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Giorgio Manganelli. Centuria. Cien breves novelas-río

por Ser Escritor
Artículo publicado el 26/07/2025

Artículo publicado originalmente en serescritor.com el 26-07-2025

 

Aunque el contenido del libro que traemos hoy es difícil de definir, resulta muy práctico como material para organizar clases de escritura creativa. Sugiere temas, estructuras, juegos que permiten leer entre líneas, estereotipos literarios puestos en solfa para ser desarrollados de otra manera ensanchando así todo un abanico de posibilidades. Un libro que sorprende por la variedad de historias y que abruma por el exhibicionismo de sus páginas.

Así califica el propio autor su libro en el prólogo a la edición de 1979: “El presente volumen abarca en breve espacio una vasta y amena biblioteca; recoge, en efecto, cien novelas-río, pero trabajadas de maneras tan anamórficas que aparecen ante el lector presuroso como textos de pocas y descarnadas líneas.” Y añade más adelante: “Librito inmenso en suma para cuya lectura el lector deberá armarse de las astucias que ya conoce y tal vez aprender otras nuevas.”

Ya en el título está la clave. Son cien historias, relatos o partes ―no sabe uno cómo catalogarlos― sin título, numeradas, que en solo una página o dos como máximo nos transportan a otra realidad inserta muchas veces en un sinsentido, en una nada que se erige como “lo normal”.

Como ya hemos adelantado utiliza estereotipos literarios y los reescribe dándoles una nueva forma y ofreciéndonos así una nueva visión del mundo, pero es curiosa la forma de llevar a cabo este objetivo. Manganelli, quien creía firmemente que la Literatura dialoga con la realidad, utiliza en general una forma de escribir expositiva como si estuviera presentando un tema. Parece renegar de la literatura que se apoya en la trama, el argumento y los personajes y dirige todos los esfuerzos hacia su escritura, observándose y analizando los elementos constitutivos y explorando a la vez las posibilidades del discurso y de las formas expresivas.

Su prosa es barroca, con un léxico riquísimo y una sintaxis atractiva y absorbente; pareciera otorgar al lenguaje todo el protagonismo. Le encantan las paradojas, los espacios obsesivos, los mundos abstractos como sin sentido; esto que en un primer momento puede ser rechazado por un lector mediocre consigue salvarlo porque echa mano de referentes comprensibles que tocan angustias, preocupaciones y miedos que la mayoría albergamos. El resultado de todo esto es un espacio literario cercano, en ocasiones humorístico, pero lleno de variaciones, inquietantes muchas veces.

Biografía
Giorgio Manganelli (1922-1990) nació en Milán y es una de las figuras más notorias de la literatura italiana del siglo XX. Perteneció al famoso Grupo 63 que junto con la Neovanguardia constituyeron dos de las corrientes literarias italianas representativas después de la Segunda Guerra Mundial cuyas líneas de acción fueron la experimentación y la ruptura con lo establecido. Estaban formados por un conjunto de escritores italianos, entre los que se encontraban Umberto Eco y Edoardo Sanguineti, que revolucionaron la literatura de la época escribiendo no solo novelas, sino también ensayos, libros de reportajes y textos de reflexión filosófica. Si bien Manganelli fue apartándose poco a poco de esa línea experimental, continuó desafiando las convenciones literarias y dejando una profunda huella intelectual cargada de matices existenciales. De hecho, su estilo es a menudo una mezcla de ficción y reflexión profunda.

