EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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“La colección” y “Pequebú”, relatos sangrientos para un Uruguay doliente.

por Luis Quintana Tejera
Artículo publicado el 09/11/2010

Introducción
Cuando en 1973 Uruguay se conmueve con el golpe militar parece que está repitiendo la historia de Argentina, cual modelo incompleto de aquel gigante que tenía a un lado de su frontera. Y esta dictadura que termina en 1985 permite el reinicio de la discutida democracia con un presidente que había combatido a la dictadura desde sus inicios: Julio María Sanguinetti, pero que no dejaba de ser un representante de los gastados partidos tradicionales que tanto mal le habían hecho a Uruguay.

En el período que anunciaba a la dictadura militar Benedetti escribe un significativo volumen que llevará por título  —mediante premeditado oxímoron— Con y sin nostalgia (1977). En él denuncia la persecución política y la lucha armada de la oposición que con relativa fuerza se estaba expresando.

Cualesquiera de los dos cuentos escogidos para este análisis: “La colección” y “Pequebú” revelan no sólo el excelente estilo de su narrador, sino también el punzante tema de la persecución política, la degradación y el oprobio de quienes tienen que vivir aislados en sus respectivos reductos de terror. Porque Benedetti a través de su narrador revela esta horripilante faceta del temor constante en que muchas personas se vieron obligadas a padecer durante este largo período.

Análisis de “La colección”
El título
Con el título de este relato se alude a un tema aparentemente inocente como puede ser el de poseer una colección de algo; pero cuando nos enteramos de qué se trata realmente se yergue la realidad con toda su carga de violencia. Esas armas que están guardadas en un lugar desconocido representan, a doble punta de lanza, el terrorismo pasado de los militares que en algún momento las usaron y el derramamiento de sangre por parte de quienes en un futuro las utilizarán también. El dueño de casa las esconde con celo, porque no sólo sabe que en cualquier momento pueden ser útiles, sino porque también representan para él su triste profesión; ellas llevan implícitas una carga de violencia y terror inherente a este tipo de objetos. Por su parte, los rebeldes buscarán con empeño, porque el hallarlas representa una nueva posibilidad para su causa de alcanzar mejores logros en las acciones que se han propuesto llevar a cabo.

Pero sean las situaciones de un modo u otro, el resultado es el mismo: personas muertas, lugares devastados, llanto derramado ante la injusticia. Militares y rebeldes son polos contrarios que se atraen. La violencia los identifica a la cual usan como pretexto para sus acciones destructoras.

Desarrollo del relato
“La colección” se caracteriza por un planteamiento que sugiere, más que lo que dice. Los rebeldes en casa del militar ausente buscando la colección de armas se encuentran con los hijos del susodicho y ante la negativa de ellos a indicar el lugar en donde se halla la colección deciden esperar con cierta incertidumbre hasta que alguien les diga la verdad.

El cuento está constituido por un extenso diálogo entre los revolucionarios y los hijos del dueño de casa. Las dos primeras palabras que el Flaco pronuncia son “—Tranquilo, tranquilo” (Benedetti, 1970: 27). La situación de violencia que viven en ese momento los implicados en el asalto contrasta abiertamente con estos términos y, por consiguiente, aparte de que el relato se inicia in medias res (a mitad de la materia narrativa) comienza también con una manifestación de esa misma violencia que, al menos al principio, no sabemos en qué puede llegar a desembocar. Nadie está realmente “tranquilo” ni los que viven en casa ni los que llegan a cumplir con la misión que les han encomendado. De este modo, la violencia vuelve a adquirir un doble matiz      —como lo señalábamos en la primera parte— en donde ni los amenazados ni los amenazadores pueden estar realmente en paz.

El relato es lineal y no ofrece mayores alternativas en cuanto a la materia narrada. Son seis personajes: cuatro revolucionarios, tres hombres y una mujer —el Flaco, el Rubio, El Pecoso y la Negra— y tres habitantes de la casa —Alberto Joaquín y Miriam, la adolescente paralítica—.

La diferencia de fuerzas entre un bando y el otro es notable: en la casa son dos niños de doce y nueve años y una incapacitada. Los rebeldes llegan haciendo cierta ostentación de violencia, pero luego se vuelven parcialmente pacíficos y dispuestos a esperar hasta alcanzar su objetivo.

