La hora en que os digáis: ¿Qué me importa mi virtud?
Aún no me ha proporcionado ni un instante siquiera
de embriaguez. ¡Cuán harto estoy de lo bueno y
de lo malo dentro de mí!
Friedrich Nietzsche
I.- Eleonora Lily Iñiguez Matte, descendiente de Andrés Bello, era una joven aristocrática, nacida en Francia en 1902. Hija del diplomático chileno Pedro Felipe Iñiguez y de la renombrada escultora nacional Rebeca Matte. La mayor parte de su breve vida, Lily la pasó en Europa y se empapó de toda la cultura de principios del siglo XX, en plena época en que París -su ciudad natal- era considerada la «capital cultural del mundo moderno». Muere en 1926, a la edad de veinticuatro años, afectada por la tuberculosis.
Durante su larga convalecencia se dedicó a escribir un diario íntimo o de vida, en el que narra con gran candor sus experiencias que van desde los once años hasta su muerte. En términos generales, en el diario(1) da cuenta de su mundo más inmediato sin entrar en profundas reflexiones con respecto a las circunstancias históricas que le tocó vivir como los grandes movimientos sociales, acaecidos en Italia, el surgimiento del comunismo, la Primera Guerra o el advenimiento del fascismo ni en referencia a las relaciones afectivas: había una cierta frivolidad en su manera de pensar y de actuar frente a sus pares. Todos estos acontecimientos y las personas, como si fueran personajes unidimensionales, sirven solamente como generales, en el diario, para situar la acción personal y la de sus más cercanos. Su gran ambición era ser escritora -en algún instante deseó diplomarse de profesora de idiomas, pero nos confiesa que sus padres «se reían de la idea» (p. 234)- y lo dice abiertamente «pondré empeño en escribir […] para lo que quiero llegar a ser: una escritora» (p. 36), para así compartir con su madre la vena creativa que ella creía parte de «la herencia intelectual manifestada en forma tan visible en la familia de don Andrés Bello» (p. 255); sin embargo, como lo dice ya en el prólogo Joaquín Edwards Bello, casi a modo de advertencia, «una niña de veinte años no está obligada a tener talento de escritora todo el tiempo» (p. 11).
Independientemente de la calidad de la escritura de Lily Iñiguez, lo relevante está en el hecho de que inicia la escasa tradición diarística en Chile. Reviste importancia, porque inaugura una forma literaria que en nuestro país y en Hispanoamérica no ha sido difundida como en Europa. Sus orígenes se remontan a alrededor de 1800 y su nacimiento puede ser explicado por la conjunción de dos corrientes de pensamiento y sensibilidades que entraban en contacto: una, inspirada por Rousseau, que era laexaltación del sentimiento y las confesiones, y, otra, tributaria de hombres como Locke y Condillac, que pretendía establecer las bases para una ciencia del hombre en la que la sensación -como buenos intelectuales sensualistas- está en el origen del entendimiento (2).
II.- Tomando como punto de partida lo recién expresado, mi intención es abordar el asunto del sujeto y su configuración al interior del diario íntimo, desde una perspectiva que contraste la idea de la existencia a priori -o aparente, a mi modo de ver- de una identidad, de un yo delimitado desde su incoación y que a través del proceso natural de socialización adquiere las competencias, motivaciones y prescripciones de su propia identidad, adaptándose mansamente a las expectativas y mandatos culturales, para desembocar en la afirmación -que es mi hipótesis- de que en el libreto que le ofrecía la sociedad a Lily Iñiguez y que ella debía aprender, garantizando de esta manera su reproducción, se presenta una «fisura», un descentramiento(3) que le impide la continuidad inalterable de su propio yo. Mi apuesta teórica es que mediante esta discontinuidad se puede apreciar al yo «desenmascarado» que pone en tela de juicio -pese a la restitución de la interrumpida integridad del sujeto- el orden que representa, el que se hace evidente desde sus primeras páginas(4) y que no puede ser resultado de una lectura concienzuda. Es obvio mencionarlo, pero la identidad que venía sosteniendo desde un comienzo la diarista no puede ser la misma después de este quiebre.
En cuanto a la disposición de los cuadernos que componen el diario, éstos pueden dividirse en dos períodos existenciales de la vida de Lily Iñiguez: «La infancia», etapa que la inicia a la edad de 11 años, consta de cinco cuadernos y «La juventud», fase que la comienza a los 19 años, también se compone de cinco cuadernos; sin embargo, esta última parte representa apenas un poco más de la mitad del número de páginas de la primera sección, lo cual pudiera tener como explicación la terrible enfermedad que sufría a los pulmones y/o un cambio sustancial de su forma de ver la vida. Curiosamente, en las líneas iniciales de cada segmento Lily Iñiguez hace patente la presencia de la muerte o hace alusión a ella ya sea «a causa de la muerte de mi abuelito» (p. 15), ya sea «Llevamos dentro de nosotros un cementerio secreto donde silenciosamente depositamos las amistades y las ilusiones muertas» (p. 187). Tal vez, ambas citas tengan un carácter premonitorio en relación con el final ominoso de la joven aristócrata o puede ser producto de un elemento temático proyectivo, a fin de darle coherencia al desarrollo programático textual que va adquiriendo cuerpo a medida que avanza la escritura(5) o la expresión de sus propios sentimientos u opiniones.
En este sentido es necesario preguntarse ¿por qué Lily Iñiguez y todos los diaristas se preocupan de guardar cierta coherencia, cierta relación causa-efecto en sus relatos?, ¿la espontaneidad de su narración es solamente un artificio literario?, ¿es que a medida que escriben están pensando en un receptor(6) que comparta el secreto de su intimidad o, lo que es lo mismo, en una publicación en vida o póstuma(7)?, ¿existe algún secreto que quieran mantener en reserva realmente? El ensayo de Rousset es muy ilustrativo al respecto, porque en él plantea una tipología de diarios íntimos que se funda en la posición que adquiere el destinatario de estos textos, es decir, se desplaza desde la oscuridad del secreto a la luz de la divulgación; dicho de un modo distinto, esboza progresivamente el grado de participación del destinatario en el diario íntimo, o sea, desde el receptor ausente, rechazado, excluido al lector intruso, tolerado, admitido o requerido.
