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“El paraíso en la otra esquina”, de Mario Vargas Llosa.

por Luis Quintana Tejera
Artículo publicado el 03/08/2019

Flora Tristán: un triste modo de ser.

 

El-paraisoIntroducción
Haremos la presentación y reseña de El Paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa. Nos parece desde el comienzo que el título revela una forma de juego que despierta —al menos en Gauguin— recuerdos tiernos de la niñez. Pero la novela se mueve en realidad entre tres grandes mundos misteriosos: la tierra, el infierno y el citado Paraíso.

Desarrollo del contenido
La tierra es el lugar en donde los personajes intentan residir; luchan por adaptarse a un mundo permeado por la injusticia e intentan inocentemente cambiarlo, como lo hace Flora Tristán. Flora tiene una vida personal llena de vaivenes y angustias; un marido que en los hechos no ha elegido, unos hijos que llegaron casi sin que ella pudiera tener conciencia de ellos; y, sobre todo, una hija que heredará la problemática de su madre: Aline, la controvertida Aline que engendró nada menos que al gran Gauguin, pero que le heredó a éste la carga de mala suerte que traía sobre sus hombros. Y es en la tierra en donde todo esto sucede.

Gauguin: su nihilismo constante.
Gauguin cambia el espacio en el que viviera al comienzo para trasladarse a Tahití en donde espera encontrar un ambiente no contaminado. Sus aspiraciones no se cumplen tal y como él lo aguardaba y su nihilismo constante lo conduce a la mayor decepción. Crea una obra maestra en un estado de semiinconsciencia; lega al mundo esta misma obra, pero muere prácticamente solo, rodeado de la envidia y acosada por las dos severas instituciones que tanto mal le hacen a nuestro universo: la Iglesia y la Autoridad.

El infierno es, en la apariencia de la hipocresía religiosa, el lugar adonde deberían ir Paul y Flora; pero esto obedece a estructuras caducas en donde se pone en duda, en primer lugar, la misma existencia de este universo; y, en segundo término, ningún ser humano está habilitado para señalar cuál ha de ser el destino de su semejante. ¿Acaso nos ganamos el cielo por estar integrados a una orden religiosa o por pertenecer al círculo selecto de los mal llamados “santos”?

Y en cuanto al paraíso, El Paraíso en la otra esquina constituye una suerte de búsqueda del dorado perdido; búsqueda infructuosa en lo que a términos de realidad se refiere; pero perfectamente factible en el terreno del símbolo en donde tanto Gauguin como Flora lo alcanzan gracias a su deseo de hacer el bien en el caso de la mujer; y de ofrendar su obra como generoso fruto poderoso para que la humanidad lograra avanzar al menos un escaño más, en el caso de Gauguin.

Flora Tristán. Su vida: acciones y búsquedas.
La novela empieza con el despertar de Flora Tristán; son las cuatro de la mañana y un pensamiento la asalta cuando el narrador le dice: “Hoy comienzas a cambiar el mundo Florita” (2003: 11)

Ella conoce que le toca cumplir un papel peligroso y al mismo tiempo renovador; sabe que la vida está llena de injusticias que deberán corregirse o al menos atenuarse. Pero el pequeño gran problema que enfrenta es que es una mujer en un mundo de hombres. La misoginia imperante en el siglo XIX era un factor que la dejaba prácticamente desarmada ante el avance del hombre prepotente. Y sabe también que le corresponde defenderse de este macho intolerante, pero aun así su condición de fémina le hace la tarea muy difícil.

Todos los hombres y mujeres en mayor o menor medida desean dejar una huella, por mínima que sea, de sus acciones en la tierra; todos aspiran a cambiar al mundo. Flora lo quiere hacer desde una perspectiva excesivamente optimista cuando se propone apoyar al obrero para que se libere de la explotación de sus patrones.

Mediante breve metadiégesis el narrador recuerda:

Aquella tarde en Saint—Germain, diez años atrás en la primera reunión de los sansimonianos, cuando escuchando a ProsperEnfantin describir a la pareja—mesías que redimiría al mundo, se prometió a sí misma, con fuerza: “La mujer mesías serás tú”. ¡Pobres sansimonianos, con sus jerarquías enloquecidas, su fanático amor a la ciencia y su idea de que bastaba poner en el gobierno a los industriales y administrar la sociedad como una empresa para alcanzar el progreso! Los habías dejado muy atrás, Andaluza. (2003: 11)

Nos interesa resaltar el modo en que interviene el narrador que será una característica común a varias novelas de este autor; quien cuenta la historia lleva a cabo un diálogo permanente con sus personajes: reprochándoles, recordándoles, sugiriéndoles, proponiéndoles situaciones y hechos que estos mismos personajes ya conocen, pero que el narrador desea actualizárselos,comportándose como una especie de conciencia personal que no deja en paz a sus protagonistas.

