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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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La culpa es de los tlaxcaltecas de Elena Garro: una propuesta interpretativa a partir de Yuri Lotman.

por Rafael Mazón-Ontiveros
Artículo publicado el 03/07/2019

Resumen:
El interés de nuestro artículo recae en que hemos recuperado el método teórico del semiólogo ruso Yuri Lotman para realizar una interpretación de uno de los mejores cuentos de la literatura mexicana del siglo pasado considerado así por parte de la crítica literaria: La culpa es de los tlaxcaltecas de Elena Garro. Así mismo, recuperamos la idea de los niveles de sentido propuestos por el mismo teórico ruso para analizar primero en nivel del acontecer, de los personajes, siguiendo a Laura como ya hemos mencionado, teniendo en cuenta los tiempos y espacios yuxtapuestos que aparecen en el cuento, para pasar a apreciar el nivel del narrador, y finalmente al nivel del autor implicado.

Palabras clave: Elena Garro; literatura; mexicana; Lotman; crítica.

La culpa es de los tlaxcaltecas by Elena Garro: an interpretative proposal with Yuri Lotman´s theoretical method.

Abstract:
The interest of our article is that we recovered the theoretical method of russian semiologist Yuri Lotman to elaborate an interpretation of one of the best tales of mexican literature of the last century considered thus by literary criticism: La culpa es de los tlaxcaltecas work written by Elena Garro. We recovered the idea of the levels of sense proposed by the same russian theorist to analyze first the level of the events, of the characters, following Laura as we have already mentioned, taking into account the juxtaposed times and spaces that appear in the text, to pass to appreciate the level of the narrator, and finally to the level of the author involved.

Keywords: Elena Garro; mexican; literature; Lotman; criticism.

 

El presente estudio tiene como finalidad proponer una lectura, una interpretación posible del cuento La culpa es de los tlaxcatecas de la escritora mexicana Elena Garro, usando la manera de acercarse a la literatura propuesta por el semiólogo ruso Yuri Lotman. Ya que Lotman menciona que lo más indicado para acercarse a una obra de arte es tratar de abarcarla en su totalidad, trataremos de buscar, de ver las asociaciones, las articulaciones apreciables dentro del cuento; nos colocaremos detrás del personaje principal de la obra, de Laura Aldama, para hacer lo antes mencionado. Seguiremos la trayectoria del personaje de Laura desde el inicio hasta el final del texto, para poder analizar si cambia, si evoluciona y qué le permite hacer esto. Todo lo anterior equivale al nivel de los personajes, pero también veremos, a nivel del narrador, los motivos de éste para articular de determinada manera, y analizaremos las razones que han llevado al autor implicado a asociar todos los elementos del cuento de una forma específica.

Cuando Laura llega a la cocina en una lúgubre y negrísima noche, después de haber estado perdida, el primer personaje con el que se encuentra es la cocinera de la casa: Nacha [1]. El primer elemento simbólico, trascendental que aparece y que nos llama fuertemente la atención es el vestido blanco de Laura, manchado de tierra y sangre. Además de la aparición de este símbolo que seguirá tomando importancia a lo largo de la obra, desde el inicio del cuento, desde la primera conversación de la protagonista con Nacha, notamos en Laura una enorme confusión; ésta no sabe dónde se encuentra con exactitud, no reconoce su propia cocina y además, no tiene la misma concepción del tiempo que la cocinera: “y miró su cocina como si no la hubiera visto nunca […] -Señora, el señor… el señor la va a matar. Nosotros ya la dábamos por muerta. – ¿Por muerta? (Garro, 2014: p.3).

Aquí encontramos la primera diferencia de la visión del mundo de Laura con otro personaje del cuento, en este caso Nacha [2]. Inmediatamente después, la protagonista introduce, por primera vez, una acusación directa y con ésta, uno de los temas fundamentales de esta obra de Garro, la traición: “¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas” (Garro, 2014: p.4). Pero, ¿qué tiene que ver un pueblo prehispánico para una mujer mexicana de pleno siglo XX?, ¿Para qué podría articular Laura, hablando desde el siglo XX, la traición de los tlaxcaltecas a los aztecas?

Recordemos que los tlaxcaltecas fueron un importante pueblo prehispánico ubicado en Mesoamérica [3]. Fue uno de los pocos pueblos que el poderoso Imperio Azteca jamás pudo someter. La importancia de los tlaxcaltecas es que son considerados, por parte de la historia oficial, como los traidores de la patria; a la llegada de los conquistadores españoles, los tlaxcaltecas se unieron a ellos para poder derrotar, casi como una especie de venganza, al imperio azteca. El pueblo tlaxcalteca siempre mantuvo buenas relaciones con la corona española, pues no solamente se unieron a los conquistadores para derrotar a los aztecas, sino que acompañaron varias campañas militares para conquistar otros pueblos prehispánicos. Esto le daría a los tlaxcaltecas varios privilegios, entre ellos, el participar en el establecimiento de varias comunidades en el noreste de La Nueva España.

A primera vista puede parecer que la articulación de Laura de la presunta traición tlaxcalteca está fuera de lugar pues una mujer de la décadas de los sesentas, de la clase alta [4] mexicana, no puede compartir ninguna relación con el mundo prehispánico. Sin embargo, la protagonista del cuento menciona que: “-Yo soy como ellos: traidora…-dijo Laura con melancolía” (Garro, 2014: p.4). Laura se equipara, en cuanto a la traición, al mismo nivel que los tlaxcaltecas. Por lo tanto, en ella podemos apreciar una superposición de tiempos, de épocas: el moderno, el de mitades del siglo XX y el tiempo prehispánico. Ella busca, desesperadamente, alguien que la logre entender entre los seres humanos del siglo XX. Por suerte, este ser que escuchará su grito de auxilio es la propia Nacha: “-¿Y tú, Nachita, eres traidora? La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche […] -Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita” (Garro, 2014: p.4).

