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Mar para Bolivia

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 22/08/2006

El problema de la mediterraneidad boliviana no es un asunto de respetar o no respetar un tratado que ya tiene más de cien años. Nadie discute la necesidad de cumplir los acuerdos —sobre todo cuando se es quien los impone y quien se favorece con los mismos—, pero aquí el problema se trata de que, desde antes de la Guerra del Pacífico, Bolivia busca y, objetiva o subjetivamente, necesita una salida soberana al mar y Chile tiene la obligación moral, por una cuestión de ética y buena vecindad, y la posibilidad, porque puede hacerlo sin sacrificar gran cosa y con enormes beneficios, de satisfacer una demanda que es motivo de enorme frustración en el país vecino. Sin considerar que Bolivia firmó el tratado del 20 de octubre de 1904 —que en la práctica ratificó el Pacto de Tregua de 4 de Abril de 1884—  poco después de una derrota militar, en otras palabras con la pistola al pecho.

Terminadas las acciones militares de la Guerra del Pacífico, en 1883, Bolivia se negó a firmar un tratado de paz con Chile y solo estuvo dispuesta a suscribir este “Pacto de tregua”, en el que se establecía que Chile mantendría la ocupación del territorio entre el río Loa y el paralelo 23¼, la región de Antofagasta —donde Chile explotara el guano, el salitre (el “Oro Blanco”) y extrajera, hasta el día de hoy, el cobre (el “Sueldo de Chile”)—, lo que fue ratificado con el tratado firmado en 1904, en contra de la voluntad de gran parte de la clase política boliviana y seguramente del pueblo mejor informado.

Además, en 1904, mientras Chile aseguraba sus espaldas tras la firma de los «Pactos de Mayo»(1) o “Tratado de Equivalencia Naval, Paz y Amistad”, que calmaban las tensiones con Argentina, ya que, entre otras cosas, de acuerdo a con este pacto Argentina renunciaba a involucrarse en el conflicto del Pacífico, Bolivia perdía parte de su territorio por el lado brasileño. Un intento secesionista en la región selvática del Acre desató un conflicto con Brasil, el que obtuvo, en noviembre de 1903, la cesión de un territorio de 190 mil kilómetros cuadrados, rico en caucho; sin contar con que Bolivia tenía también conflictos fronterizos pendientes con Perú y Argentina. De manera que el tratado de 1904 con Chile podemos compararlo con las declaraciones impuestas bajo tortura, cuando “usted firma, inculpándose, o lo seguimos torturando”. Declaraciones que, evidentemente, ningún tribunal justo podría considerar válidas.

El 20 de octubre de 1904, cuando se cumplían 21 años del Tratado de Ancón que había puesto fin a la guerra con el Perú (1883), se firmaba, por fin, el Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Bolivia (2). En él se ratificaba el dominio absoluto y a perpetuidad del litoral de Antofagasta, ocupado por nuestro país en 1879, a cambio de una indemnización de 600 mil libras esterlinas en parcialidades, la construcción del Ferrocarril Arica-La Paz en el plazo de un año y el más amplio y libre tránsito comercial entre Bolivia y los puertos chilenos. Además, Chile asumía otras deudas diversas contraídas por el Estado boliviano.

Según el historiador chileno Francisco Antonio Encina «No registra la historia moderna otro tratado en que el vencedor haya concedido al vencido condiciones más generosas», frase que también recoge Leopoldo Castedo. Pero también es cierto que las riquezas del territorio ocupado durante el conflicto, el guano, el salitre y el cobre, sirvieron de sustento —desde entonces— para el desarrollo chileno.
Ver texto integral de Tratado de 1904

Aunque de acuerdo con los antecedentes que yo he podido recoger, la región de Antofagasta —llamada por los españoles y conocida hasta bien avanzado el siglo XIX como “el descampado de Atacama”— no tenía delimitaciones nacionales definidas antes de la Guerra del Pacíco, es decir no estaba bien claro a quien pertenecía (3 ver nota), muchas versiones y en particular aquellas provenientes de Bolivia estiman que gran parte era propiedad boliviana.  Cito, como ejemplo, el discurso pronunciado el 22 de octubre de 2004 en Washington DC por la entonces embajadora María Tamayo, representante de Bolivia ante la OEA, ante el consejo permanente, con ocasión del centenario del tratado de 1904, donde, entre otras cosas, dice: “el tratado de 1904 consolidó la pérdida de 120.000 kilómetros cuadrados de nuestro territorio, donde estaban comprendidos 400 kilómetros de costa, cuatro puertos y siete caletas”.

