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Los Antipoemas de Parra: la expresión de un conflicto interior.

por Javier Iborra
Artículo publicado el 25/09/2002

Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse:
La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,
Menos aún la palabra dolor,
La palabra torcuato.
Sillas y mesas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes! ¡útiles de escritorio!
Lo que me llena de orgullo
Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.
(Fragmento de «Advertencia al lector»,
Poemas y Antipoemas, p. 81)

 

Estos versos forman la segunda estrofa del poema que inicia los antipoemas de la obra que en 1954 publica Parra, Poemas y antipoemas, poemario que dio lugar a un nuevo impulso de la poesía, a un paso más allá de sus límites. Entre los muchos rasgos peculiares que se atribuyen a la poesía nos interesa especialmente destacar para nuestro propósito el que Iván Carrasco llama «despersonalización y neutralización de la subjetividad», y que resume así: «presentación de objetividades, narratividad en cuanto predominio de la anécdota (el enunciado) y un sujeto infravalorado» [1] ; concluimos, por tanto, que en la antipoesía, según Carrasco, la expresión de sentimientos brilla por su ausencia en favor de la presentación de lo exterior. Además, vemos cómo el propio Parra, en el poema que transcribimos parcialmente arriba ejemplifica claramente este rasgo antipoético: no hay en sus antipoemas «dolor», esto es, expresión poética del interior, sino que hay «sillas, mesas,..», objetos cotidianos del mundo exterior. Sin embargo, analizando detalladamente Poemas y antipoemas apreciamos continuamente un dolor existencial, el cual creemos que produce sensaciones y sentimientos en el lector que van más allá de la anécdota puntual. Intentaremos justificar esta visión de la obra de Parra mediante datos concretos:

En primer lugar, consideramos que la crítica no presta excesiva atención al contexto social y político en que la poesía de la época se desarrolla; tras la segunda Guerra Mundial existe una crisis de valores tremenda en la sociedad, la cual, consciente o inconscientemente, conoce la capacidad creadora de terror del ser humano y su misma disposición a la autoaniquilación. En este clima de postguerra existe una corriente filosófica que adquiere un desarrollo enorme, el existencialismo [2] , que, como bien señala Debicki [3] , influye en la obra de Parra o Paz (Carrasco lo cita como una corriente más de la época de crisis, pero no advierte su influencia en Parra [4] ). Este fragmento de Morales describe con acierto la influencia del clima de la época en la poesía de Parra:

«A la profundidad de esta experiencia [de la modernidad] y a la invención de los instrumentos literarios que la elaboran con connotaciones catastróficas, contribuyeron sin duda los años de Parra en Estados Unidos (1943-1945) e Inglaterra (1949-1952). El acelerado ritmo del cambio tecnológico y la multiplicación de las expectativas de la vida y cultura cotidianas en dos sociedades desarrolladas, unidos a la actividad subterránea de los mecanismos de alienación, sutiles en su disfraz y reproducción, y con un poder de saturación generalizada, deben haber actuado con efectos erosionantes sobre la conciencia de un hombvre como Parra» [5]

Por otro lado, aportamos un dato que podría parecer banal o intrascendente, incluso casual, pero que a nuestro modo de ver sostiene claramente nuestra tesis en la que defendemos la expresión de un conflicto interior del ser humano (no necesariamente, aunque probablemente sí en el propio autor, como experiencia particular [6] ) en la obra Poemas y antipoemas de Parra: como sabemos, este poemario se divide en tres partes, las dos primeras formadas por poemas y la tercera por antipoemas; pues bien, mientras en las dos primeras partes la palabra alma aparece una sola vez (p. 65, y ánima en la 70), en la tercera asciende a nueve veces. Seguramente, como indica Parra, la palabra dolor no aparece en sus antipoemas, pero sí alma, y en ella y su relación con el cuerpo observaremos el dolor interior del ser humano. Es más, según nuestra tesis, esta crisis interior, desarrollada paralelamente a la exterior, se va incrementando en cantidad e intensidad conforme avanza la obra y con la palabra alma como centro neurálgico, en un crescendo que desemboca en el trágico final del poemario; por tanto, pensamos que la ordenación de los poemas responde (y no rechazamos otros criterios, pues estamos seguros de que éste no fue el único que se siguió) a una lógica según nuestro punto de vista.

