Chiloé tiene una serie de mitos muy sugestivos: el Trauco, un hombrecito de baja estatura y rostro horripilante, pero con una mirada que seduce a las mujeres; la Pincoya, una hermosa sirena “protectora de las aguas”; el Caleuche, un buque fantasma que surcaría estos mares desde hace mucho tiempo y un sin número de cosas y personajes más, muy sugerentes, el Camahueto por ejemplo; lo que sumado a un hermoso paisaje atrae mucho al turismo, sobre todo nacional, importante fuente de ingresos para la población isleña. Creo que difícilmente otra región de Chile pueda igualar esta rica mitología. Pero estas llamativas historias distan mucho de la cultura local que se observa estando avecindado en esta isla, aún muy hermosa, frondosa y lluviosa.
Yo hace casi 10 años, por pura casualidad, compré una hectárea y vivo en este sector denominado Butalcura ―30 kilómetros al norte de Castro y más o menos 50 Km al sur de Ancud― y lo que he visto y veo a mi alrededor deja bastante que desear, por decir lo menos.
En esta localidad rural, que rápidamente y sobre todo en torno a La Capilla ―un tradicional templo católico que nunca lo he visto abierto ― se está transformando en un poblado, se observan básicamente dos tipos de habitantes. Los oriundos de la zona y los recién avecindados, de distintas procedencias, como yo mismo, que vengo de Santiago.
Los locales ―gente honesta, tranquila y trabajadora, la mayoría prácticamente analfabetos― difícilmente, creo, conozcan los mitos ancestrales. Moran en casas relativamente modestas ―recubiertas con planchas de zinc en el techo y los muros― cuyo entorno o “jardín”, por lo general es un peladero lleno de basura: botellas de plástico, tarros de cerveza, pedazos de mangueras, neumáticos viejos, etc. Ni hablar de reciclaje aquí, aunque en una reunión en la Junta de Vecinos me dijeron que se instalaría un “Punto verde” ahí mismo, en la Sede Social. Ojalá.
Los hombres en su gran mayoría se dedican a la construcción, a la leña, a la madera o son camioneros. En las casas, invierno y verano tienen una cocina a leña encendida, donde queman principal o únicamente madera nativa que traen o compran a quienes se dedican a la leña, traída “del monte”. O sea, del bosque. No pocos, como digo, se dedican a la madera, tienen aserraderos y venden tablas, vigas u otros cortes con madera de la misma procedencia. Del “monte” traen en camiones los “trozos”, o sea troncos de árboles milenarios recién cortados, al parecer con los permisos correspondientes de Conaf o de quien corresponda. No lo he investigado y por lo mismo no tengo certezas al respecto.
Debo confesar que yo mismo he comprado algunos palos recién aserrados para armar la modesta cabaña que me estoy levantando, Roble, Ulmo y Tepa, según me han informado, contribuyendo en alguna medida a la tala continua de árboles nativos. Pero debo dejar bien en claro que nunca he quemado un solo palo de leña, salvo ramitas secas de los arbustos que me rodean y que he cortado o podado para despejar un mínimo donde construir. Cocino y me calefacciono con gas y para armar esta cabaña desde la cual escribo, iluminado con un panel solar, he cortado un mínimo de matorrales, pero nunca he cortado un árbol ni lo cortaré. Dicho sea de paso, los preciosos árboles que me rodean son matas relativamente nuevas, los árboles y bosque antiguo que había en este lugar fue convertido en leña hace ya muchos años, aunque quedan algunos pedacitos del bosque antiguo. La otra cosa que todos los habitantes originales tienen en sus casas es una pantalla de televisión gigante, también encendida permanentemente. Y, estacionados afuera, uno o dos autos y en el mejor de los casos un camión.
Los recién avecindados ―provenientes de la isla o de fuera, lo ignoro― construyen o se hacen construir unas casas bastante buenas. Envidiables diría yo, comparadas con mi cabaña. Pero antes de construir “limpian”. En qué consiste “limpiar”. Limpiar consiste en poner a trabajar grandes máquinas tipo retroexcavadoras para en primer lugar eliminar todo rastro de vegetación. Árboles y matorrales. Todo. Hablo de lo que yo he visto y veo a diario. Después con la misma retroexcavadora o con un arado de discos rompen y dan vuelta la capa vegetal, de aproximadamente medio metro de espesor, con lo que consiguen se forme un “barrial”, y finalmente compran y ponen encima ripio. “Ripiar” le llaman. De ahí la gran demanda de las plantas de áridos, que están por todas partes y que cuando se acaba “el material” dejan unos hoyos enormes que rápidamente se transforman en basurales.
Yo me pregunto por qué estos recién avecindados no van a construir al desierto de Atacama y se ahorran todo ese trabajo y muchísimo dinero… Bueno, después de “ripiar”, levantan su casa con vista al nuevo peladero. Y así vamos deforestando la isla grande de Chiloé. Algo muy similar debe ocurrir en las islas aledañas.
Esta es la “cultura” que a mí me ha tocado ver aquí. Lamentable. Me pregunto qué pensará la autoridad competente.
Una cultura que, en poco tiempo más, no dejará a los turistas mucho que ver. Hace 70 o pocos más años el bosque nativo empezaba al sur de Santiago, donde ahora vemos un desierto escasamente regado por un escuálido rio Maipo. Espero no sea el triste destino que nos espera a los chilotes. La sequía y después los incendios. Por ahora sigue lloviendo, por suerte.
5 comentarios
Es el triunfo de la «cultura» de la destrucción y de la fealdad. El del crecimiento económico infinito en un planeta finito.
Gracias Adolfo, buen testimonio…
Muy buen articulo y deja varios desafios para la clase dirigente de este pais, el cual dia a dia se destruye por malas o inexistentes politicas publicas
Excelente
tu artículo y más que eso es un relato fiel de tu vida y lo que algunos chilenos queremos preservar, que impotencia es darse cuenta que nadie cuida nuestro hermoso entorno sobretodo allá en ese bonito lugar, espero de verdad que este artículo, sirva para que alguien más poderoso y con mucha conciencia pare la construcción destructiva y renazca un país mejor en esa hermosa región de Chiloé. Tanta plata malgastada en leseras. En vez de cuidar y reforestar continuamente nuestra … todavía hermosa tierra.
Que penoso y real relato sobre la destrucción de Chiloé, Ojalá llegue a oídos de autoridades capaces de parar este horror. O de personas q decidan defender este maravilloso lugar