Otras fuentes —bastante numerosas— afirman que la ciudad de Antofagasta pertenecía a Bolivia. Cito un párrafo encontrado en un documento de la página web de la Dirección de Archivos y Museos de Chile, memoriachilena.cl: “…Si bien fue usado como un puerto desde el año 1860, Antofagasta no fue reconocida por el gobierno de Bolivia hasta 1869, con el nombre de Peñablanca, para luego pasar a territorio chileno durante la Guerra del pacífico, en 1872”. En todo caso no cabe duda que Bolivia, antes de la Guerra del Pacífico, se había —por decirlo de alguna manera— asentado en la actual caleta de Cobija, al norte de Iquique y que habría tenido serias aspiraciones de controlar el puerto de Arica, a la sazón bajo soberanía peruana.

Entiendo que, hasta antes de que se descubriera la riqueza del guano, ni Chile ni Bolivia dedicaban mucha atención a aquel “descampado” y debió ser poca la gente interesada en vivir y trabajar en esos yermos y costas desoladas. Pero cuando se vio el valor fertilizante que tenían esas excretas fosilizadas y se comenzaron a exportar, el gobierno de Chile decidió tomar el control dichos territorios y en especial de los puertos o caletas por donde se estaba embarcando este producto, como otros materiales de la entonces incipiente actividad minera, sobre todo el salitre y el cobre.

Al final la historia tiene por lo menos tantas caras o visiones como autores dedicados a su estudio y escritura, y halla o no halla tenido Bolivia territorios soberanos en la región de Antofagasta, lo cierto es que desde la perspectiva de las buenas relaciones vecinales, del desarrollo regional y la integración latinoamericana, Bolivia parece merecer una salida digna al Pacífico que resuelva de una vez por todas una aspiración centenaria y un conflicto que no beneficia a nadie.

Chile tiene actualmente más 4.300 kilómetros de costa al Pacífico y no me parece que lo perjudicaría mucho ceder a su vecino un modesto porcentaje (el 1%, por ejemplo), sobre todo si a cambio estaría ganándose la amistad de Bolivia, dando un ejemplo universal de civilidad y un paso enorme hacia la integración latinoamericana, que es hacía donde estamos obligados a caminar.

Se entiende que ningún presidente de Chile quiere ser recordado en la historia como el que “perdió” un pedazo del territorio. Pero desde otra perspectiva ese presidente o presidenta, por el contrario, pasaría a la historia como aquel que, con visión de futuro, tuvo el valor de dar solución a un problema añejo y absurdo.

Territorio flexible
Del diario El Mercurio de Santiago del 23 de julio de este año (2006) extraigo declaraciones del diputado chileno y secretario general del partido Unión Demócrata Independiente (UDI), Darío Paya, quien afirma, refiriéndose a este asunto, que “el territorio nacional no es un tema flexible”. Creo que este caballero debería leer cualquier manual de historia para darse cuenta que se encuentra en un error enorme, puesto que “los territorios nacionales”, de Chile, de Bolivia o de cualquier otra nación se caracterizan justamente por ser absolutamente flexibles. Sin ir más lejos, si la región de Antofagasta, antes de la Guerra del Pacífico, no era boliviana tampoco era chilena y la ciudad de Arica era peruana. Puedo dar innumerables ejemplos. A lo largo de la historia universal —lea, señor Paya—, muchas naciones se han formado y deformado e incluso desaparecido. Recurra a Internet —le paso el dato, por si no tiene libros— y consulte sobre el caso de la ex Yugoslavia, que a la muerte de Josip Broz “Tito” (Liubliana, Eslovenia 4/04/1980)  las diferencias étnicas y otros problemas pendientes desde Segunda Guerra Mundial terminaron por desintegrar la federación Yugoslava durante los años ’90.

En la Unión Soviética, por si no lo sabía, sucedió algo parecido. Estados Unidos se anexó parte de México y suma y sigue. No solo las territorios y soberanías nacionales son —señor Paya— flexibles. Hasta los continentes son flexibles, están en movimiento, en incluso el Universo está —dicen— en expansión y por lo tanto también sería o es flexible. Este tipo de declaraciones, pseudo patrioteras, no son de utilidad ninguna y sólo contribuyen a retardar procesos irreversibles y necesarios.