La mejor manera de observar todos estos presupuestos teóricos será a través del comentario de los propios poemas y antipoemas, y, como hemos indicado, lo haremos siguiendo el orden del libro por las razones aducidas.

Antes de comenzar con el comentario de los antipoemas queremos señalar un poema situado en la primera parte del poemario, compuesto por poemas «neorrománticos y postmodernistas» como el mismo Parra los calificó [7] , y que se titula «Preguntas a la hora del té» (p. 58); en él ya observamos este desconcierto interior que se plasma claramente en los antipoemas. Avanza ya la cosificación del hombre al perder al separarse el alma del cuerpo («Este señor desvaído parece / Una figura de un museo de cera») y utiliza un recurso habitual como es la interrogación en la plasmación de la indeterminación y el desconocimiento frutos de unos valores inexistentes que provocan la duda sobre la propia relación del hombre y su creación; esa pregunta de: «¿Es superior el vaso transparente / a la mano del hombre que lo crea?” muestra claramente ese miedo humano agudizado por él mismo a través de la invención de su propia destrucción (como señalamos en relación al contexto postbélico); además, esta duda planteada aquí es respondida más adelante en el antipoema «Solo de Piano» (p. 88) cuando dice: «Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan: / no son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo»; aquí, el hombre destruye innatamente la naturaleza, la absorbe en un proceso de autodestrucción que Parra describirá gráficamente en sus ecopoemas. Este poema «Preguntas a la hora del té», con versos como «Se respira una atmósfera cansada / De ceniza, de humo, de tristeza» finaliza con «Todo envuelto en una especie de niebla», donde claramente se especifica la confusión, tanto interior como exterior, del hombre y la sociedad que vivía Parra cuando redactó este poemario.

Comentado este poema con múltiples rasgos del antipoema podemos acercarnos ya al estudio de los antipoemas. El primer antipoema que nos interesa (tras haber indicado ya las peculiaridades de la «Advertencia al lector» que abre esta tercera parte) es «Paisaje» (p. 84); en él encontramos una consecuencia primaria (por no decir que la principal) de la crisis axiológica que sufre el hombre: el distanciamiento entre hombre y naturaleza. Parra nos presenta a través de un recurso habitual en él como es el uso de una titulación extraída de la poesía convencional (también lo hace en «Oda a unas palomas» (p. 76) o «Madrigal» (p. 87)), la terrible enajenación que sufre el ser humano, y que encuentra en la naturaleza un ser extraño, alejado, sin nada que compartir. La comparación entre la «pierna humana que cuelga de la luna» y «árbol que crece para abajo» comporta una imagen de distanciamiento del hombre de su propio ser, como si creciera para abajo en un proceso desnaturalizador y enajenante. Carrasco acierta al señalar que este poema «puede entenderse como un intento de degradación del venerable tópico del locus amoenus» [8] , pero nosotros intuímos una intención más allá de la simple oposición al tópico literario, una necesidad de expresar un sentimiento, eso sí, mediante un estilo y unos recursos nada convencionales, y a los que la crítica ha dedicado numerosos trabajos; por tanto, esta imagen de la pierna colgada de la luna, en penumbra («Iluminada apenas por el rayo») y distanciada por completo de la naturaleza, de la Tierra, es un símbolo nítido a la vez que estremecedor (y creemos que Parra posee la virtud de estremecer mediante la llamada “estética de lo feo”) de un tema, por otro lado tradicional en la poesía universal, de la relación hombre-naturaleza.

Este antipoema enlaza temáticamente a la perfección con «Solo de Piano», sin embargo, nos interesa comentar brevemente el titulado «Cartas a una desconocida» (p. 85) con el fin de demostrar nuestra teoría sobre el crescendo de dolor que percibimos en los antipoemas. Es en este antipoema donde aparece por primera vez el término «alma», aunque no ejerce aquí el papel que más adelante veremos, pues aparece como elemento metonímico de los dos amantes que aparecen en el poema. En nuestra opinión, este antipoema posee múltiples características de la poesía convencional a la que se opone Parra, y, si decíamos que «Preguntas a la hora del té» tenía numerosos rasgos antipoemáticos, este poema podría fácilmente formar parte de la primera parte de Poemas y antipoemas. En cuanto al tratamiento del elemento «alma» hemos de señalar que, mientras aquí su función es puramente retórica, en los siguientes antipoemas su labor será la de dibujar gráficamente un conflicto interior humano, y ya no será parte de comparaciones entre amantes, sino de expresión de necesidades ontológicas profundas.