La cocina en la que los personajes hablan, dialogan, funciona como una metáfora en la que ambos tiempos, el prehispánico y el siglo XX se enfrentan, se confrontan, chocan; la cocina es una suerte de esfera de la realidad, en donde la tristeza por la traición cometida, y la posterior culpa sentida separa a Laura y Nacha del resto del mundo, del siglo XX: “La cocina estaba separada del mundo por un muro invisible de tristeza, por un compás de espera” (Garro, 2014: p.4). La espera mencionada es el esperar a que los personajes, tanto Laura como Nacha, puedan conciliar dos tiempos, dos épocas, lo prehispánico y lo moderno.

Durante toda la obra, no hay ningún movimiento físico por parte de los personajes, ni de Laura ni de Nacha; en ningún instante vemos a alguna realizar un traslado o una acción, por lo menos desde el ámbito físico. Lo importante dentro del cuento es lo que a primera vista puede parecer un viaje retrospectivo de Laura a tres momentos clave [5] en su pasado que la han llevado a este instante supremo en la cocina, hablando con Nacha [6].

El primero de estos recuerdos tiene como escenario a Cuitzeo, Michoacán. Laura viaja con su suegra Margarita a Guanajuato, pero por un problema mecánico del automóvil en el que van se quedan varadas a la mitad de un puente blanco [7]. Mientras Margarita va a buscar un mecánico, Laura se queda sola, bajo los rayos de un sol extremadamente blanco. Entonces ésta sufre una especie de mareo, de vértigo y parece ser transportada a otra realidad, a otra dimensión:

Luego la luz se partió en varios pedazos hasta convertirse en miles de puntitos y empezó a girar hasta que se quedó fija como un retrato. El tiempo había dado la vuelta completa, como cuando ves una tarjeta postal y luego la vuelves para ver lo que hay escrito atrás. Así llegué en el lago de Cuitzeo, hasta la otra niña que fui (Garro, 2014: p.5).

Es esencial la metáfora del tiempo dando la vuelta como si fuese una tarjeta postal, pues significa que el tiempo del siglo XX está superpuesto, yuxtapuesto encima del tiempo prehispánico. Esto se relaciona con la manera en que el México moderno está construido encima de las ruinas de los templos, de las ciudades prehispánicas. El narrador articula a Laura con el don de percibir, de sentir esa superposición de épocas. En ella se encuentran dos lenguajes, dos visiones del mundo: la prehispánica y la del siglo XX, por eso nos dice que fue una niña hija del nuevo siglo, pero también “otra”, una niña prehispánica a la que sus abuelos le enseñaron acerca de acciones convertidas en piedras irrevocables y de palabras de tradición oral escritas para siempre en el tiempo. A estas alturas, Nacha ya se ha convertido plenamente en el cómplice de Laura; Nacha entiende a la perfección las ideas nacidas de una cosmovisión indígena que Laura le cuenta [8]: ¿No eran así las palabras de tus mayores? Nacha reflexionó unos instantes, luego asintió convencida. – Así eran, señora Laurita” (Garro, 2014: p.6).

En el cuento, el narrador omnisciente, heterodiegético [9] le da completamente la voz a Laura en los instantes de evocación para que ésta articule sin ningún tipo de limitación. El presunto recuerdo de Laura en torno al Lago de Cuitzeo no será la excepción a la regla, pero antes de pasar a analizarlo, queremos explicar las razones por las que la protagonista articula en torno a este lugar, pues no es gratuito.

Como ya vimos, Laura le da la vuelta a la tarjeta postal del tiempo, y se encuentra en una simbolización del Lago de Cuitzeo prehispánico, al mismo tiempo que está en el presente, en el lugar del siglo XX. Históricamente, los purépechas establecieron en este lugar un centro funerario prehispánico [10]. También formó parte de los pueblos conquistados por el imperio tarasco. Sobre su nacimiento, una antigua leyenda prehispánica cuenta que una hermosa princesa, joven, vivía triste y solitaria en un Cuerauáperi [11]. En el sitio nacían dos ríos cristalinos creados por una divinidad para entretenerla, pero nada parecía tenerla contenta, pues la princesa estaba, obligada por su padre, a quedarse en ese lugar.

Hapunda (era el nombre de la princesa) se pasaba todo el día llorando. Sus lágrimas se entrelazaban con el agua de ambos ríos. Su llanto le sacaba lágrimas hasta a las piedras, sin embargo no llegaba al corazón de los dioses, que no se compadecían del sufrimiento de la princesa. Lo único que ella deseaba es que le regresasen a su amado guerrero que partió a la guerra siguiendo las órdenes del rey, o sea su padre.

Un triste día, el ejército liderado por su padre regresó y ella corrió a preguntarle a éste donde estaba su amado. Todos los guerreros guardaron silencio y su padre le dijo que su pobre amado había sido alcanzado por la asesina flecha de un chichimeca. A la pobre princesa se le destroza el corazón al escuchar esto y busca, desesperada, el lugar donde quedó el corazón de su amado. Sigue al Dios Sol pues sabe que su luz le iluminará el camino a seguir. Hapunda pasa por encima de cualquier obstáculo que se le interpusiese en su afán de recuperar lo único que quedó de su amado. Cuando logra hacerlo, no escucha las palabras de su padre ni de los demás y respondía agresiva ante cualquiera que quisiese arrebatarle el corazón sangrante de su amado.