El hecho de que el autor de un diario íntimo sea el primer lector de sí mismo responde a la lógica del género, pues realiza un balance que escapa de la miopía cotidiana o como señala Maine de Biran lo hace por «compararse a él mismo en distintos momentos»(8) o como un modo de reconectarse consigo mismo, restableciendo la intimidad perdida y constatando sus reiteraciones o las resoluciones que son pasajeras. En el caso de Lily Iñiguez, ella estaba consciente de la hipotética publicación de su diario, a pesar de que confiesa que «No he escrito estas páginas por dármela de literata sino para anotar algunas impresiones de arte y de belleza con el fin de releerlas después de mucho tiempo» (p. 45), sin embargo, en otros pasajes afirma que «pienso que este diario no es publicable […]. Mejor sería no hacerlo. En fin, quién sabe, veremos…» y «Me siento orgullosa de ser poetisa» (p. 196).
En definitiva, la escritura de Lily Iñiguez no es solo un ejercicio de su espíritu, una simple minuta de sus sentimientos y apreciaciones o una relación de sus viajes y pesares de su enfermedad. Me atrevería a decir que tenía alguna formación literaria al respecto, surgida de lecturas como el diario de María Bashkirtseff y las memorias de Sara Bernhardt (p. 199), pero desconoce los efectos ulteriores que se producen en aquellos que escriben diarios íntimos: éstos se convierten en objetos autónomos frente a sus propios autores, con fuerzas que ellos mismos desconocen y que recién pueden percibir de una manera más o menos clara cuando está terminado y ya es demasiado tarde (creo que si un autor publica su diario en vida se debe a que ha logrado conjurar o conciliar el secreto, el poder de los acontecimientos de su vida(9)).
La autodestinación propia del género del diario íntimo no es un hecho gratuito como lo asegura nuestra joven diarista al enfrentarse con las páginas que ella misma escribió: «no me atrevo a releerlas, me haría mucho daño» (p. 249), porque son sinceras, son verdaderas. Este aspecto retórico de la verdad abre la posibilidad a una serie de problemas, sobre todo cuando se trata de narraciones que deben cumplir el estatuto de ser fieles a la realidad cotidiana, sometiéndose -cual prisionero- el redactor de un diario íntimo a la cárcel que le impone el calendario como primera y fundamental exigencia.
En las primeras «Confesiones», los autores declaraban su intención de contarlo todo y no guardarse nada, para Rousseau -quien había recopilado escrupulosamente los acontecimientos de su existencia y luego se había dado a la tarea de elaborar su texto- eso era un imperativo moral. No obstante las buenas intenciones, «decirlo todo es imposible, es necesario elegir, y con la elección desaparece la imparcialidad y un cierto grado de sinceridad […]. Siempre quedarán zonas blancas, zonas de silencios»(10), pero es esta misma imposibilidad la que sustenta el criterio de verdad que debemos tener presente a la hora de leer un diario íntimo. Me refiero a que estossilencios involuntarios, siguiendo a Vicenta Hernández, pueden ser causados por lagunas de la memoria o bien por la incapacidad del sujeto de traducir al lenguaje las fuertes emociones que ha vivido: «En estos casos el silencio aparece como la fórmula de la sinceridad, como un nuevo lenguaje, la forma de la enunciación más pura»(11).
Desde esta perspectiva, este silencio que he comentado puede servir para reproducir la intensidad de la experiencia, transformándose así en una especie de puente de comunicación con el potencial receptor del diario. Las lagunas que se pudieran producir al interior del diario íntimo son fruto de la visión que tiene el redactor, porque la sinceridad no es la exhaustividad en la recolección de situaciones o experiencias sino que el respeto por la visión del sujeto enunciante: donde hay un vacío real corresponde un silencio textual, que simultáneamente se convierte en signo.
III.- Hablamos de espacios en blanco, vacíos, lagunas, silencios involuntarios al interior de los relatos autobiográficos y -por añadidura- de los diarios íntimos, los aceptamos como si fueran parte natural de su estructura y los son, pero el asunto que me llama la atención es la trascendencia y el rol que adquiere la memoria en este tipo de relatos de experiencias, que tienen el sello de íntimas, de un ser humano. Es por todos conocido que tal elaboración «emerge gracias al mecanismo activo de la memoria, potenciado éste, obviamente, por el narrador. En la manipulación que el narrador-autor hace de las experiencias del pasado surge una necesidad interior por su parte por reconstruir una identidad capaz de proyectarse»(12) [quizás en el caso de Lily Iñiguez, y por qué no hacerlo extensivo a todos los diaristas, sea mejor decir por consolidar la identidad ya que ella señala muy significativamente «Lamento haber interrumpido estas notas de viaje. Las prosigo dos años más tarde» (p. 127) sin mayores problemas]. La memoria es producto de la subjetividad(13) y estaría cargada de elementos que tienen directa relación con la realidad, pero también con la imaginación y la re-creación puesto que el recuerdo supone la continuidad del sujeto.
En todo caso, dentro del relato de Lily Iñiguez se esboza una homogeneidad bastante férrea y una continuidad de la configuración del sujeto enunciante (cuestión que más adelante trataré en detalle). Por el momento convengamos con esta impresión, pues ella se explica o es mantenida por la adición de dos tipos de memorias que intervienen en el proceso de escritura: una es «la memoria intratextual, la memoria interna del texto, el sistema de relaciones y repeticiones, y otra memoria extratextualque es referencia a una cultura, a las mitologías, a la literatura»(14) . La primera de estas memorias se manifiesta en los estudios de crítica actuales, en los que se indagan las series de marcas o pistas de lectura que atraviesan la totalidad del texto; la segunda, en la mayoría de los casos aparece poetizada, esto es, subjetivada e integrada a lo estético del diario íntimo: recuérdense las múltiples citas de versos que hace Iñiguez de Andrés Bello (p. 27), de Musset (p. 107), de Sully Prudhomme (p. 158), de Tayllerand (p. 234), de Dante Alighieri (p. 254) por nombrar los principales; también aparecen canciones tradicionales en italiano o en alemán; no podemos olvidar las impresiones esteticistas que hace de sus viajes a Roma, Vaticano, Milán, etc.