Esa época de posguerra que le tocó vivir ―una Italia marcada por grandes transformaciones de todo tipo que vivió el ascenso y la caída de corrientes artísticas, filosóficas y políticas― es la que le proporcionó el terreno fértil para reflejar las inquietudes de su tiempo, pero cuestionándolo todo. Así, aunque su obra abarca diferentes géneros literarios, a todos ellos les une su profunda reflexión sobre la condición humana. Vamos a nombrar tres de los títulos que marcaron su vida y obra:

  • En 1967 publica La letteratura come menzogna, (La literatura como mentira) un ensayo fundamental en el que cuestiona la relación entre literatura y verdad.
  • En 1972, la publicación de Agli dei ulteriori (A los dioses ulteriores) le consolidó como una de las figuras más interesantes de la narrativa experimental italiana. Esta es una novela que refleja el interés de Manganelli por las cuestiones metafísicas, la divinidad y la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes de la vida.
  • Y en 1979 escribe la obra que estamos reseñando, Centuria, con una estructura de microrrelatos que desafía las convenciones tradicionales de la novela. A partir de ahora, la crítica lo encumbrará como uno de los grandes innovadores de la literatura contemporánea.

Se le ha solido comparar con Italo Calvino —su mentor e impulsor— o con Samuel Beckett; con ambos tiene bastantes puntos en común, aunque su personalidad literaria le separa claramente de ellos. Fue un desmitificador racional y visionario, un escritor de la “mentira” de la literatura cuyas obras en un principio fueron consideradas como experimentales y difíciles, y sin embargo hoy en día se le ensalza como una figura central en los estudios literarios italianos. Después de analizada toda su aportación a los temas existenciales como la muerte, la nada y la condición humana, sus obras se valoran como una buena base para la reflexión contemporánea.

Características de algunas de estas novelas-río:
―En la escritura de Manganelli se unen literatura y metafísica lo que otorga al texto cierto aire de exposición de un tema. En el siguiente ejemplo vemos cómo a partir de un inicio chocante y gracioso se nos plantea el conflicto como si de un problema se tratara y el desarrollo del cuento le sirve al autor para argumentar y dilucidar el porqué de él. Aportamos el texto completo.

Sesenta y dos
Al salir de una tienda en la que había entrado para comprar una loción para después del afeitado, un señor de mediana edad, serio y tranquilo, descubrió que le habían robado el Universo. En lugar del Universo había sólo un polvillo gris, la ciudad había desaparecido, desaparecido el sol, ningún ruido provenía de aquel polvo que parecía estar totalmente acostumbrado a su oficio de polvo. El señor poseía una naturaleza tranquila, y no le pareció oportuno hacer una escena; se había producido un hurto, un hurto mayor de lo habitual, pero al fin y al cabo un hurto. En efecto, el señor estaba convencido de que alguien había robado el Universo aprovechando el momento en que había entrado en la tienda. No era que el Universo fuese suyo, pero él, en tanto que nacido y vivo, tenía algún derecho a utilizarlo. En realidad, al entrar en la tienda, había dejado fuera el Universo, sin aplicar el mecanismo antirrobo, que no utilizaba jamás, pues sus enormes dimensiones lo hacían de un uso poco práctico. Pese a su severidad consigo mismo, no se sentía culpable de escasa vigilancia, de imprudencia; sabía que vivía en una ciudad afectada por una delincuencia insolente, pero jamás se había producido un hurto del Universo. El señor tranquilo se dio la vuelta, y, tal como esperaba, la tienda también había desaparecido. Cabía pensar, por consiguiente, que los ladrones no andaban demasiado lejos. Se sentía, sin embargo, impotente y algo molesto; un ladrón que roba todo, incluido todos los comisarios de policía y todos los guardias urbanos, es un ladrón que se sitúa en una posición de privilegio que habitualmente no corresponde a un ladrón; el señor, aunque tranquilo, experimentaba aquel estado de ánimo que lleva a muchos señores a escribir cartas a los directores de periódicos; y de existir periódicos, tal vez lo hubiera hecho. De igual manera, de haber existido una comisaría, habría formalizado una denuncia, precisando que el Universo no era suyo, pero que lo utilizaba todos los días, desde el instante de su nacimiento, de manera cuidadosa y sobria, sin haber tenido jamás que ser llamado al orden por las autoridades. Pero no había comisarías, y el señor se sintió molesto, burlado, vencido. Se estaba preguntando qué tenía que hacer, cuando, inequívocamente, alguien le tocó en el hombro, tranquilamente, para llamarle.