Al caer la noche, Hapunda huye al valle a llorar su pena. Toda la tribu duerme mientras ella, abrazando el sangrante corazón de su amado, llora durante toda la noche. Sus lágrimas terminan por inundar todo el valle. Al amanecer, la tribu se encontró ante un gran lago que abrazaba un corazón localizado en su punto central. Así se dio el nacimiento del Lago de Cuitzeo.

No hemos agregado toda esta leyenda al presente trabajo para llenar cuartillas, pues pensamos se puede articular de manera perfecta al discurso de Laura sobre Cuitzeo. Laura es, sin tener una clara conciencia de esto, la princesa Hapunda que espera el regreso de su amado guerrero, o sea, de su primo marido. Como ya dijimos, el narrador le otorga completamente el hilo conductor a la protagonista, de hecho éste no hace ningún tipo de comentario mientras ésta nos narra acerca del primer encuentro con su primo marido. El hecho de que la autora implicada use comillas durante todo el aparente recuerdo de Laura tiene un significado importantísimo, pues es un recurso narrativo que significa invención. Entonces, Laura no hace un viaje retrospectivo a su memoria, sino que realiza un viaje introspectivo a sus deseos, a sus miedos más profundos, a su culpa. Ella misma nos lo confiesa: “lo terrible es, lo descubrí en ese instante, que todo lo increíble es verdadero” (Garro, 2014: p.6) [12].

Por lo tanto, Laura articula todo lo “vivido” con su primo marido para conocerse, completamente, a sí misma. Todo lo articula para enfrentarse al demonio que tanto la atormenta, a la culpa que la atenaza hasta lo más íntimo: la traición cometida. En este discurso de la protagonista, la traición se deriva de una cuestión de infidelidad matrimonial: “No pude decirle que me había casado, porque estoy casada con él. Hay cosas que no se pueden decir, tú lo sabes, Nachita” (Garro, 2014: p.7).

Lo más importante de este primer encuentro con el personaje del primo marido es encontrar las diferencias de ambos: mientras que ella es traidora, él no lo es; ella se menciona como cobarde, mientras que él es valiente; él lucha, mientras que ella huye de su culpa, de su traición; él tiene las manos morenas, mientras que ella tiene las suyas demasiado blancas, como si fuesen las del enemigo, las del conquistador español que busca domar al indígena. Laura crea, articula a su primo marido (simbolización de una realidad en donde domina el valor), como una manera de ayudarse a sí misma a derrotar la culpa que siente por la traición cometida.

Podría parecer que, gracias al vértigo que Laura sufre, que ella es transportada a otra dimensión, a otra realidad. Pero no es así, lo que sucede es que ella está articulada dentro de la obra con la capacidad de apreciar la superposición de los tiempos prehispánicos y modernos del siglo XX; ella puede ver la otra cara de la moneda, que por un lado tiene al siglo XX y del otro al tiempo prehispánico: “Allí supe, Nachita, que el tiempo y el amor son uno solo” (Garro, 2014: p.8). Es una sola realidad, pero con distintas cualidades o características que le otorgan determinados matices.

Una característica con concepciones bien diferentes en las dos caras de la moneda es la del tiempo [13]. La misma Laura divide al tiempo en dos: uno falso (el del siglo XX, la concepción moderna) y el tiempo verdadero (el de la concepción prehispánica): “se me había olvidado, Nacha, que cuando se gaste el tiempo, los dos hemos de quedarnos el uno en el otro, para entrar en el tiempo verdadero convertidos en uno solo” (Garro, 2014: p.9). A Laura no le interesa la concepción del tiempo occidental, del siglo XX, en donde éste es lineal, con un principio y un fin específicos, donde todo se gasta, donde todo se acaba, pues el tiempo verdadero que ella menciona es el de la concepción prehispánica, que veía al tiempo como algo cíclico, donde nada termina pues se creía en los cambios de era, en donde el final de una significaba el comienzo de otra. Por eso la protagonista nos explica que el amor y el tiempo son uno solamente, pues la concepción del tiempo articulada dentro del cuento sigue la idea del mundo prehispánico, por lo tanto el México del siglo XX es la nueva era, pero la era prehispánica sigue dentro, escondida, palpitando [14].

Así como se recupera la concepción del tiempo prehispánica en el texto, también ciertos símbolos de corte prehispánico imperan en la obra y cobran sentido: “¿Sería un venado el que me llevaba hasta su ladera? ¿O una estrella que me lanzaba a escribir señales en el cielo?” (Garro, 2014: p.9). Desde tiempos inmemoriales, el venado es un símbolo sagrado para el mundo maya, pues para éste un venado fue el que formó los órganos sexuales de la luna usando sus pezuñas. De igual manera, para el México prehispánico el estudio de los astros y las estrellas tuvo primordial importancia. A partir del viaje interior que Laura realiza en Cuitzeo, regresa cambiada ideológicamente, pues estas ideas prehispánicas, así como toda la concepción del mundo según la cosmovisión prehispánica tomarán el pensamiento y el espíritu de la protagonista.