En «Solo de Piano», como bien observa Sucre, se vuelve al tema de la relación del hombre y la naturaleza [9] . La enajenación del hombre es palpable desde el primer verso: «Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia»; a partir de aquí se precipitan una serie de versos de estructura repetitiva y redundante (mediante, sobre todo, los versos que comienzan con «Ya que…») que ahondan más en la brecha, hurgando en la herida en busca de respuestas a la vez que haciéndola más profunda. En este caso, la crisis de valores no la conforman una serie de dudas, un desconcierto, sino un conocimiento de la pérdida del control moral que lleva a la ruptura de los procesos naturales y a la propia desnaturalización de lo natural, y así, «…los árboles no son sino muebles que se agitan» y «…nosotros mismos no somos más que seres», no nos distinguimos de los demás seres, pues hemos perdido los valores que nos caracterizan como seres humanos. Ante este «…rompecabezas que es preciso resolver antes de morir», el autor no encuentra soluciones válidas, y a este respecto son significativos los dos últimos versos: «Yo quiero hacer un ruido con los pies / Y quiero que mi alma encuentre su cuerpo». El único modo de buscar remedio a la enajenación sufrida es el pataleo, el llamar la atención sobre el problema, sin saber si por ser más conscientes todos la crisis será superada antes. Por otro lado, el verso final desvela la enajenación interior, el alma debe encontrar su cuerpo, pues está perdida; ésta parece ser la solución propuesta por Nicanor Parra, alejado de una concepción idealista-platónica del alma [10] , cree que la unión de alma y cuerpo es la solución al conflicto, pero… ¿cómo conseguir esta unión?.

El antipoema «El peregrino» (p. 89) nos presenta, mediante una parodia de tono bufonesco y trovadoresco, otro problema en la relación alma-cuerpo. En este caso es la corrupción del cuerpo, causante del desequilibrio interior del ser humano, y Parra lo expone así en esta estrofa:

«¡Atención, señoras y señores! ¡un momento de atención!
Un alma que ha estado embotellada durante años
En una especie de abismo sexual e intelectual
Alimentándose escasamente por la nariz
Desea hacerse escuchar por ustedes.»

El cuerpo como «abismo» como recipiente sin fondo donde el alma está «embotellada», y que, al no encontrar su relación natural con el cuerpo que la integra tiende a distanciarse y huir de él, como veíamos en «Solo de piano». El verso que dice «»Pero yo soy un niño que llama a su madre detrás de las rocas» representa fielmente la situación caótica del hombre de la época: el niño (elemento antonomásico de la indefensión) pide ayuda escondido tras las rocas (pues no sabe cómo actuar ante las agresiones externas) a la madre, que simbolizaría la respuesta, la solución al conflicto, y que Parra hasta el momento no nos la ha ofrecido. El verso final de «El peregrino» es, en nuestra opinión, una traslación al ambito de la naturaleza del verso que cierra «Solo de piano»: «Un árbol que pide a gritos se le cubra de hojas», esto es, el alma que pide encontrar su cuerpo.

En «Palabras a Tomás Lago» (p. 92), Parra consigue describir con patetismo lo que es el cuerpo sin el alma, irradiando sus versos un dolor extremo, una tristeza colosal. Dice Parra a su amigo Tomás Lago: «Me refiero a una sombra / A ese trozo de ser que tú arrastras / Como a una bestia a quien hay que dar de comer y beber». El «trozo de ser» al que le falta el alma para ser completo, el «abismo», la oquedad del hombre, dan lugar al dolor universal, al spleen, presente en cada época crítica del ser humano y expresado en los, quizá, versos más conmovedores del poemario de Parra, dirigidos a Tomás Lago tras recordar sus vivencias juntos:

¡Qué triste ha sido todo esto¡
¡Qué triste¡, pero ¡qué alegre a la vez!
¡Qué edificante espectáculo hemos dado nosotros
Con nuestras llagas, con nuestros dolores!
A todo lo cual vino a sumarse un afán,
Un temor,
Vinieron a sumarse miles de pequeños dolores,
¡Vino a sumarse, en fin, un dolor más profundo y
más agudo!