Aparentemente los ausentes —los padres de los niños— son los únicos que hubieran podido entregar las armas, pero no están y han dejado solos a sus hijos hasta el día de mañana en que regresarán.

Este hecho, desde el punto de vista crítico, autoriza por lo menos dos lecturas: en primer lugar, la que sugieren con ironía los invasores de la casa que hace referencia a que los dejan solos porque desean pasarla bien, sin niños que los molesten, lo cual aludiría a una marcada despreocupación de los padres y señalaría la poca importancia que para ellos tienen los jóvenes; en segundo término, queda resaltado el hecho de que esos progenitores no tienen razón alguna para preocuparse y consideran que sus hijos quedan seguros en el departamento a pesar de estar solos; mediante este segundo aspecto resulta subrayado el dominio que los militares tenían en cuanto al tema de la seguridad y la falsa percepción de que los tupamaros podían desestabilizar y matar en cualquier momento. Es cierto que en este caso los rebeldes han llegado hasta su propia residencia, pero resulta un hecho casual que escapó al control general.

Sea de un modo u otro, lo cierto es que los revolucionarios buscan minuciosamente en el recinto el escondite de las armas, pero tal búsqueda la llevan a cabo sin éxito.

En el contexto de los diálogos que se expresan en el desarrollo del cuento, el narrador ha conseguido transmitir el idiolecto de los personajes de una forma acertada; al mismo tiempo, los temas fluctúan de lo intrascendente a lo medianamente serio.

En el idiolecto se advierte el voseo de los personajes característico de los capitalinos montevideanos: “—Vos tampoco sabés nada?” (Benedetti, 1970: 29).

También se observa la acentuación aguda de algunos verbos conjugados como por ejemplo: “—Sin embargo, a mí me parece que tenés que saber algo”. También dice: “—Claro, como estás así, pensás que te vamos a tener lástima” (Benedetti, 1970: 29).

Estas formas coloquiales son típicas de Benedetti tanto en su narrativa como en su poesía lírica.

En cuanto a los temas, casi todos ellos están planteados en términos que van de lo serio a lo cotidiano. La búsqueda de la colección por toda la vivienda es el más importante de los aspectos desarrollados en el cuento, sobre todo por el desenlace que ésta presenta y que comentaremos infra.

Además aparecen los siguientes temas permeados todos ellos de la realidad que se vivía en aquellos momentos:

1. El fútbol y sus implicaciones conceptuales para la época.
Una plática casual entre el Flaco y el pequeño Alberto los lleva al tema del fútbol. Alberto sueña con ser golero de Nacional y expresa su apoyo al equipo tricolor. El tema es intrascendente si lo vemos desde el exterior meramente; pero para un uruguayo es muy importante su equipo, tanto que en la primera novela de Benedetti Quién de nosotros,Miguel, un personaje que ha decidido suicidarse se pregunta por qué ha escogido el lunes para hacerlo y llega a la conclusión —“estúpida” como lo señala el propio personaje— de que así lo razonó para no perderse la asistencia al estadio el domingo. Quien interprete esto último como una simple ironía no conoce a fondo la idiosincrasia del uruguayo.

En el caso analizado, el tema resulta desviado hacia otro terreno cuando el Flaco sostiene que antes era de Nacional; al ser interrogado por Alberto acerca de si milita ahora en el equipo contrario —Peñarol—, el revolucionario deja constancia implícita de que en la vida hay cosas mucho más importantes que el fútbol, como lo es, en este caso, su lucha por los ideales de la patria. Por lo tanto, no se ha cambiado de equipo; ha madurado y han cambiado sus “ideales”. Digámoslo así entre comillas, porque esta madurez no les llega a todos los seres humanos y hay adultos y mayores que se dejarían matar por la causa superficial del fútbol.

2. El Flaco insiste en que Miriam debe de saber algo sobre la colección. El Flaco y Miriam son dos personajes aparentemente opuestos que poco a poco, casi de modo silencioso, se van aproximando espiritualmente hasta llegar a leer en la conclusión del relato que hay algo que los identifica, más allá de las diferencias que existen entre ellos.

