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En torno a La Silla de Ruedas.

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 09/08/2007

Carta enviada por el autor, en agosto del 2007, al diario El Mercurio de Santiago en respuesta a un comentario de José Promis (ver abajo) sobre el libro
La Silla de Ruedas.
Ver:
https://www.conoceralautor.es/libros/ver/la-silla-de-
ruedas-de-adolfo-pardo

 

Estimado Señor Promis:

Con sorpresa y alguna desazón leí su ruda crítica sobre de mi libro La Silla de Ruedas en El Mercurio de Santiago, Revista de Libros, domingo 5 de agosto de 2007.

Debo decirle, señor Promis, que ésta no es la primera vez que recibo comentarios adversos sobre mi trabajo, aunque es el primero sobre este libro en particular, que hasta ahora me había deparado solo elogios; al extremo de hacerme olvidar mis propios reparos, que estoy dispuesto a reconocer públicamente.

Sin embargo considero que usted —de quien ignoro sus gustos literarios— exagera la nota y ha sido demasiado lapidario con un libro al que otros lectores tan meritorios como usted reconocen algunas virtudes, por no decir varias. Vea por ejemplo, revista Mensaje, edición de junio de este año (2007), página 64, primera columna, firmada por Juan E. Albornoz, quien para referirse a este mismo libro empieza diciendo: “Cada diez años más o menos aparece una novela en Chile que en forma extraña esclaviza al lector en la noche, en el trabajo, en el bus o en el baño…”.

Permítame entonces, señor Promis, «ponerle un tintero» a su crítica y comentar o discutir algunos de sus dichos.

Para empezar, cuando usted para descalificarme o atribuirme un enfoque literario superado, afirma a partir de una cita que este libro “nos conduce de regreso a una concepción bretoniana de la literatura” y más adelante que despertaría “ecos cortazarianos”, la verdad es que a mí ello no me parece demasiado mal. Bien por el contrario.

No tengo inconvenientes y aún es para mí un honor si me descubren influencias de creadores tan trascendentes como André Bretón y Julio Cortázar. Efectivamente tengo gran admiración por el primero y el movimiento surrealista. Y a Cortázar lo he leído y releído toda mi vida con suma curiosidad.

Incluso reconozco influencias todavía más distantes, que se remontan al propio Homero —de quien me interesa sobre todo su forma de adjetivar—, lo que desde su perspectiva me convertiría en una suerte de dinosaurio literario. Sin embargo, estos gustos tan anticuados no me alteran el sueño, habida cuenta que los dinosaurios, pese a encontrarse petrificados, continúan despertando la imaginación de muchos y en particular de los niños, lectores por los que siento enorme respeto, aunque este libro no esté dedicado a ellos.

Más adelante, cuando usted dice que yo hago como ciertas corrientes literarias que “trataban de rescatarnos de la insipidez diaria ofreciéndonos la lectura de lo desconcertante, lo inusitado o lo extraordinario”, debo decirle que, restándole su ironía, en gran medida concuerdo. Como estoy de acuerdo con Lewis Carroll, Jonathan Swift, el mismo Cortázar e incluso J. L. Borges, autores que ofreciéndonos historias extraordinarias de distinta índole no solo han despertado mi imaginación, sino la de muchísimas otras personas; en beneficio, creo, del pensamiento y la literatura universal.

En otro párrafo, desestimando el grueso del libro, afirma usted que “todo lo que brinda esta novela”, estaría en los primeros capítulos, que “logran crear la atmósfera de sugerencias y claroscuros propicia a la revelación posterior de lo maravilloso”. Al respecto puedo recomendarle otras lecturas que lo desmienten y que usted puede leer en la revista electrónica critica.cl, de donde extraigo por ejemplo este párrafo de Carla Castro, gran amante, es cierto, del surrealismo: “…un retrato del mundo del que el ser humano intenta escapar convirtiendo el relato en una autentica pesadilla. Su lenguaje coloquial y sus atmósferas inquietantes consiguen que el lector siempre quede atrapado (el subrayado es mío) por lo insólito del humor y del misterio y reconstruye la historia como algo verosímil”. Ver comentario de Carla Castro en esta misma revista.

Pero volviendo un poco atrás, e ignorante de lo que usted busca en los libros, quiero decirle que efectivamente a mí, si no lo único, ciertamente me interesa activar tanto mi propia imaginación como la del lector, cosa que está visto no logré con usted.

