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Pistorius, voluntad y tentación.

por Andrés Ugueruaga
Artículo publicado el 09/05/2013

En Demian, la gran novela de Herman Hesse, se destaca entre otras cosas el nombre de Abraxas, el dios del bien y el mal: la extraña deidad de sectas gnósticas y esotéricas. Al promediar la obra es Pistorius – un músico que se la pasa tocando el piano en la iglesia – el portavoz de esta enseñanza, su destinatario es justamente el personaje principal, el joven Emil Sinclair. El pianista le comunica que Abraxas personifica la plenitud y la emancipación y que “tenía la misión simbólica de reunir lo divino y lo demoníaco”. Una de las metáforas más sugestivas es cuando se habla de un pájaro que debe romper la cáscara de un mundo primitivo y volar hacia ese dios llamado Abraxas. Demian en conclusión es una novela de búsqueda, en donde el extraño Pistorius le enseña a Emil a conocerse a sí mismo, a “hallar la fuerza vital”.

No muy lejos de la ficción pero decididamente dentro del amarillismo de lo actual, escuchamos de otro Pistorius, más escandaloso, mediático y polémico: Oscar Pistorius, el deportista sudafricano de apellido griego en cuestión que en los últimos juegos olímpicos logró hacer historia en los 100, 200 y 400 metros lisos. En su espalda aparece la frase que nos hace recordar al pájaro que rompe el cascarón: «Yo corro, pero no sin saber adónde – dice – ; peleo, no como el que da golpes en el aire. Al contrario, someto mi cuerpo y lo tengo sujeto, no sea que, después de haber enseñado a los demás, yo mismo quede descalificado«. Gracias a él supimos del rejuvenecimiento y reciclaje del viejo mito: el hombre que recibió el fuego divino de los dioses y lo mejor de la tecnología de los hombres. En el sentido griego, fue el héroe que con sus piernas amputadas y voluntad excedida supo alzarse por encima de sus limitaciones. Día tras día de esfuerzo y perfeccionamiento, La fuerza de la vida, corriendo eléctrica por cada centímetro de sus músculos, tendones y prótesis transtibiales de carbono islandesas, diseñadas llamativamente en forma de cuchillas y valuadas en 24 000 euros. Prótesis, carne, hueso y alma: elementos que lo volvieron más veloz que un caballo de carrera.

Insólito como suena, este atleta con pies de carbono no es un invento sino el triunfo de la voluntad humana y de un meticuloso e incesante trabajo interdisciplinario para suplir las piezas faltantes del cuerpo: la biomecánica, la biomedicina y la protésica son engranajes imprescindibles en su descomunal velocidad. Detrás de cada uno de sus movimientos, de su misma técnica y estrategia para la carrera, descubrimos un auténtico regimiento de científicos diseñando y remodelando al prototipo de un atleta nuevo, distinto; empresas demasiado especializadas como para saber y recordar sus nombres, echándole el ojo a sus piernas surgidas como de un abracadabra, sinónimos de marketing, tecnología, alma y garra.

El caso Pistorius es el ejemplo en estado puro de cómo la tecnología y el marketing se centraron en el cuerpo humano, en su eficiencia, sanidad, aspecto y conservación… La monumental industria dedicada a atender en detalle cada fragmento que lo compone manufactura entre otras cosas cremas antiage, soluciones humectantes, dentífricos antisarro, tonificantes, complejos vitamínicos, productos ricos en calcio, extractos ricos en sodio, pastillas afrodisiacas, lácteos Diet, y practica además cirugías, implantes capilares, implantes de colágeno en labios y senos… La demandante y vasta tendencia a atender el cuerpo especialmente en este siglo ha cobrado demasiado protagonismo.

Dicha predilección va de la mano con la supremacía de canales televisivos deportivos: Fox Sports, ESPN y TyC Sports como el escenario en el cual surgen Nadal-Federer, Messi-Ronaldinho, Mayweather-Martínez, auténticas gemas deportivas y comerciales, contrarias pero competentes, perfectas y envidiables en cuerpo, riqueza, salud y gloria. Así, las empresas de belleza cosmética y salud exponen sus productos en los mostradores y las cadenas televisivas su cautivante faena. A éstas se le acoplan las corporaciones de indumentaria deportiva, las que dan su “efecto de acabado”, su toque ornamental y estético explicitando el deber triunfar como nuevo imperativo.

Así, en una de las hiperelaboradas propagandas de Nike, apareció entre otros nuestro peculiar atleta con la belicosa inscripción de “Soy una bala en la recamara” (I am a Bullet in the chamber). Obviando que era impensado que tal reseña fuera una aterradora premonición, su tragedia lejos está de opacar al auténtico mérito, al campeón paralímpico que reverdeció la vieja y pretenciosa idea del hombre-máquina, deslizándose veloz en la superficie roja de la pista a la vista de televidentes y espectadores de todo el mundo, en el portentoso Estadio Olímpico londinense.

Oscar Pistorius nació en Pretoria, la capital administrativa de Sudáfrica, el 22 de noviembre de 1986, es hijo de una familia acomodada que ha sabido encauzar sus inquietudes y superar sus limitaciones: amputación de piernas a los once meses por carencia de tobillos y peronés; prótesis; acentuada predilección por los deportes en especial el rugby: la única y colosal lucha de un deportista en una época tecnológica por excelencia. El fuego de la gloria no se haría esperar y la recompensa entre tantas otras cosas consiste hoy en 700 000 euros entre propiedades e ingresos bancarios, muy lejos de ser una simple manzana, el premio del viejo Koreibos (el primer ganador olímpico, en el 776 a. C.).

Pero aquella madrugada del 14 de febrero hace que mencionar su caída sea demasiado obvio, porque en el día de San Valentín el atleta dejó de ser simplemente el atleta descomunal: en la fresca madrugada de aquel jueves, cuando el amor, la pasión o simplemente viejos demonios lo empujaron al abismo. Aquella voluntad de hierro tenía un lado más oscuro y recóndito, una voluntad regida por un dios y un demonio al mismo tiempo. Este campeón del nuevo siglo fue un consentido del mercantilismo pero más que nadie el valioso fruto de los avances de la ciencia. Como cualquier hombre que se ha abierto paso en el Olimpo, este atleta ha tentado los borrosos límites de la voluntad humana, ha sucumbido a la tentación de sentirse un dios coqueteando con lo bueno y lo malo, como Abraxas, el dios mencionado en Demian.

Oscar Pistorius al entrar en razón, habrá sabido que el don de la velocidad no era una cualidad de los dioses sino una treta de estos para tentarlo.

 

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Un comentario

Excelente reseña. Es la voluntad y tentación inseparable, lo frágil e inesperado de la reacción humana, equívoca o acertada… La escencia siempre es la misma. ¡Ser humano!

Por Sol Gallardo el día 28/08/2013 a las 12:04. Responder #

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