En este diálogo se enfocan dos motivos a cargo de cada uno de los personajes: el Flaco encara el asunto del altruismo y la misericordia hacia los seres que no lo tienen todo; Miriam dice estar harta de la compasión de los demás y quisiera no ver en tantos rostros esa mirada equívoca que quiere transmitir cariño y solidaridad y sólo deja traslucir una intensa lástima por el otro. El mundo parece dividido entre las llamadas personas normales y las discapacitadas; por el hecho de pertenecer a estas últimas la muchacha no se cree dueña de privilegios especiales y, menos aún, desea despertar en los demás esos equívocos sentimientos de apoyo y solidaridad que no son auténticos.

3. El Flaco le pregunta a Joaquín ¿Sabés cuántas piezas tiene la colección? Y el niño responde más que por lo que ha visto, por lo que oído de su madre acerca de la colección de armas, que son un montón. Interrogado acerca de qué entiende por la expresión “un montón” responde que serán más de mil. El Flaco le da poca importancia a esta inocente aproximación numérica que efectúa el pequeño y deriva el tema hacia otro aspecto complementario del anterior; esto es, hacia el hecho de querer saber si le gustan o no. Y el niño responde: “Me gustan las de la televisión” (Benedetti, 1970: 30). La  honesta apreciación del infante nos conduce a diferenciar entre la realidad que puede llegar a ser muy cruel y devastadora y la ficción que sólo lastima en la medida en que nuestra imaginación se deje derrotar por ella. En este caso, Joaquín prefiere a la ficción, porque teme que la realidad pueda dañarlo duramente.

El Flaco comienza a revisar la enorme biblioteca en busca de algún escondite o de algún indicio. Es en este momento en que formula la clásica pregunta que corresponde a quienes están un poco alejados del mundo intelectual de los demás: “— ¿Leyó tu viejo todos estos libros?” (Benedetti, 1970: 31). Más adelante preguntará algo semejante en relación con las armas cuando le dirá a la paralítica si las armas son decoración igual que los libros. Posiblemente sin premeditarlo siquiera, el narrador deja escapar una comparación implícita que tiene mucho de quijotesca, de cervantina: armas y libros; don Quijote tenía las armas de adorno y los libros para su uso inmediato; al cambiar sus intereses las armas serán de uso y los libros quedarán perdidos en el recuerdo. (Cfr. Cervantes, 2004). El papá de estos niños posiblemente utilice para su lectura los libros que en ese momento muevan su interés sin necesidad de leerlos en su totalidad; y con las armas, posiblemente con las armas las tenga como un resguardo para lo que pueda venir en esta lucha contra la subversión que nadie sabe en qué acabará. Lo que también es cierto es que ellos, los sediciosos, no las quieren de adorno, sino que les darán un fin muy práctico e inmediato. Corresponde recordarles a todos los que hablan sobre estos temas que los libros no matan, pero las armas sí.

4. Derivado de lo anterior, encaramos el momento en que el Flaco pregunta a Miriam si está de acuerdo con su padre. El problema generacional puede llegar a ser más honda aún cuando los hijos no tienen una idea clara de lo que hacen sus padres. Miriam se ofende, o pretende estarlo cuando le dice que no le dará detalles de las diferencias con su padre; pero de sus propias palabras derivamos que sí hay diferencias entre ellos. Es curiosa y sagaz la intervención de la joven para preguntarle al Flaco si es guerrillero o analista. El revolucionario no está convencido de ser ninguna de las dos cosas. La segunda la descarta radicalmente y para la primera no tiene vocación, lo hace tan solo como un deber para con su nación y sus compañeros. En él destaca el sentido de la disciplina que los militares no poseen.

5. Queda expresado en seguida el temor de la muchacha a ser castigada si no revela el sitio del escondite y ella se permite recordar en un tono impertinente y algo agresivo que ellos son torturados cuando los agarran, y les interroga acerca de por qué no actúan de manera violenta ahora, puesto que en otras ocasiones así lo hacen con ellos. Es obvio que en el marco del sentido ancilar que tiene la prosa de Benedetti hay víctimas y victimarios y, con fundamento en la manera con que se han comportado los intrusos en este apartamento, ellos son las víctimas y los militares los victimarios. Para que los papeles se alteren y se produzca la situación a la inversa sólo habrá que esperar que los tupamaros lleguen al poder y veremos si continúan siendo víctimas o se transforman en renovados victimarios con enseñas izquierdistas.

