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[La locura de] Pensar desde un otro anterior [en un Yo posterior].

por Pedro Rodríguez Carrasco
Artículo publicado el 18/01/2005

RESUMEN
El problema del pensar desde nuevas perspectivas, más allá de la racionalidad como paradigma exclusivo y acogiendo los aportes del psicoanálisis, especialmente lacaniano. La gravitación de las relaciones interpersonales, tramite el lenguaje, en el pensar y, por tanto, la suerte de pérdida del sujeto pensante.

 

La racionalidad como capacidad en el individuo, fundamento del pensar y del lenguaje, se ha levantado a lo largo de la historia como característica específica de lo humano, dejando como supuesto el hecho que ésta desarrolla el pensar con su solo ejercicio. ¿Qué pasa si de pronto se da vuelta este supuesto? ¿Qué pasa si, en vez de racionalidad, como fundamento del pensar, ponemos la interacción humana como fundamento? Si decimos que el pensar y el lenguaje tienen como fundamento la relación con un otro, que se constituye como un «tú anterior», en relación a un «Yo posterior», estamos diciendo que tanto el pensar como el lenguaje tienen cierta independencia respecto del «supuesto sujeto» de ese pensar y de ese lenguaje.

Que el pensar se funde en una interrelación, tiene que ver con que el lenguaje habla a través nuestro, tanto como nosotros hablamos a través del lenguaje . Pero, que nosotros hablemos a través del lenguaje nos parece «lógico», sin embargo que el lenguaje hable a través nuestro nos hace suponer, según la lógica clásica, que el lenguaje se ha «hipostasiado», o bien que corresponde a algún orden superior dentro de la «escala» de los entes. Si el lenguaje habla a través nuestro ¿Qué puede decir de sí mismo, si hay un tal «sí mismo» del lenguaje? ¿Qué es eso de «a través» nuestro? ¿Es que hay cosas que nosotros decimos sin que nos pertenezcan del todo, o con total «propiedad»?

Durante siglos en nuestro gastado occidente, hemos pensado según categorías representacionales relativamente estables, por no decir inamovibles. Ha sido así, puesto que haciendo referencia a un mundo suprasensible, eterno, podíamos poner un punto de referencia como criterio de verdad y de evidencia. Esto fue así con Dios y, luego, sin Dios; puesto que Dios constituía lo suprasensible y, por tanto, el criterio de todo lo tramitable por los sentidos, por la razón y por los afectos. Pero cuando se dejó de lado a Dios, como objeto religioso en un momento de la historia donde para conocer no era necesaria la religión, se lo sustituyó por un nuevo parámetro absoluto, la realidad en sí. Mas, se siguió con el mismo esquema tramposo, el de suponer que hay algún punto inamovible en la existencia, desde el cual se puede uno referir a todo lo demás.

La cuestión es que hoy todo está en movimiento. Nuestro parámetro es que todo cambia y oscila en su posición, sin posibilidades de establecer un «patrón» de estos mismos cambios que venga a sustituir el punto inamovible, nuevamente. «El acontecimiento es coextensivo al devenir, y el devenir mismo, coextensivo al lenguaje (…) Todo ocurre en la frontera entre las cosas y las proposiciones» . El pensar es oscilante, es esquizofrénico y, a la vez, obsesivo, porque sin un «por qué» absoluto, intenta permanecer en la relación. ¿Qué es permanecer en la relación? Estar en relación es ir en dirección del conocerse [en qué va a consistir el sentido ], y sólo cuando se va en esa dirección, conociendo primero al «otro» de la relación, es que vivimos y sabemos que vivimos. Pretender conocerse desde sí mismo, es continuar por la senda de los conceptos fijos y la lógica del sentido único; en cambio, conocerse desde el otro implica seguir, en el filo de la incertidumbre, por la afirmación de dos sentidos a la vez, siempre dos a la vez, que abren cada uno a otros dos, y así en una regresión indefinida.

El pensar descentrado
Habituados a «nuclear», el pensar consistió por mucho tiempo en ordenar en torno a ejes temáticos cada asunto en cuestión. De pronto el pensar se atomiza, pero siempre con una subyacente esperanza de lograr poner el «núcleo de la cuestión». Las diversas disciplinas, nacidas de la superespecialización del conocimiento, se han puesto a competir en función de aclarar, finalmente, a quién le corresponde la última palabra, la decisiva, en orden a nuclear la realidad.