En «Recuerdos de juventud» (p. 94), Parra, en ese intento por exteriorizar lo más realmente posible el desequilibrio interior del hombre de su época traza una imagen muy sugestiva para este fin, comenzando el poema con la narración del caminar de un hombre a través de la sociedad, y revelando la desorinetación del hombre ante una nueva sociedad donde los valores no significan nada y el materialisno lo colma todo. Ese cuerpo andante «con el alma en un hilo», que choca contra todo: con los árboles, que curiosamente no forman bosques, pues estos están formados de «sillas y mesas», recogiendo la imagen vertida en «Solo de piano» e insistiendo en esta misma significación de alejamiento del hombre de la naturaleza a través de su propia destrucción; con los mendigos, frutos de una sociedad ciega ante su propia degeneración. La gente se ríe de este cuerpo enajenado sin saber que todos vamos dando tumbos de un lado a otro, sin dirección ninguna, pues no poseemos guía que nos oriente. La diferencia entre la consciencia y la inconsciencia de esta crisis, tanto interior como social, está en el acto de pensar: quienes no piensan y se dejan arrastrar «como algas movidas por las olas» no sufren el dolor ante la impotencia de no poder equilibrar el caos que es la vida, mientras que los que piensan y reflexionan (y ya le dice Parra a Tomás Lago: «es justo pensar») son los que de verdad son objeto de los azotes del desconcierto vital.

Otro aspecto importante de este antipoema es el diferente tratamiento que el poeta otorga al alma y al cuerpo. Los sujetos que pueblan estos antipoemas (a menudo expresados a través del «yo») son en su mayoría cuerpos sin alma, cuerpos corruptos sobre los que se vierten todo tipo de calificativos que inciden en su impureza, su descontrol y su incoherencia; sin embargo, como vemos, el alma siempre es vestida de fragilidad, de inocencia y virginidad, «Pidiendo socorro, pidiendo un poco de ternura;». Extraemos de esto la conclusión de que es el cuerpo el culpable de que la unión alma-cuerpo no tenga lugar, y no al revés.

El hecho al que aludíamos anteriormente sobre la importancia del pensamiento en la crisis de la época plasmada en este poemario se encuentra desarrollado con mayor amplitud en el antipoema «La trampa» (p. 103). En los versos que dicen: «Procurando evitar esos pensamientos atrabiliarios / Que se pegan como pólipos al alma humano» percibimos la contradicción angustiosa que provoca el creer en el pensamiento y la reflexión como salidas a la crisis, y, a su vez, la intensificación de la vivencia y aprehensión de ésta a través del propio pensamiento. Ante esta dicotomía, Parra parece decidirse por un escape de tipo idealista «Que consiste en violentarse a sí mismo y soñar lo que se desea / en promover escenas preparadas de antemano con participación del más allá». Sin embargo, ni siquiera este recurso escapista consigue evadir la caldera que bulle en el interior del ser humano y que afecta incluso a la idea más alejada y paradisíaca. Si con este «método onírico» el alma era apartada del fuego interior, ésta finalmente desciende una vez más al infierno del cuerpo corrupto, deseando la huida hacia ninguna parte («Como un globo que se desinfla mi alma perdía altura, / El instinto de conservación dejaba de funcionar»).