Conclusiones parciales
En las postrimerías del relato la revelación será dada por la muchacha paralítica que escondida en el baño con La Negra —la mujer rebelde— le dice el lugar exacto en donde podrán encontrar las armas. La rebelión implícita de la incapacitada contra las acciones de su padre queda en evidencia y cobra sentido la pregunta del Flaco acerca de las diferencias con su progenitor. Ambos personajes —el tupamaro multicitado en este relato y la joven— se identifican espiritualmente como lo anunciábamos supra.

Cerramos este análisis con dos preguntas: ¿No hubiera sido mejor que las armas permanecieran guardadas en un rincón y que no pasaran a ser utilizadas por los rebeldes? A don Quijote le fue muy mal cuando las sacó del sitio en el que estaban confinadas; ¿cómo les irá a los revolucionarios?

Análisis de “Pequebú”
Introducción
“Pequebú” es la dolorosa historia de un torturado que no habría tenido por qué estar allí. Pero las circunstancias, las denuncias mal dirigidas lo señalaron como un guerrillero y fue torturado hasta la muerte. El horripilante monólogo del abrumado personaje revela facetas humanas en medio de la mutilación de su cuerpo.

Título del cuento
Pequebú es un seudónimo, un mote apenas que sus compañeros le adjudicaron a Vicente, un joven y tranquilo lector de Antonio Machado y de Hermann Hesse. Además se trata de una palabra compuesta por dos términos apocopados —“pequeño” y “burgués”— que al unirse ofrecen la imagen contraria a aquella que la revolución aplaudía como ideal de individuo.

Pequebú está dicho con ironía y detrás de esa ironía subyace el deseo de agredir, de insultar al compañero. La ironía desemboca en la agresión, y el ataque desmedido mueve a la risa despiadada a aquellos que siempre buscan víctimas para hacerlas el objeto de sus bromas feroces.

El personaje
En este cuento el narrador ha pretendido mostrarnos la apología de la resistencia heroica ante la tortura. Pequebú es un hombre sin espacio propio que se entrega sin quererlo realmente a una causa que previamente lo había rechazado. No le permitían ser un revolucionario como los otros, lo excluían y se burlaban de él considerándolo incapaz de llevar a cabo acciones ejemplarizantes. Por otro lado, constituye un caso más de aquellos que fueron arrestados y maltratados simplemente por “estar ahí” y, de este modo, los militares se lo llevaron un día y lo sometieron a los más injustos vejámenes acusándolo de delitos que ni siquiera él mismo reconocía.

Breves reflexiones sobre la tortura
La tortura es el recurso de los impotentes. Ha existido desde que el hombre es hombre y se ha ido perfeccionando —vaya paradoja— a lo largo de los tiempos, hasta llegar a ser lo que hoy es, en este presente en donde tanto los delincuentes como la autoridad la aplican indiscriminadamente.

Someter a un semejante a vejámenes injustificables es una manera de mostrar al mundo que no somos capaces de dialogar con el otro y que ni siquiera somos inteligentes para descubrir mediante sagaces especulaciones detectivescas al verdadero criminal.

Mediante la tortura inventamos “chivos expiatorios” que servirán de justificación a nuestras crueles acciones. Y el militar uruguayo de la década del setenta fue sanguinario y déspota; lo educaron para matar y, lo que es peor, lo educaron para matar a su propio hermano; fueron asesinos a sueldo del régimen gobernante y el partido colorado fue cómplice de ellos mediante el triste papel que le tocó cumplir al entonces presidente Juan María Bordaberry.

La tortura de Pequebú
El cuento inicia a mitad de la materia narrativa; los datos que se omiten al principio serán explicados al menos parcialmente en el devenir del relato. En el comienzo el narrador sumerge a su lector en el mundo del horror y la degradación:

Le parecía a veces que sus propios gritos salían de otra garganta, y sólo entonces lograba situarse más allá del dolor estéril, feroz. Aunque su cuerpo se encogiera y se estirase (como un bandoneón de cambalache, llegó a pensar), él casi podía sentirlo    como una cosa ajena. A diferencia de otros que dijeron no sé, y no hablaron, y sobre todo a diferencia de aquellos pocos que dijeron no sé y sin embargo hablaron, él había preferido inaugurar una nueva categoría: los que decían si sé, pero no hablaban. (Benedetti, 1970: 51-52)

Estamos ante una escena universal: el hombre torturado; cual nuevo infierno dantesco vemos a Pequebú doblarse ante el dolor. (Cfr. Dante, 2003). Quiere creer que en este momento su cuerpo no le pertenece, que su cuerpo no es su cuerpo y se estira como un bandoneón de cambalache intentando cambiar lo inevitable. La resistencia ante la tortura viene del interior de este hombre que les lanza un reto a los torturadores, que a diferencia de los que le habían antecedido les dice “si sé” pero no les revela nada.