Por eso el choque constante de su visión del mundo cuando se asocia con la de los habitantes del siglo XX una vez que regresa de Cuitzeo. Laura no puede creer la diferencia entre el Zócalo prehispánico donde había “estado” en el mediodía y el moderno:

¡Cómo había cambiado, Nachita, casi no pude creerlo! A las doce del día todavía estaban los guerreros y ahora ya ni huella de su paso. Tampoco quedaban escombros. Pasamos por el Zócalo silencioso y triste; de la otra plaza, no quedaba ¡nada! (Garro, 2014: p.10)

Como Laura ha cambiado desde Cuitzeo, empieza a reconocer cosas en su marido, en Pablo, de las que jamás había tenido conciencia: ¡Lo que son las cosas, Nachita, nunca había notado lo que me aburría con Pablo hasta esa noche! (Garro, 2014: p.11). Su visión del mundo, en donde la presencia de lo prehispánico ha florecido, empieza a chocar constantemente con la de su marido, un hombre cualquiera del siglo XX, perteneciente a la clase alta mexicana. Para Laura, su marido no tiene ni siquiera una individualidad propia, y aparte lo hace sin articular palabras, sino con puras letras. El hecho de que Pablo olvide todo lo relacionado con las raíces mexicanas verdaderas, o sea con el mundo prehispánico, ocasiona que su esposa lo perciba como un simple autómata, sin vida:

Y me puse a contarlas mientras le miraba la boca gruesa y el ojo muerto […] ya sabes que se le olvida todo. Se quedó con los brazos caídos. “Este marido nuevo no tiene memoria y no sabe más que las cosas de cada día” (Garro, 2014: p.12).

Vemos que la protagonista del cuento habla de un marido nuevo, Pablo, pero para la existencia de éste debe existir un marido viejo, o sea su primo marido. Lo interesante es que ambos están superpuestos, yuxtapuestos; ambos son el mismo ser, la misma moneda, pero en dos facetas distintas, cada uno corresponde a una cara de la moneda:

A los dos les gusta el agua y las casas frescas. Los dos miran al cielo por las tardes y tienen el pelo negro y los dientes blancos. Pero Pablo habla a saltitos, se enfurece por nada y pregunta a cada instante: ¿En qué piensas? Mi primo marido no hace ni dice nada de eso […] yo me enamoré de Pablo en una carretera, durante un minuto en el cual me recordó a alguien conocido, a quien yo no recordaba […] cuando se enoja me prohíbe salir. ¡A ti te consta! ¿Cuántas veces arma pleitos en los cines y en los restaurantes? Tú lo sabes, Nachita. En cambio mi primo marido, nunca, pero nunca, se enoja con la mujer (Garro, 2014: pp.12-15).

¿Qué es lo que vuelve al mismo hombre, al mismo ser, diferente para los ojos de Laura? Pues que uno está intoxicado, envenenado por la modernidad del siglo XX, mientras que el otro es auténtico, original, con una individualidad propia, sin dejarse llevar por modas o comportamientos típicos de cualquier hombre de la nueva era. Uno ha olvidado de dónde viene, como hombre mexicano, mientras que el otro simboliza precisamente el conocer las raíces de donde surge la mexicanidad auténtica. Uno habla de puras tonterías, al igual que la suegra Margarita, mientras que el otro se preocupa por cosas de corte trascendental. Uno ha aceptado la derrota, se ha dejado conquistar por el siglo XX, mientras que el otro se encuentra en guerra contra los conquistadores. Por eso la presunta traición que Laura cree haber cometido la llena de tanta culpa, pues siente ha traicionado lo propio, lo verdadero, lo original (representado por el primo marido) con el matrimonio con Pablo, un hombre sin identidad individual, igual a cualquier otro sujeto del siglo XX, sin el conocimiento de una identidad nacional. Por eso la equiparación, que vimos al principio, de Laura con la traición de los tlaxcaltecas.

Esto último también lo podemos apreciar en los personajes de Nacha y Josefina. Aunque no son un único ser en dos eras distintas, sí son un mismo tipo de personaje: el de la sirvienta. Ambas tienen visiones del mundo completamente distintas, pues Nacha tiene más presentes unas raíces indígenas que le permiten entender, comprender la concepción prehispánica de Laura, lo que las lleva a volverse cómplices íntimas. Por el otro lado, Josefina es más como una sirviente mestiza, que choca constantemente con las visiones del mundo prehispánicas de Nacha y de Laura; Josefina siempre percibe la presencia del indio, del primo marido, al igual que Nacha, pero en lugar de apoyar a Laura corre siempre a avisarle a Pablo de la presencia de éste, como un mestizo llevando a un pobre indígena ante los conquistadores para, ingenuamente, tratar de ser completamente blanco.

Como ya hemos mencionado, el símbolo más importante dentro del cuento es el vestido blanco manchado de sangre que Laura siempre lleva consigo. El vestido funciona como una metáfora, como una simbolización de la realidad, en donde se unen, se enlazan, se superponen ambos tiempos, ambas eras, la prehispánica y la occidental-moderna. Carlos Felipe Barrera Ramírez y Elsa Argelia Guerrero Orduña explican, acerca de la importancia del corazón y la sangre para el pueblo mexica que el órgano del corazón representaba el portador del impulso vital humano, era donde nacía la vida al mismo tiempo que se desplegaba la muerte y junto con la sangre, encerraban el misterio de la existencia (1999: p.642) [15].