En consecuencia, según Vicenta Hernández, la memoria que se construye, desarrolla e inscribe en el transcurrir del tiempo concretamente, se evidencia y/o se presenta al interior del diario íntimo gracias a metáforas espaciales. En el caso que me ocupa, para Lily Iñiguez los espacios familiares eran sagrados «desaparecían poco a poco los muebles y gentes extrañas recorrían con estrépito aquellos ámbitos sagrados» (p. 131) y los espacios naturales siempre estaban ligados al recuerdo de emociones profundas como la soledad, la alegría o la tristeza, el amor; el desconsuelo, la enfermedad y la muerte los relaciona con espacios cerrados como los sanatorios, las habitaciones ya fueran el salón de baile o la recámara.
En conclusión, habría que concederle toda la razón a Aristóteles que sostenía que para el pensamiento son imprescindibles las imágenes, pues los recuerdos o la acción voluntaria de rememorar derivan y se fundamentan según el recorrido por los lugares. En todo caso, el hecho de que el autor de los diarios íntimos deje silencios o vacíos voluntaria o involuntariamente poco importa para el lector, porque el que un diario no sea sincero no deja de ser un diario por definición elíptica: la totalidad o la completud impuesta a los textos de carácter autobiográficos es imposible. Lily Iñiguez nos asegura a nosotros -los lectores de su diario- la consistencia de su persona; sabemos que ella ha optado, ha eliminado, ha interpretado los acontecimientos de su vida, y, por lo tanto, desde este punto de vista, su escritura resultante no es para enseñar lo que conoce, sino que para descubrirse en su propia escritura(15).
En este sentido, pareciera que los estudios psicoanalíticos(16) son los propicios para indagar el campo del secreto, la memoria y la intimidad que se ciernen sobre los diarios íntimos y los relatos autobiográficos en general; no obstante sus resultados, la investigación debiera centrarse en la materialidad de los textos en la escritura, en sus apelaciones o tics, en sus constructos personales en lugar de sus contenidos.
IV.- El diario íntimo de Lily Iñiguez recorre un lapso que va de 1913 al año de su muerte 1926. Desde la perspectiva del lector o de la recepción, el texto se deja leer en forma lineal; temáticamente, lo narrado por la joven burguesa se puede -a mi modo de ver- resumir en dos grandes ámbitos que he denominado mundo exterior y consiste en todas aquellas vivencias en las que no está involucrada directamente y no tienen importantes consecuencias para sí misma. Dicho de una manera distinta, se trata de todo el universo que -como ya mencioné- forma parte del «escenario» en donde sitúa su propio accionar existencial. Por otra parte, está el mundo interior o íntimo -el más importante- que no se plantea como antagónico frente al anterior, sino que como suplementario; en él considero que se encuentran todas las experiencias características e individuales de Lily Iñiguez, o sea, los rasgos que permiten establecer diferencias al compararla con alguna diarista contemporánea a ella.
Quisiera detenerme un poco en el aspecto «suplementario» al que me he referido. Esta idea la comprendo a partir de la relevancia que adquiere para Lily Iñiguez la conservación y reproducción de las buenas costumbres, la reserva pudorosa, la frialdad aristocrática, el disfrute, la visión superficial y estilizada del mundo real, la religión y el aprendizaje de las conductas necesarias para la consolidación del orden establecido. Al interior de este entramado, que parece sólido a simple vista, se viven las más trascendentes vicisitudes espirituales del sujeto enunciante del diario íntimo, pero si hacemos el ejercicio de imaginar el ambiente aristocrático de la segunda década del siglo recién pasado, es fácil suponer que sus tribulaciones místicas, su profunda desorientación en cuanto a su relación con los varones de su edad, las posibles consecuencias psicológicas de las reiteradas ausencias del padre, la idealización de la figura materna, etc. son asuntos que no se traslucían al exterior.
La vida de Lily Iñiguez se desarrolló en una etapa histórica de excedentes(17), no solo en lo económico sino que también en el goce de la vida y anota «me siento mil veces más británica que sudamericana» (p. 162). La existencia se resumía en poder proporcionarse placer, lo cual derivaba en la creencia de que algo de ello se constituyera en un alimento para el espíritu (reedición del famoso carpe diemrenacentista). A propósito de lo previo, en cuanto a la primera delimitación de las experiencias de la diarista, ésta se subdivide en modelos de relaciones interpersonales:
1.- con el padre: la figura paterna, en términos del psicoanálisis, es débil por cuanto él se veía en la obligación de cumplir sus deberes como diplomático del gobierno de Chile entre los períodos de Ramón Barros Luco y Arturo Alessandri Palma; no participa de los cambios de Lily Iñiguez, su presencia es fantasmagórica. Uno de los grandes hechos en que participó, según su hija, fue «Justamente antes de Navidad tuvo lugar un gran acontecimiento: Papá entregó en una solemne ceremonia oficial el Monumento a los Héroes de la Concepción al Ministro de Chile [obra de Rebeca Matte]» (p. 153), más adelante -al pasar- se refiere a otro aspecto de la misma situación «Todavía lamento no haber sido testigo de este momento sin igual que ha glorificado a mamá. Papá al donar la obra pronunció un magnífico discurso» (p. 157). El resto de las referencias a su padre son las esporádicas estadías en las fiestas de cumpleaños, Navidad y durante su convalecencia; no niega su amor hacia él, pero la carencia de comentarios amorosos -en comparación con su esposa- me hace inferir que había más respeto a su autoridad que sentimientos de admiración: «Querido papacito, mi mejor amigo y consejero» (pp. 179-180), «Papá volvió de Chile […]. Ahora que soy menos puritana y más irónica sé apreciar mejor sus bromas» (p. 196).
