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Memorias de una ladrona, libro de Gina Aguad, editorial Cuarto Propio, 2024

por Edmundo Moure
Artículo publicado el 30/10/2025

GINA-AGUADLos cuentos de Gina Aguad despliegan una notable variedad temática, que va desde lo histórico-literario: «Memorias de una ladrona», cuento que otorga el título genérico de este notable libro integrado por diecinueve cuentos, hasta lo íntimo y doméstico: «Los labios de María». El argumento se construye muchas veces desde lo sensorial y lo evocativo, más que desde una trama convencional, revelando la condición poética de la autora.

En varios de los textos incluidos en este volumen, el conflicto aparece como una pregunta filosófica o existencial y no como un hecho concreto; no hay, en Gina Aguad, una intencionalidad ideológica manifiesta como parece ser uso común en la narrativa chilena contemporánea. Hay, por el contrario, una voluntad estética, una clara intención y voluntad lingüística por desdibujar los límites entre realidad y ficción, y una estrategia narrativa que aborda la literatura y la memoria como escenarios simbólicos donde ocurren los acontecimientos verdaderos y entrañables. Así, la historia de “Malva Marina”, donde el lector avisado advierte la referencia lírica con la niña de vida triste y fugaz que fue Malva Marina Reyes Haagenar, hija infortunada de nuestro poeta, Premio Nobel de Literatura 1971, Pablo Neruda.

Los personajes de estos cuentos, tanto femeninos como masculinos, están delineados con profundidad psicológica. Las mujeres, en particular, destacan por su fuerza interior, su melancolía o su lucidez frente a la pérdida, la maternidad o el poder, inmersas en una desolación que sólo es posible superar desde la creación artística, sus luces y su servidumbre. Algunos personajes están construidos a partir de la voz narrativa íntima, casi confesional; otros, desde la distancia y la observación de una realidad que trasciende lo cotidiano y sus apremios de subsistencia. Hay otros planos, que la poeta -en este caso- vislumbra y enaltece en la atmósfera sugerente de sus narraciones.

En cuentos como «La hija del Cura» o «Malva Marina», los personajes femeninos cargan la historia con una potencia emocional que desborda la acción. Hay, asimismo, personajes secundarios memorables, como Hans, en «Los labios de María», Caliche, en «Las Cruces», el loco de la plaza, la joven en silla de ruedas… todos dejan una huella indeleble y son vívidos y perdurable como un crepúsculo o un amanecer que se retienen en la memoria. En el primero que en este párrafo citamos, late la historia de una gran poeta a la que Gina Aguad admira y ama, como a otros autores a quienes ha “robado” su potencia creadora y su lírica intemporal; nos referimos a Rosalía de Castro, la creadora gallega y precursora poética del siglo XIX, cuyo influjo alcanzó a escritoras de la talla de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbouru y Alfonsina Storni.

La tensión de esta singular y sobresaliente narrativa, no siempre radica en un conflicto externo, sino que muchas veces se aloja en la incertidumbre, la espera, la evocación o el delirio. La autora maneja con maestría la construcción de atmósferas densas, oníricas o poéticas que sostienen la lectura incluso en la aparente quietud. En «La Hija del Cura», la tensión se construye desde la obsesión investigativa y la revelación final. En «La Prueba», la tensión estalla en un giro inesperado. En «El Loco», la inquietud va creciendo de modo sutil y desconcertante. En todos los casos, Gina Aguad sostiene el suspenso sin recurrir a efectismos, sino desde una sensibilidad narrativa profunda y veraz.

Los desenlaces no buscan la clausura total o el cierre de la historia como un telón que cae. Más bien, proponen un eco emocional o simbólico cuyas posibilidades de remate se abren en múltiples abanicos, dejando al lector o lectora, la posibilidad, lúdica o dramática, de buscar su propia definición. Pueden ser sorpresivos («La Prueba»), enigmáticos («El Loco», «Testigo»), circulares («Memorias de una ladrona»), o abiertos («Los labios de María», «Malva Marina»). En muchos casos, el desenlace no es la resolución del conflicto sino la apertura de un nuevo plano: la revelación, la confesión o el silencio como forma de término. El efecto logrado es poderoso, invitando a la reflexión y a la relectura.

Uno de los grandes méritos de estos cuentos es su lenguaje. Hay una prosa cargada de musicalidad, ritmo y lirismo, incluso cuando el contenido es trágico, cotidiano o violento. Gina Aguad escribe con una voz propia, reconocible, que navega entre la poesía, el ensayo filosófico y el relato ficcional, sin perder precisión ni belleza. Las imágenes están cuidadosamente construidas, los diálogos, medidos y las descripciones imbrican lo emocional con lo sensorial. La intertextualidad —particularmente con figuras como Villon, Rousseau, Montaigne o Rosalía de Castro— aporta elementos y ámbitos de profundidad sin entorpecer la experiencia lectora.

Los cuentos reunidos en este volumen de título desafiante: Memorias de una Ladrona, forman un universo literario sólido, coherente y subyugador. Hay una mirada madura que atraviesa las historias, una reflexión sobre la muerte, el desarraigo, la marginalidad, el arte, la maternidad, la locura y la memoria. No hay relato menor. Todos los cuentos parecen haber sido escritos con una necesidad vital, no por artificio literario. A través de una prosa que dialoga con lo poético, Gina Aguad transforma lo íntimo en universal, lo cotidiano en simbólico, lo narrativo en contemplación. Leer estos cuentos es habitar una escritura que no teme a la profundidad, ni a la belleza, ni al dolor.

Edmundo Moure
Artículo publicado el 30/10/2025

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