Y Flora Tristán se yergue a través de las palabras de su narrador en una suerte de heroína insólita que al luchar por la causa del obrero, está peleando también por la mujer y dudando del matrimonio y de la Iglesia como dos instituciones que los hombres —me refiero a los machos— han echado a perder. Su propia experiencia le permitió comprender que el hombre es instintivo y perverso; que el hombre busca tan solo su satisfacción y no se detiene a pensar en las necesidades de la mujer. Surge de este modo la idea de una fémina abandonada en una sociedad que la explota y la maltrata y que ni siquiera recuerda su esencia divina de madre.

Pero Flora es una libre pensadora que parece no entenderse ni siquiera con los movimientos que aparentemente estaban de su lado y en especial nos referimos a Saint Simon y al socialismo utópico creado por él y continuado por sus seguidores más fieles. Esta forma del pensamiento social pecó por inocente llegando a creer que la forma de organización del hombre en sociedad se podía llevar a cabo tan solo con reglas que dirigieran el comportamiento de los nuevos gobernantes. Esto no aconteció así y Flora intenta encontrar el camino que la condujera al encuentro de una sociedad más real, menos conformista y más justa.

Precisamente al defender estos ideales se hizo de muchos enemigos, quienes vieron en ella una amenaza no solo potencial, sino también real y presente en el momento en que la efervescencia obrera comenzaba a manifestarse al menos de un modo sui generis que presagiaba mejores épocas.

Siempre hemos pensado que la importancia de un reformador social no radica solamente en los logros adquiridos, sino más bien en la trascendencia de sus búsquedas que van abriendo caminos que otros en el futuro podrán continuar.

Ahora bien, mientras Florita se preparaba para una de sus tantas reuniones de trabajo, el narrador interviene de una forma bastante extensa para actualizarle algunos aspectos trascendentes de su vida inicial, cuando apenas era una niña, casi adolescente y cuando su futuro pudo haber sido otro completamente distinto al que le tocó vivir. Veamos uno y otro de ellos.

En cuanto al primero, su padre —Mariano Tristán y Moscoso— era un recuerdo borrado en su mente, y los rasgos físicos que le venían a la memoria se reducían tan solo a los que nos permitimos dejar constancia a través de la cita:

No eran los del padre de carne y hueso que te llevaba en brazos a revolotear las mariposas entre las flores del jardín de Vaugirard, y, a veces, se comedía a darte el biberón, ese señor que pasaba horas en su estudio leyendo crónicas de viajeros franceses por el Perú, el don Mariano al que venía a visitar el joven Simón Bolívar (…). Eran los del retrato que tu madre lucía en su velador en el pisito de la rue du Fouarre. Eran los de los óleos de don Mariano que poseía la familia Tristán en la casa de Santo Domingo, en Arequipa y que pasaste horas contemplando hasta convencerte de que ese señor apuesto, elegante y próspero, era tu progenitor. (2003: 14)

El recuerdo de la niña es difuso; no está en su memoria el padre que la llevaba a pasear al jardín ni el que le daba el biberón, sino eran los retratos que tenía la madre y los óleos de don Mariano los que le traían remembranzas mucho más vivas, pero no tan ajustadas a la realidad.

Florita crecería con la idea de un padre que no era exactamente el real, sino tan solo una aproximación que sus vivencias le permitían reproducir.

Si el coronel don Mariano hubiera vivido unos años más, la joven no habría conocido la pobreza y se habría casado probablemente con un burgués y viviría en una casa muy grande.

“Serías un bello parásito enquistado en tu buen matrimonio” (2003: 15)

El oxímoron “bello parásito” ubica la situación personal de esta mujer —su belleza— y la condición social expresada a través de una metáfora muy violenta que deja transparentar el criterio del matrimonio, no tanto del escritor, como del personaje femenino. El juego de contrastes continúa cuando dice: “enquistado en tu buen matrimonio”.

El destino marca la ruta de Flora Tristán y si no hubiera sido la que es en el presente del relato, la hubiéramos visto como:

Máquina de parir, esclava feliz, irías a misa los domingos, comulgarías los primeros viernes y serías, a tus cuarenta y un años, una matrona rolliza con una pasión irresistible por las novenas (2003: 15).