Más antecedentes históricos
Pero regresando a lo nuestro, desde otro ángulo. Durante muchos años Estados Unidos a apoyado la petición de Bolivia de un acceso soberano al Pacífico. Como mediador, en 1926, recomendó que el puerto de Arica le fuera cedido, algo que en ese momento Chile habría aceptado pero que no pudo concretarse por la oposición del Perú.

Los presidentes Ronald Reagan y Jimmy Carter también respaldaron el derecho de Bolivia al mar. Reagan apoyó particularmente los esfuerzos de La Paz de recuperar sus «derechos marítimos» a través de la Organización de Estados Americanos (OEA), que ha aprobado más de diez resoluciones a su favor.

El ex presidente Jimmy Carter reiteró su apoyo durante un discurso ante el congreso boliviano en el que expresó la esperanza de que Bolivia pudiera lograr el acceso al mar. Ofreció además la asistencia de su fundación cuando y si se producen negociaciones de buena fe entre Bolivia, Chile y Perú.

En 1971 durante la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en San José de Costa Rica el entonces canciller de Chile Clodomiro Almeida dijo en su discurso: «Deseamos con igual fervor restablecer nuestras relaciones diplomáticas con Bolivia, convencidos de que la actual situación entre nuestros países no tiene justificación ante nuestros pueblos y ante la historia» Y el propio Allende en su primer mensaje ante el Congreso, el día 21 de mayo de 1971:… «Este Gobierno ha tenido ya la ocasión de lamentar que nuestra relación con la República de Bolivia se mantenga en una situación anómala, que contradice la vocación integracionista de ambos pueblos. A Bolivia nos unen sentimientos e intereses comunes. Es nuestra voluntad poner todo lo que esté de nuestra parte para normalizar nuestras relaciones.»

Y Gabriel Valdés, durante una visita a La Paz, en noviembre de 1971, como Sub-Administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, trató el problema manifestado que la única solución posible era: “Dar a Bolivia un corredor a perpetuidad que sirviera para conectar su territorio con el mar”, agregando una serie recomendaciones que normaban y morigeraban su proposición.

Bastamente conocidas son las negociaciones entre Hugo Banzer y Augusto Pinochet, quienes durante la transmisión de mando al General Ernesto Geisel, en Brasil, mantuvieron conversaciones privadas en Brasilia sobre la necesidad de reanudar relaciones diplomáticas entre los dos países, Chile y Bolivia, y buscar una solución al problema marítimo del segundo.

En abril de 1974, el gobierno Boliviano emitió la llamada Declaración de Cochabamba cuyo punto inicial establecía: «El retorno al mar es el objetivo nacional de mayor importancia que compromete por igual a todos los bolivianos».

Apoyados en la «Declaración de Cochabamba», el Presidente Banzer instruyó a la Cancillería boliviana para que preparara un planteamiento específico, y el 8 de febrero de 1975 se restablecieron las relaciones diplomáticas entre ambos países, lo que se conoció como «Encuentro o Abrazo de Charaña», punto fronterizo donde Banzer y Pinochet firmaron el acta respectiva.

El Gobierno de Bolivia, que desde 1974 había desplegado una acción diplomática en varios países del mundo y en las organizaciones internacionales para lograr apoyo en su causa, presentó a Chile el 26 de agosto de 1975 una Ayuda-Memoria de siete puntos, entre los que sobresalen los siguientes:

1. Cesión a Bolivia de una costa marítima soberana entre la línea de la Concordia y el límite del radio urbano de la ciudad de Arica. Esta costa deberá prolongarse con una faja territorial soberana desde dicha costa hasta la frontera boliviano-chilena, incluyendo la transferencia del ferrocarril Arica-La Paz.

4. Cesión a Bolivia de un territorio soberano de 50 kilómetros de extensión a lo largo de la costa y 15 kilómetros de profundidad, en zonas apropiadas a determinar, alternativamente, próximas a Iquique, Antofagasta o Pisagua.

5. La faja costera señalada en el punto anterior, estará conectada con el actual territorio boliviano…»

La respuesta chilena hecha pública el 19 de diciembre de 1975 especificaba en sus partes relevantes: “la cesión a Bolivia de una costa marítima soberana, unida al territorio boliviano por una faja territorial, igualmente soberana.»