2.- con la cultura: está basada en sus conocimientos de literatura, historia e idiomas como el francés, el alemán, el español y el italiano lo cual le daba el acceso a una amplia variedad de libros. Sus preferencias eran las poesías de Musset y la obra de Víctor Hugo, indica que tuvo conocimiento de al menos dos diarios de mujeres. Las referencias a sus viajes, en especial los que realizó a Roma, el Vaticano y París, dan cuenta de su conocimiento de historia; por medio de sus comentarios acerca de la arquitectura, de las obras humanas más importantes como es la creación del derecho, los paisajes y la fastuosidad de los edificios devela una panorámica idealizada del pasado histórico y llega a decir «Revivíamos la gloria […] reconstruíamos en nuestra imaginación cada lugar, cada templo, cada palacio; nos transportábamos a los siglos de esplendor» (p. 92). En suma, se trata de una concepción cultural inocua que prescinde de los detalles escabrosos de los distintos momentos del devenir historiográfico de la humanidad.
3.- con las amistades: aunque peque de exagerado, me hace fuerza señalar una breve distinción; este punto debería ser dividido en «mascotas» y «pares». Durante la primera sección del diario titulada «La infancia» hay, como es natural, al principio un recelo por entablar amistad con otras personas que son sus compañeras de clases y que la visitan o la invitan a paseos, a causa de su tremenda timidez y también por su distante frialdad; todo esto la obliga a refugiarse en sus gatos y perros, que son sus verdaderos camaradas. Hasta aquí no hay nada sorprendente, es la actitud propia de una niña de 11 años; sin embargo, lo particular es que esta conducta se proyecta sin variaciones hasta más allá de los 19 años de edad. La presencia de los galanes a su alrededor no la motivaba a los juegos del cortejo y la coquetería o flirts, «quiero disfrutar cuanto me sea posible de mi infancia» (p. 51), «Yo nunca he flirteado. No ha sido por puritanismo o porque me haya faltado ocasión, sino francamente porque no le encuentro el menor atractivo» (p. 68), «no me gustan las familiaridades» (p. 176).
4.- con la realidad de su tiempo: su acercamiento a este plano está siempre mediatizado por los otros o por alguna amistad que está padeciendo algún problema provocado por la guerra o las revueltas sociales, su posición es la de una observadora a quien le afectan ciertas circunstancias como fue el robo y «la ruidosa irrupción del grupo comunista. Es una impresión inolvidable de temor y de indignación» (p. 118), pero el tono del relato indica que no se sintió víctima o enfrentada a un peligro que no pudiera ser dominado por la imposición de la razón. Los efectos de la Primera Guerra los vive a través de la presencia de soldados en las calles con sus uniformes en correcto orden, del tronar de cañones a lo lejos, o del sufrimiento de una mujer que ha perdido a su marido (p. 42) o del regreso del novio de Alma que era una amiga (p. 96); al finalizar ésta «Al tomar el tren […] vimos en los diarios que se había firmado la paz» (p. 110); su visión de la miseria en la ciudad de Nápoles «es grande, pero es una miseria alegre» (p. 63) o de los movimientos sociales (p. 88), o la de los comunistas «tipos de la peor especie, verdaderos ‘sans cullottes’ resucitados» (p. 117) lo cual es determinante para que simpatice con los grupos fascistas (pp. 149-150).
En relación con el mundo interior de Lily Iñiguez existen dos campos perfectamente diferenciables, que son:
1.- las emociones: básicamente aquí están presentes los sentimientos positivos como la admiración, la felicidad, la vitalidad, las esperanzas, el fervor religioso y por sobre todos ellos la imagen materna de Rebeca Matte, en quien ella centra lo demás. Es relevante examinar la concepción idealista, mítica y mística de la madre, la cual no es el contrario de la figura que proyecta su padre sino que es otra especie y se complementan en la imagen que tiene Lily Iñiguez de su familia y que refleja en el comentario de otro grupo familiar (p. 100). Pienso que una mirada extasiada de su madre es la que sostiene la descripción que hace de ella cuando ha donado una de sus obras al gobierno chileno «Alrededor de mamá se formaba una aureola y ella asistía profundamente emocionada a su apoteosis en vida. Y yo sentía cerca el batir de las alas de la Gloria» (pp. 157-158). En las postrimerías de su existencia, la diarista dice que siente «necesidad de ella, es casi una necesidad física» (p. 277) o también la visualiza como «mi adorado Ángel Guardián» (p. 278).
2.- las reflexiones: aquí se focalizan los sentimientos conflictivos, confusos como su actitud frente al amor al otro sexo, las dudas, la soledad, la enfermedad, su estadía en los sanatorios, la cercanía de la muerte y la trascendencia del alma. Es a partir de éstos que muestra algunos quiebres o intersticios, por ejemplo, cuando analiza su vida pasada dice que las palabras que escribe «son como gotas de sangre que escapan de una herida» (p. 160). De este modo, se va filtrando la otra Lily Iñiguez que es la que me interesa en definitiva.
En resumen, la belle époque -período cultural en el que se desenvolvió la diarista- le dio la oportunidad de disfrutar de los privilegios de su clase sin preocupaciones, ella misma era una mujer comospolita y educada en el seno de la cultura occidental que tuvo la desgracia de padecer una enfermedad incurable en aquel tiempo; en caso contrario, se habría casado y formado un hogar bajo los mismos principios que ordenaban su casa paterna. La brevedad de su existencia, escasos 24 años, le impidió vivir más profundamente la vida, convertirse en escritora consagrada en lo que había cifrado sus esperanzas, pues todo lo que era su horizonte de expectativas «ha desaparecido para no volver jamás» (p. 160). En este sentido, la tipología presentada es útil para comprender los ambientes en los que se producen las oscilaciones del sujeto, que se va construyendo a través del relato íntimo; debemos recordar en este punto que el diario evidencia un yo continuo.
