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El poder de los libros

por Ser Escritor
Artículo publicado el 03/05/2025

Publicado originalmente en la página Ser Escritor el 26-04-2025

 

«Un libro hermoso es una victoria ganada
en todos los campos de batalla del pensamiento humano».
(Balzac)

 

Este artículo describe los atropellos que se han cometidos con los libros que molestaban al poder establecido y fueron prohibidos con el calificativo de malditos.

Los entusiastas de las letras, de la lectura, relacionamos inevitablemente el mes de abril con la fiesta que acabamos de celebrar, con el «Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor«. Este día se conmemora, en Cataluña, desde 1926 cuando Alfonso XIII aprobó lo que el escritor Vicente Clavel Andrés había propuesto a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona tres años antes con el fin de celebrar esta festividad. Posteriormente, en 1988, la Unesco promovió el origen del Día del Libro, pero en 1995 la Conferencia General de la Unesco estableció el 23 de abril como jornada para rendir homenaje a la literatura y fomentar la lectura entre la población. Se consideró un día simbólico para las letras porque coincidían, casualmente, los fallecimientos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega.

Como bien nos detalla Irene Vallejo en su incontestable El infinito en un junco, hasta la invención de la escritura, del libro, las palabras se las llevaba el viento. El oficio de pensar el mundo existe gracias a los libros y la lectura, puesto que la escritura salva de la destrucción y el olvido todos los pensamientos y las creaciones del hombre. Y es el hombre, a su vez, bajo la influencia del poder de la religión, de la política… el que ha perseguido, vilipendiado, destruido y matado a los autores, a los editores y a los libros.

Con este artículo queremos hacernos eco de los atropellos que se han hecho y, lamentablemente, se siguen haciendo con los libros que no tuvieron suerte y fueron perseguidos, con el calificativo de malditos, prohibidos. Sin duda, el poder del libro fue también su condena. “Convertirlos en pasto de las llamas era asegurar su destrucción total. Escribir sobre esa barbarie es un homenaje, con el deseo de que no se vuelva a encender el fuego del odio y la persecución, ni siquiera en el metaverso”. Son palabras de Carmen Sabalete, la directora de la edición especial de la revista Muy Historia, dedicada a los Libros Malditos, que nos ha servido hilvanar esta crónica.

Según el historiador y docente Francisco José Gómez Fernández, el valor que los romanos concedían a los Libros Sibilinos, redactados a partir de las revelaciones de una sibila —sacerdotisa de Apolo que vaticinaba el futuro por medio del éxtasis— fue inmenso. Era el único texto profético, fruto de la adivinación intuitiva, que aceptaron de manera continua a lo largo de la historia. Pero, hacia el año 400, el hombre fuerte del emperador Honorio, el general de origen vándalo Flavio Estilicón, ordenó quemar los Libros Sibilinos, ya que declaraban que él quería hacerse con el trono y vaticinaban la caída de Roma. Entonces, aquellos viejos escritos se convirtieron en libros malditos merecedores del fuego purificador y el sacrificio definitivo.

Durante un siglo, la obra del filósofo cordobés Maimónides —dos títulos fundamentales: la Mishné Torá, en el campo de la doctrina rabínica y la Guía de perplejos, el texto más importante de la filosofía judía— va a ser condenada con anatemas e incluso quemada en público, a pesar de que —como nos relata el escritor Melquíades Prieto—los mejores pensadores cristianos y musulmanes siguieron la enseñanza de Maimónides, ya que sus explicaciones racionalistas sugerían solución plausible a sus conflictivas relaciones entre teología y razón.

El doctor en Historia, Eladio Romero García, nos introduce en un libro maldito que cobró fama y todo el mundo deseaba poseer: El Codex Gigas (o Códice Gigante), también conocido como la Biblia del diablo. Es un antiguo manuscrito medieval en pergamino del siglo XIII escrito en latín presuntamente por un tal Germán el Recluso, monje del monasterio de Podlazice (al este de la ciudad checa de Chrudim). Contiene una variada combinación de textos religiosos históricos relacionados con la medicina, anotaciones diversas.

Redactado con letra minúscula carolingia de estilo medieval, parecido a las letras utilizadas en la actualidad, llaman la atención las dos únicas imágenes del códice que representan formas alegóricas: una, la representación de la Jerusalén celestial proclamada en el Apocalipsis y otra, la figura del diablo, de unos cincuenta centímetros de alto. Es decir, el bien y el mal enfrentados en páginas contiguas. La posición de ambas imágenes, claramente simbólica, pretendía mostrar un mensaje claro: en una, la recompensa obtenida por una vida temerosa de Dios en el cielo, y en la otra, el diablo, el horror y el castigo que conlleva una vida pecaminosa.

Manuel P. Villatoro, periodista y escritor, nos presenta un superventas de los siglos XV y XVI, el Malleus Maleficarum, o Martillo de las Brujas, un ensayo teológico en el que definían los delitos que pergeñaban las hechiceras y explicaban cómo cazar, juzgar y extirpar este mal del mundo. Su éxito se debía a que trataba el tema de la magia negra de una forma entendible para atraer al pueblo llano; además, planteó la mayor revolución al indicar que la brujería era una actividad realizada casi exclusivamente por mujeres. Dos frailes dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, la alumbraron. Tan escandaloso era su contenido que fue prohibido por el Vaticano.