El estilo es irónico, lúdico y sugerente. Véase la metáfora “máquina de parir” que las conocidas defensoras de los supuestos derechos de la mujer habrían defenestrado, pero que en el siglo XIX y por qué no en el XX también funcionaba de una manera tan cruel e inhumana. En estos contextos, la mujer era “esclava feliz” —bello oxímoron—, porque no tenía aún conciencia del papel que le tocaba vivir en la nueva sociedad. Y sería también un engranaje más al servicio de la corrupta iglesia católica; asistiría al rito vacío de la misa y sería una apasionada irresistible de las novenas.

Todo lo anterior lo hubiera sido si su existencia no cambiara radicalmente a partir del matrimonio que las circunstancias y la propia sociedad llegaron a imponerle.

El juego del Paraíso es reconocido en sus respectivos momentos por los dos personajes centrales de esta novela. En primer término, Flora, cuando regresaba al albergue después de la reunión con unos obreros, vio en una pequeña plaza a un grupo de niñas que jugaban al Paraíso. Las referencias que tienen que ver con el posible origen francés o peruano de este divertimento son poco importantes comparadas con el sentido metafórico que posee el mencionado esparcimiento de acuerdo con lo que explicaremos infra.

Como deja constancia el narrador “es una aspiración universal llegar al paraíso” y esa indagación sin fin que el propio juego prolonga hasta el infinito constituye una manera de aludir a la prolongación de la permanente búsqueda del hombre que corre tras la felicidad y que cree hallarla en un universo escatológico en donde las privaciones y las necesidades estarían ausentes.

En la historia de la literatura ha habido muchas maneras de concebir al Paraíso; no es nuestro objetivo recrearlas en este momento, pero sí diremos que las religiones, sobre todo, se han encargado de materializar el dichoso lugar y pretendido convencer a sus fieles que deben actuar en la tierra con miras a alcanzar la beatitud y la paz que este lugar proporciona.

Flora ve ahora a las niñas jugando y Paul Gauguin verá a otras niñas y en otro espacio entregadas al mismo divertimento cuando en las postrimerías de la novela, al observar la emoción que embarga al pintor por recordar días gratos de su niñez, una monja le dice, haciendo gala de un dogmatismo aberrante y ciego: “—Un lugar en donde usted nunca entrará” (2003: 466).

Desde el punto de vista de la narración, esta referencia mencionada dos veces en alusión al paraíso y el juego que lo representa, es uno de los factores que unen el relato binario dado que las identidades que encontramos nos hablan de una búsqueda común. Estamos seguros que el padre Fortin hubiera pensado de Flora lo mismo que la pobre monja aplicaba al genio famoso de la pintura francesa.

Muerte de Flora Tristán
En el contexto de la novela Flora Tristán muere en el capítulo XXI titulado “La última batalla” y Paul Gauguin deja de existir en el capítulo XXII: “Caballos rosados”.

La proximidad narrativa de ambos sucesos permiten que los términos del relato binario se cumplan a la perfección cuando en el año 1903 —cincuenta y nueve años después— rinde su vida uno de los creadores que mayor gloria darían a Francia.

En relación con la muerte de Flora Tristán, dice el narrador:

En vista de que los dolores, pese al opio, la tenían rugiendo y retorciéndose, el 12 de noviembre de 1844 los médicos le hicieron poner cataplasmas en el vientre y ventosas en la espalda. No la aliviaron lo más mínimo. El día 14 anunciaron que estaba agonizando. Después de gemir y aullar durante media hora, en estado de afiebrada exaltación —la última batalla, Madame—la—Colère—, cayó en coma. A las diez de la noche era cadáver. Tenía cuarenta y un años y parecía una viejecita (2003: 460).

Su muerte se produce entonces el jueves 14 de noviembre de 1844. Sufre mucho y con esto la vida parece transmitirnos una nueva enseñanza. De la misma manera que padeció en vida, sufre también en la muerte. Vivió una vida de privaciones y violencia y murió una muerte que al terror de padecerla se agregaban los insoportables dolores de los últimos momentos.

Éste es el fin del personaje femenino aquí recreado y es también un modo de plantear el eterno tema de la relación vida-muerte, que todos los seres humanos, tarde o temprano, llegamos a enfrentar.

 

Bibliografía
Mario Vargas Llosa (2003). El paraíso en la otra esquina, México, Santillana ediciones.

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