V.- Virginia Woolf -que parecía conocer la teoría psicoanalítica, en cuanto a una identidad única y monolítica- sostiene que los deseos e instintos del subconsciente ejercen presión sobre los pensamientos y las acciones de nuestro consciente; por lo tanto, el sujeto es una entidad compleja de la que el consciente es el resultado de procesos subconscientes ilimitados. Lo que se ha de considerar pensamiento consciente es una manifestación determinada de una multiplicidad de estructuras que se entrecruzan, para producir esa inestable constelación que los humanistas liberales denominaron YO. Estas estructuras incluyen deseos sexuales, miedos y fobias del subconsciente, pero también factores sociales, políticos e ideológicos contradictorios que no son conscientes(18). Si aplicamos un criterio parecido al texto de Lily Iñiguez, concluiremos que la búsqueda del yo unificado o de una «entidad textual» es ilusoria y reduccionista.
Dentro de la concepción moderna de la literatura, el yo es el centro de la estructura que orienta y organiza la coherencia del programa de escritura de Lily Iñiguez, dando lugar al juego de los elementos. Pero a la vez es capaz de clausurar dicho juego, evitando la transformación o la permutación de los componentes de la estructura del diario íntimo. Según Derrida(19), «El concepto de estructura centrada -aunque represente la coherencia misma, la condición de la episteme como filosofía o como ciencia- es contradictoriamente coherente. Y como siempre, la coherencia en la contradicción expresa la fuerza del deseo».
Dicha noción de estructura con un centro, en este caso el diario íntimo en cuestión, se constituye a partir de una inamovilidad fundadora y de una certeza tranquilizante, con el objetivo de conjurar la angustia «de existir como estando desde el principio dentro del juego»(20). Si todo esto le fuera comunicado a Lily Iñiguez, ella seguramente pondría una cara de extrañeza y me recomendaría que tomara un descanso; sin embargo, ella misma -como todos los diaristas íntimos o los autobiógrafos- se interrogan con avidez sobre sí mismos, ya que desde la perspectiva que he adoptado perciben que la supuesta estabilidad se tambalea y desean encontrar nuevas bases para el equilibrio. En términos generales, quieren expresar la pregunta acerca de su posición frente al mundo como síntoma -pienso en el caso del análisis del diario que me ocupa- de una época de transición.
A partir del siglo XIX, los escritores se dieron cuenta de las dificultades que presenta el escribir, lo cual justificó el surgimiento de los diarios íntimos, pues les permitió «descargar esa dificultad contándola»(21). Para Lily Iñiguez, que escribía poesía paralelamente al diario íntimo, le sirvió como «ejercicio para soltar la mano»(22) lo que pone de manifiesto un sentimiento de inseguridad, el cual se acentúa ante la presencia de la Primera Guerra, de los movimientos sociales, el comunismo y el fascismo. Dentro de esa amalgama que era la sociedad europea de esos años, la joven diarista se da cuenta del carácter efímero y precario que tiene su propio yo. A fin de evadir esa profunda angustia existencial se dedica al examen detallado de los sucesos cotidianos de su vida, lo que le impide captar en toda su amplitud los grandes movimientos humanos y se sume en el desesperado deseo de la continuidad de su identidad o de su conciencia como sujeto íntegro, «la búsqueda de los incidentes más nimios se vuelve una necesidad, para intentar recomponer aquello que no deja de deshacerse»(23).
Para la aristócrata, la historia de la humanidad -que la concibe como una variada sucesión de hechos inscrita y conservada en los libros, en los museos y en las ruinas- no tiene mayor trascendencia al compararla con su propia historia. Esto genera el deseo de volver la vista hacia su mundo interior y en él no encuentra lo que la sociedad, el orden establecido, la cultura occidental de principios del siglo XX, en suma, su mundo exterior le había prometido: la organización inmutable en torno a un centro totalmente definible y esencial. Lily Iñiguez emprende una indagación cotidiana de sí misma «para intentar comprenderse tanto como conocerse, oponiendo a lo relativo y al sentimiento de evanescencia el único absoluto que le queda, el sentimiento de su propia existencia»(24).
He arribado a un punto en que el diario íntimo para Lily Iñiguez, y también para todos los que practican este género, se convierte en un espejo de sí misma. Jacques Lacan dentro de su teoría psicológica establece un conjunto de términos que los divide en loimaginario y el orden de lo simbólico. El primero dice relación con el período preedípico en que el niño/a cree que es una prolongación de su madre y no percibe ninguna fragmentación ni diferencias ni ausencias, solamente la identidad y la presencia; no hay subconsciente, porque no hay carencia. El segundo está vinculado a la adquisición del lenguaje; en la crisis edípica, el padre rompe la unidad dual madre-hijo/a, el falo representa la Ley del Padre o la amenaza de castración y significa separación y pérdida; a contar de aquí su unidad imaginaria con la madre debe ser reprimida, dando origen al subconsciente.
La función de esta represión primaria es evidente en el uso del lenguaje recién adquirido: al aprender a distinguir el «yo soy» (en el sentido que lo señala Benveniste(25)) de otros implica que ha asumido la posición que se le ha asignado en el Orden Simbólico y la renuncia a su deseo de identidad imaginaria: «yo soy el/la que no soy». Según Lacan, la existencia del «sujeto hablante» se basa en el deseo de la madre perdida, en la carencia, en el deseo reprimido. La entrada al Orden Simbólico está presente en toda la vida cultural y social; en consecuencia, el falo es el «símbolo de la carencia».
Al sujeto puede gustarle o no esta situación, pero no tiene alternativa. Permanecer en lo imaginario sería convertirse en psicótico e incapaz de vivir en sociedad. Lacan indica que lo imaginario comienza con la entrada de la criatura en la Fase del Espejo, cuya función es dotar al niño/a de una imagen unitaria de su propio cuerpo, que es la aspiración o construcción de una estructura sólida de la figura de sujeto de Lily Iñiguez y que ella trata de encontrar en el espejo de su diario íntimo. Este ego del cuerpo es una «entidad alienada», pues el infante al buscarse en el espejo, en su madre o en otro niño/a solo percibe un ser humano con el que se une y se identifica: el yo está alienado en el Otro, únicamente mediante la intervención del Padre se rompe esa unidad dual y conflictiva de la madre-hijo/a.