Pero fíjese señor Promis que al escritor y ensayista, doctor en literatura latinoamericana  y profesor en varias universidades chilenas y holandesas, señor Ricardo Cuadros, sí le ocurrió este fenómeno, y a tal punto que, con ocasión del lanzamiento de este libro, me hizo llegar un texto de ficción inspirado en La Silla de Ruedas y que usted también puede consultar en el medio electrónico antes citado, con el título de “Lo que leyó Karine sobre Pardo y La silla de ruedas». Ver.

Sin pretender abusar del sarcasmo, pregúntese si a usted le ha ocurrido otro tanto con algún texto de su autoría. Probablemente este sea su primer caso. Y me lo quedará debiendo.

Más adelante, señor Promis, en la redacción de su artículo, usted definitivamente da rienda suelta a su espíritu demoledor, haciendo afirmaciones como “Su argumento desfallece paulatinamente, las imágenes pierden poder de convicción y el lenguaje se vuelve tambaleante.” E incluso —llega a dar gusto citarlo—, el autor “no consigue dar forma a la voz narrativa adecuada a la historia que había visualizado antes de escribir. El narrador es demasiado didáctico…” Etcétera.

Comprenderá usted que no voy a discutir frase por frase estas opiniones que por supuesto no comparto, como tampoco las comparten, se lo aseguro, innumerables lectores que me han hecho llegar opiniones del todo divergentes con las suyas. Cito por ejemplo al escritor Carlos Ortúzar, quien escribe, entre otras cosas, lo siguiente: “la narración no pierde continuidad, lo que alienta la sensación de expectación permanente, contribuye a la agilidad de la historia y no le permite al lector abandonar este relato de ritmo persistente.” Ver “Notas críticas”, de Carlos Ortúzar, en esta misma revista.

Sin embargo, puedo entender perfectamente que a usted no le haya gustado este libro. Los franceses, cultura con la que he tenido algún contacto, tienen un refrán que dice lo siguiente, traducido libremente al español: “no puede darse el gusto a todo el mundo y a su padre”. Y, además, puedo decirle que, en mi propio caso, varios libros no me han gustado tras una primera, segunda y hasta una tercera mirada, para transformarse después en mis lecturas predilectas. Es lo que me ocurrió, sin ir más lejos, con Adán Buenos Aires, por ejemplo; libro que desde hace muchos años considero una de las cumbres de la literatura latinoamericana.

Cuando usted, en el último párrafo, dice que “No cabe duda que el autor asignó a esta novela un propósito superior a sus fuerzas”, le confieso que me siento halagado y lo asumo como un elogio que debo agradecerle. No me parece un demérito proponerse metas ambiciosas, aunque se naufrague en el intento. Lo contrario me parecería mucho más triste. Es el caso, en otro orden, de Hernando de Magallanes quien, como tantos otros héroes y próceres de la historia, en procura de sus sueños intentó por primera vez la vuelta al mundo, lo que como usted recordará le costó la vida sin lograr su objetivo, pero abriendo la ruta del Pacífico por el estrecho que actualmente lleva su nombre a todos los navegantes que vinieron después.

Puedo concederle, sin embargo, el que probablemente escribí con cierta prisa los últimos capítulos y muchos otros errores y “motes” que usted gentilmente omite y que pretendo enmendar en una segunda edición, pero no por ello invalidaría yo toda mi empresa.

Para rematar usted concluye con que éste es “un relato ambicioso, pero débil, frágil y quebradizo por donde se lo mire”. Una vez más, respetando su autorizada opinión, como decía yo al principio, me parece una sentencia desproporcionada por no decir injusta y que sólo la historia y nuestros futuros lectores se encargarán de zanjar definitivamente. Lectores que, merced a su columna, necesariamente estarán predispuestos negativamente, de manera que si al final el libro se impone entre el escaso público chileno, habrá demostrado su mérito por partida doble.

Finalmente don José, si le interesa conocer otras opiniones sobre este libro, le recomiendo la lectura de la nota que hace don Luis Riffo (galardonado en España en el 2007 con el premio de crítica literaria Benito Pérez Galdós), en El Mercurio de Valparaíso, edición del 24/08/2007, y donde después de elogiar profusamente mi texto concluye diciendo “Sin duda, se trata de una de las novelas chilenas más interesantes del último tiempo. O también, nuevamente lo incito a visitar la revista electrónica Crítica.cl, donde podrá leer a los autores que he citado más arriba y a la cual lo dejo formalmente invitado por si le interesara abundar sobre este tema o referirse a otros de su interés particular. Puedo garantizarle que encontrará un público atento e ilustrado, y más numeroso de lo que usted se imagina.

En esta misma revista reproduciré con su permiso el comentario suyo y publicaré a continuación mi respuesta, ejerciendo mi legítimo derecho a defenderme, posibilidad que muy probablemente el diario El Mercurio de Santiago no me brindará.