«Los vicios del mundo moderno» (p. 106) es un antipoema explícito ya desde su propio título; en él nos damos cuenta de la importancia fundamental que el mundo y sus elementos tienen en el alma del poeta (una vez más, aparece ese paralelismo interior-exterior que defendemos). Como bien señala Schopf, en este poema, «debajo de los controles y conocimientos parciales del antipoeta […] se manifiesta el más profundo desamparo y desconcierto» [11] . El poema es en gran parte una enumeración de los vicios del mundo en que vive Parra, un mundo compuesto de «flores artificiales / Que se cultivan en unas campanas de vidrio parecidas a la muerte» (y traza perfectamente en esta antítesis una ecuación conmovedora y lógica: naturaleza destruida = muerte). El nihilismo que hemos apreciado intermitentemente en los anteriores versos aparece aquí cuando afirma el poeta, tras la exposición de los numerosos vicios del mundo y la feroz crítica a todo el sistema establecido, en todas sus ramas, política, social, literaria, etc., que «Sin embargo, el mundo siempre ha sido así», una afirmación demoladora, triste y desesperanzadora, resignada a vivir por siempre en una «cloaca». Si anteriormente Parra dejaba traslucir algún signo de la recuperación moral de individuo y sociedad, aquí, en ese acrecentamiento del dolor espiritual que lo inunda y puebla todo, difumina cualquier tipo de expectativa a una posible salida al conflicto; «La suerte está echada», y sólo somos sujetos pasivos ante un entorno que nos despedaza, que nos guía hacia la muerte, nuestro único fin en la vida. La influencia del nihilismo en Parra es ya substancial en este poema, y fue el propio autor quien destacó la influencia de Nietzsche en él, calificando al modo de hacer filosofía del alemán como de «ontología hermenéutica o sea antifilosofía» [12] .

El «Soliloquio del individuo» (p. 113) supone la culminación de la expresión del conflicto interior y exterior que sufre el ser humano, de la búsqueda de respuestas a la crisis, y de los propios antipoemas. Este antipoema es una especie de recorrido por la historia del hombre y del mundo, por su evolución e interrelaciones entre ambos, destacándose el poder enjenador que el desarrollo descontrolado de la industrialización ha provocado en el mundo. Este recorrido finaliza en una reflexión sobre el qué somos y cómo podemos reconstruir todo lo que hemos destruido:

«Mejor es tal vez que vuelva a ese valle,
A esa roca que me sirvió de hogar,
Y empiece a grabar de nuevo,
De atrás para adelante grabar
El mundo al revés.
Pero no: la vida no tiene sentido»

Al final de la obra Parra apunta por primera vez una solución al conflicto, un remedio a la enfermedad humana, consistente en volver al inicio de la Humanidad y empezar desde cero, pero, una vez más, la realidad derrumba cualquier posibilidad, el nihilismo lo cubre todo, es imposible e inútil hacer nada, estamos predestinados a la Nada: «la vida no tiene sentido».

Esta es la consumación y conclusión de Parra ante el problema del mundo: sólo podemos estar ahí y dejarnos abofetear con indiferencia, esperando que llegue la hora de la Nada.

Antes de finalizar queremos destacar un rasgo más de la antipoesía, que, si bien ha sido destacado por gran parte de la crítica, normalmente lo ha sido en contraposición al discurso poético convencional. Hablamos del fragmentarismo. En nuestra opinión, este rasgo es originado directamente del estado del mundo en que vivimos, es decir, si «la vida no tiene sentido» si el mundo está formado por «flores artificiales» y cuerpos sin alma y «cada cosa cuenta por sí misma y no se integra en forma coherente y con suficiente intensidad con las restantes» [13] , entonces su expresión literaria debe ser individual, donde cada verso exprese algo, pero no tenga por qué relacionarse con el anterior, pues la literatura es vida, y la vida es incoherencia.

En conclusión, mediante esta visión personal de Poemas y antipoemas de Parra hemos tratado de aportar una serie de características referidas al contenido de la antipoesía que tienden a ser minusvaloradas en favor de las estilísticas o formales, y que giran en torno a la relación del hombre y el mundo, especialmente compleja y conflictiva en la obra y la época de Parra.