Finalmente, es atingente a la reflexión el definir dos ideas pendientes de Lacan que son el «Otro» -con mayúsculas- que representa al lenguaje, el emplazamiento del significante, el Orden Simbólico o cualquier tercera parte de una estructura triangular y que es el lugar de formación del sujeto y en el que debe asumir su lugar; y el«otro» -con minúsculas-, que explica su aparición en la emergencia del subconsciente -al momento del ingreso al Orden Simbólico- que es el resultado de la represión de un deseo. Lacan agrega que el subconsciente está conformado como un lenguaje al igual que el deseo y va de objeto en objeto sin lograr la satisfacción plena, vale decir, lo «otro» viene a significar objeto del deseo que no podrá hallarse jamás (la armonía imaginaria con la madre y el mundo).
Si aceptamos que la «satisfacción» es el «final lógico del deseo», entendemos a Freud -en Más Allá del Principio del Placer– que ubica la muerte como Nirvana, recuperación de la unidad perdida u objeto del deseo(26), conjunción que pareciera realizarse en el diario de Lily Iñiguez que termina mientras ella agoniza y espera el pronto desenlace junto a su madre y, un poco más lejano, su padre.
El final de su existencia lo ha venido preparando desde varias páginas atrás. Utiliza ciertas alusiones metafóricas como es la mención de la seguidilla de muertes de los pacientes del sanatorio que ella conoció, la cual la ubica en el rol de «sobreviviente/sufriente» que aguarda con tranquilidad y resignación melodramáticas su partida de este mundo al final de su diario íntimo. Este rasgo de sufriente, estudiado por S. Sontag en la década de los sesenta(27), involucra la concepción moderna tradicional del amor, que Lily Iñiguez usa «como sistema fundamental para probar la solidez de [sus] sentimientos y descubrir [sus] deficiencias […] es una prolongación del espíritu del cristianismo»(28).
Y más adelante, Sontag afirma que nuestra concepción del amor es muy distinta de la griega y de los orientales. La nuestra es un aspecto solamente del culto al sufrimiento, el que es considerado como el pináculo de la seriedad, o sea, «la sensibilidad que nos han legado identifica la espiritualidad y seriedad con la turbulencia, el sufrimiento y la pasión […] no sobrevaloramos el amor, sino el sufrimiento: más precisamente los méritos y beneficios espirituales del sufrimiento»(29). Es notoriamente claro que Lily Iñiguez entiende que el enfrentarse a la muerte de manera tan digna y resignada dice relación con los atributos espirituales que la adornan a ella y a su familia (en especial, a su madre). Porque siente amor por los demás, sufre y sufre en extremo, valientemente, sin soberbia sino que serena y piadosamente.
VI.- Una vez establecida la imposibilidad de un sujeto estable y unitario como el que a simple vista nos muestra Lily Iñiguez, analizaré las fisuras o intersticios que acusa, dentro de su propio relato íntimo, la existencia de un sujeto enunciante fragmentarioo como coautora de este relato íntimo que está en permanente cambio y que se transforma en sí misma, en su propia mismidad y forma parte de las narraciones de identidad en que todos estamos sumidos desde siempre, pues desde los albores de la historia humana nos hemos relatado mutuamente.
Donald Spence(30) afirma que hay algo que permanentemente queda fuera de nuestro alcance y que lo único que hay que hacer es conformarse con una narrativa acerca de lo que podría ser eso. Cabría decir que el propósito de los diarios íntimos «que tienen a sí mismo como objeto no es el descubrimiento arqueológico de una realidad oculta irrecuperable, sino un desarrollo narrativo. El relato así construido debe poseer coherencia interna y externa, ser vivible, estar adecuado y de algún modo guardar congruencia con esos recuerdos reales pero irrecuperables»(31). En este sentido, siguiendo a Roy Schafer(32), podemos concluir que el self -objeto del diario íntimo- se convierte en una manera o manifestación -más o menos estable y emocional- de la acción humana de hablar de sí mismo y de la propia continuidad permanentemente a nosotros mismos y a los demás, para incorporar así estas historias dentro de las otras, «a través del cambio azaroso y continuo del vivir»(33).
Producto de esta conjunción de pensamiento postmoderno, vemos que el problema de identidad o continuidad pasa a ser en realidad el problema por «mantener la coherencia y la continuidad de las historias que relatamos sobre nosotros […]. Así, la identidad no se funda en ningún tipo de continuidad o discontinuidad psicológica de la mismidad […]. El self no es, entonces, la simple acumulación de experiencias [sino] una expresión, un ser y un devenir a través del lenguaje y de la narración»(34).
En consecuencia, la identidad como sujeto de Lily Iñiguez no está garantizada por su coherente relato de sí misma, sino que por, incluso, la narrativa que he estado desarrollando y por otras muchas. La reunión de todas ellas puede otorgarle a la diarista una precaria estabilidad de su yo, es decir, su sí mismo es producto de unaintersubjetividad que se está haciendo constantemente.
En cuanto a lo textual del diario íntimo, el primer borde del intersticio más profundo es cuando dice «Me ha sucedido una cosa extraña: he perdido mi ‘yo’, no soy más que un pobre ser angustiado» (p. 165) y el segundo borde se produce una veintena de páginas más adelante, cuando afirma «He vuelto a encontrar mi ‘yo’. Cada día me siento más fuerte, más capaz» (p. 184). En medio de estas orillas, el sujeto enunciante del relato íntimo se debate en la derrota, en entender que la felicidad se la merece pero la vida ha sido canalla con ella, idealiza el amor hasta el límite de la fantasía, examina su juventud, surgen las dudas religiosas, sufre su enfermedad, sueña con el matrimonio y con la maternidad, se critica duramente su timidez frente a los hombres, siente que no ha vivido, sospecha la presencia de la muerte, se arrepiente de la represión de sus sentimientos hacia un joven, hace un retrato de sus camaradas de enfermedad, idealiza su hogar, recibe una declaración de amor, teme que le pierdan el respeto o pierda su independencia si acepta al joven y vive momentos de felicidad efímera.
