la memoria de los humanos. Adolfo Pardo se apropia de la tradición romántica, se salta las torpezas pedagógicas del naturalismo y el realismo, reedita las nociones latinoamericanas de lo fabuloso y produce una novela nada común, cuya genealogía está en el mar con Herman Melville y Joseph Conrad, y en tierra con Roberto Arlt. El estilo del chilote marino. Para escribir Los insobornables, Adolfo Pardo entrega la palabra al chilote Alfredo González, y esta cesión del protagonismo narrativo es decisiva para la novela. Porque González no es escritor sino marinero, y su interés por la literatura nace a bordo del Loncomilla, después que han estado en la isla de las nativas desnudas, donde el Sefardita ha muerto de manera generosa. El barco navega prácticamente a la deriva y Alfredo González cumple con sus deberes de tripulante, juega ajedrez con el Argentino, y para no sucumbir al tedio o “como un ejercicio de libertad” comienza “a escribir al estilo de los libros que encontraba en la biblioteca o a recopiar, al pie de la letra, párrafos enteros cuando me resultaban muy interesantes”. El capitán Navarro, al enterarse de su inclinación por las letras, agrega de su cosecha unas cuantas lecciones de retórica y narratología que González incorpora sin demora a sus anotaciones. Así, la novela es un ejercicio de aprendizaje del arte de escribir. El narrador creado por Adolfo Pardo pide a menudo disculpas por sus digresiones y ocurrencias, pero lo cierto es que no puede escribir de otra manera. Y no escribe mal, en absoluto. El lenguaje de Los insobornables es una modulación bien pensada, corregida y vuelta a corregir, donde el léxico marino se combina con los arcaísmos y giros de la variante chilena del castellano. Adolfo Pardo, según explica en el prólogo, se ha reservado la modesta transcripción del original —que por cierto, para llegar a sus manos ha recorrido un largo camino— “sin agregarle ni quitarle una letra”. De este modo, muertos Los Insobornables y el memorialista, todavía hoy podemos compartir su fabulosa aventura.
Otros comentarios sobre este mismo libro, extractos:
… “El texto de «Los Insobornables» es el de una novela de aventuras apegada a la tradición, con constantes referencias alegóricas, al estilo de Melville, referidas no a la acción misma sino a variaciones sobre temas anexos, alegorías filosóficas y morales, alusiones existenciales, incursiones en lo burlesco y hasta en lo grotesco, y teniendo como constante una permanente situación de extraneidad, de extranjería, respecto al sitio de la acción y también de la reflexión”.
Eugenio Llona, poeta y escritor chileno.
… “Es sorprendente la tesitura del relato. Un trabajo de loutier, donde las palabras van ensamblando unas con otras, manteniendo la estricta coherencia de un hablante que observa y opina sobre lo observado, sin perder pie. Siempre el mismo tono, la misma cadencia de pensamiento que hace con el mismo énfasis detallados catastros de objetos, herramientas y alimentos o desgrana complejos pormenores acerca de las desconcertantes costumbres de una nación de amazonas”.
Antonio Gil, poeta y escritor chileno.
Ver Comentario completo de Antonio Gil con ocasión del lanzamiento de “Los Insobornables” el 17/12/1997
3 comentarios
Extraordinaria reseña de la notable, lúcida y original novela de Adolfo, es la que hace Ricardo Cuadros.
Tuve la suerte de conocer la tinta diluida de los manuscritos de Los Insobornables, cuando estos sobrevivientes del naufragio, secándose y llenos de retoques, literalmente tapizaban los muros de un pequeño departamento. Y Adolfo, con manos y paciencia de restautador los retocaba para regalarnos con ellos.
Estuvo en las manos y la consciencia de él, darle el nombre, la forma, y la fuerza para que barco y tripulantes volvieran a surcar el océano del tiempo.
Es de agradecer su gesto, su trabajo su obra.
Esta novela sienta las bases de la nueva literatura latinoamericana.
Excelente tu lectura, querido amigo.
Agradezco tu interés en mi trabajo.
Cariños
Adolfo Pardo