Popol Vuh es el libro sagrado del pueblo quiché —etnia de origen maya, asentada en lo que hoy en día es el altiplano guatemalteco—, un tesoro cultural de incalculable valor cuyas páginas encierran un enigma aún inexplicable, ya que aparecen similitudes sorprendentes con pasajes del Antiguo Testamento, razón por la que las autoridades eclesiásticas del nuevo mundo decidieron perseguirlo, según relata escritor José Luis Hernández Garvi. Se desconoce al autor o los autores, así como el verdadero origen del libro. Pero una copia redactada en lengua quiché pero usando caracteres latinos cayó en manos de Fray Francisco Ximénez —fraile dominicano, historiador y experto lingüista en delitos mayas—, quien, al darse cuenta de su importancia, decidió emprender personalmente su traducción al castellano.

“Allí donde se queman los libros se acaba quemando personas”.
Heinrich Heine.

El auto de fe de Maní de 1562 fue uno de los episodios más crueles por la cantidad de códices mayas destruidos y de indígenas castigados de la historia de la colonia en México. Ni siquiera dejaron las cenizas de los libros: las derramaban en pozos para evitar que los mayas las recuperaran. Así lo cuentan Diego Ruiz Pérez (Licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Maestro en Estudios Mesoamericanos, UNAM) y María Elena Vega (Doctora en Estudios Mesoamericanos, UNAM).

Los mayas contaban con un sistema de escritura que les permitía registrar cualquier tipo de información en un sinfín de soportes; entre ellos se encuentran los códices, libros manuscritos en largas láminas de papel de amate recubiertas con estuco y dobladas en forma de biombo. De todos los ejemplares que existieron, tan solo se han preservado cuatro: el Códice Maya de México, el Códice de Dresde, el Códice de París y el Códice de Madrid, identificados de esta forma por la ciudad que lo resguarda en la actualidad. Son manuscritos jeroglíficos fechados entre los años 950 y 1521 a la llegada de los españoles.

Esta persecución se estableció sistemáticamente a partir del 12 de julio de 1562: fecha que corresponde al auto de fe de Maní. Maní es un pueblo situado a unos cien kilómetros de la ciudad de Mérida, en el actual estado de Yucatán, donde un indígena encontró en una cueva varios altares con figuras de deidades mayas cubiertas con la sangre de un venado sacrificado. En cuanto avisó al guardián del convento, comenzó la represión y la quema de todos los ejemplares encontrados.

La invención de la imprenta —que permitía la reproducción de libros y otros textos menores en una cantidad y una velocidad impensable hasta entonces— llevó a que, en distintos territorios de Europa, se promulgasen leyes destinadas a frenar la producción y circulación de los libros considerados perniciosos (textos heréticos, supersticiosos, pornográficos, de crítica política…), y a perseguir a impresores y libreros, muchos de los cuales fueron castigados o enviados a la hoguera.

En 1551, la Inquisición española publicó el primer Índice de libros prohibidos: una lista de libros peligrosos elaborada por la Universidad de Lovaina, con algunas adiciones a cargo del Santo Oficio español. En 1558, una pragmática real sobre producción y comercio de libros reforzaba la obligación de solicitar licencia al Consejo Real para imprimir, pero dejaba en manos del Consejo de la Inquisición el control sobre su circulación. A partir de entonces, la Inquisición se hizo cargo de la elaboración de índices de libros prohibidos o expurgados, de la inspección en bibliotecas y librerías y del control de los puertos para asegurar que no entrara material subversivo.

En 1559 se publicó un nuevo Índice, elaborado por completo en España, que supuso un verdadero terremoto para la cultura del país. Se prohibían no solo obras de autores protestantes, también buena parte de los escritos de Erasmo de Rotterdam, muy popular en la época, y numerosos libros de espiritualidad y piedad en castellano. La Biblia en castellano quedaba vetada y no se imprimiría en España hasta el siglo XVIII.

El impacto de este índice sen la cultura española fue enorme. Las obras aparecían agrupadas por lengua, siendo las secciones latina y castellana las más importantes. La Inquisición establecía una jerarquía entre las lenguas, particularmente entre las modernas y las antiguas. Textos permitidos en latín se prohibían en castellano, con objeto de proteger a los lectores menos formados. Entre los textos prohibidos se hallaban numerosas ediciones de la Biblia y comentarios bíblicos, textos reformados, libros anónimos y obras de espiritualidad.

Colaborar con la Inquisición se convirtió en parte del trabajo cotidiano de muchos libreros e impresores en España y América. En 1580, varios libreros mexicanos fueron acusados de recibir libros ocultos en barriles y pipas de vino traídos por las flotas de la Carrera de Indias. Otros se desempeñaron como familiares del Santo Oficio lo que implicaba una serie de ventajas económicas y judiciales e incluso sociales, como servir de prueba de limpieza de sangre. El cargo era apetecible para muchos y sabemos que varios escritores lo fueron, entre ellos Lope de Vega.