En este breve recuento a mano alzada, se pueden constatar los permanentes quiebres o vaivenes de su vida. Se podría decir que en esta fisura se aglutinan concentradamente todos los tópicos -quizás a excepción de la figura materna- que ocupan la intimidad de Lily Iñiguez. Por lo tanto, su identidad como sujeto estable se extravía en este descentramiento de la figura que intenta construir, pero que se le resbala por entre los hechos de su propio relato.
Pienso que una lectura en esta dirección puede enriquecer el aporte de Lily Iñiguez y revalidar el diario íntimo como un género con mucha vida, pero que no ha tenido la oportunidad de abrirse camino en el canon latinoamericano como ha sucedido en Europa fundamentalmente, lugar en el cual cuenta con una larga trayectoria de un par de siglos y de autores consagrados, así como de estudiosos de este tipo de relatos intimistas.
VII.- Hemos observado cómo el pensamiento moderno presenta una ruptura, provocada por la episteme posmodernista. Este proceso evidencia un lado productivo, que es la apertura de la posibilidad de examinar las particularidades que antes estaban ocultas por la supuesta y tranquilizadora homogeneidad. Esto implica ineludiblemente reconocer la fragmentación, lo que queda fuera de las definiciones, el tránsito constante entre distintas zonas de encuentro, la contingencia de la subjetividad actual; no obstante, ello no significa que naveguemos a la deriva en un discurso ambiguo, en donde se consideren todas las diferencias hasta convertirse en indiferentemente diferentes.
La pregunta por la identidad no se acaba en la reflexión acerca de la acción o de la inestabilidad del sujeto, sino que tiene que ver también con su sentido, con el uso del lenguaje que hacemos cuando actuamos o cuando nos referimos posteriormente a ello. La identidad debe ser pensada como un derivado de las diferentes tentativas por ordenar la experiencia como propia en el tiempo, es decir, el modo como experimentamos la dimensión temporal en el transcurso de nuestro accionar y de su correspondiente relato.
Nuestra memoria como componente básico de nuestras experiencias, es la que permite tender un «cable a tierra» a nuestras vidas. En la actualidad, en una sociedad atravesada por una vertiginosa historia tecnológica o de mass-media que causa el debilitamiento de la memoria y el consabido afianzamiento del olvido, el recuerdo se presenta aislado de su propio soporte y amenazado seriamente. El diario íntimo es una forma de rescate, quizás la única que nos va quedando.
Esta situación indica «que nuestra mirada al pasado no se debe sólo a algo semejante a un gesto de responsabilidad por legarlo a futuras generaciones, sino que la memoria nos es necesaria para decir nuestro presente, para decir quiénes somos; un tiempo sin pasado ni futuro es un tiempo opaco, donde no podemos innovar ni conservar»(35). El retrato de nuestra subjetividad contemporánea se dice a través de la fragmentación, de los intersticios, de las interrupciones, de los silencios, de las lagunas de las que está poblada la cotidianeidad de nuestras vidas.
NOTAS___________________
1. Lily Iñiguez M.: Páginas de un Diario, tr. Graciela Espinosa de Calm, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1954; p. 278. El original estaba escrito en francés bajo el título de Pages d’un Journal, de cuya publicación se encargó su madre, luego de su deceso. Todas las citas procederán de esta edición e indicaré solamente el número de página entre paréntesis.
2. «Los primeros redactores de diarios íntimos importantes, Maine de Biran, Benjamín Constant, Joubert, Stendhal, por ejemplo, nacidos en el siglo XVIII, fueron, si no ideólogos, por lo menos hombres alimentados por el pensamiento ideológico». Alain Girard: «El diario como género literario», tr. Laura Freixas, Revista de Occidente N° 182-183, julio/agosto 1996, pp. 32-33. Su artículo es interesante, pues examina la evolución del diario íntimo hasta nuestros días y sostiene que hubo unadelantamiento de sensibilidad de parte de los diaristas del sigo XIX con respecto al hombre contemporáneo.
3. Me basaré para tratar este punto en lo que sostiene Jacques Derrida en su obra La Escritura y la Diferencia, en especial en su capítulo 10 titulado «La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas»,tr. Patricio Peñalver, Barcelona, Anthropos, pp. 383-401.
4. «Este centro tenía como función no sólo la de orientar y equilibrar, organizar la estructura […] sino, sobre todo, la de hacer que el principio de la estructura limitase lo que podríamos llamar el juego de la estructura», Jacques Derrida: op. cit., p. 383; las cursivas son del autor.
5. «[…] sin importar que el texto pueda ser releído para revisión, retoques, censura […]; la relectura de las cuartillas íntimas no es accidental, es lo propio de un narcisismo presunto que hace un espejo de sus textos: su escritura, su relectura son aquí operaciones complementarias». Jean Rousset: «Le journal intime, texte sans destinataire?», Poétique N° 56, Paris, Seul, noviembre 1983, p. 438. Un poco más adelante, agrega: «Las relecturas son la ocasión de nuevas reflexiones del diario sobre él mismo». La traducción es mía al igual que las posteriores.
6. Lily Iñiguez es franca en este asunto, pues -antecediendo al diario propiamente tal- ella pudorosamente escribe lo siguiente: «Mi diario es muy sincero y por lo tanto demasiado íntimo. Algún día, tal vez, podrá hacerse una selección […] mucho más tarde, en todo caso después de mi muerte».
7. En cuanto a las publicaciones, J. Rousset hace una distinción de grados entre los que publican los diarios autorizados póstumamente (grado débil) y aquellos que lo hacen mientras vive el autor (grado fuerte); sin embargo, en referencia a este último, acota: «Estos diarios publicados por sus redactores evidenciaron […] una situación de mala fe [de demi-mauvaise foi], enfatizaron que ésta puede tener una duplicidad dentro de la escritura íntima: escribir para otro es escribir para sí». Op. cit., pp. 439-440.
