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Nuevo arreglo para una vieja canción.

por Ernesto Gómez Mendoza
Artículo publicado el 14/06/2004

Los primeros románticos no tenian nada que ver con las ideas que hoy se asocian al romanticismo. Mary Shelley, la autora de Frankestein, y una de las figuras caracteristicas del romanticismo historico, no soportaria diez minutos de telenovela, el alimento cotidiano de quienes se clasifican como personas románticas en los tiempos actuales. Werther, el heroe de Desventuras del joven Werther, un libro que representa la madurez del romanticismo literario, y Goethe, su autor, no comprenderían un vallenato romantico de estos dias.

Los primeros románticos, los de hace doscientos años, fueron mas parecidos a los hippies de los años sesenta que a Doña Leticia Ortiz y el Príncipe de Asturias. Si miramos un manual de literatura corriente encontramos que «exaltaron» el sentimiento y rechazaron la Razón, Tal vez en lugar de razón deberíamos poner pragmatismo, interés, o buen comportamiento burgués. Luego de medio siglo de excesos romantico-literarios la publicacion de Madame Bovary, hacia 1857, redujo los sentimientos a laberínticos y sordos procesos de histeria y alienación. Los sentimientos resultaron mascaras y la literatura bajo sus ruinas descubrio el deseo, que poco tiempo despues Freud bautizo «libido».

Como los curas han sido pesimos filósofos, la teoria cristiana de la concupiscencia, de los antojos ilegítimos por apoderarse de otra criatura, no ha contado mucho para explicarnos la conducta de los enamorados, y la parte mas triste: tantas rupturas, ese sorprendente paso del amor al odio, o lo que es peor, a la indiferencia helada.

En la literartura latinoamericana todo parecia escrito sobre el Amor. Parecia difícil que alguien pudiera agregar algo a lo ya dicho por Sábato o Cortazar en El Tunel y Rayuela, magistrales estudios del deseo y del ansia de trascender en el Otro. Sin embargo, gracias a su fina ironía, Alfredo Bryce Echenique ha encontrado un punto de vista novedoso para tratar el tema.

El Huerto de mi amada es una picante mezcla de burla y seriedad, y aunque no logre decir la última palabra sobre amores y desdenes, encamina a reflexionar, a ahondar en los motivos que nos pueden llevar a escribir un capítulo de telenovela mexicana o de novela de las hermanas Bronte.

Los eruditos encontrarán en este libro ecos de las novelas pastoriles, ya que los dos personajes centrales se comportan como el Pastor y la Pastora de aquellos idilios barrocos; Eros los arrasa, los vuelve irreconocibles y los hace hablar en dulces metáforas. Los menos eruditos caerán en las manos de uno de los mejores escritores latinoamericanos de la hora. Leerán este libro con una sonrisa constante porque Bryce Echenique disuelve todas las paradojas del deseo en un humor generoso y articulado.

Para los que no pueden pensar en Perú sin recordar a Vargas Llosa, este libro propone un Perú inedito, un Perú que estaba escondido tras los trazos amplios y heroicos del Perú vargasllosiano. La acción transcurre en los años cincuenta, en una Lima que se parece a Bogotá o Medellín. Bryce Echenique cuenta el cuento pero al mismo tiempo esculca en el alma de Lima, en la inconsistencia de su identidad social. Su sátira es de admirable tension y lucidez; se expresa en un humor envolvente, versatil, visionario.

El héroe de esta novela es algo inaprensible, como lo es tal vez todo adolescente. Pero sólo desde su levedad, desde la falta de concreción de alguien que ni es niño ni adulto, que es imprecisión y ambiguedad, podía construirse la novela. Carlitos Alegre, el mozo inexperto, es el que nos permite conocer las gravosas realidades mundanas. El autor explota con tacto todos los equívocos que marcan la experiencia de un ingenuo y a través de sus despistes los intereses y las mentiras sociales cobran pertinencia, confiesan su mala fe y sus rituales.

 

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