―Tiene una capacidad increíble para atrapar al lector con unos inicios estupendos por chocantes:

Alrededor de las diez de la mañana, un señor con buenos estudios y humor moderadamente melancólico había descubierto la prueba irrefutable de la existencia de Dios. (“Cuatro”)

Generalmente los señores que acuden a esta parada a esperar el tren mueren en la espera. (“Diez”)

En la ciudad semiabandonada, devastada por la peste y por la historia, viven pocas personas, que cambian constantemente de casa. (“Ochenta y ocho”)

―Por otro lado, recalcamos la forma de utilizar los adverbios y la adjetivación; busca el adjetivo inesperado que aporte matices a los sustantivos; en muchas ocasiones es como si consiguiera extender el contenido semántico del sustantivo:

  • El señor del abrigo y el cuello de piel, cuidadosamente afeitado, salió de casa a las nueve menos doce en punto, ya que a las nueve y media tenía una cita con la mujer que había decidido pedir en matrimonio. Hombre ligeramente superado por los acontecimientos, casto, sobrio, taciturno, no inculto, pero con una cultura deliberadamente anticuada, el señor del abrigo había decidido hacer a pie el camino que le separaba del lugar de la cita y aprovechar el tiempo para meditar…
  • El joven pensativo y melancólico que se sienta en un banco del parque, en un rincón apartado y solitario, tiene realmente excelentes razones para estar pensativo, melancólico y apartado; se encuentra, en efecto, en la pesada condición de estar enamorado de tres mujeres; cosa que  ya es excesiva y extravagante: pero hay que añadirle que, aunque él no lo sepa exactamente, dos de estas tres mujeres han vivido respectivamente tres siglos y un siglo antes, y la tercera nacerá dos siglos después de su muerte. Se deduce de ahí que, pese a estar absoluta y penosamente enamorado, nunca ha encontrado a ninguna de estas mujeres, ni podrá encontrarlas jamás

―El tiempo en los relatos de Centuria es un elemento importante. En este texto que tenemos seguidamente se produce una parada de tiempo de forma que la acción no se retoma hasta la última línea del cuento, momento en que paradójicamente se acaba. Destacamos también el inicio:

El joven que está esperando que el semáforo le permita cruzar la calle se dirige a casa de una mujer a la que, en cierto modo, pretende declararse, esperando que lo rechazará. Le sobra valor para oír decirle que no, y vivir en general en una atmósfera de continuo rechazo. Las pocas veces que ha sido aceptado, sólo ha conseguido organizar terribles confusiones, y a fin de cuentas ha dejado de desear encontrar una mujer que le diga que sí. En realidad, ni siquiera está enamorado de la mujer a la que, en cierto modo, pretende declararse, pero supone que ella esperase […]Espera, con todo su corazón, no haber caído en un penoso equívoco, ya que la experiencia le ha enseñado que un «sí» no es otra cosa que un «no» aplazado, un doble «no», un «no» a dos carente de todos los dolorosos y delicados consuelos del «no». Confiado, he ahí que cruza la calle, como si fuera al encuentro de una nueva vida. (“Sesenta y cuatro”)

En el siguiente ejemplo el tiempo, además, resulta un elemento muy importante en la vida del personaje hasta el punto de que lo define y caracteriza. Como es breve lo ofrecemos completo.

El día decimosegundo encontró en un vado un esqueleto de hombre, con una flecha entre las costillas: cuando lo tocó, se pulverizó, y la flecha rodó entre los guijarros con un tintineo metálico. Al cabo de un mes encontró una miserable aldea, habitada por aldeanos cuya lengua no entendía. Le pareció que le prevenían de alguna cosa. Dos días después encontró un gigante de rostro obtuso y tres ojos… (“Veintisiete”)

Y donde mejor se aprecia la relación tiempo-personaje es en el texto que aparece a continuación.   Sobresale la meticulosidad del protagonista, así como el llamativo final, puesto que el narrador omnisciente utiliza el futuro como tiempo verbal para zanjar su obsesión temporal.