En el cuento y a través del largo monólogo de Pequebú alternado con intervenciones del narrador omnisciente el contenido narrativo aparece escindido entre los recuerdos del personaje y el horrible castigo que padece. En la cita se nos relata la primera escena que se ha propuesto contar de la tortura que padece. Él sabe de memoria cada cosa que hará el verdugo con su cuerpo y ahora que la máquina se aleja de su cuerpo sabe que aún falta la patada ritual, la patada en los huevos. Este hecho es significativo no sólo porque duele más que los otros acercamientos violentos, sino porque además implica una humillación dirigida precisamente al eje mismo de la vida.

Y el castigador comenta: “Así que Pequebú ¿eh? Suelta el tipo con una risa que también es bostezo” (Benedetti, 1970: 52). Este hecho relacionado con el conocimiento de su mote o seudónimo es significativo en el contexto del relato. Probablemente en los comunicados mediáticos se oirá: “Vicente, alias Pequebú” como si por tener un sobrenombre ya fuera suficiente para ser un sedicioso. Pero las acciones de la represión funcionan de este modo y les alcanza con este tipo de detalles para dar por hecho que tienen entre sus manos a un criminal que debe castigarse para evitar que cometa nuevas fechorías. Pequebú los siente y los oye acercarse desde el territorio de su inocencia; su cabeza cubierta por la ominosa capucha lo convierte en un ser anónimo que ni ve a su verdugo ni lo ven a él. La sesión de interrogatorio funciona como un dictamen a doble ciego en donde uno se aferra a su silencio y el otro intenta encontrar lo que no hay.

Los recuerdos se apoderan ahora de su conciencia y desde un cuerpo ensangrentado y doliente se entrega a ellos para actualizar el momento en que sus compañeros lo rechazaban por ser únicamente un “pequeño burgués”; esto sucedía en el boliche del gallego Soler. Dos libros lo delataron ante sus ignorantes amigos: uno de Machado y otro de Hesse. Para la mediatización a que se entregaban sus camaradas las lecturas que no tenían que ver con la guerrilla y con el mundo del obrero perseguido no eran importantes y sólo alimentaban el desarrollo de alguien que hallaba en la literatura un consuelo ajeno a la verdadera condición que el momento de violencia que estaban viviendo exigía. Es ésta una ridícula consideración que se caracteriza por un reduccionismo más ridículo aún.

Y por si fuera poco con las lecturas, Vicente también escribía, no sólo poemas como lo hacen todos en algún momento de sus vidas, sino también cuentos. Pequebú hablaba poco, pero disfrutaba escuchando. Y sostiene el pobre torturado en este instante: “Ahora que el dolor parece ceder un milímetro, puede recordar cómo disfrutaba escuchando” (Benedetti, 1970: 53).

Era muy tímido y espontáneamente ni leía lo que escribía ni se los prestaba a los demás. Tenían que arrebatárselo y era entonces cuando comenzaba la sesión de crítica. “Te gustan las cosas lindas” le decía uno de sus amigos. Y las cosas lindas no eran las muchachas como Vicente suponía, sino los objetos que el narrador describía en sus relatos: un cuadro, un sillón, un armario.

Constatamos de este modo que la poética del escritor personaje consistía en ver siempre el lado bueno de las cosas. Inmerso en un mundo de extremos y violencia desgarradora, unos veían al mote que llevaba como una traición a la causa revolucionaria y, otros, como un elemento delator que lo evidenciaba ante las autoridades como alguien reprobable y merecedor del más horrible de los castigos. Y lo más injusto, si es que se puede hablar de justicia en el Uruguay de los setenta, era que Pequebú no podía considerarse culpable ni de las reclamaciones de guerrilleros ignorantes y mono pensantes, ni de las falsas deducciones de militares y policías déspotas y asesinos. Si de algo era culpable lo era por haber nacido en un país que no lo merecía y en una guerra en donde los extremos en conflicto resultaban igualmente reprobables y terriblemente reveladores del enorme mal que puede causar a una nación que los hermanos se enfrenten para matarse, destruirse y denigrarse mutuamente.