Por lo tanto, la sangre embarrada en el vestido de Laura representa el puente de unión de la vida, del mundo actual del siglo XX, y de lo aparentemente muerto, del mundo prehispánico. A través del vestido ensangrentado dos facetas del mismo ser, del marido de Laura, chocan, se yuxtaponen, se superponen: el vivo, Pablo, y el muerto hace siglos, que Laura recrea en su pensamiento, el primo marido.

Si al simbolismo de la sangre, se agrega el significado del color blanco, la metáfora se vuelve mucho más profunda y compleja. Sobre esto último nos dice Eulalio Ferrer que para los pueblos nahuas el blanco representaba al dios Quetzalcóatl y simbolizaba el nacimiento y la decadencia, el misterio del origen y del fin [16] (2000:p.208). Articulando esto en el cuento, el vestido blanco manchado de sangre simboliza la decadencia de la identidad mexicana, ahogada en la ola de modernidad que trae consigo la nueva era del siglo XX, pero mientras sigamos avanzando en el análisis del cuento de Elena Garro veremos que el texto deja abierta la puerta al nacimiento de una mejor era, a la vuelta al origen de algo más puro, después de pasar por el lodo del siglo XX.

Con este vestido, Laura empieza su segundo viaje introspectivo. En esta ocasión el escenario será Tacuba. ¿Qué importancia tiene Tacuba para articularlo, para introducirlo al cuento? ¿Para el mundo prehispánico, que trascendencia tenía Tacuba? Como podemos imaginar, no es gratuita la articulación de este espacio dentro del texto de Elena Garro. En el México prehispánico, Tacuba fue uno de los sitios tepanecas conquistados por Izcóatl, cuarto rey mexica. Formó parte, junto con Tenochtitlan y Texcoco, de la Triple Alianza. De la unión nace una de las tres calzadas que conectaban con México- Tenochtitlan, llamada Tlacopan, que iba precisamente de este pueblo hasta uno de los costados del centro ceremonial azteca. En este lugar surge una de las leyendas, historias más conocidas a nivel nacional: el del árbol de la noche triste. El último señor o rey de Tacuba, Tetlepanquetzal sufrió, junto a Cuauhtémoc, el tormento a que los sometió Cortés (quemarles los pies) para que revelaran el lugar donde se guardaba un supuesto tesoro. Con todo y el horrible sufrimiento, jamás se reveló el lugar donde estaba escondido el tesoro.

Ya vimos que en Cuitzeo, Laura es una especie de reencarnación de la leyenda de la princesa Hapunda. Con Tacuba, la importancia está en la leyenda del rey Tetlepanquetzal, pues se negó a traicionar a su pueblo sin importar el sufrimiento al que lo sometiesen a él. A la protagonista le encantaría ser como el último rey de Tacuba, sin haber traicionado sus raíces, pero no es como él y esto la inunda de una horrible culpa. En el texto jamás se menciona la tortura, la quema de los pies, a la que Cortés sometió al último señor de Tacuba. Sin embargo, el texto recrea esto usando una hermosa metáfora: “Puso una rodilla en tierra y con los dedos apagó mi vestido que empezaba a arder” (Garro, 2014: p.18). El fuego representa, por un lado la tortura que sufrió Tetlepanquetzal, pero también la creciente culpa por la traición cometida por Laura. La protagonista es una especie de recreación de la leyenda de la Malinche, la cual traiciona a su pueblo indígena por un conquistador: en el caso de la Malinche la traición sería por Cortés, en el caso de Laura por Pablo. La diferencia radica en la culpa que embarga a la protagonista por la infidelidad cometida.

Al regresar de su viaje introspectivo, Laura ha vuelto a cambiar. Al asociarse con los demás personajes, podemos notar que su noción del tiempo se ha vuelto todavía más prehispánica: “¿Cuánto faltaría para que el tiempo se acabara y yo pudiera oírlo siempre? […] -¿Dónde anduvo señora? – Fui al café de Tacuba. – Pero eso fue hace dos días” (Garro, 2014: pp.18-19). Para Laura, el tiempo corre de manera diferente; para ella camina con mayor calma, no con el desenfreno, con la rapidez excesiva que la concepción que el siglo XX, era de una gran industrialización, tiene de éste. Aparte, para la visión de mundo prehispánica de la protagonista, el tiempo en el que se encuentra, el del siglo XX, va a terminar por acabarse y con esto iniciará una nueva era, más bella, más pura, en la que podrá oír para siempre los latidos de su primo marido. Esto tiene que ver con que el cuento está construido a partir de la noción prehispánica de tiempo cíclico, como ya hemos mencionado.

Después de su viaje realizado a la Tacuba prehispánica, a Laura le cuesta, todavía más, asociarse con Pablo. Esto es porque, como Josefina y Nacha piensan, la protagonista está enamorada, pero no de Pablo, sino de su primo marido. Al asociarse con ambos, Laura encuentra un sinfín de diferencias: el hombre prehispánico es, aunque pueda resultar paradójico (para el pensamiento occidental del siglo XX, obvio), un caballero; constantemente se hinca ante Laura, le apaga su vestido blanco que se quema, le tapa los ojos para que no vea la destrucción, le hace un techito para hacerle sombra, mientras que Pablo es salvaje, brutal. A lo largo del cuento, podemos apreciar el lenguaje tan lírico con el que Laura dota a su primo marido (lo que se ve en la metáfora de las dos rayitas que terminarán por volverse una, o con lo de “guardarte en la alcoba más preciosa de mi pecho”) contrapuesto a las acciones feroces que Pablo siempre dirige hacia ella: “Pablo, en cambio, agarró a su mujer por los hombros y la sacudió con fuerza” (Garro, 2014: p.21).