8. Jean Rousset, op. cit., p. 438.
9. «Con la relectura, el narrador y el receptor se confunden, muestran semejanzas y diferencias, pues la distancia los hace otros. El secreto no ha sido violado, la comunicación se establece en un circuito cerrado, la autodestinación como rasgo específico del género se encuentra afirmado y reforzado«. Jean Rousset, op. cit., p. 438. El destacado es mío.
10. Vicenta Hernández Álvarez: «Algunos motivos recurrentes en el género autobiográfico» en Romera et aa.: La Escritura Autobiográfica, Madrid, Visor, 1996, p. 242.
11. Vicenta Hernández Álvarez, op. cit., p. 242.
12. Margarita Alfaro Amieiro: «Búsqueda de una identidad autobiográfica» en Romera et aa.: op. cit., p. 69.
13. Hago la salvedad que la noción de subjetividad no la entiendo como que «tal experiencia sería una suerte de receptáculo primario de sensibilidad, que habitaría ‘por debajo’ de los condicionamientos culturales y por ello portaría una inocencia y veracidad que la torna incontrastable». Este concepto lo recojo del ensayo de Gloria Bonder: «Género y subjetividad: avatares de una relación no evidente» en Sonia Montecino/Alexandra Obach (comp..): Género y Epistemología. Mujeres y Disciplina, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 1999, p. 43, quien a su vez lo extrae de Paola Di Cori: «Edipo y Clío. Algunas consideraciones sobre subjetividad e historia», en Mora N° 1, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1996.
14. Vicenta Hernández Álvarez: op. cit., p. 243. Las cursivas son mías.
15. Véase Jean Rousset, en especial el título referido a «Los grados de la destinación», op. cit., pp. 440-443.
16. Vicenta Hernández Álvarez: op. cit., p. 245.
17. Apuntes de clases del Seminario «El Diario Íntimo en Chile», dictado por Leonidas Morales T., Universidad de Chile, Primer Semestre, 2002.
18. Toril Moi: Teoría Literaria Feminista, Madrid, Ediciones Cátedra S.A., 1988; pp. 23-24.
19. Jacques Derrida: op. cit., p. 24. El destacado es del autor.
20. Jacques Derrida: op. cit., p. 24.
21. Alain Girard: op. cit., p. 36.
22. Béatrice Didier: «El diario ¿forma abierta?», tr. Laura Freixas, Revista de Occidente N° 182-183, Madrid, julio-agosto 1996; pp. 39-46. La autora lo dice de este modo: «El diario se convierte pura y simplemente en ejercicio de escritura», p. 44.
23. Alain Girard: op. cit., p. 37.
24. Alain Girard: op. cit., pp. 37-38.
25. Émile Benveniste: «De la subjetividad en el lenguaje» en Problemas de Lingüística General, México, Siglo XXI Editores, 1978; pp. 179-187.
26. Toril Moi: «Jacques Lacan» en op. cit., pp. 109-111.
27. Susan Sontag: «El artista como sufridor ejemplar» en Contra la Interpretación, Barcelona, Editorial Seix Barral S.A., 1969; pp. 53-63. En este ensayo se encarga de analizar el diario íntimo de Cesare Pavese, que va desde 1935 a 1950, año en que puso fin a su vida a la edad de cuarenta y dos años. Pone en relación el diario con sus obras literarias, además trabaja con la idea de que el diario es «el taller del alma» y como tal es el recipiente del más poderoso legado del Cristianismo, que es la introspección iniciada por San Pablo y San Agustín «que al descubrimiento del yo asimila el descubrimiento del yo que sufre«. Agrega la autora que para la conciencia moderna, y para ella también, el artista -que reemplaza al santo- es el sufridor ejemplar, «porque ha encontrado un medio profesional de sublimar (en el sentido literal de sublimar, no en el freudiano) su sufrimiento», (p. 56). El destacado es mío.
28. Susan Sontag: op. cit., p. 62.
29. Susan Sontag: op. cit., p. 63.
30. Citado por Harold A. Goolshian/Harlene Anderson: «Narrativa y self. Algunos dilemas posmodernos de la psicoterapia» en Dora Fried Schnitman (comp.): Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1994; pp. 293-306. Cfr. Donald Spence: Narrative Truth and Historical Truth: Meanings and Interpretations in Psychoanalysis, Nueva York, Norton, 1984.
31. Harold A. Goolshian/Harlene Anderson: op. cit., p. 297. El destacado es mío.
32. Cfr. Roy Schafer: Language and Insight, New Haven, Yale University Press, 1978.
33. Harold A. Goolshian/Harlene Anderson: op. cit., p. 298.
34. Harold A. Goolshian/Harlene Anderson: op. cit., pp. 299-300. El destacado es mío.
35. Fina Birulés: «Del sujeto a la subjetividad. Duro deseo de durar» en Manuel Cruz (comp.): Tiempo de Subjetividad, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1996; p. 234.
2 comentarios
Nadie que escribe un diario de vida se dedica a narrar los acontecimientos de su tiempo, eso no seria un diario de vida, véase journal de Katherine Mansfield, diarios de Franz Kafka por citar algunos, nada dice sobre la calidad literaria de la obra, admirada incluso por José Donoso, no me parece que una obra literaria deba ser analizada con tanto criterio filosófico y tantas citas de Lacan y otros que no existían en el tiempo que fue escrito.
Nadie que escribe un diario de vida entra en «profundas reflexiones» sobre el acontecer mundial, se trata de experiencias personales, véase Journal de Katherine Mansfield , Diarios de Franz Kafka, etc.. fuera de mostrar la cantidad de conocimientos del autor del articulo nada dice sobre la calidad literaria de la obra, y si sobre el origen aristocrático de la autora que nada tiene que ver con sus condiciones literarias.
Una lectora del diario de Lily Iñiguez y de sus poesias