Agradeciéndole su tiempo se despide atentamente de usted,

Adolfo Pardo

__________________
Buenas intenciones

Lectura de  José Promis, profesor universitario y crítico literario habitual del diario El Mercurio de Santiago. Texto publicado en esta revista el 09/08/2007

Crítica publicada el domingo 5 de agosto de 2007 en la Revista de Libros del diario El Mercurio de Santiago con relación al libro «La Silla de Ruedas» de Adolfo Pardo.Ver, arriba, respuesta de Adolfo Pardo.

Después de un corto avance en la trama de La silla de ruedas, su narrador explica que «probablemente el rol del escritor, más allá de sus libros, sea el de permitir que los demás crean que es posible la existencia de otros mundos, maravillosos quizás, en todo caso diferentes al cotidiano». Tales palabras no sólo constituyen la imagen de la novela de Adolfo Pardo; también nos conducen de regreso a una concepción bretoniana de la literatura cuyos vástagos hispanoamericanos fueron el realismo mágico, el fantástico, el maravilloso o como quiera llamárselos. Cuestión de nombres. A pesar de sus diferencias, todos ellos, al igual que la novela de Pardo, trataban de rescatarnos de la insipidez diaria ofreciéndonos la lectura de lo desconcertante, lo inusitado o lo extraordinario.
El narrador de La silla de ruedas rememora la insólita experiencia que vivió en un París de fisonomía indudablemente cortazariana cuando era un frustrado aspirante a escritor. En ese momento su vida no avanzaba a ninguna parte, como él mismo reconoce con sobradas razones: la inspiración lo eludía, sobrevivía con dificultades en lo económico y su matrimonio hacía agua por todos lados. Un episodio casual lo pone en contacto con un grupo de enigmáticos personajes: Frédérique, una hermosa inválida que ejerce fascinación inmediata sobre el protagonista, pero cuya incapacidad es más que sospechosa; Marina, una niña de trece años cuya edad es desmentida por sus comportamientos, y un misterioso gigantón llamado Polifemo, a quienes rodean otros no menos curiosos individuos que vuelven a despertar ecos cortazarianos en nuestra lectura.
Los primeros capítulos logran crear la atmósfera de sugerencias y claroscuros propicia a la revelación posterior de lo maravilloso, pero eso es todo lo que brinda esta novela. Su argumento desfallece paulatinamente, las imágenes pierden poder de convicción -tan indispensable en este tipo de relatos- y el lenguaje se vuelve tambaleante. Adolfo Pardo no consigue dar forma a la voz narrativa adecuada a la historia que había visualizado antes de escribir. El narrador es demasiado didáctico cuando rememora el pasado, se engolosina con informaciones y opiniones que podrían interesar en una guía turística o en un ensayo político, pero que en esta novela aparecen conectadas con debilidad al hilo central, y cuando no, absolutamente superfluas.
Las experiencias que el protagonista comparte principalmente con Frédérique y Marina le conducirán a descubrir una dimensión antagónica de la realidad donde las leyes de la persistencia y el deterioro, de la vida y de la muerte, se mantienen en equilibrio inestable, en continuo esfuerzo de conquista mutua. Pero tal revelación nace debilitada porque a estas alturas de la novela hemos necesitado mucho esfuerzo para entender el engarce de otros episodios anteriores en la arquitectura del relato, situaciones que, suponemos, constituyen para el narrador manifestaciones inesperadas de lo insólito en la vida cotidiana: la presencia de Roman Polanski en el grupo de amigos de Marina, la representación libre de Los infortunios de la virtud, del Marqués de Sade, el curioso destino de los siameses argelinos o, incluso, la sorpresiva fellatio que una desorientada estudiante canadiense proporciona al protagonista.
No cabe duda que el autor asignó a esta novela un propósito superior a sus fuerzas. Incluso da la impresión de que, exhausto, escribió con cierta prisa los últimos capítulos. La silla de ruedas resulta así un relato ambicioso, pero débil, frágil y quebradizo por donde se lo mire.
José Promis

Ficha: Novela
La silla de ruedas
Adolfo Pardo
RIL, Santiago, 2007, 221 páginas, $6.700.
El Mercurio de SantiagoRevista de LibrosDomingo 5 de agosto de 2007

 

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Un comentario

Que adjetivo imitando a Homero, me parece de una delicadeza que dan ganas de salir corriendo, entrar a la librería y comprar tu novela, tu defensa me parece brillante, dudo que este crítico esté a la altura de tus comentarios.

Por Raúl Lilloy el día 14/10/2011 a las 19:10. Responder #

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