Loa cambios no solamente son apreciados en el personaje de Laura, pues Nacha también ha ido evolucionando de la mano con su señora. Al principio podíamos ver a ésta hablarle casi con indiferencia a Laura, pero a estas alturas del cuento es completamente cómplice de la protagonista. Nacha sufre, como su señora, choques ideológicos al asociarse con los personajes del siglo XX: constantemente desaprueba las traiciones de Josefina, sus ideas chocan con las de Margarita: “-Tal vez el indio de Cuitzeo es un brujo. Pero la señora Margarita se había vuelto a ella con ojos fulgurantes para contestarle casi a gritos: -¿Un brujo? ¡Dirás un asesino!” (Garro, 2014: p.21).

En este punto es cuando el médico, símbolo de los avances científicos y tecnológicos del siglo XX entra a escena. Al asociarse con él, Laura no puede llegar a comprenderlo, pues el médico no está consciente, como ella, de la superposición de eras: “-Me preguntaba por mi infancia, por mi padre y por mi madre. Pero yo, Nachita, no sabía de cuál infancia, ni de cuál padre, ni de cuál madre quería saber” (Garro, 2014: p.22). Por eso la protagonista opta por platicarle sobre la conquista de México; en lugar de probar cualquier remedio moderno para “curarse”, le pide al doctor un ejemplar del texto de Bernal Diaz del Castillo. Circunstancia que terminaría por ocasionar que los personajes representantes del siglo XX, o sea el médico, Pablo y Margarita, la empezasen a tratar como a una loca.

No es gratuito el guiño realizado a la obra de Diaz del Castillo. La obra titulada Historia verdadera de la conquista de la Nueva España fue escrita por un soldado que participó de manera activa en la conquista, en este caso Bernal Diaz del Castillo. En la actualidad, los críticos que se han acercado a este texto han tomado dos rumbos distintos para hablar sobre ella: los que la alaban y los que la critican. Los que toman el primer camino, exaltan el estilo que cautiva a uno desde las primeras líneas; hablan, positivamente, sobre la manera en que el autor narra lo sucedido, pues mezcla de grata manera lo rudo con lo sencillo, lo ágil y lo directo; cada uno de los doscientos catorce capítulos de la obra se encuentran plagados de descripciones bellísimas, llenas de detalles; leer esta obra representa, para este sector de la crítica, un viaje al pasado y vivir de la mano de un soldado todos los acontecimientos de la conquista: desde sucesos o anécdotas, hasta críticas agudas sobre ciertas acciones que realizaron los conquistadores, pasando por interesantes diálogos de personajes ilustres.

El resto de la crítica la ha criticado duramente. Ya que Bernal Diaz del Castillo escribió la obra como una respuesta a las crónicas, muy populares en aquellos días, que exaltaban la figura de Hernán Cortés otorgándole solamente a éste toda la gloria de la conquista, reduciendo el esfuerzo de los soldados españoles casi a la nada, su visión, plasmada dentro del texto, pudo ser muy poco objetiva; el afán del autor de exigir recompensas justas para él y los demás soldados, pudo enturbiar la verosimilitud de su narración. También se le ha achacado el ser demasiado subjetivo a lo largo de toda la obra, lo cual se puede apreciar en sus frecuentes críticas al texto Historia general de las Indias, pues en la opinión de Diaz del Castillo, el autor habla a sabor de su paladar, alabando únicamente a Cortés, silenciando las hazañas de los soldados; opina que es terrible que los que estuviesen escribiendo sobre la conquista fueran gente completamente ajena a lo ocurrido en la Nueva España, gente que ni siquiera estuvo en el lugar de los hechos. De la misma manera, se le ha achacado a Bernal Diaz del Castillo escribir sobre diálogos ocurridos en lenguas indígenas, cuando él no tenía ni idea sobre estas lenguas.

Pero justamente por estas razones “negativas” son por lo que la autora implicada recupera específicamente esta obra para articularla al cuento. El sentido de articularla es para mostrar la relatividad de la historia oficial, pues cualquiera puede dar su punto de vista, plenamente subjetivo, acerca de la historia y llenarla de las ideas o los sentimientos de cada uno [17], así como la protagonista se pone a ella y a su primo marido como los principales motores en los hechos históricos relatados. En esta obra, Laura crea su propia Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, por eso es que la autora implicada hace que el narrador omnisciente le dé toda la libertad de palabra a la protagonista para que elabore su propia versión de los hechos ocurridos en Cuitzeo, en Tacuba y por último, en Chapultepec.

Desde el inicio de este último viaje introspectivo realizado por Laura, se nos vuelve a confirmar el hecho de que la protagonista está imaginando, creando todos los sucesos que nos cuenta: “Mi marido había contemplado por la ventana mi traición permanente y me había abandonado en esa calzada hecha de cosas que no existían” (Garro, 2014: p.24). La propia Laura nos confiesa que todo lo que cuenta son cosas increíbles, verdaderas para ella, pero que no existen en la realidad inmediata. Su traición permanente se refiere a su matrimonio con un representante del siglo XX, o sea con Pablo; ha traicionado, igual que los tlaxcaltecas, su identidad, sus raíces prehispánicas, verdaderas, por un brillo ilusorio: el de la modernidad que viene de fuera, el que un conquistador podría introducir. Es llamativo que su primo marido sea el único personaje de toda la obra que quiere (lo dice abiertamente) a Laura con todo y su presunta traición, como si la autora implicada nos dijese que solamente lo prehispánico, o sea lo nuestro, es lo único verdadero y lo que nos va a aceptar siempre con cada uno de nuestros defectos.

