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Las Intermitencias de la muerte: Hasta que la muerte nos separe

por Cristián Brito Villalobos
Artículo publicado el 25/08/2006

El premio nobel José Saramago, regresa a enrollar aún más la madeja de las abstractas ideas que puede llegar generar la mente humana. Y claro, porque ¿Quién concibe la vida sin la muerte? La omnipresencia del óbito nos maneja como títeres, aunque intentemos alejar su control y el poder de pertenencia que ejerce sobre nuestros hombres.

En Las intermitencias de la muerte (Alfaguara 2005), el escritor portugués realiza  una profunda reflexión sobre la vida, la muerte y la condición humana. Todo en una trama donde mezcla la realidad, la ficción, el humor y el caos,  desembocando en una conclusión donde se presume que sólo el amor podría defendernos de nuestro inevitable destino.

Luego de repasar sus novelas, se concluye que  Saramago ha creado su propio mundo, una suerte de narración y trama con marca registrada, donde el escritor ha demostrado su facilidad para novelar situaciones que nos parecen improbables o imposibles, tal como lo hiciera en libros anteriores como en El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez,   donde un 83 por ciento de la población de un país decide votar en blanco o en Ensayo sobre la ceguera, que narra una curiosa epidemia de ceguera.

Situaciones imposibles que vuelven a darse en Las intermitencias de la muerte, cuyo comienzo no puede ser más impresionante y cautivador para el lector: ‘Al día siguiente no murió nadie’. A vuelo de pájaro, se podría suponer que eso es justamente lo que aquí ocurre, que la muerte decide tomarse “vacaciones” dejando a todo un país sin el “derecho” a morir.  En la novela, justo cuando se espera la llegada de un nuevo año y sin previo aviso, los habitantes de este innominado país dejan de morir consiguiendo la “ansiada inmortalidad”, aunque, eso sí, quien estuviera muy grave o a punto de morir, permanece en las mismas condiciones, ya que su salud no mejora, sólo se mantiene en el mismo estado.

En la primera parte, Saramago desarrolla con humor, ironía y sarcasmo, las consecuencias que la desaparición de la muerte ocasionaría sobre la vida de un país, narrando cómo actuarían los principales poderes fácticos ante tal fenómeno. Así, el gobierno no sabe cómo responder ante esta insólita situación, el sistema de pensiones se tambalea, los hospitales y las residencias de ancianos no dan abasto y las funerarias no tienen a quién enterrar. La iglesia se encuentra también consternada y en un profundo conflicto porque, como se sabe, sin muerte no hay resurrección, y, por consecuencia, sin resurrección no hay iglesia.

La ausencia de la muerte desata todo un caos. Después de que este curioso acontecimiento haya sido concebido como un milagro, se transforma en la peor pesadilla que haya experimentado la especie humana y la sociedad.

En la novela, el nobel rehuye del tono grandilocuente con el que a veces se trata este tipo de cuestiones, dejándose ver que en su libro sería impensable en el romanticismo, en el que la muerte es algo aterrador y se trata el tema de forma muy retórica.

En la segunda parte de la historia, y cuando ya todos empezaban a adaptarse a la nueva situación (el hombre es un animal de costumbre), la muerte decide reanudar su actividad, pero lo hace de una forma sorprendente: envía cartas, cuidadosamente selladas en sobres púrpuras, a quienes van a morir y les comunica que tienen un plazo de siete días para prepararse. De nuevo retorna el caos y el desconcierto.

En el tramo final de la novela, Saramago se torna más poético e intimista y abandona el lenguaje satírico e irónico que invade la parte precedente de la obra. Claro que se mantiene la fuerte crítica, cuidadosamente encubierta, a la sociedad, a sus establecimientos y a las instituciones poderosas que llevan las riendas de los quehaceres del país.

Finalmente, irrumpe el perro, uno de los personajes fetiches del escritor, que desempeña un papel importante como nexo entre la muerte y aquellos sentimientos que le son ajenos y que son propios de los humanos, como la ternura y la lealtad.

Párrafo aparte ocupa la música, que juega un rol relevante para el final de la novela, quizá la parte más bella de la obra, tornándose, a través de la figura de un músico -el único personaje que burla a la muerte, es seducido por ella y a su vez la enamora-, en una verdadera alegoría a los más hermosos sonetos de muerte.

El autor llega a una conclusión en su novela de lo más obvia que hay: la vida no puede vivir sin la muerte, aunque parezca una paradoja; debemos morir para seguir viviendo.

El libro de Saramago es también una historia de amor, y si hay una conclusión, esta es que nuestra única defensa contra la muerte es el amor.

La muerte y el músico hacen el amor, unen sus cuerpos, se aman. Saramago finaliza la novela tal como la empieza: ‘Al día siguiente no murió nadie’. Eso, claro, hasta que la muerte los separe.

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3 comentarios

[…] Fuentes: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/saramago.htm http://www.elresumen.com/libros/las_intermitencias_de_la_muerte.htm http://critica.cl/literatura/las-intermitencias-de-la-muerte-hasta-que-la-muerte-nos-separe […]

Por ¿Y si la muerte se tomara unas vacaciones? – El punto y coma de la sopa el día 05/04/2018 a las 14:32. Responder #

¿ Quienes es el antagonista?

Por Yocelin el día 12/12/2015 a las 20:55. Responder #

Quienes son los personajes?

Por jimmy el día 14/05/2013 a las 17:14. Responder #

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