De pronto la cuestión ya no es nuclear, no solo por los altos niveles de complejidad de los procesos de conocimiento y análisis, sino porque el pensar ha llegado finalmente a un punto en que, para seguir siendo lo que es, «pensar», debe ir más allá de «moldes» que ya no responden, pues se han vuelto incapaces de ofrecer algo nuevo.

Pensar tiene que ver con una «distribución de puntos relevantes» y no con una subordinación que represente alguna jerarquía de verdades, a la que deba someterse por adelantado el pensamiento. No existe algo así como un núcleo. Más aun, el pensar no opera por un carril único, como si el que piensa sea quien lleve un control preciso de aquello que está siendo pensado. Más bien, el pensar fluye en el mar de la incertidumbre, del entrelazamiento y, a la vez, bifurcación en el lenguaje de las pulsiones del deseo con el acontecimiento ideal [y no de los intentos de normar la realidad]. El pensar es siempre múltiple y solo por la aplicación de una imposición coercitiva, termina en planteamientos «claros y distintos» que no se apartan de la norma. En lo múltiple, el pensar se abre a un preguntar radical; más bien, el pensar se da como un preguntar radical, donde el que pregunta no se sabe a sí mismo como un sujeto con identidad fija, sino como quien pregunta desde la carencialidad también radical. Así, el «preguntar radical» es la oscilante identidad de quien acepta respuesta tanto del fantasma como de lo comúnmente llamado «realidad».

El pensar amenazado
Cuando no sabemos qué decir y lo único que aparece es una situación donde nuestra fachada se puede fisurar, decimos «déjame pensarlo y después te respondo». Como si «pensar» fuese una acción segura, que nos llevará a un sitio seguro, a salvo de los requerimientos del otro. En circunstancias como esas, jamás ocurre el «pensar». Lo que ocurre es la planificación de estrategias de sobrevivencia de la fachada, de la inamovible fachada. Por el contrario, si, contra toda previsión convencional, ocurre que pensamos, sucede que el pensamiento se abre en nosotros un espacio, entra la pregunta y con ella el problema, la inseguridad e indecisión.

En este pensar se desata la agonía, es decir la lucha entre los argumentos de la lógica unívoca y la aparición del fantasma. Las demandas oscuras que cobran visibilidad en la superficie, delatan una herida narcisista que se remonta a un algo originario y mueven un deseo, mezcla de placer y de intentos de reparación. Así, empieza a latir un autocuestionamiento, muchas veces silenciado, respecto de la autenticidad de los argumentos esgrimidos ¿Me estoy justificando? ¿De qué me defiendo? ¿Qué pretensiones escondo? ¿Me hago trampa?

Pero entonces, bastaría con estar «conciente» de ello y controlar este «mecanismo» para que no interfiera en «mis razonamientos». Sin embargo, por más control que se aplique, siempre queda otro pliegue, la reaparición en superficie del deseo traspuesto. No hay tal origen sino vacío, a pesar que todo apunta hacia un origen. «El comienzo está verdaderamente en el vacío, suspendido en el vacío» y buscamos inútilmente o infructuosamente, mas no podemos eludir el que busquemos en el vacío, con ansias de encontrarlo colmado en alguno de nuestros intentos [con pretensiones omnipotentes]. La «castración» desvela que hay un intento por sobreponer una estructura que permita superar este dilema, reorientando la fuerza del intento en una fuerza productiva, culturalmente hablando. Este cambio no es más que la trasposición del deseo, la reaparición del fantasma en una nueva superficie, disfrazado de «neutralidad» y de «buen sentido», para convencernos por un tiempo, que hemos logrado un peldaño seguro en la ascensión de lo cierto. No importa cuánto, pero es solo por un tiempo, hasta que nuevamente duele el vacío.

Madre y padre, como un otro anterior, no en sentido temporal, oscilan en el Yo posterior con la pregunta ¿En qué meandro se encuentra el no-vacío? En el camino al otro, permanentemente y en las dos superficies a la vez, se busca la anhelada completitud, cual «paraíso perdido». Las dos superficies de los dos sentidos, de la regresión indefinida . El deseo puesto en el otro, así como la simbolización que recogemos desde el otro, son el ejercicio permanente de una identidad vacía o carenciada, del llenarse-imposible y del imposible-dejar-de-llenarse. Entonces el pensamiento; a él le queda no ser sino una segunda superficie de despliegue del fantasma, más sofisticado, pero despliegue de la huida del presente.