En este tercer viaje introspectivo la era del siglo XX casi se ha acabado. Una prueba de este hecho es la mayor intensidad de la superposición de tiempos, de eras que podemos apreciar: “un taxi me trajo por el periférico. ¿Y sabes, Nachita?, los periféricos eran los canales infestados de cadáveres […]-¡Cuánto coyote! ¡Anda muy alborotada la coyotada! -dijo con la voz llena de sal” (Garro, 2014: p.28). En esta última parte del cuento, aparecen dos símbolos importantísimos: la sal y los coyotes. Los aztecas, para llevar a cabo la ceremonia de Vixtociatl, tomaban a una mujer que hubiese trabajado en las salinas para que representase a una deidad durante la danza. Esta leyenda indígena se puede articular al final del cuento, pues ya que éste está construido a partir de una concepción prehispánica del tiempo como algo cíclico, al final la era de la modernidad, del siglo XX ha terminado y ahora toca un cambio de era:

Después, cuando ya Laura se había ido para siempre con él, Nachita limpió la sangre de la ventana y espantó a los coyotes, que entraron en su siglo que acaba de gastarse en ese instante […] -Ya no me hallo en casa de los Aldama. Voy a buscarme otro destino- le confió a Josefina. Y en un descuido de la recamarera, Nacha se fue hasta sin cobrar su sueldo (Garro, 2014: p.28).

Como podemos ver, ambos personajes han terminado por salir de la era gastada, la del siglo XX, y se han dirigido a una nueva, recién nacida; Laura lo ha hecho acompañada de su verdadero amor, de su primo marido y Nacha juega un papel como de divinidad indígena, mitológica pues a lo largo del cuento le ha ayudado a su señora a encontrarse a sí misma y a que encamine el rumbo de su vida hacia la verdad; con la boca llena de sal, espanta a los coyotes (uno de los animales sagrados para los pueblos indígenas) y defiende la huida de Laura a la nueva era, para después seguirla ella misma, pues ambas pertenecen ideológicamente a otro tiempo.

Durante todo el cuento, la voz del narrador omnisciente ha sido mínima. Las intervenciones que ha realizado han sido breves, y aparentemente sin trascendencia. La obra está llena de diálogos entre Laura y Nacha, y mientras que las comillas ubican perfectamente la voz de la primera, la segunda casi no habla, y cuando lo hace su voz se confunde con la del narrador, pero como nosotros hemos hecho el seguimiento de Laura, no profundizaremos en esto último. Lo que nos interesa es mencionar el significado que hay detrás del comportamiento del narrador. Lo hemos insinuado antes, el narrador le otorga completa libertad a Laura para que lleve el hilo de la narración, esto es porque la autora implicada, en este caso Elena Garro, estando siempre, a lo largo de su vida, muy sumergida en cuestiones sociales en las cuales buscaba ayudar siempre a las causas indígenas, busca recuperar al mundo prehispánico que, ante los avances tecnológicos y la modernidad del siglo XX, hemos olvidado, hemos terminado por traicionar.

Entre los elementos que busca recuperar, se encuentra la importancia otorgada a la oralidad en los pueblos indígenas. La manera en que Josefina chismorrea, la forma en que Laura cuenta lo sucedido en los tres sitios históricos, recuerda a la manera en que la información se movía en los pueblos prehispánicos: de manera oral, de generación en generación, los abuelitos contándole a sus hijos, y éstos a los nietos leyendas o sucesos trascendentales para sus poblados. Y esto conlleva consigo una situación: la relativización de lo contado, lo cual es una visión de mundo completamente antitética a la de la historia oficial, que es cerrada, unívoca, como lo son las ideas del siglo XX.

Como hemos dicho, Laura realiza su propia versión, su propia simbolización de la conquista de la Nueva España. La protagonista recrea los acontecimientos simbolizando la realidad a su manera, mostrando lo relativo que es la historia oficial, y al mismo tiempo lo falso que son, pues cada uno tiene su propia verdad dentro de sí.

La manera en que el narrador del cuento articula los personajes, poniéndolos en dos bandos: los cercanos a lo prehispánico (Laura y Nacha) y los completamente hijos del siglo XX (Pablo, Josefina, Margarita), responde a una razón muy concreta [18]. La autora implicada realiza una fuerte crítica social a la manera en que la sociedad mexicana del momento vivía: sin memoria histórica, olvidada de sus raíces, de su origen, realizando una imitación del modelo vivencial europeo. La culpa no es, como la dura historia reza, únicamente de los tlaxcaltecas, sino de todos los mexicanos que hacen lo que sea para aparentar una piel más clara, odiando el moreno de su piel. Esto último es la traición permanente en que Laura, y como ella cualquier mexicano puede estar viviendo; cualquiera puede ser seducido por el conquistador, por el extranjero, por la ilusión de progreso, de modernidad occidental y caer en sus garras, traicionando su origen.