Por su parte el Perú, a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores, planteó el deseo de “contribuir con sus propias y diferentes modalidades a la solución de la mediterraneidad boliviana”. De la nota peruana destacamos los siguientes puntos:

1. «Eventual cesión soberana por Chile a Bolivia de un corredor por el norte de la provincia de Arica, paralelo a la línea de la Concordia, que se inicia en la frontera boliviano-chilena y termina al llegar al tramo de la Carretera Panamericana en dicha provincia, que une al puerto de Arica con la ciudad de Tacna. Dicha eventual cesión queda sujeta a la condición que se precisa seguidamente;

2. Establecimiento en la provincia de Arica, a continuación del corredor, de un área territorial bajo soberanía compartida de los tres Estados, Perú, Bolivia y Chile, situada al sur de la frontera peruano-chilena entre la línea de La Concordia, la Carretera Panamericana, el caso norte de la ciudad de Arica y el Litoral del Océano Pacífico… La condición precedente enunciada que constituye la base fundamental del planteamiento del Perú, se complementa con las condiciones que a continuación se precisan:

a. Constitución de una administración portuaria trinacional en el puerto de Arica.

b. Concesión a Bolivia del derecho a construir un puerto bajo su exclusiva soberanía, de conformidad con el interés peruano de lograr una solución definitiva, real y efectiva a la mediterraneidad boliviana, par a lo cual es indispensable que dicho país cuente con un puerto propio.

c. Soberanía exclusiva de Bolivia sobre el mar adyacente al litoral del territorio bajo soberanía compartida.

d. Establecimiento por los tres países de un polo de desarrollo económico en el territorio bajo soberanía compartida, en el cual podrán cooperar financieramente organismos multilaterales de crédito.

Chile declinó considerar la nota peruana por considerar que implicaba un intento de revisar el Tratado de 1929 y no daba ni conformidad ni oposición a la entrega de un corredor a Bolivia. Perú, por su parte, creía que dicho corredor implicaba de hecho una revisión del Tratado de 1929 y consideró su respuesta no solo adecuada sino también como base a futuras conversaciones.

La negativa chilena a buscar una solución al «impasse» surgido en la consulta con Perú, así como a retirar la condición dada por Bolivia del trueque territorial, llevaron al Presidente Banzer a romper nuevamente relaciones con Chile el 17 de marzo de 1978, afirmando que Chile no respondió como se debe al espíritu de amistad y fraternidad que se buscó establecer en la reunión de Charaña en 1974.

Etcétera, etcétera, etcétera. La pregunta, entonces, vuelve a plantearse: ¿cómo se resuelve este entuerto? Si aceptamos la tesis de que a Bolivia le corresponde una salida al mar, de que le corresponde una franja de costa en el Pacífico, me parece que no puede plantearse un corredor de algunos metros de ancho sobre el “despoblado” campo minado que media entre Arica y la Línea de la Concordia, por la sencilla razón que sería como reírse de las aspiraciones bolivianas, sobre todo a la luz de los antecedentes históricos, verdaderos o falsos, de que Bolivia habría perdido 400 kilómetros de costa.

Una cosa al menos parece evidente. Si se le concede a Bolivia una salida al Pacífico por territorio chileno, sea esta del ancho que sea, esta “franja” debe quedar necesariamente al extremo norte de Chile, puesto que sería absurdo cortar a Chile en dos pedazos. De manera que necesariamente Chile debería dejar de tener frontera con Perú y, recíprocamente, Perú con Chile. Lo cual no tendría porque perjudicar las relaciones entre Perú y Chile sino, por el contrario, probablemente mejorarlas, de la misma manera que Chile tiene excelentes relaciones con Uruguay, con Brasil, con Ecuador, sin necesariamente tener fronteras comunes. De echo, por lo general, los países tienen más problemas con los países fronterizos que con aquellos más distantes.

Adolfo Pardo

NOTAS_______
1 «Pactos de Mayo», firmado el 28 de mayo de 1902 en Santiago por el Canciller chileno José Francisco Vergara Donoso y el Embajador argentino en Chile, señor José Antonio Terry.
2 Mientras en octubre de 1883 ya se había firmado, por separado, la paz con el Perú, en el «Tratado de Ancón», Lima, donde el Perú transfirió a Chile, a título de indemnización bélica, su departamento de Tarapacá, que incluía las ciudades de Tacna y Arica, hasta 1929, cuando con la mediación del presidente de Estados Unidos, Herbert C. Hoover, se alcanzó un acuerdo (Tratado de Lima), donde Chile mantenía Arica, mientras que Perú recuperaba Tacna y recibía una indemnización de 6 millones de dólares y otras concesiones, como que Chile no podía transferir dicho territorio a terceros países.

 

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Relaciones chileno-bolivianas: ¿De estrategias y contradicciones?
de Alex Ortega T.
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