BIBLIOGRAFÍA
La edición de la obra estudiada es: PARRA, Nicanor, Poemas y antipoemas, ed. de René de Costa, Madrid, Cátedra, 1988.
CARRASCO M., Iván, Nicanor Parra: la escritura antipoética, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1990.
CARRASCO, Iván, Para leer a Nicanor Parra, Santiago de Chile, Universidad Nacional Andrés Bello, 1999.
DEBICKI, Andrew P., Poetas hispanoamericanos contemporáneos, Madrid, Gredos, 1976.
FERRATER MORA, José, Diccionario de filosofía, I y II, Madrid, Alianza, 1979
JOFRÉ, Manuel, «Poeta Nicanor entrevista a Parra Antipoeta», (www.nicanorparra.uchile.cl/entrevistas/poetanicanor.html)
MONTES, Hugo y RODRÍGUEZ, Mario, «Nicanor Parra y la poesía de lo cotidiano», (www.nicanorparra.uchile.cl/estudios/cotidiano1.html)
MORALES T., Leónidas «Poemas y antipoemas», (www.nicanorparra.uchile.cl/estudios/poemasyantipoemas.html)
ORTEGA, Julio, «Voces de Nicanor Parra», (www.nicanorparra.uchile.cl/prensa/voces.html)
SCHOPF, Federico, Del vanguardismo a la antipoesía, (www.nicanorparra.uchile.cl/estudios/vanguardismo1.html)
SUCRE, Guillermo, La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana, México, FCE, 1975.
[1] CARRASCO M., Iván, Nicanor Parra: la escritura antipoética, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1990, p. 84.
[2] En 1943, Sartre, su más afamado difusor, publica El Ser y la Nada, y en 1946 difunde el término en su ensayo El existencialismo es un humanismo. La influencia de Sartre en Parra es reconocida por Schopf en su libro Del vanguardismo a la antipoesía.
[3] DEBICKI, Andrew P., Poetas hispanoamericanos contemporáneos. Punto de vista, perspectiva, experiencia, Madrid, Gredos, 1976, p. 159.
[4] CARRASCO M., Iván, op. cit., p. 118.
[5] MORALES, Leónidas, “Poemas y antipoemas”, (www.nicanorparra.uchile.cl/estudios/poemasyantipoemas.html)
[6] Ante una supuesta interpretación del antipoema como expresión del yo del poeta (al modo de la poesía convencional) seguramente se nos remitiría al rasgo de la pluralidad de voces que muestra la antipoesía (vid., por ejemplo, ORTEGA, Julio, «Voces de Nicanor Parra» , (www.nicanorparra.uchile/prensa/voces.html)). No discutimos este rasgo, pero pensamos que en esta diversidad de yoes aparece, sin duda y a menudo, el yo poético tradicional.
[7] MORALES, Leónidas, La poesía de Nicanor Parra, p. 199, en COSTA, René de, «Para una poética de la (anti) poesía», en PARRA, Nicanor, Poemas y antipoemas, Madrid, Cátedra, 1988, p. 18
[8] CARRASCO, Iván, Para leer a Nicanor Parra, Santiago de Chile, Universidad Nacional Andrés Bello, 1999, p. 151
[9] Además, Sucre indica en su ensayo «El antiverbo y la verba» que en Parra «el mundo se ha convertido «en una especie de jalea», que, si no suscita lo que Sartre ha llamado «la náusea», está muy cerca de hacerlo». SUCRE, Guillermo, La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana, México, FCE, 1975, p. 265.
[10] pitagorismo y el platonismo entendían que la aspiración del alma era liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino, y que el cuerpo era una cárcel para el alma; por otro lado, para San Agustín, alma y cuerpo forman un conjunctum y ambos son necesarios para el hombre. Parece claro que el concepto de «alma» de Parra sigue al de San Agustín, cuya influencia en la filosofía existencialista es conocida. Como vemos, la relación que establecemos entre Parra-existencialismo-San Agustín no es para nada gratuita. FERRATER MORA, José, Diccionario de Filosofía, I, Madrid, Alianza, 1979, pp. 103 y 105. Para la influencia de San Agustín en el existencialismo, vid. MOUNIER, Emmanuel, Introduction auz existentialismes, citado y resumido en FERRATER MORA, José, op.cit., II, p. 1089.
[11] SCHOPF, Federico, Del vanguardismo a la antipoesía, (www.nicanorparra.uchile.cl/estudios/vanguardismo1.html)
[12] JOFRE, Manuel, «Poeta Nicanor entrevista a Parra antipoeta», (www.nicanorparra.uchile.cl/entrevistas/poetanicanor.html)
[13] MONTES, Hugo y RODRÍGUEZ, Mario, «Nicanor Parra y la poesía de lo cotidiano», (www.nicanorparra.uchile.cl/estudios/cotidiano1.html)

 

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Un comentario

SECO!

Por braulioh el día 20/10/2013 a las 19:10. Responder #

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