Treinta y cuatro
Se trata realmente de un señor de costumbres fijas. Viste siempre, desde siempre, a cualquier hora que le veáis, un traje gris: tiene tres trajes idénticos, que se pone por riguroso turno. Tiene tres pares de guantes oscuros, tres pares de sombreros. Se despierta a las siete menos cinco, se levanta a las siete. Vigilan la exactitud de su despertar tres despertadores sincronizados, y ajustados a la hora de Greenwich; otros tres despertadores están constantemente confiados a los cuidados de un mismo relojero, absolutamente consciente de la gravedad de su tarea. A las ocho está preparado para salir. Treinta minutos de viaje le separan de su lugar de trabajo: ha renunciado a utilizar los servicios públicos, a causa de su imprevisible inexactitud. A las cinco y cuarenta y cinco está de nuevo en casa. Descansa durante treinta minutos. No lee libros ni diarios, que considera depósitos de inexactitudes. Come sobriamente; es abstemio. Pasea durante una hora, en casa o alrededor de la casa, según el clima. Detesta el clima, y lo considera una muestra de la fundamental inexactitud del universo. Rechaza el viento o la lluvia. A las diez y media se acuesta. En ese momento, una feroz lucha se desencadena en este hombre firme y pacífico; en efecto, detesta los sueños. A veces sueña con morir, con ser asesinado, y se alegra, ya que supone que de ese modo es castigado y destruido el yo de los sueños. Se entrena en olvidar los sueños, hasta persuadirse de que no existen. Sin embargo, precisamente el hecho de que no existan, pero tengan forma, le turba profundamente. Hasta el no ser es capaz de desorden. En su vida cotidiana practica lo que él llama un «ejercicio espiritual»; consiste en la limitación del mundo a un itinerario reducido, en cuyo ámbito cada vez puedan suceder menos cosas. Este «ejercicio» esconde en realidad una intención más sutil, obstinada y sabia. Quiere convertir su itinerario, su casa, en un lugar único, en el centro del orden del mundo. Quiere que su paso sea el péndulo exacto del mundo. Está convencido de que el mundo no es capaz de enfrentarse a su exactitud. Por consiguiente, ha llegado a cultivar una ambición incluso más temeraria. Un día realizará un gesto inexacto, incompatible con el mundo; y éste, lo sabe muy bien, se verá desgarrado y dispersado como un diario viejo en un día de viento. En el Trono de Dios gobernará sobre la Nada depurada de sueños el funcionario vestido de gris.

―Por último, los temas son de lo más variopinto: un fantasma aburrido en su castillo; un unicornio en la parada del autobús; un señor de mediana edad a quien roban el universo mientras entra en una tienda a comprar una loción postafeitado; la historia del caballero que ha matado al dragón; el encuentro con un hada en el tren; el capitán del Buque Fantasma que cuenta historias de piratas, de mujeres bellísimas, de duelos, de tesoros ocultos; una familia de la alta burguesía que quisiera viajar en una carroza y ser asaltada por los bandidos; la persona que vive en un tercer piso de una vecindad, pero que no existe…

Para terminar, nos gustaría resaltar algo que nos parece importante de esta obra y es el hecho de que son textos sin moraleja evidente. Hay mucho de paradoja, de inadecuación, de sorpresa, de acontecimiento insólito, si no absurdo, pero no a la manera rutinaria de un escritor ocurrente, sino con la convicción de quien domina el lenguaje ―parece un acróbata― y se complace en sus juegos. Estas cien novelas o relatos o partes de historias forman un compendio de universos literarios como si Manganelli tuviera el afán de escribir el libro de los libros. Es, como afirmó Calvino, un inventor inagotable de historias.

Un consejo: no las leáis de seguida. Una o dos antes de acostaros y a pensar, hasta el día siguiente.

Ser Escritor
Artículo publicado el 26/07/2025

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