En el marco de la tortura a la que es sometido, el personaje guarda una carta que le permitirá triunfar sobre la maldad de sus captores:

Aunque sufre como un condenado (¿acaso no es un condenado?, nunca había    pensado que una frase hecha podía convertirse en realidad), en el fondo se siente     tranquilo porque a esta altura está igualmente seguro de dos cosas: que él no va a ser ese único en cien, pero también que va a morir. (Benedetti, 1970: 56).

La imagen del condenado nos recuerda nuevamente —en una suerte de guiño intertextual al lector— que el ambiente en el que estamos es el infierno dantesco en donde las almas sufren mientras los cuerpos se retuercen. El alma de Pequebú padece de abandono y soledad y su cuerpo sabe que muriendo escapará del tormento. A diferencia de los castigados dantescos y del propio Prometeo encadenado por Zeus, (Cfr. Esquilo, 1978) él sabe que podrá escapar por el camino más rápido aunque definitivo y terrible. Esto último le da cierta tranquilidad, cierta dolorosa paz que no ha compartir con nadie más que consigo mismo. Cuando el verdugo no tenga su cuerpo no podrá desquitar su saña vengadora en él. La muerte será la gran barrera que separará por siempre a la víctima del victimario.

 

Final del cuento
En la conclusión del relato y cuando todo está perdido ya para la pobre causa de Pequebú, el narrador sostiene:

Todos sus sentidos están consagrados a ganar esta última batalla. A veces, como destellos, ve bajo la capucha los rostros de sus viejos, el altillo en que solía estudiar, los árboles de calle, la ventana del café. Pero ya no tiene sitio para la tristeza. Sólo hay algo que le trae un poquito de amargura, la última tal vez, y es la certidumbre de que los muchachos jamás se enterarán de que Pequebú (Vicente para Martita) va a morir sin nombrarlos. Ni a ellos, ni a Machado. (Benedetti, 1970: 58)

La inminencia de la muerte lejos de desesperar al personaje le da más aliento para continuar hasta el final. Todos sus sentidos están destinados a vencer en esta última batalla en donde el triste premio será la muerte. Hay recuerdos nostálgicos de cosas que ve debajo de la capucha: los rostros de sus padres, el lugar en que solía estudiar, los árboles de la calle, la ventana del café. Su memoria se detiene en todos estos espacios del ayer y ahora ni siquiera hay lugar para la tristeza; el sufrimiento ha sido tan intenso que no le queda otra opción que entregarse al final de su vida. Sólo subsiste un pendiente que no podrá resolver: los muchachos no se enterarán jamás que él murió sin nombrarlos. Y concluye el narrador diciendo: “Ni a ellos, ni a Machado” (Benedetti, 1970: 58).

La vida de Pequebú ha sido la existencia de un héroe anónimo de esos que casi nadie recuerda, pero que sus acciones fueron tan destacadas como para permanecer grabadas en las huellas de la historia. Él fue fiel a sus consignas; no denunció a sus amigos ni tampoco a su ideal literario: Machado. Ahora, al sentirse pleno y realizado en el contexto de sus propias exigencias muere tranquilo.

Conclusiones finales
Hemos leído dos historias que encadenan una idéntica situación: la maldad del victimario y la rebelión de la víctima; una —la paralítica— contra su propio padre y, la otra —Pequebú— contra el sistema al que responde con resistencia y heroísmo.

Es el momento para meditar sobre los terribles acontecimientos que pautan la vida del ser humano. Desde la pluma sagaz del escritor quedan revelados acontecimientos y personajes que se han clavado en la historia como un símbolo abierto, amplio que define la situación del hombre en el mundo.

 

Bibliografía
. Cervantes, Miguel de. (2004). El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Madrid, Real Academia Española, Edición del cuarto centenario.
. Benedetti, Mario (1970). Con y sin nostalgia, México, Siglo XXI.
. _____________ (1953). Quién de nosotros, México, Punto de Lectura.
. Dante.(2003). La divina comedia, prólogo de Jorge Luis Borges, México, Océano.
. Esquilo. (1978). “Prometeo encadenado” en Teatro griego, Madrid, Aguilar.

 

Facultad de Humanidades de la UAEMex

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