Cuando parece haber un nuevo pensamiento, lo que hay es un nuevo aflorar del fantasma en la segunda superficie, viniendo quizá del inconsciente. Cuando aflora el fantasma, es que estamos enredados con el otro, con la castración, con las palabras pre-digeridas que nos vienen de otros, con la tradición. De este modo, al pensamiento le surge la amenaza de la muerte prematura ¿Pienso Yo o piensan otros en mí? ¿Pienso de «pensar», o refresco lo pensado? ¿Por qué pensar lo ya aparentemente pensado? Podríamos estar imaginando el pensar como un tomarse la cabeza con una mano, mientras la otra acaricia el tapiz del sillón y, fruncido el seño, nos hemos abstraído en elucubraciones… En cambio, aquí el pensar es el preguntar, en un sentido bastante amplio (aunque podría llevarse a un límite más preciso), en el ámbito simbólico por lo que son las cosas, por lo que somos… Y esto ocurre, si lo permitimos, si nos dejamos apelar por el pensar, aun si vamos por un kilo de pan a la esquina. El dilema es que no hay un pensar neutro, puro, limpio, unívoco y certero… el pensar es tormentoso, de avances y retrocesos, esquivando siempre el presente. «Una época no preexiste a los enunciados que la expresan, ni a las visibilidades que la ocupan» .

Pensar al otro
Si pensar me liga a un otro, del cual dependo aunque me quiera escapar y me diferencio aunque me quiera simbiotizar ¿Es posible levantarse sobre este hilo de Teseo, y mirar al otro para pensarlo? El psicoanálisis ha tenido la honestidad de reconocer esta cuestión y le ha llamado «transferencia» y «contratransferencia». Lo que ocurre con el analista y el paciente, así como de «sujeto» a «sujeto», con el vínculo que se ha generado en el proceso del análisis, da lugar -si el análisis logra cierta efectividad- al proceso de la esperada «cura». En el «paciente» está en juego la persona del analista, en tanto con él se «estructura todas las relaciones particulares» . «La propia presencia del analista es una manifestación del inconsciente» , y éste se puede entender como los efectos de la palabra habitando al «sujeto».

¿Puedo pensar al otro haciendo abstracción de mí, de lo que en mí hay de huella y eco del otro? ¿Puedo acaso, levantarme por sobre el otro, en una suerte de distancia infranqueable, para no solo designarlo sino significarlo -independiente de las valencias de verdadero/falso – sin que ello me ponga en jaque? Cuando pienso al otro en su discurso, en su racionalidad o su irracionalidad, cuando el otro es una «palabra» que me sitúa en condición de «oyente de esa palabra», las oscilaciones de la tradición y del piso identitario, traen entre otros el fantasma de la locura, del «desvarío». Pensar al otro como «loco», introduce la duda de la propia «cordura». Lo que reconozco del otro como «locura» apela a mi propia locura, lo cual abre el cuestionamiento respecto de qué hago con mi locura y qué hago con la locura del otro. El otro es loco porque yo soy loco, vale tanto como que yo soy loco porque el otro es loco. La «ex-sistencia (o sea: el lugar excéntrico)» como correlativa a «la insistencia de la cadena significante» , viene a resultar en un ‘in-ex-sistencia’, es decir que el lugar excéntrico tiene un ‘en’, que es el otro. Foucault, en «Vigilar y Castigar» ofrece un análisis de una microfísica (microdispositivos) del «poder», que operan no tanto por represión e ideología, sino por normalización y disciplina , incluso bajo la tendencia a operar como constituyentes , de tal manera que la locura sirve como categoría con la que se reduce la «amenaza» que implican palabras-difariadoras del otro. Ante esta propuesta de análisis, Deleuze sostiene que queda ausente el «deseo», el cual implica que la articulación de los polos no queda naturalizada. Serían sin duda, articulaciones completamente locas, pero siempre históricamente asignables. El deseo circula en la articulación de heterogéneos, en una especie de «simbiosis»: el deseo está vinculado a una articulación determinada, supone un cofuncionamiento . Vivimos pensando al otro, para pensarnos a nosotros, para sabernos. El otro objeto, el otro tú, el otro amenaza, el otro desconocido, el otro misterioso…