La misión de salvaguardar el catolicismo fue encomendada al clero, que estableció Tribunales eclesiásticos para someter a juicio los libros tanto nacionales como extranjeros, posiblemente impíos, y decidir cuáles debían vetarse. Tal labor fue encomendada a Juan Antonio Llorente (La Rioja, 1756), eclesiástico, historiador y político, doctor en derecho canónico por la Universidad de Valencia, quien fungió como secretario de la Inquisición de la Corte de Madrid y culpó a los papas de alejar a la iglesia de su papel espiritual para centrarse en asuntos políticos y económicos. Consideró que el poder eclesiástico debía ser supervisado y administrado por las autoridades civiles, argumento que desarrolló en diversos libros y por lo que se prohibieron entre 1821 y 1855 en México, incipiente Estado confesional cuya religión oficial era el catolicismo.

Cuenta Felipe Bárcenas, doctor en Historia y docente en ENALLT-UNAM, que el subgénero narrativo más perseguido en México durante la primera mitad del siglo XIX fue la novela: resultaban mucho más nocivos que los libros políticos o filosóficos, puesto que estaban dedicadas a un público amplio, promovían emociones universales como el amor y la empatía y eran capaces de romper las barreras de clase.

También en México, es llamativo el caso de Fray Servando Teresa de Mier que fue hecho prisionero en 1817, al desembarcar en el puerto de Soto la Marina por poseer libros prohibidos (viajaba con tres cajones de su biblioteca itinerante). Era además autor de Historia de la Revolución de Nueva España, editado en Londres en 1813, y había abandonado los hábitos para convertirse en sacerdote secular. Su obra contenía argumentos poderosos para justificar la independencia americana y, p0r eso, fue considerar sospechosa de atentar contra la dominación española, según opina Cristina Gómez Álvarez (Doctora en Historia y profesora titular en la Universidad Nacional Autónoma de México).

En el último artículo de la revista, el profesor y crítico literario Adolfo Torrecilla, repasa la larga lista de libros prohibidos en la Unión Soviética, país en el que fueron represaliados más de tres mil escritores y otros dos mil fueron fusilados o murieron en las cárceles o en los campos durante la dictadura comunista. El control político acabó imponiendo una censura social que se extendió a todas las esferas de la vida y los autores tuvieron que posicionarse: los que aceptaban este papel podían pertenecer a la poderosa Unión de Escritores, que era la que controlaba el mundo editorial y se encargaba hasta de sus vacaciones; y los que no, tuvieron que exiliarse o jugarse la vida con su disidencia.

“No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee. Que no aprende. Que no sabe”. Fahrenheit 451, Ray Bradbury.

Existen varios listados de obras prohibidas por su temática o por ir en contra de una serie de principios morales. Algunas de estas obras fueron muy conocidas en su momento, pero hoy han quedado en el olvido. Sobre el origen de las especies (1859), fue prohibida en la biblioteca de Cambridge —donde Darwin había estudiado—, así como en varios países europeos durante el siglo XX. La colmena (1946) de Cela, quien, a pesar de haber trabajado como censor, no pudo publicarla en su país hasta 1963. Farenheit 451 de Ray Bradbury, perseguida en varias ocasiones debido a su contenido provocador y crítico, paradójicamente, se convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad de expresión y la resistencia contra la censura literaria. La Metamorfosis fue prohibida por los nazis, consideraban a Kafka un escritor «decadente» y «antigermánico». Y hasta algunos libros infantiles —Alicia en el país de las maravillas, por ejemplo—han visto la censura porque promovían mensajes peligrosos para los niños.

Y terminamos con una noticia más reciente que nos causa júbilo: hace unos meses han salido a la luz las obras contenidas en el Fondo Marxista que la dictadura prohibió y encerró en el depósito de la Biblioteca Central Militar.  Inocencia Soria y Fernando Torra —que fueron sus directores técnicos— han publicado el ensayo Libros en el infierno que reseñan los 1.786 libros requisados por las fuerzas del bando nacional en las bibliotecas de ateneos republicanos, sindicatos, partidos políticos, bibliotecas municipales y colecciones personales.

Es una elocuente radiografía de las novelas que el franquismo quiso censurar; de los diseños artísticos de una vanguardia que la dictadura quiso alejar; de las ideas emancipadoras y los movimientos revolucionarios que el nuevo régimen quiso invisibilizar. Se consideraron todos ellos como libros peligrosos, inmorales, opuestos al movimiento nacional. Sin duda alguna, el que hayan renacido todos estos tesoros culturales tras tantos años en el infierno es una inmejorable noticia que nos lleva a desear que los libros sigan ejerciendo su poder sin ninguna otra manipulación.

“Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre. El fuego, la humedad, los bichos, el tiempo y su propio contenido”.
(Paul Valéry)

Ser Escritor
Artículo publicado el 03/05/2025

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