Dentro del cuento vemos una simbolización del México de la época (y quizá el de la actualidad), que se encontraba en una fuerte superposición de tiempos, en un constante choque de visiones de mundo, en donde por un lado estaba la visión de mundo occidental y por el otro lo prehispánico. La autora implicada, a través del final del texto en donde se encuentran ambas simbolizaciones de las dos eras distintas, nos da la oportunidad de escoger la postura a tomar: seguir olvidando y huir al centro de modernidad occidental más cercano, como Acapulco (igual que lo hizo Pablo) o limpiar la culpa que cada uno tiene dentro; podemos seguir los pasos de Laura que, como una doncella de vestido blanco a punto de ser sacrificada a los dioses [19], se enfrenta, aguantando horribles sufrimientos, a la culpa de su traición para terminar siendo redimida de ésta con su esfuerzo, y con la intervención de una salina divinidad mitológica, en este cuento representada con la figura de Nacha, yéndose ambas a una naciente era, a un naciente México moderno que acepta su pasado, sus raíces.

Rafael Mazón Ontiveros
Universidad Autónoma del Estado de México
RafaelMazonOntiveros@gmail.com

 

Notas al píe
[1] Conforme vayamos avanzando en el presente trabajo, podremos ir apreciando la importancia que tiene Nacha para Laura, como para el desarrollo del cuento.
[2] Aunque es verdad que esta diferencia percibida se desvanecerá más adelante.
[3] Lo que en la actualidad es México, Guatemala, Belice y parte de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica).
[4] Para el tiempo en que es ubicado el cuento, la familia Aldama era una de las más importantes de México por la relación directa que tenían con el partido político dominante de la época: el PRI. Lo podremos ver con mayor claridad más adelante.
[5] Usando el lenguaje de Lotman, estos tres momentos clave funcionan como una simbolización de la realidad, en este caso de hechos históricos sobre la conquista de la Nueva España.
[6] En mayor o menor medida, Elena Garro uso ciertas técnicas narrativas que fueron muy populares entre los escritores del Boom Latinoamericano, como lo fue el monólogo interior a través de los recuerdos, de la memoria de los personajes.
[7] Como podemos ver, otra vez el color blanco vuelve a aparecer en el cuento. Llegado el momento, veremos la importancia simbólica que éste tiene para la significación del cuento.
[8] Esto porque Nacha tiene raíces indígenas, prehispánicas que le brindan una concepción del mundo determinada.
[9] Se trata de un narrador que se localiza fuera de la diégesis, o sea de la historia; no forma parte del relato. Decimos que es omnisciente pues es una especie de Dios que sabe todo lo que piensan y sienten los personajes, al igual que la manera en que ocurren los acontecimientos. Usa la tercera persona del gramatical para narrar.
[10] Nos referimos a la zona arqueológica de Tres Cerritos. Fue un antiguo centro funerario, religioso y habitacional perteneciente a los purépechas de Pátzcuaro. El centro está conformado por tres montículos, una plaza central y un adoratorio.
[11] Se refiere a un jardín de la Madre Naturaleza.
[12] Encontramos curiosa, de cierta manera, esta frase, pues nos parece una concisa definición del realismo mágico popular en Latinoamérica en los tiempos en que se publicó este cuento de Elena Garro.
[13] El tema del tiempo es uno de los elementos más importantes dentro de la obra de Elena Garro. Uno de los mayores méritos que la crítica literaria le ha achacado es precisamente la innovación que realiza en la concepción de éste, pues el tiempo dentro de sus obras sigue concepciones prehispánicas del tiempo, no occidentales modernas.
[14] Esta concepción cíclica del tiempo la explica Alexander Wolfang Voss en su texto titulado La noción del tiempo en la cultura maya prehispánica.
[15] Esto es explicado en el trabajo titulado El corazón y la sangre en la cosmovisión mexica.
[16] Esto es explicado en el texto titulado El color entre los pueblos nahuas.
[17] Más adelante, volveremos a retomar lo de la relatividad en este cuento de Elena Garro.
[18] Dentro del lenguaje de Yuri Lotman esto es la transcodificación, la que hemos estado llevando a cabo a lo largo del presente estudio. En resumidas palabras, el concepto lotmaniano se refiere al choque de visiones de mundo (que son elementos que el texto brinda para dar una significación). Por ejemplo, Laura y Pablo corresponden a sistemas diferentes (visiones de mundo distintas) pero que logran tener una “armonía” dentro del texto y así crear una interpretación posible, adecuada. Se refiera a la suma de sistemas (de visiones de mundo) que producen una nueva visión del mundo (la del autor implicado).
[19] La sangre del vestido blanco representa la traición del pueblo mexicano de mitades del siglo XX a su historia, a sus raíces.
Referencias
Barrera Ramírez y Guerrero Orduña, Carlos Felipe y Elsa Argelia. (1999). El corazón y la sangre en la cosmovisión mexica. Gaceta médica de México, Vol.135, Núm. 6, pp. 641-651.
Ferrer, Eulalio. (2000) El color entre los pueblos nahuas. Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, Estudios de cultura Náhuatl, Núm. 31, pp.203-219.
Garro, Elena. (2014). La semana de colores. México: Porrúa.
Lotman,Y. (1970). Estructura del texto artístico. Madrid: Ediciones ITSMO.
Wolfgang Voss, Alexander. (2015). La noción del tiempo en la cultura maya prehispánica. Revista LiminaR, Vol. 13, Núm. 2, San Cristóbal de las Casas.
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Un comentario

Soy de la universidad de Morelos. Gracias por su análisis. Es modelo ideal de cómo involucró la historia mientras desarrolla su texto.

Por Nadia Altamirano el día 04/10/2020 a las 09:54. Responder #

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Requerido.

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