El otro se nos inmiscuye también en la problemática del sentido. Si ya antes, con la designación y el significado nos encontramos en una relación especular con el otro, no podemos evadir llegar hasta su límite en esta tensión oscilante. Lacan comprende que el «orden simbólico» es constituyente en relación a los significantes y que, en el complejo «intersubjetivo» se estructura una pluralidad de sujetos: «El inconsciente es el discurso del Otro» . Ahora bien, en la distinción de proceso primario y proceso secundario, pudiera pensarse que la «influencia» del otro se debería dar solo en un nivel, mientras que en el secundario se establecería el sujeto plenamente. La cuestión de fondo es que no hay espacio reservado, y que todo está traspasado por lo inconsciente, por la presencia del otro. El significante opera en ambos sentidos a la vez, según el lugar que éste ocupe determinando el desplazamiento de los sujetos, en el automatismo de repetición. Los dos sentidos a la vez, y no es que se simplifique con que un sentido es el inconsciente y el otro es el conciente, sino que siempre el significante abre a posibilidades de sentido más allá del referente . Así, el otro en nosotros queda siempre resonando como palabra -significante- que oscila en su sentido, sin poder atraparlo, y dejándonos en estado oscilante entre la restitución/restauración y la creación, entre significados y sentido, entre falta y anhelo.

«Alicia recogió el abanico y los guantes y, como en el vestíbulo hacía mucho calor, se puso a abanicarse mientras seguía diciendo: ¡Ay, Dios mío! ¡Qué raro es todo hoy! ¡Y ayer todo era tan normal! Me pregunto si habré cambiado durante la noche. Espera que pienso: ¿era yo la misma al levantarme esta mañana? Creo recordar que me he sentido algo distinta. Pero si no soy la misma, la siguiente pregunta es: ¿quién diablos soy yo? ¡Ay, ese es el gran rompecabezas!. Y empezó a pensar en todas las niñas que conocía que fueran de su misma edad, para ver si se había cambiado por alguna de ellas» .

NOTAS
1. Confrontar: Las palabras y las cosas, especialmente: El hombre y sus dobles, p.295ss
2. Lógica del sentido, p.32 Luego, en la p.44 dirá Deleuze que el sentido «Es exactamente la frontera entre las proposiciones y las cosas (…) El acontecimiento es el sentido mismo».
3. Lógica del sentido, p.39ss
4. Theatrum philosophicum, p.7
5. Lógica del sentido, p.36 este «delatar» está en la línea de la relación de la proposición con el manifestar: «La manifestación se presenta como el enunciado de los deseos y las creencias que corresponden a la proposición», solo que en este caso se trata del mometo previo a la proposición.
6. Lógica del sentido, p.222
7. Lógica del sentido, p.57ss
8. Foucault, p.76
9. El seminario, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p.130
10. El seminario, los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p.131
11. Lógica del sentido, p.40-41
12. Escritos, p.5 (El seminario sobre la carta robada)
13. Vigilar y castigar, p.33ss
14. Confrontar: Historia de la sexualidad: la voluntad de saber.
15. Désir et plaisir
16. Escritos, p.6ss
17. Escritos, p.10
18. Confrontar: El seminario, la relación de objeto, p.48ss
19. Alicia en el país de las maravillas, p.48
Referencias
Carroll, L. (2002). Alicia en el país de las maravillas. Madrid: Editorial Edaf
Deleuze, G. (1987). Foucault. Barcelona: Editorial Paidós
Deleuze, G. (1989). Lógica del sentido. Barcelona: Editorial Paidós.
Deleuze, G. (1994). Désir et plaisir. En Magazine Littéraire, n° 325 (octobre), p. 57-65
Deleuze, G. & Guattari, F. (2001). ¿Qué es la filosofía? Barcelona: Anagrama.
Foucault, M. (1987). Historia de la sexualidad: La voluntad de saber, Vol. I, Madrid: Siglo
XXI.
Foucault, M. (1999). Theatrum philosophicum. Barcelona: Anagrama.
Foucault, M. (2002). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas.
Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo
Veintiuno Editores
Lacan, J. (1987). El seminario los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 11. Buenos
Aires: Editorial Paidós.
Lacan, J. (1994). El seminario la relación de objeto, 4. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Lacan, J. (2003). Escritos. México: Siglo veintiuno Editores.
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Un comentario

Coincido plenamente. El pensar, así como el lenguaje es básicamente dialogico.

Por Rodrigo Pérez Toribio el día 22/09/2013 a las 16:15. Responder #

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